6

Cuando Frix y las ratas se marcharon, Hisvet miró al Ratonero durante una veintena de latidos del corazón, con el ceño un poco fruncido, fijos en él sus ojos de iris rojizos.

—Ojalá pudiera estar segura —dijo finalmente con un suspiro.

—¿Segura de qué, alteza blanca? —le preguntó el Ratonero.

—De que me amas realmente —respondió ella en voz baja pero llana, como si él lo supiera sin ninguna duda—. Muchos hombres, así como mujeres, demonios y bestias, me han dicho que me amaban de veras, pero no creo que ninguno de ellos me amara en verdad por mí misma (salvo Frix, cuya felicidad radica en ser una sombra), sino sólo porque era joven o bella o una damisela de Lankhmar o muy lista o con un padre rico y poderoso, emparentado con las ratas, lo cual es cierto signo de poder en otros mundos aparte de Nehwon. ¿Me amas realmente por mí misma, Ratonero Gris?

—No dudes de mi amor, princesa de las sombras —dijo el Ratonero sin apenas un instante de vacilación—. Te amo realmente por ti misma, Hisvet, más que a cualquier otra persona en Nehwon y en todos los demás mundos, en el cielo y el infierno juntos.

En aquel momento, Fafhrd, a quien la gata había arañado o mordido cruelmente, emitió un agudo lamento y el Ratonero dijo impulsivo:

—Querida princesa, primero apartad ese gato de mi amigo, pues temo que le ciegue o incluso acabe con su vida, y luego hablaremos de nuestros grandes amores hasta el fin de la eternidad.

—A eso precisamente me refería —dijo Hisvet en voz baja y con tono de reproche—. Si me quisieras realmente por mí misma, Ratonero Gris, no te importaría un ardite que a tu amigo más íntimo o a tu esposa, tu madre o tu hijo les torturasen y dieran muerte ante tus ojos, mientras los míos estuvieran fijos en ti y yo te tocara con las yemas de mis dedos. Con mis labios en tu boca y mis esbeltas manos acariciándote, con toda mi persona aceptándote y ansiando recibirte, verías a tu amigo cegado o muerto por un gato, o tal vez incluso devorado por las ratas, y te sentirías satisfecho. He tocado pocas cosas en este mundo, Ratonero Gris, pero desde luego no he tocado a ningún hombre ni demonio ni bestia masculinos, excepto por delegación en Frix. No lo olvides.

—¡Por supuesto, querida luz de mi vida! —replicó el Ratonero con vehemencia, seguro ahora de que tenía que habérselas con una especie de narcisismo desaforado, pues como él tenía una vena de la misma manía, sabía reconocerla—. ¡Que los pinchazos desangren al bárbaro hasta matarlo! ¡Que la gata le arranque los ojos! ¡Que las ratas lo devoren y sólo dejen los huesos! ¡Qué importa mientras nosotros intercambiamos dulces palabras y caricias, comunicándonos con los cuerpos y las almas por igual!

Entretanto había seguido cortando la soga con la moneda, cuyo filo ya se había embotado, sin que le disuadiera la mirada que Hisvet fijaba en él. Le animaba notar su daga Garra de Gato contra las costillas.

—Así habla mi auténtico Ratonero —dijo Hisvet en el tono más tierno, deslizando los dedos tan cerca de su mejilla que él pudo notar el tenue frío de céfiro que levantaron a su paso. Entonces se volvió y gritó—: ¡Aquí, Frix! Enviamos a Skwee y la Compañía Blanca. Que cada una traiga a dos compañeras negras de su elección. Tengo una recompensa para ellas, un banquete especial. Skwee, Skwee, Skwee!

Sería imposible conjeturar lo que habría sucedido entonces, pues en aquel momento Frix exclamó:

—¡Una vela negra! ¡Oh, mi dichosa ama, es vuestro padre! Por estribor surgió de la niebla nacarada el triángulo, similar a una aleta de tiburón, de la parte superior de una vela negra, que avanzaba paralela a la parda vela mayor de la Calamar, extendida en el agua. Dos garfios, separados uno del otro por la longitud de una nave pequeña, se alzaron y aferraron en la borda de la cubierta central, mientras la vela negra gualdrapeaba. Frix echó a correr y aseguró en la borda, entre los garfios, el extremo de una escala de cuerda enviada desde la balandra (pues tal debía de ser, supuso el Ratonero, la misteriosa embarcación).

Por aquella escala subió ágilmente un anciano que, al saltar por la borda, se reveló como un lankhmarés vestido de cuero negro, con una rata blanca sobre el hombro izquierdo, la cual se sujetaba de una orejera de su gorro, también de cuero negro. Le siguieron rápidamente dos mingoles delgados y calvos de rostros amarillos parduscos como limones pasados, cada uno con una gran rata negra sobre el hombro, que se sujetaba de una oreja cetrina.

Quiso la casualidad que en aquel instante Fafhrd volviera a quejarse, esta vez con más fuerza, y, abriendo los ojos, exclamó con la voz incierta del fumador de opio que sale de su ensoñación:

—¡Millones de monos negros! ¡Quitádmelos de encima! ¡Este monstruo del infierno me está atormentando! ¡Quitádmelo os digo!

Al oír esto la gatita negra se irguió, estiró su carita maligna y mordió a Fafhrd en la nariz. Hisvet no hizo caso de esta interrupción, saludó a los recién llegados alzando la mano y dijo:

—¡Bienvenido, padre mío y comandante! ¡Saludos sin par, capitán de las ratas Grig! Habéis conquistado la Almeja y ahora la Calamar ha caído en mi poder. Esta misma noche, cuando haya resuelto ciertos asuntos personales, me encargaré de la perdición definitiva de esta última flota, lo cual ocasionará la enemistad de Movarl, los mingoles cruzarán el Reino Hundido, derrocarán a Glipkerio ¡y las ratas dominarán en Lankhmar bajo tu autoridad y la mía!

El Ratonero, que seguía cortando la soga, reparó entonces en el hocico de Skwee. La pequeña capitana blanca había bajado de la cubierta de popa, obedeciendo la orden de Hisvet, junto con ocho compañeras blancas, dos de ellas vendadas, y ahora dirigió a Hisvet una mirada silenciosa con la que parecía poner en duda la última afirmación jactanciosa de la muchacha, una vez las ratas dominaran Lankhmar.

Hisvin, el padre de Hisvet, tenía la nariz larga, el rostro muy arrugado y cubierto de un rastrojo blanco de siete días, una barba de anciano. A pesar de que se encorvaba mucho, sus movimientos eran rápidos y ágiles. Respondió al discurso grandilocuente de su hija acercando su guante negro al pecho, con gesto petulante, y haciendo chascar la lengua con impaciencia, expresando así su desaprobación. Rodeó entonces la cubierta con su curioso paso apresurado, mientras los mingoles aguardaban al lado de la escala. Pasó junto a Fafhrd y la gata negra, que le estaba atormentando, chascando la lengua, cosa que hizo también al pasar ante el Ratonero, y, deteniéndose frente a Hisvet, encorvado y moviendo un poco los pies, como si no pudiera estarse quieto, le dijo en tono rápido y airado:

—¡Hay mucha confusión esta noche! ¡Coqueteando con hombres atados…! ¡Lo sé, lo sé! ¡La luna está saliendo demasiado! ¡Haré que le arranquen el hígado a mi astrólogo! ¡La Tiburón está remando como una sepia loca a través de la niebla blanca! ¡Un globo negro con lucecitas se desliza sobre las aguas! Y poco antes de que te encontráramos, un gran monstruo marino nadando en círculos con un monstruo farfullante en su cabeza… se nos acercó husmeando como si quisiera devorarnos, pero lo evadimos. ^

»Hija, tú con la doncella y tus pequeñas guerreras debéis transbordar en seguida a la balandra, deteniéndoos sólo el tiempo necesario para matar a esos dos y dejando un pelotón suicida de roedores para que hundan la Calamar.

—¡Zí, hundí la Clamá!

El Ratonero habría jurado que la rata sobre el hombro de Hisvin había pronunciado esas palabras en un extraño y agudo lankhmarés.

—¿Hundir la Calamar! —replicó Hisvet—. El plan consistía en llevarla a Ilthmar con una pequeña dotación y vender allí su carga.

—¡Los planes cambian! —le espetó Hisvin—. Hija, si no bajamos de este barco antes de cuarenta exhalaciones, la Tiburón nos embestirá, o el monstruo con ese loco vestido de payaso nos devorará mientras seguimos aquí, impotentes. ¡Da órdenes a Skwee! ¡Luego coge tu cuchillo y degüella a esos dos necios! ¡Vamos, rápido!

—Pero, papá —objetó Hisvet—. Había pensado algo totalmente distinto para ellos, aunque no la muerte, por lo menos no del todo. Algo mucho más creativo, incluso cariñoso…

—¡Te concedo treinta exhalaciones para que les tortures a ambos antes de matarles! ¡Treinta exhalaciones, ni una más! ¡Te conozco muy bien!

—¡No seas rudo! Estamos entre nuevos amigos. ¿Por qué siempre has de dar a la gente una mala impresión de mí? ¡No voy a seguir soportándolo!

—Eres más liosa y afectada que tu madre. —Pero te digo que no voy a soportarlo. Para cambiar, esta vez vamos a hacer las cosas a mi manera.

—¡Silencio! —le ordenó su padre, encorvándose todavía más y aplicando la mano a la oreja izquierda, mientras su rata blanca Grig imitaba su gesto en el otro lado.

Débilmente surgió de entre la niebla una jerigonza. —¡Gottverdammter Nebel! ¿Freunde, wo sind Sie?[5]

—¡Es ese demonio farfullante! —susurró Hisvin—. ¡El monstruo nos atacará! ¡Rápido, hija, pásalos a cuchillos, o haré que mis mingoles los despachen!

Hisvet alzó la mano, rechazando esa villana posibilidad. Su cabeza, orgullosamente empenachada, se inclinó ante lo inevitable.

—Yo lo haré —dijo—. Skwee, carga tu ballesta con plata y dámela.

La capitana blanca cruzó las patas delanteras sobre el pecho y se dirigió a ella con agudos chillidos que parecían imperiosos.

—No, no puedes hacerlo tú —respondió la muchacha bruscamente—. No puedes ocuparte de ninguno de ellos. Ahora son míos.

La rata siguió chillando.

—Muy bien, tu gente puede quedarse con el pequeño negro. ¡Ahora date prisa con la ballesta o te maldeciré! Recuerda, sólo un suave dardo de plata.

Hisvin se había reunido con sus mingoles y ahora daba vueltas, trazando un pequeño círculo. Frix, sonriente, se le acercó y le tocó un brazo, pero él la apartó de sí con gesto airado.

Skwee intentaba sacar de su pequeña aljaba, con movimientos frenéticos, un dardo de plata. Sus ocho compañeras se desplegaron por la cubierta hacia Fafhrd, gruñonamente desafiantes.

El norteño miraba la escena con el rostro ensangrentado, pero por fin lúcido, aquilatando la situación desesperada. El mordisco que la gata le había dado en la nariz había disipado los restos del sopor inducido por la adormidera.

En aquel momento se oyó otra exclamación incomprensible entre la niebla:

—¡Gottverdammter Nirgendswelt![6]

Una súbita inspiración hizo que los ojos inyectados en sangre de Fafhrd se ensancharan y brillaran. Aspiró hondo y lanzó un aullido retumbante.

Hoongk! Hoongk!

De la niebla surgió una ansiosa respuesta, gradualmente más sonora:

Hoongk! Hoongk! Hoongk!

Siete de las ocho ratas blancas que habían cruzado la cubierta regresaron llevando entre ellas a la gatita negra. Ésta todavía maullaba mientras los roedores la sujetaban, una de cada pata y oreja, en tanto la séptima trataba de coger en vano la cola, que se movía sin cesar. La octava rata avanzaba detrás cojeando, con una pata paralizada por una profunda mordedura de la gata.

Desde el camarote y el castillo de proa, desde todos los rincones de la cubierta, las ratas negras salieron para disfrutar contemplando a su tradicional enemigo, dominado y entregado al tormento. Los negros cuerpos peludos llegaron a tapar toda la cubierta central.

Hisvin dio una orden a sus mingoles, y éstos sacaron unos cuchillos de filo ondulado. Uno de ellos se dirigió a Fafhrd y el otro al Ratonero. La negra masa de las ratas ocultaban sus pies.

Skwee volcó sus diminutos dardos sobre la cubierta. Su pata aferró uno que tenía un brillo pálido, y lo colocó en la ballesta, que ofreció apresuradamente a su ama. Ésta la cogió con la mano derecha, apuntando a Fafhrd, pero en aquel momento el mingol que se dirigía hacia el Ratonero pasó por delante de ella, blandiendo el cuchillo de hoja ondulada. Hisvet cogió la ballesta con la mano izquierda, desenvainó su daga y corrió adelantándose al mingol.

Entretanto, el Ratonero había arrancado de un tirón tres lazadas de la soga. Las otras aún le retenían los tobillos y el cuello, pero se movió hacia un lado, desenvainó a Garra de Gato y propinó un tajo al mingol, cuando Hisvet empujó al hombre cetrino a un lado. La daga cortó su pálida mejilla desde la mandíbula hasta la nariz.

El otro mingol, que avanzaba hacia Fafhrd dispuesto a degollarle con su cuchillo, cayó bruscamente al suelo y empezó a retroceder, rodando, mientras las ratas negras, sorprendidas, chillaban y le mordisqueaban.

Hoongk!

Una gran cabeza de dragón verde había surgido de la niebla nacarada por encima de la borda a babor, en el lugar donde Fafhrd estaba atado. De las mandíbulas provistas de dientes como dagas se desprendió una baba que cubrió el cuerpo del norteño.

Como un gigantesco muñeco de resorte, la cabeza de fauces rojas se agachó y avanzó hacia adelante, la mandíbula inferior rastrilló la cubierta de roble y recogió un montón de ratas negras. Entonces las mandíbulas se cerraron sobre los aterrados roedores, a escasa distancia de la cabeza del mingol, que seguía rodando. Acto seguido, la cabeza verde se irguió y una horrenda hinchazón recorrió el largo cuello verdeamarillento.

Pero mientras permanecía erguida para un segundo ataque, salió de la niebla otra cabeza mucho más grande, una segunda cabeza de dragón que cuadruplicaba el tamaño de la primera y tenía una fantástica cresta roja, anaranjada y purpúrea (pues a primera vista el jinete parecía formar parte del monstruo). Esta cabeza se adelantó entonces como si fuese la del padre de todos los dragones, recogiendo un montón de ratas que doblaba en número al anterior, coronando el monstruoso bocado con las dos ratas blancas, detrás de las que transportaban a la gata negra.

La cabeza puso fin a su primer ataque con tanta brusquedad (quizá para no comerse a la gatita) que su jinete multicolor, que había blandido inútilmente su pica, fue lanzado hacia adelante, pasó a baja altura junto al palo mayor, derribó al mingol que se disponía a atacar al Ratonero y resbaló por la cubierta hasta la borda de estribor.

Las ratas blancas soltaron a la gatita, que se dirigió corriendo al palo mayor.

Entonces las dos cabezas verdes, hambrientas tras dos días sin ingerir más que algún pescado, desde su última comida verdadera en las rocas de las ratas, empezaron a barrer metódicamente la cubierta de la Calamar, limpiándola de ratas y evitando en general a los humanos, aunque con no demasiado cuidado. Las ratas, cuyo mismo apiñamiento les impedía escabullirse, poco pudieron hacer para librarse de aquel terrible destino. Tal vez por mor de los esfuerzos para dominar el mundo, las ratas se habían humanizado y civilizado lo suficiente para experimentar un pánico imaginativo, capaz de paralizarlas, y habían adquirido hasta cierto punto el talento humano para invitar y soportar la destrucción. Tal vez consideraban las cabezas de los dragones como las fauces rojas, gemelas de la guerra y el infierno, en las que debían caer de buen o mal grado. Sea como fuere, fueron barridas y tragadas por docenas. Las ratas blancas, excepto tres de ellas, fueron también devoradas.

Entretanto, los humanos a bordo de la Calamar se enfrentaban de diversas maneras a la alterada situación.

El viejo Hisvin agitó un puño y escupió a la cara mayor del dragón cuando, después de su primer bocado enorme, se volvió inquisitiva hacia él, como si tratara de decidir si aquel ser negro y encorvado era un hombre muy raro (cosa repulsiva) o una rata muy grande (una delicia). Pero cuando la hedionda aparición siguió avanzando hacia él, Hisvin saltó ágilmente a la borda, con tanta naturalidad como si se metiera en la cama, y bajó raudo por la escala de cuerda, emitiendo unos grititos de consternación, mientras Grig se aferraba a su cuello de cuero negro para salvar la vida.

Los dos mingoles de Hisvin se levantaron y le siguieron, prometiéndose volver a sus acogedoras estepas heladas tan pronto como fuese mingolmente posible.

Fafhrd y Karl Treuherz observaban la confusión desde distintos lados de la cubierta, uno atado con cuerdas, el otro paralizado por el asombro.

Skwee y una rata blanca llamada Siss corrieron sobre las cabezas de sus apiñados y apáticos congéneres negros y saltaron a la borda de estribor, desde donde miraron atrás. Siss parpadeó, horrorizada. Pero Skwee, con el yelmo de negro penacho encasquetado y cubriéndole el ojo izquierdo, amenazó con su minúscula espada y chilló desafiante.

Frix corrió al lado de Hisvet y le urgió para ir a la borda de estribor. Cuando se aproximaban al inicio de la escala de cuerda, Skwee, a fin de hacer sitio a su emperatriz, bajó arrastrando a Siss consigo. En aquel instante, Hisvet se volvió como si estuviera hipnotizada. La cabeza más pequeña del dragón se acercó a ella con intenciones malignas. Frix se interpuso, con los brazos abiertos y sonriente, casi como una bailarina llamada a escena al final de la representación de un ballet. Tal vez fue la rapidez o la aparente agresividad de su gesto lo que hizo que el dragón se retirara, entrechocando los colmillos. Las dos muchachas subieron a la borda.

Hisvet se volvió de nuevo, y Garra de Gato trazó una línea roja en su mejilla. Ella apuntó su ballesta hacia el Ratonero y disparó. Fue un ligero destello plateado. Hisvet arrojó la ballesta al agua y siguió a Frix escala abajo. Los garfios se soltaron, la vela negra se hinchó y la oscura balandra se desvaneció en la niebla. El Ratonero sintió un leve escozor en la sien izquierda, pero lo olvidó mientras se libraba de las últimas lazadas de la soga. Entonces cruzó corriendo la cubierta, haciendo caso omiso de las verdes cabezas que buscaban, perezosas, las últimas ratas, y cortó las ataduras de Fafhrd.

—Irá por las aguas infinitas hacia la burbuja Mañana de Karl —afirmó el Ratonero Gris crédulamente—. ¡Por Ning y por Sheel, ese alemán es un mago magistral!

Fafhrd parpadeó, frunció el ceño y se limitó a encogerse de hombros.

La gatita negra se restregó contra su tobillo. Fafhrd la cogió suavemente y la levantó hasta el nivel de sus ojos.

—Me pregunto, minino, si eres uno de los Trece gatos o quizá su pequeño agente, enviado para despertarme cuando era más necesario.

La gatita miró orgullosa el rostro de Fafhrd, cruelmente arañado y mordido, y ronroneó.

El alba de color gris claro se extendía sobre las aguas del Mar Interior, mostrándoles primero los dos botes de la Calamar, atestados de hombres, y a Slinoor sentado en la popa del más cercano, con expresión abatida. Al reconocer las figuras del Ratonero y Fafhrd se puso en pie y alzó una mano; más allá estaban la galera de combate Tiburón y los otros tres transportes de grano. Atún, Carpa y Mero. Finalmente, muy pequeñas en el horizonte septentrional, se veían las velas verdes de dos navesdragones de Movarl.

El Ratonero se pasó la mano izquierda por el cabello y notó una protuberancia redondeada bajo la piel de la sien. Supo que era el suave dardo de plata de Hisvet, y que no sería fácil sacarlo de allí.