7

7

Honor pulsó los aceleradores y movió los pedales del timón mientras tiraba de la palanca para hacer un giro casi vertical. Las turbinas gemelas hicieron que se zarandeara el armazón y los nervios artificiales de su mejilla izquierda reconstruida se estremecieron cuando la aceleración le apretó el rostro como si de un puñetazo se tratara. Era una sensación rara, pero no dolorosa, y observó cómo los iconos del visualizador del HUD[6] del visor de su casco de vuelo cambiaron cuando su visión se estrechó.

En la grabación del juego, Paul era el «objetivo» y los labios de Honor se retrajeron en una especie de sonrisa aplastada por la aceleración cuando se alejó del avión de Paul. Esta vez lo había pillado desprevenido y esperó mientras miraba el HUD y contaba los segundos. El morro de Paul se levantó hacia arriba y efectuó una curva de persecución… y ella invirtió su giro, apretó la palanca e hizo un descenso en picado que la dejó colgando de sus correas mientras contemplaba el lejano mar.

Ningún simulador, ni ninguna nave pequeña con sus generadores de gravedad o pinazas con sus compensadores inerciales o motores de impulsión podían equipararse a aquel placer. Los ordenadores de vuelo de Honor eran sencillos y mínimos, porque el Javelin había sido diseñado para una y solo una cosa: ser el avión de un piloto, y su grito de alegría por el triunfo fue similar al chillido de un águila cuando se retiró.

Puso rumbo al norte con las alas a máxima velocidad mientras Paul la seguía. La isla Saganami, emplazamiento de la Academia Naval de la RAM durante más de doscientos cincuenta años manticorianos, crecía por debajo de las agujas de proa del avión como una esmeralda iluminada y llena de recuerdos mientras ella se dirigía hacia el Mach seis.

Honor no era ajena al agua salada. Había nacido con los paisajes y el olor del océano Tannerman de Esfinge, si bien a pesar de eso, la guardiamarina Harrington había tenido dificultades para acostumbrarse a la Academia. El veinticinco por ciento de gravedad inferior de la zona le había hecho sentirse más ligera, pero la isla Saganami estaba en la entrada del golfo Silver. La cala profunda y brillante que unía la bahía Jason y el océano Sur solo estaba a veintiséis grados por debajo del ecuador del planeta capital del sistema y Mantícora estaba cerca del borde interior de su zona principal de agua líquida, mientras que Esfinge yacía en su límite más extremo. El hecho de que la Academia estuviera en una isla le había ayudado, pero había tardado semanas en ajustarse a esa calidez enervante que parecía no tener fin.

Una vez lo había logrado, por supuesto, había disfrutado de ella en exceso. Todavía podía recordar las horribles quemaduras que se había infligido a pesar de las advertencias. Con una vez le fue suficiente, sobre todo cuando el pobre Nimitz (que aún no había logrado adaptarse al nuevo clima) se había visto obligado a soportarlo también por el vínculo que les unía. Escarmentada (pero más sabia) por la experiencia, había explorado su nuevo entorno con más precaución y pronto descubrió que las aguas tropicales navegables eran tan divertidas como las aguas más gélidas y agitadas de su hogar. Y sus corrientes hacían que practicar ala delta allí fuera casi tan glorioso, si bien menos excitantemente peligroso, que en las montañas de Copper Walls de Esfinge. Nimitz y ella se habían tirado horas interminables planeando sobre las magníficas aguas azules del golfo con un sutil desdén hacia las unidades antigravedad de emergencia que los nativos de Mantícora insistían en que portara consigo por si acaso.

Su desdén por la antigravedad había preocupado a algunos de sus instructores, pero el ala delta era una pasión planetaria en su mundo natal. Para la mayoría de los esfinginos, abstenerse de utilizar ayudas artificiales era una cuestión de honor (tan estúpida, reconocía, como la mayoría de las cuestiones de honor) y Honor había demostrado su habilidad con el ala delta desde los doce años (lo que podría ayudara explicar su desarrolladísima cinestesia). Honor siempre había sabido lo que se hacía en el aire con un instinto infalible que habría sido la envidia de cualquier albatros esfingino… y que había desconcertado a los instructores de Saganami.

La RAM mantenía un puerto enorme de planeadores pequeños. A todos los guardiamarinas, independientemente de la especialización que escogieran al final, se les exigía no solo que supieran utilizar planeadores y aviones con planos aerodinámicos antiguos, sino que también dominaran las artes de navegación todavía más antiguas así como las antigravitatorias. Los críticos podían desdeñar este requisito al considerarlo una vuelta a los viejos tiempos› cuando los capitanes de naves estelares conducían por las olas gravitacionales del hiperespacio valiéndose en la misma medida de su instinto que de los instrumentos de que disponían, pero la Academia se aferraba a las tradiciones y Honor, como la mayoría de los más destacados pilotos de la Armada, creía firmemente que a ella le había enseñado cosas y le había proporcionado una confianza que ningún simulador jamás habría logrado. ¡Por no hablar de lo divertido que era!

Por otra parte, tenía que admitir que su habilidad en el aire y la confianza y el placer que le proporcionaba demostrarla le habían acarreado más de un problema.

Ella no había pretendido ser «malvada», pero la tendencia de la guardiamarina Harrington a hacer caso omiso de sus instrumentos y confiar en sus instintos había sumido a algunos instructores en un mar de incoherencias. La jefa técnica superior Youngman, que dirigía la Marina con mano dura, no le había causado muchos problemas una vez empezaron a conocerse. Youngman era de Grifo, pero había pasado muchas vacaciones en Esfinge para disfrutar de lo que ella llamaba navegación por aguas azules de verdad. Una vez hubo comprobado en persona las habilidades de Honor, la convirtió en su ayudante.

La escuela de vuelo era otra cuestión. Con la sabiduría que da la experiencia, Honor compartía la terrible reacción del teniente Desjardin a su despreocupada afirmación de que ella no necesitaba instrumentos, pero una Honor mucho más joven y desenvuelta se había puesto furiosa cuando el teniente la tuvo un mes en tierra por ignorar las advertencias meteorológicas e instrumentos similares en un vuelo nocturno en planeador durante su primer trimestre allí. Luego había sido el simulacro de combate aéreo con Mike en su segundo curso, en el que las cosas se habían ido un poco de madre. Y, por supuesto, aquella demostración de acrobacias aéreas por encima de la regata que no había sido programada. Honor no sabía que el comandante Hartley iba ganando cuando ella cruzó su balandro por delante del antiguo Cuban Ocho, pero seguía pensando que se había molestado demasiado por aquella ofensa. No había sido culpa suya que el Control de Kreskin no hubiera indicado espacio aéreo restringido de la regata. Y, después de todo, tampoco había sido como si hubiera ocasionado algún daño; ella había pasado el tope del comandante unos cuarenta metros por encima, y había sido él quien había decidido irse a un lado.

Soltó una carcajada al recordar el estruendoso cabreo de Hartley, si bien ni eso ni el montón de puntos negros que aquello supuso y que tantas leyendas había inspirado le habían parecido divertidos en su momento. Después volvió a comprobar su HUD cuando sonó una alarma de amenaza. Paul todavía estaba muy lejos como para poder hacer blanco, pero se estaba acercando. Observó que su icono de altitud tomaba más velocidad y señalaba hacia abajo para interceptar su trayectoria de vuelo. Ella sonrió, ajustó sus dedos en la palanca y alcanzó los frenos aerodinámicos. Era bueno, sí, pero ella había volado lo suficiente como para dar la vuelta a la situación y dudaba que él se esperara… ¡esto!

Suprimió los aceleradores, apretó los frenos y se golpeó contra sus arneses. Los alerones que se acababan de extender la ralentizaron como si hubiese echado anclas. Las alas se configuraron automáticamente hacia delante cuando su velocidad entró en pérdida. Honor puso todavía más difíciles las cosas cuando jaló en un rizo ascendente. El Javelin estuvo a punto de entrar en barrena mientras las sirenas de advertencia bramaban… hasta que cerró los frenos de golpe y volvió a poner las turbinas a todo motor. Una potencia vertical increíble propulsó al Javelin y el avión de Paul se encontró de repente delante de ella cuando Honor se balanceó para completar el Immelmann[7]. Había tenido que perder mucha velocidad para ponerse detrás de él, no obstante, y Paul casi la deja atrás… hasta que apareció con un ascenso repentino.

Honor rió con voracidad y lo siguió en sus saltos de tijera con los aceleradores activados. Sintió que estaba a punto de perder la conciencia y mostró los dientes cuando se aferró a él. Sus planeadores eran idénticos, pero un Javelin podía exceder todos los límites físicos de un piloto, y su tolerancia a la gravedad era mayor que la de Paul. Se valió de ello sin piedad, aferrándose a su cola, sacudiéndose más de lo que él podía aguantar, y entonces apareció su icono en la pantalla del HUD rodeado por un círculo.

Apretó el disparador del avión, señalándolo con el radar y ganándolo en puntuación y después puso rumbo al puerto y se volteó con el extremo del ala mientras reía triunfante.

—Marinero a Perro de campo. ¡Vas a tener que hacerlo mucho mejor si quieres jugar con los mayores!

* * *

La lujosa sala de espera estaba en silencio. La luz se reflejaba en el suelo de parqué como un líquido dorado y cálido, pero Honor apenas lo había percibido. La euforia y felicidad de su vuelo con Paul parecían un recuerdo lejano y casi olvidado ahora que se encontraba allí sentada, tensa y en silencio mientras intentaba aparentar estar tranquila. Pero no podía engañar a los que la conocían, porque Nimitz no podía parar quieto. No dejaba de levantarse del cojín del sillón que estaba a su lado, merodeando en círculos como si estuviera buscando una parte más blanda del cojín antes de volver a acurrucarse.

Le habría ayudado poder hablar con alguno de la cerca de una docena de oficiales allí presentes. La mayoría eran conocidos y muchos amigos, pero el alabardero del Almirantazgo que estaba sentado al lado de la puerta estaba allí para algo más que para velar por sus necesidades y comodidad. Estaba prohibido que los testigos de un consejo de guerra hablaran sobre su testimonio antes de prestar declaración ante el tribunal. Por tradición, eso significaba que no se permitía ningún tipo de conversación mientras esperaban a ser llamados a testificar, y la presencia del alabardero era un recordatorio de sus responsabilidades.

Se recostó, apretó la cabeza contra la pared que estaba detrás de su butaca y cerró los ojos deseando que acabara ya todo.

* * *

El capitán lord Pavel Young entró en la enorme y silenciosa cámara con la mirada fija. El capitán del cuerpo de abogados de la Armada nombrado abogado defensor lo estaba esperando de pie cuando los infantes de marina que lo escoltaban lo acompañaron hasta la alfombra escarlata. Una de las paredes de aquella enorme habitación tenía ventanas que iban desde el techo al suelo. Los paneles de madera relucían con la luz que entraba en la habitación y Young se esforzó por no pestañear no fuese que malinterpretaran tan involuntaria reacción. Se relajó un poco, aliviado por llegar a su silla, pero cuando se apartó de la luz del sol, se encontró cara a cara con la larga mesa donde habían colocado los seis cartapacios y garrafas de agua helada. Sintió a la audiencia expectante y silenciosa tras de él. Sabía que su padre y sus hermanos estaban allí, pero no podía apartar los ojos de la mesa. Una espada reluciente (su espada, la espada de su uniforme de gala) estaba puesta delante del cartapacio central, el símbolo de su honor y autoridad como oficial de reina que iba a ser juzgado en ese tribunal.

La puerta se abrió y se puso en pie, tenso, cuando los miembros del tribunal entraron de menor a mayor rango en la jerarquía. Los miembros de menor rango permanecieron de pie al lado de sus asientos hasta que el presidente del tribunal llegó a su sitio y los seis se sentaron a la vez.

El almirante de Haven Albo se inclinó hacia delante, miró a ambos lados de la mesa, cogió el mazo con el mango de plata y golpeó dos veces la campana que estaba delante de él. Las notas musicales parecieron planear sobre el soleado aire y se escuchó el ruido de pies y sillas cuando la gente empezó a tomar asiento. El conde de Haven Albo dejó sobre la mesa el mazo, abrió la carpeta que tenía delante de él, posó sus manos sobre ella como si la estuviera sujetando y miró a la sala.

—Se abre la sesión.

Su voz de barítono llenó el silencio reinante y sus ojos se dirigieron a los documentos impresos que tenía delante de él.

—Este tribunal ha sido reunido, según los procedimientos y normas establecidas por el código de justicia militar y en el manual de consejos de guerra, por orden de la dama Francine Maurier, baronesa Morncreek primera dama del Almirantazgo, actuando en nombre de y bajo la autoridad y dirección de su majestad la reina, para considerar los cargos y especificaciones presentados contra el capitán lord Pavel Young, de la Armada Real, al mando del Brujo, como resultado de sus acciones durante un encuentro con las fuerzas enemigas en el sistema de Hancock.

Dejó de hablar y pasó la primera hoja, depositándola al otro lado de la carpeta con cuidado, y luego alzó sus gélidos ojos azules hacia Young. No había expresión alguna en su rostro; sin embargo, Young sabía que esa inexpresividad era fingida. El almirante Haven Albo era uno de los partidarios de la zorra, uno de los que pensaba que ella no podía hacer ningún mal. Saboreó un odio rancio cuando devolvió la mirada al almirante.

—Póngase en pie el acusado —dijo el almirante Haven Albo con tranquilidad. La silla de Young rozó suavemente la alfombra cuando éste la retiró hacia atrás y obedeció, poniéndose en pie delante de la mesa de la defensa situada justo enfrente del tribunal.

—Capitán lord Young, este tribunal le acusa de los siguientes cargos:

»Primero, que el miércoles, vigésimo tercer día del sexto mes del año doscientos ochenta y dos después del Aterrizaje, en su calidad de comodoro del Decimoséptimo escuadrón de cruceros pesados en el Sistema de Hancock consiguiente a la muerte en la batalla del comodoro Stephen Van Slyke, usted infringió el vigésimo tercer artículo del código de justicia militar y abandonó el Destacamento Hancock 001, y de ese modo interrumpió las acciones contra el enemigo sin haber recibido órdenes para ello.

»Segundo, que usted infringió posteriormente el vigésimo sexto artículo del código de justicia militar al desobedecer una orden directa de la nave insignia del Destacamento Hancock 001 y hacer caso omiso de las repetidas instrucciones que le ordenaban volver a la formación.

»Tercero, que, como consecuencia directa de las acciones sostenidas en los cargos primero y segundo, la integridad de la red de defensa de misiles del Destacamento Hancock 001 se vio seriamente comprometida por la retirada de las unidades bajo su mando; de ese modo, las demás unidades del destacamento quedaron expuestas al fuego enemigo que, como consecuencia de sus acciones, infligió graves daños con pérdidas humanas a dichas unidades.

»Cuarto, que las acciones y las consecuencias sostenidas en los cargos primero, segundo y tercero constituyen y resultan de un acto de cobardía.

»Quinto, que las acciones sostenidas en los cargos primero y segundo constituyen un acto de deserción ante fuerzas enemigas tal como se define en los artículos decimocuarto, decimoquinto y decimonoveno del código de justicia militar y, como tal, constituyen un acto de alta traición en virtud del código de justicia militar y de la Constitución de este reino estelar.

Young sabía que estaba pálido cuando el almirante de Haven Albo terminó de leer y pasó la hoja con su misma calma exasperante, pero mantuvo firmes sus rodillas. Su pulso batía sin cesar y sus tripas le sonaban de los nervios, sin embargo, la humillación y el odio que sentía por la mujer que lo había llevado hasta allí le daban fuerzas.

—Capitán lord Young, ha escuchado los cargos —dijo el almirante en su característico tono grave y tranquilo—. ¿Cómo se declara?

—Inocente de todos los cargos, mi señor. —La voz de tenor de Young sonó menos timbrada de lo que hubiera deseado, sin el deje desafiante que había intentado poner, pero al menos no tembló.

—Que conste en acta —respondió el almirante Haven Albo—. Siéntese, capitán.

Young volvió a tomar asiento, cruzó las manos sobre la mesa y las apretó fuertemente para que no temblaran. Haven Albo asintió a la fiscal, que se puso en pie.

—Damas y caballeros del tribunal —comenzó ceremoniosamente—, es intención de la acusación demostrar que el acusado cometió las ofensas enumeradas en los cargos contra él. Asimismo, la acusación tiene la intención de…

Young dejó de prestar atención. Bajó la vista a sus manos entrecruzadas y sintió que el odio y el miedo se arremolinaban su corazón como si de ácido se tratara. Incluso en ese momento podía haber dicho cuál de esas emociones era más fuerte. A pesar del alivio y la confianza que le había dado su padre al relatarle la composición del tribunal, solo harían falta cuatro votos de esos seis miembros para condenarlo. Y, si lo condenaban, moriría. Esa era la única posible sentencia para los dos últimos delitos de los que le acusaban.

Sin embargo, a pesar del insoportable terror que sentía, su odio creció hasta ponerse a la par, avivado por la humillación y la degradación que significaban los cargos. Incluso en el caso de que lo absolvieran, su reputación estaría para siempre manchada. El título silencioso de «cobarde» le perseguiría allá donde fuera, hiciera lo que hiciera, y todo era culpa de Harrington. Harrington, la zorra que lo había humillado en la Academia al rechazar sus insinuaciones y avergonzarlo delante de sus amigos. Harrington, la que lo había golpeado hasta dejarlo sangrando, vomitando y sollozando la noche que la intentó sorprender sola para castigarla como se merecía. La que había sobrevivido a todos los intentos de su familia, de sus aliados y de él mismo para desbaratar su carrera. La que se había cubierto de gloria y le había hecho parecer un estúpido en la estación Basilisco y que después había salido como la heroína de la batalla de Hancock cuando ella misma había infringido el código de justicia militar al negarse a pasar el mando al siguiente oficial de mayor rango. Maldita sea, ella tenía un rango inferior a él; sin embargo, le acusaban por haber desobedecido sus órdenes, ¡sus órdenes ilegales!

La bilis le asfixiaba y sus manos y nudillos blancos se cerraron en puños antes de que pudiera abrirlas. Sintió el sudor del odio y el miedo en su cuero cabelludo y en sus axilas. Respiró profundamente. Se obligó a permanecer bien erguido en la silla mientras el público y los morbosos de los medios retenían cada palabra de la fiscal. Los músculos de su mandíbula se tensaron.

Su momento llegaría. De algún modo, de alguna forma, independientemente de lo que le pasara a él, el momento de la zorra llegaría y pagaría por cada humillación que le había hecho pasar.

—… así concluye la declaración inaugural de la acusación, damas y caballeros —dijo finalmente la capitana Ortiz. Haven Albo le indicó con un gesto que se sentara y después alzó la vista al público de detrás de Young.

—El tribunal quiere recordar a los aquí presentes que el acusado gozará de la presunción de inocencia a menos que los cargos sean demostrados a juicio de la mayoría del tribunal. Este, no obstante, no es un juicio civil y los miembros del tribunal no son jueces en el sentido civil de la palabra. Nosotros, como acusación y defensa, tenemos un papel activo a la hora de determinar los hechos de los cargos y especificaciones expuestos contra el acusado. Asimismo, tenemos la obligación de considerar el impacto de aquellos hechos que no solo afectan al acusado, sino también a la disciplina y a la habilidad combatiente de la Armada de su majestad. Si un miembro del tribunal formula una o varias preguntas a cualquier testigo, esto no constituirá en modo alguno una violación de la imparcialidad judicial, pues es responsabilidad del tribunal descubrir y sopesar todas las facetas de la verdad. Asimismo, el tribunal es consciente del gran interés público que ha suscitado este caso. Ha sido este interés el que ha llevado al Almirantazgo a abrir este juicio al público y a permitir la presencia de los medios. El tribunal, sin embargo, quiere advertir a los medios de que se trata de un tribunal militar y que los representantes están presentes por tolerancia y no por derecho. Este tribunal no tolerará que se abuse de su paciencia ni que se infrinja la ley. Quedan avisados.

Recorrió con sus severos ojos azules la galería de la prensa y el silencio repicó como el cristal. Después aclaró su voz y levantó un dedo señalando a la fiscal.

—Muy bien, fiscal. Puede llamar a su primer testigo.

—Gracias, señoría. —La capitana se levantó una vez más y miró al ujier—. Su señoría, la acusación llama a su primer testigo, la capitana condesa lady Honor Harrington.