En primer lugar, y como es costumbre en estos casos, quisiera declarar que ningún personaje, ni hospital, ni fundación, están basados en casos concretos del mundo real. No conozco, ni he conocido nunca, a ningún cargo político del Ayuntamiento de Tarragona, y el director general Cladellas pertenece exclusivamente a la ficción. Dicho esto, debo añadir a continuación que ésta no es una historia de ciencia ficción, y que todo lo que se cuenta podría suceder si tropezáramos con personajes sin escrúpulos como los que aparecen en la novela.
Desde el punto de vista científico, está probado que los individuos con telómeros «hiperlargos» son propensos a la longevidad. De hecho, ya existen moléculas capaces de aumentar la actividad de la telomerasa que, con el fin de disminuir el envejecimiento, podrían entrar en breve en las fases de estudios con humanos. El problema radica en el riesgo de que las células inmortales acaben proliferando y convirtiéndose en un tumor. Por dicho motivo, simultáneamente deben investigarse también sistemas de control del crecimiento celular. Las técnicas de relleno faciales que ya se llevan a cabo en la actualidad, o cualquier otro tratamiento futuro con células madre, podrían beneficiarse en gran medida si éstas contaran con una telomerasa hiperactiva.
La otra cara de la moneda en la investigación en telomerasa nos lleva a los fármacos para el tratamiento del cáncer, como los que estudia la protagonista, que intentan silenciar esta enzima, para que las células tumorales dejen de multiplicarse. En este sentido (y pese a que el AB-65, el AB-70 y el AB-105 son ficticios) existen varias moléculas metiladoras del gen de la telomerasa, muchas de ellas en avanzado estado de desarrollo.
Hechas estas aclaraciones previas, quiero agradecer profundamente la ayuda de todos los médicos y científicos que han contribuido a «rellenar» esta historia con sus conocimientos.
La cirugía plástica y estética es una especialidad ligada de lleno a mis raíces vitales, ya que mi padre fue uno de los cirujanos pioneros en nuestro país. Eran unos tiempos en los que la consulta se tenía en casa, y por tanto la viví muy de cerca, desde los primeros años de la infancia. Para mí y mis hermanas era un entretenimiento como otro doblar gasas y llenar los guantes con polvos de talco antes de la esterilización para las curas del día siguiente. Como lo era también, siendo jovencitas, espiar detrás de la puerta la llegada de las bailarinas de El Molino que venían a la consulta para hacerse algún retoque. Por esta vinculación sentimental, agradezco doblemente el asesoramiento de los cirujanos que han aceptado participar en este libro, a pesar de la inclusión de escenas incómodas (y excepcionales) para su dignísima especialidad. Vaya mi gratitud a Antonio de la Fuente, prominente cirujano plástico de Madrid, por permitirme que hiciera operar a Evarist Figueras la reconstrucción del pecho con las técnicas que él domina. Le agradezco sus comentarios cuidadosos y acertados. Y también a Víctor García, especialista en medicina cosmética de Barcelona, por facilitarme los detalles del relleno facial. En especial quiero agradecer a Anna Torres, cirujana plástica en Barcelona, la lectura atenta de todas las referencias a la cirugía plástica y estética de la novela.
Las gracias más sinceras a María Blasco, eminente investigadora en telomerasa, actualmente directora del CNIO en Madrid, por la revisión de la verosimilitud de la historia científica, así como a Elena Casacuberta, investigadora del CSIC en Barcelona, que trabaja con agentes metiladores de telomerasa y me ha ayudado a instruir a Diana en las técnicas de laboratorio que utiliza. Asimismo, tengo una deuda remarcable con Agustín Zapata, catedrático de Biología celular de la Universidad Complutense de Madrid, que desde el primer momento, con sus pacientes explicaciones, me ha ahorrado muchos pasos en falso por el camino de las células madre.
Entre los ginecólogos que me han ayudado, quiero destacar a Lluís M. Puig Tintore, que aconsejó las visitas y el postoperatorio del estrechamiento vaginal, y Just Callejo y Joan Balasch, que nutrieron las opiniones controvertidas respecto a la terapia hormonal sustitutiva. También a Amèlia Pérez, que prestó su experiencia a la enfermera especialista de suelo pélvico.
Quiero expresar un agradecimiento afectuoso a Toni González, mosso d’escuadra, por las investigaciones policiales, a Jaume Asens, abogado penalista, a Manuel Gené, Emili Huguet y Carme Barrot, por los aspectos legales y forenses, a Cristian Escuin, por las cuestiones informáticas, y al amigo Lluís Masriera, por corregir mi pobre conocimiento de los barcos. También a otros asesores, como Cristina Oliveiras, por su saber psiquiátrico y espiritual, Josep Riba, por la información poco «traumática» sobre fracturas y lesiones craneales, a Josep Antoni Bombi y Abel Muñoz, responsables de la sala de necropsias del Hospital Clínico de Barcelona, y finalmente a Susanna Puig y Pep Canals, Simó Swartz y Ramón Trullas, por los consejos iniciales. Y no quiero olvidar a Manuel Trias, jefe de servicio del Hospital de Sant Pau, que me ha mostrado las interioridades de un hospital, supervisando los pequeños detalles descriptivos de las escenas clínicas. En estos casos es una convención asegurar que las opiniones expresadas en la novela son sólo de los personajes, y los errores, exclusivamente míos.
Quiero dedicar el último agradecimiento a Isidre Grau, escritor, amigo y mi primer lector, por sus observaciones, siempre sagaces y sutiles. Le agradezco profundamente sus consejos inestimables. Y a mis editores, Deborah Blackman y Josep Lluch, que han hecho el seguimiento de la novela con entusiasmo, depositando en ella toda su confianza.
Durante ocho años de mi vida viví en el sur de Cataluña, en Reus, donde desarrollé la primera formación académica e investigadora en la entonces nueva Facultad de Medicina. Como Diana, tuve que trasladarme a una zona del país que desconocía. Y, a pesar de ello, lo recuerdo con añoranza. Fueron unos tiempos privilegiados durante los cuales disfruté de unos parajes, costumbres y amigos muy diferentes de los de una gran ciudad.
La historia del antiguo sanatorio de la Savinosa, en la vecina Tarragona, me sedujo desde el primer momento: unas ruinas tétricas con leyendas estremecedoras detrás. Su situación excepcional frente al mar, y cerca de la Playa Larga (Calallonga en la novela), habría enamorado al promotor de cualquier proyecto urbanístico. Por lo tanto, no dudé en apropiarme del terreno para edificar el Hospital del Mediterráneo y la Fundación Sokolov. El entorno magnífico de pinos tupidos, el mar siempre templado y acogedor, y el intenso aroma a romero y tomillo en el ambiente, invitan a retirarse durante unos días a estos parajes inolvidables. La combinación del aceite de arbequina y vino del Priorato constituye una terapia de primera fila, muchísimo más recomendable que la terapia de riesgo de esta historia.