5
—Supongo que ya iba siendo hora de irme. —Michelle Henke suspiró.
Su hombro derecho portaba la insignia en forma de herradura de su nuevo mando y el galón blanco y azul de su MVD[5] brillaba en el lado izquierdo de su guerrera negra espacial. La guerrera solo era un poco más oscura que su piel, pero su tono hacía que su nueva boina blanca de comandante de nave espacial resaltara aún más y las también nuevas cuatro estrellas de capitana subalterna emitían destellos de luz desde su cuello. A Honor le habría gustado pasarle sus estrellas a su amiga. Era una tradición extraoficial cuando se ascendía a un primer oficial, pero Honor se había saltado ese paso en su promoción. No obstante, daba igual que la insignia fuera nueva o vieja, Mike estaba, sencillamente, más que perfecta.
—Supongo que sí. —Honor le ajustó la charretera escarlata y dorada de la mantícora rampante de la Armada que Henke llevaba en su manga derecha—. Me alegro por ti, Mike. Siento mucho que te vayas, esperaba que pudiéramos pasar más tiempo juntas, pero bien sabe Dios que te lo mereces.
—Ya te dije cuando viniste a bordo del Nike que no me conformaría con menos que un crucero para mí. —Henke se encogió de hombros y sonrió—. A estas alturas ya deberías saber que siempre me salgo con la mía.
—Supongo que sí —se mostró de acuerdo Honor—. Deja que te acompañe a la dársena de botes.
Henke asintió y Honor miró al asistente de primera clase James MacGuiness cuando subió a Nimitz a su hombro. Su asistente no pareció inmutarse, pero uno de sus párpados se cerró levemente.
Ella le devolvió el guiño con un movimiento de cabeza y siguió a Henke hacia la escotilla.
Pasaron al lado del centinela que hacía guardia en las dependencias la capitana del Nike y se dirigieron al ascensor. El pasillo estaba desierto, como era habitual, pero Honor notó cómo los ojos de Henke lo recorrían de un lado a otro. Toda la sala de oficiales del Nike había acudido a la cena de felicitación que había organizado Honor, sin embargo, era costumbre que los oficiales superiores de la nave tropezaran «accidentalmente» con el primer oficial que se marchaba y le desearan buena suerte en su nuevo puesto, sobre todo si iba a asumir el mando de una nave.
Pero ese día no había ni rastro de ellos y los ojos de Henke se entristecieron. Parecía estar a punto de decir algo; pero después se encogió de hombros y entró en el ascensor. Honor marcó el código de destino, se puso a su lado y comenzó a hablarle de banalidades. Su voz sonó animosa para intentar que Henke se olvidara de su decepción. Logró que su amiga se riera mientras las dos observaban cómo el visualizador de situación parpadeaba. El ascensor se movía veloz y silencioso, pero tardaron más de lo habitual en hacer el trayecto, ya que se dirigían a la Dársena de Botes Tres. De todas las dársenas de botes del Nike, la tres era la peor situada con respecto a las dependencias de la capitana, pero los daños de la batalla aún sin reparar hacían que las dos instalaciones de acoplamiento de proa todavía estuvieran inservibles.
Llegaron a su destino, las puertas del ascensor se abrieron y Honor le cedió el paso con un ademán elegante. Henke rió y la respondió con una reverencia regia, pero entonces se quedó helada cuando las notas iniciales de la fanfarria de la marcha de Saganami sonaron nítidas y magníficas por los altavoces de la dársena.
Se volvió para mirar la galería de la dársena con los ojos como platos y una orden se abrió camino entre los compases majestuosos del himno de la Real Armada Manticoriana.
—¡Presenteeeeen armas! —gritó alguien y las manos golpearon las culatas de los rifles de pulsos con precisión cuando la Guardia de Honor de la Armada obedeció. El coronel Ramírez y la mayor Hibson también estaban allí, pero se echaron a un lado cuando la capitana Tyler, la marine de rango superior que había sobrevivido a la batalla de Hancock, levantó la espada de su uniforme de gala a modo de saludo. Ella y su gente conformaban un sólido bloque de espléndidos uniformes de gala verdes y negros, pero los mamparos de la galería también estaban flanqueados por marines y oficiales de la Armada que, en posición de firmes, formaban una doble fila negra y dorada al lado de la entrada del tubo de embarque.
Henke se volvió para mirar a Honor radiante de felicidad.
—¡Me has tendido una trampa! —la acuso valiéndose del volumen del himno, pero Honor negó con la cabeza.
—Yo no he sido, fue idea de la tripulación. Yo tan solo hice que Mac les avisara cuando estuvieras de camino.
Henke empezó a decir algo más, pero se contuvo y se dirigió de nuevo hacia la galería. Se puso firme y recorrió por entre las rígidas filas de oficiales la distancia que la separaba del tubo de embarque con Honor a la zaga. Una vez llegaron al tubo de embarque, la comandante Chandler se cuadró y la saludó.
Henke le devolvió el saludo y la minúscula pelirroja que iba a sustituirla como primera oficial del Nike extendió su mano cuando la música dejó de sonar.
—Enhorabuena, capitana Henke —dijo—. La echaremos de menos. Pero, en nombre de los oficiales y la tripulación del Nike, le deseo buena suerte y buena cacería.
—Gracias, comandante. —La voz de contralto de Henke sonó más ronca de lo habitual y tuvo que volver a contenerse de nuevo—. Tiene una buena nave y buena gente a su cargo, Eve. Cuide de ellos. Y… —añadió con una sonrisa— procure que la patrona no se meta en líos.
—Lo haré, señora. —Chandler saludó una vez más y después dio un paso atrás. Las pitadas del contramaestre, el saludo oficial para despedir a una comandante de nave, gorjearon y Henke estrechó de nuevo firmemente la mano de Honor y entró en el tubo sin volver la vista.
* * *
Pavel Young, que estaba mirando absorto a través de la ventana, se volvió cuando sonó el timbre de la puerta. Se detuvo un instante para colocarse el uniforme, pulsó la tecla de entrada y vio cómo la puerta de sus dependencias se abría.
La infante de marina que estaba de centinela en el vestíbulo no era el símbolo de respeto que habría merecido a bordo de una nave. Ella era la guardia de Young, un símbolo oficial de la deshonra de su estatus, su rostro inexpresivo y frío al pensar en ello denotaba la opinión que le merecía. Su boca se tensó al recordarlo, y la ira y humillación que bullían en su interior se hicieron aún más fuertes cuando escuchó el zumbido de la silla antigravitatoria de soporte vital acercándose a su salón.
El hombre de la silla apenas tenía noventa años-T, no demasiada edad en una sociedad con proceso de prolongación, pero el color de su rostro no era saludable y llenaba la silla con una obesidad que siempre había hecho que Young estuviera más pendiente de lo que hubiera deseado de su cada vez más gruesa cintura. Hasta la medicina moderna tenía sus límites respecto a las consecuencias de una vida llena de excesos catastróficos.
La silla ronroneó cuando se dirigió al centro de la habitación y el décimo conde de Hollow del Norte se recostó sobre ella para mirar con sus ojos llenos de bolsas a su hijo mayor.
—Así que —resolló— esta vez has metido la pata, ¿no?
—Actué lo mejor que pude dadas las circunstancias, padre —dijo Young con fría formalidad. El resoplido del conde sonó como si le enviara una onda expansiva a través de su circunferencia descomunal.
—¡Ahórratelo para el tribunal, hijo! La jodiste, no intentes fingir que no. No en mi presencia. ¡Sobre todo… —dijo mientras sus diminutos ojos redondos lo miraron con dureza— si esperas que yo te salve el pellejo!
Young tragó saliva. Pensaba que ya no podía estar más asustado; la insinuación de que quizá esta vez su padre no pudiera salvarlo demostró que todavía podía estarlo más.
—Mejor así. —El conde movió su silla hacia la ventana, echó un vistazo al exterior y, a continuación, la desplazó para mirar de nuevo a su hijo—. No puedo ni pensar que fueras tan idiota como para joderla de esa manera con esa zorra al mando —gruñó. Al igual que el propio Young, el conde rara vez decía el nombre de Honor Harrington, pero Young se sonrojó al escuchar el cáustico desdén de su voz, pues esta vez no iba dirigido a ella—. ¡Maldita sea, muchacho! ¿No te había creado ya suficientes problemas? —El conde agitó su mano, grande como una losa, señalando la puerta cerrada y custodiada—. ¿Para qué demonios tienes ese cerebro?
Young se mordió el labio y una ira renovada bulló en su interior. ¿Qué sabría su padre? ¿Acaso había estado él en medio de una tormenta de misiles?
—Doce minutos. —Aquella voz jadeante y aguda siguió hablando—. Lo único que tenías que haber hecho era aguantar doce minutos más y nada de esto habría pasado.
—Tomé la mejor decisión que pude, señor —dijo Young y, nada más decirlo, supo que era mentira. Incluso ahora podía sentir aquel pánico paralizador e irreflexivo.
—Gilipolleces. Saliste huyendo. —Young se sonrojó aún más, pero el conde hizo caso omiso de ello y prosiguió como si estuviera hablando para sí—. Nunca debí haberte mandado a la Armada. Supongo que siempre supe que no tenías lo que hay que tener para ello.
Young se lo quedó mirando, incapaz de articular palabra, y el conde de Hollow del Norte suspiró.
—Bueno, eso ya no viene al caso. —Pareció darse cuenta de que su hijo seguía en posición de firme y señaló la silla con uno de sus dedos morcillones—. Siéntate, hijo. ¡Siéntate! —Young obedeció con el automatismo propio de una máquina y el conde suspiró de nuevo—. Ya sé que yo no estaba allí, Pavel —dijo en un tono más cariñoso—. Y sé que estas cosas pasan. Lo importante ahora es cómo salimos de esta. Ya tengo unos cuantos anzuelos echados, pero antes de que pueda hacer algo útil necesito saber qué fue lo que ocurrió realmente. No la versión oficial, la que tú estabas urdiendo. Lo que estabas pensando realmente —añadió con una mirada intensa y penetrante—. No me engañes, hijo. Hay mucho en juego.
—Soy consciente de ello, padre —dijo Young en voz baja.
—Bien. —El conde extendió su mano para darle una palmadita en la rodilla y colocó su silla encima de la alfombra—. Entonces supongamos que empiezas por contarme todo lo que recuerdas. Ahórrate las justificaciones para el tribunal y limítate a contarme lo que ocurrió.
* * *
El almirante de los Verdes, Hamish Alexander, decimotercer conde de Haven Albo, observaba a su hermano menor y heredero desde el otro lado del mantel blanco inmaculado mientras su anfitrión con gesto adusto, el almirante sir James Bowie Webster, comandante en jefe de la Flota Territorial, los observaba a los dos.
—No puedo creerlo —dijo el conde de Haven Albo al final. Hacía menos de una hora que su nave insignia había vuelto a la órbita de Mantícora cuando Webster lo «invitó» a cenar a bordo de la Mantícora. Ahora movía la cabeza como si estuviera en medio de una pesadilla—. Sabía que la cosa andaba jodida, pero los despachos de Caparelli no indicaban que las cosas estuvieran tan mal.
—No sabíamos cuánto iban a empeorar las cosas cuando te enviamos el último trasvase y te ordenamos que regresaras a casa, Hamish. —William Alexander se encogió de hombros casi disculpándose—. Sabíamos que habíamos perdido a Wallace y a sus compinches, pero no sabíamos que la Asociación Conservadora iba a pasarse a la oposición también.
—Maldita sea, Willie, ¡tenemos que atacar a los repos ya! Se están viniendo abajo delante de nuestros ojos, ¡si ni siquiera dispararon ni una sola vez cuando pasé por Chelsea! Pero, si vuelven a ponerse en pie… —El conde dejó que su voz se fuera apagando y su hermano se encogió de hombros.
—Gastas saliva, Hamish. El duque ha contado con el favor de las cámaras los últimos cincuenta años, pero ahora la oposición se esta manteniendo firme a este respecto. Creo que los Liberales se han autoconvencido de que lo que está ocurriendo en Haven es un movimiento reformista genuino. En cuanto a los Progresistas. Dudo mucho que el conde de Gray Hill y la dama Descroix fuera capaces de reconocer un principio aunque lo tuvieran delante de su cara, pero han convencido a las filas progresistas y sostienen que los repos acabarán por destruirse ellos mismos si los dejamos hacer.
—¡Pero eso es una sandez, Willie! —Webster puso la taza en la mesa con tanto enojo que el café se le derramó—. ¡Maldita sea! ¿Es que ninguno de ellos lee historia?
—No, ninguno de ellos se ocupa en ello. —El enfado de William se hizo patente a través del mesurado tono de su voz—. No es «relevante».
—¡Idiotas! —gruñó el conde de Haven Albo. Se puso en pie apartando a un lado su silla y dio una vuelta rápida lleno de frustración por el comedor del camarote de Webster—. Esta es la típica situación. El gobierno havenita de estas últimas décadas ha sido un desastre, pero este nuevo Comité de Seguridad Pública es un animal completamente distinto. No me importa lo que diga su propaganda, no son más reformadores que la Asociación Conservadora y son despiadados como el mismísimo demonio. ¡Si hasta tus propias fuentes han informado de que ya han matado a más de una docena de almirantes! Si no acabamos con ellos antes de que se afiancen en el poder, tendremos que luchar contra algo diez veces más peligroso de lo que Harris y sus títeres jamás fueron.
—Al menos puede que se carguen a los suficientes comandantes como para darnos un poco de ventaja. —William sonó como un hombre que intentaba convencerse de que era cierto aquello de que no hay mal que por bien no venga. Su hermano resopló con dureza.
—Nunca has leído nada sobre Napoleón, ¿verdad, Willie? —Alexander negó con la cabeza y el conde de Haven Albo sonrió con el gesto torcido—. Cuando Napoleón formó el ejército que conquistó la mayor parte de Europa, lo hizo convirtiendo a los tenientes, sargentos, ¡incluso a los cabos!, en coroneles y generales. Sus tropas decían que había un bastón de mando de mariscal de campo en cada petate, que cualquiera podía subir de escalafón una vez el antiguo régimen estuviera fuera de juego. Bien, ahora son los legislaturistas los que están fuera de juego. Es cierto que matar a la vieja guardia le está costando al nuevo régimen perder mucha experiencia, pero también le está ofreciendo a los no legislaturistas su primera oportunidad real de alcanzar el poder. ¡Maldita sea! ¡Todo lo que necesitamos es un cuerpo de oficiales repos con un interés genuino en el sistema y la oportunidad de ascender por sus propios méritos!
—Y eso sin tener en cuenta el otro móvil —agregó Webster. William lo miró y el almirante se encogió de hombros—. Vuelve con tu escudo o sobre él —dijo—. Cualquiera que esté en desacuerdo con el nuevo régimen correrá la misma suerte que Parnell. —Una expresión de pesar recorrió sus facciones y suspiró—. Aquel hombre era nuestro enemigo y yo odiaba el sistema que él representaba, pero ¡maldición!, se merecía un final mejor.
—Ciertamente. —El conde de Haven Albo se volvió a dejar caer sobre su asiento y alargó el brazo para coger su taza de café—. Era bueno, Jim. Más de lo que yo creía. En Yeltsin lo pillé desprevenido. No sabía que estábamos allí ni cuántos éramos y aun así, logró sacar a casi la mitad de su flota de allí. ¡Y su propio Gobierno va y lo ejecuta por «traición»! —El conde sorbió un poco de café y después movió la cabeza con tristeza y respiró profundamente.
—Bien, Willie. Jim y yo entendemos los problemas del duque, pero ¿qué es exactamente lo que esperas que haga? Todo el mundo sabe que yo respaldo a los Centristas y no solo porque mi hermano pequeño esté en el gabinete —intentó esbozar una sonrisa cansada—. Dudo mucho que yo pueda hacer cambiar de parecer a nadie si ni él ni tú lo habéis conseguido.
—Lo cierto es que —dijo William incómodo— me temo que vas a jugar un papel en esta situación más importante de lo que tú crees.
—¿Yo? —dijo con escepticismo el conde de Haven Albo. Miró a Webster, pero su amigo se encogió de hombros indicándole que él tampoco sabía de qué estaba hablando William. Los dos se quedaron mirándolo.
—Tú. —Alexander suspiró y se recostó en su asiento—. No debería saber esto, pero se ha formado un consejo de guerra contra Pavel Young, Hamish.
—¡Ya era hora, joder! —bufó Webster, pero había algo en la voz de Alexander que hicieron que las alarmas se dispararan en su cabeza. Le lanzó una mirada inquisitiva.
—Tú formas parte de él. Es más, eres el miembro de mayor rango.
—¡Dios mío! —Webster dejó escapar un quejido cuando lo entendió todo. El conde de Haven Albo no dijo nada durante un instan mientras miraba a su hermano. Después habló con cautela.
—Willie, estoy dispuesto a hacer muchas cosas por Allen Summervale, pero esto es demasiado. Dile al duque que si me nombran para formar parte de un tribunal, incluso del de Pavel Young, voy a escuchar todas las pruebas y a tomar mi decisión basándome única y exclusivamente en ellas.
—¡Nadie te está pidiendo que hagas lo contrario! —le espetó William. El azul de sus ojos chocó con los ojos igualmente azules de Alexander y el conde levantó una mano a modo de disculpa. Su hermano lo miró y después suspiró—. Lo siento, Hamish, lo siento. Es solo que…
Paró de hablar y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir su gesto era calmado.
—Mira, nadie quiere influir en tu decisión, pero lo último que cualquiera de nosotros necesita, incluido tú, es que algo te coja desprevenido.
—¿Desprevenido? —repitió el conde y William asintió.
—Sé que se supone que el proceso de selección evita cualquier posibilidad de favoritismo a la hora de seleccionar el tribunal de un consejo de guerra, pero esta vez nos ha jugado una mala pasada, Ham. Tú estás en el tribunal y también Sonja Hemphill, Rex Jurgens y Antoinette Lemaitre.
El conde se estremeció y Webster logró contenerse y no expresar en voz alta su incredulidad. El silencio volvió a apoderarse de la sala hasta que el conde lo rompió.
—¿Quiénes son los otros dos? —preguntó.
—Thor Simengaard y la almirante Kuzak.
—Mmm. —El conde de Haven Albo frunció el ceño y cruzó las piernas mientras se frotaba una ceja—. Theodosia Kuzak es totalmente apolítica —dijo instantes después—. Solamente tendrá en cuenta las pruebas. Simengaard es más problemático, pero temo que si escucha a sus prejuicios fallará en contra de Young. Es cierto que todavía no he visto ninguna de las pruebas; es más, no sé cuáles son los cargos oficiales de que se le acusa, pero, por sus principios, no creo que le tenga mucho aprecio a Pavel Young.
—Lo que aún nos deja a los otros tres —señaló William—, y el conde de Hollow del Norte está haciendo uso de todos los recursos de que dispone. A menos que me equivoque, va a hablar con el barón de las Altas Cumbres para hacerle ver que el respaldo de los Conservadores a la oposición está supeditado al resultado del juicio y eso también se aplica a los Liberales y Progresistas, Huelen la sangre, incluso la posibilidad de derrocar al gobierno del duque a pesar del apoyo de la Corona. No van a dejar pasar esa oportunidad y si salvar a su hijo es el precio que tienen que pagar… —interrumpió su discurso encogiéndose de hombros.
—¿Realmente tiene esa influencia, Willie? —le preguntó Webster.
—¡Mierda, Jim! Después de tanto tiempo como primer lord del espacio, deberías saberlo mejor que yo. Ese viejo bastardo es el responsable de la disciplina de la Asociación Conservadora en la Cámara de los Lores. Peor aún, sabe dónde están enterrados todos los cuerpos de la política manticoriana. ¿Crees que no sería capaz de exhumarlos uno por uno para salvar el pescuezo de su hijo? —Los labios de Alexander hicieron una mueca de desprecio y Webster asintió.
—¿Cómo piensas que lo va a hacer, Willie? —le preguntó el conde de Haven Albo.
—Todavía no lo sabemos. Por el momento está pidiendo que retiremos todos los cargos, pero él tiene que saber que eso no es posible. Su majestad ha dejado clara su posición al respecto y, con o sin la oposición, eso va a pesar en muchos de ellos. Sin embargo, tiene a Janacek como asesor y eso nos preocupa. Puede que Janacek sea un bastardo conservador y reaccionario, pero conoce la Armada tan bien como el conde de Hollow del Norte la política. Creo que por el momento se están limitando a controlar su posición de negociaciones inicial, pero entre los dos acabarán finalmente por idear algo más efectivo. Puedes estar seguro de ello.
—Y yo de presidente del tribunal. Estupendo. —El conde Haven Albo descruzó las piernas y se hundió aún más en su asiento.
—Y tú de presidente del tribunal —le confirmó su hermano—. No te envidio ni tampoco pretendo sugerirte qué es lo que deberías hacer. Aparte de porque me arrancarías la cabeza, porque nadie sabe aún lo suficiente como para sugerir nada. Pero esto se está perfilando como la batalla más horrible que pueda recordar, Ham, y las cosas no van a mejorar.
—Es una forma muy mesurada de decirlo. —El conde miró las punteras relucientes de sus botas y siguió haciendo conjeturas sobre el asunto—. Supongo que no tengo más que lo que merezco Jim —dijo casi enigmáticamente, y los otros dos lo miraron boquiabiertos.
—¿A qué te refieres? —preguntó Webster.
—¿Acaso no fui yo quien sugirió que enviaran a Sarnow a Hancock con Harrington como capitana de su nave insignia?
—A mí también me pareció una buena idea, Hamish. Y a juzgar por los informes posteriores, fue una gran idea mandarlos allí.
—Totalmente de acuerdo. —El conde se incorporó un poco en la silla y frunció el ceño—. Por cierto, ¿cómo se encuentra Sarnow?
—Tiene muy mal aspecto —dijo Webster con franqueza—, pero los médicos están satisfechos. Perdió las dos piernas a la altura de la rodilla y sus heridas internas tampoco son desdeñables, pero dicen que está sanando con rapidez. Cualquiera lo diría a juzgar por su aspecto, pero eso es lo que ellos dicen. Eso sí, va a estar de baja durante meses una vez comiencen con la regeneración de sus piernas.
—Al menos las suyas sí se pueden regenerar —murmuró el conde y Webster y su hermano se miraron el uno al otro en silencio. El conde permaneció sentado sin hablar unos instantes más y después volvió a suspirar—. Muy bien, Willie. Estoy avisado. Dile al duque que haré todo lo que esté en mi mano para contener las secuelas políticas que pudieran derivarse del proceso, pero, si las pruebas respaldan los cargos, dile que no dejaré de ningún modo que Young quede impune. Si eso empeora la situación, lo siento, pero es lo que hay.
—Ya contaba con ello, gilipollas. —William sonrió con tristeza a su hermano mayor y le apretó el brazo en una demostración física de afecto poco habitual—. ¡Ya lo sabía antes de venir!
—Me lo suponía. —El conde asintió con una breve sonrisa. Miró el reloj del mamparo y se puso en pie—. Bueno —dijo con más brío—, ya estoy avisado. Y ahora, por mucho que me entristezca tener que dejar a tan augustos personajes, hace casi cuatro meses que no veo a Emily y ya está casi amaneciendo en Haven Albo. Así que si me disculpáis…
—Te acompañaremos a la dársena de botes —dijo Webster.