Erradicación del castigo físico
Pegar a los adultos se considera una agresión. Pegar a los animales se considera una crueldad. Pegar a los niños es «por su bien».
Consejo de Europa[28].
Todo el mundo cree que lo sabe, pero no es así.
Hasta hace unos pocos años todo dependía de dónde ponía uno el listón: algunos pensaban que un azote o un cachete suave no entraba en la categoría de castigo físico. Pues bien, ya me dirá si lo de «suave» se mide con la opinión del niño o la del padre. Un bofetón no deja de ser un golpe: la diferencia entre un bofetón y un puñetazo es que en uno la mano está abierta y en el otro cerrada.
Hay quien utiliza la expresión «dar un bofetón a tiempo», como si el hecho de que el bofetón tenga un horario incorporado le pudiera quitar importancia. Y es que los adultos tenemos una habilidad especial para pervertir el lenguaje y crear palabras que nos hagan sentir mejor. Nos incomodaría decir que golpeamos a nuestros hijos, que utilizamos la violencia contra ellos, y para eso inventamos palabras menos «culpabilizadoras» para lavar nuestras conciencias. Así tenemos que en nuestro país nadie dice que golpea a los niños, pero puede que les den «una bofetada a tiempo» o una «colleja»; en inglés tienen sinónimos como smacking o spanking, en francés se usa donner des fessées, y su equivalente en italiano es picchiare. Se llame como se llame, pegar es pegar.
Pero no sólo pegar es castigo físico. El Comité de los Derechos del Niño (CDN), el órgano de supervisión de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, en una observación general difundida en 2001[29] define el castigo físico como:
Todo castigo en el que se utilice la fuerza física y que tenga por objeto causar cierto grado de dolor o malestar, aunque sea leve. En la mayoría de los casos se trata de pegar a los niños («manotazos», «bofetadas», «palizas») con la mano o con algún objeto: azote, vara, cinturón, zapato, cuchara de madera, etc. Pero también puede consistir en, por ejemplo, dar puntapiés, zarandear o empujar a los niños, arañarlos, pellizcarlos, morderlos, tirarles del pelo o de las orejas, obligarlos a ponerse en posturas incómodas, producirles quemaduras, obligarlos a ingerir alimentos hirviendo u otros productos (por ejemplo, lavarles la boca con jabón u obligarlos a tragar alimentos picantes). El Comité opina que el castigo físico es siempre degradante. Además, hay otras formas de castigo que no son físicas, pero que son igualmente crueles y degradantes, y por lo tamo incompatibles con la Convención. Entre estas se cuentan, por ejemplo, los castigos en que se menosprecia, se humilla, se denigra, se convierte en chivo expiatorio, se amenaza, se asusta o se ridiculiza al niño.
Según lo expuesto, no sólo es castigo físico «pegar» a un niño, sino que zarandearlo, pellizcarlo, un tirón de orejas, empujarlo… también lo es.
Por si nos queda poco clara la definición anterior por ser muy larga, hay una más simple:
«El castigo físico se puede definir como toda medida adoptada para castigar a un niño que, si se dirigiera a un adulto, constituiría una agresión ilegal[30]..
Es decir, que si la ley no le permite estirar de las orejas a su pareja, tampoco puede hacerle eso a su hijo. Si la ley no permite a un jefe ridiculizar a un empleado (por muy vago que este sea) delante de sus compañeros, un maestro tampoco puede ridiculizar a un alumno delante de una clase. Si la ley no permite que sus vecinos puedan insultarle libremente, usted tampoco puede hacer esto con un menor.
Los niños no son ciudadanos de segunda: lo que vale para cualquier ser humano vale también para ellos. Recordemos el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…».
¡Ah! Y los derechos humanos tienen la misma validez en la calle que en el comedor de su casa.
En la medida en que el sufrimiento de los niños está permitido, no existe amor verdadero en este mundo.
Isadora Duncan
Si creía que el castigo físico tan sólo afectaba al menor, está muy equivocado. Es evidente que en los menores las secuelas son más visibles, pero si un niño debido al castigo físico se vuelve un adulto más agresivo… ¿no repercutirá en la sociedad? Cuando damos la espalda en el parque a un niño que está recibiendo un bofetón de su padre, a lo mejor estamos abriendo la puerta a que peguen a nuestro hijo en el instituto o nos atraquen en la vejez.
Muchos son los estudios y trabajos que relacionan el castigo físico con las conductas delictivas en la vida adulta. Save the Children, en la publicación Poniendo final castigo físico contra la niñez del año 2003, llegaba a las mismas conclusiones:
«De manera que una importante consecuencia del castigo corporal durante la infancia es la agresión y el comportamiento delincuencial y antisocial durante la niñez y también, más adelante, en la adultez».
¿Y los padres? También quedan afectados, aunque en diferentes grados según empleen el castigo físico. Básicamente los hay de tres grupos:
Supongo que a estas alturas quien esté leyendo esto sabrá dar con la respuesta.
Sea como sea, las secuelas del castigo físico son como unos largos tentáculos que se alargan en el tiempo y abarcan a toda la sociedad.
Hoy en día ya se da por supuesto —por la sociedad en general y por la comunidad científica en particular— que todo acto de violencia por parte de un adulto contra un menor, por muy leve que sea, deja una cicatriz emocional que dura para toda la vida.
Por ejemplo, en un artículo titulado «The neurobiology of child abuse» (Scientífic American, marzo de 2002), el doctor Teicher escribió: «Las nuevas mediciones de imágenes cerebrales y otros experimentos han mostrado que el maltrato de los niños puede causar daño permanente a la estructura y la función neurales del cerebro mismo mientras se desarrolla. La sociedad cosecha lo que ha sembrado por su manera de criar a los niños» (p. 75).
Uno de los artículos publicados en el año 2000 por el mismo doctor Teicher ya lo dejaba bien claro en su título: «Child abuse changes the developing brain» (El maltrato infantil cambia el desarrollo cerebral). Ningún padre responsable pondría deliberadamente en peligro el desarrollo normal del cerebro de un niño, y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los que todavía dan azotes a sus hijos, sin saberlo.
Algunos adultos, incluso pasado mucho tiempo, confiesan que los momentos más desagradables de su niñez son aquellos en los que fueron castigados por sus padres. Incluso para algunos es tan desagradable que hacen como si fuera algo trivial y divertido y le quitan importancia sonriendo cuando lo explican. Como dice Jordan Ria[31]: «Algunas personas encuentran los recuerdos de los castigos tan desagradables que pretenden que fueron triviales e incluso graciosos. Notarás que sonríen cuando describen lo que les hicieron, pero es la vergüenza y no el placer lo que les hace sonreír. Ellos disfrazan los recuerdos de pasados sentimientos como una protección en contra del dolor presente».
Muchos de ellos, ahora convertidos en padres que hacen lo mismo con sus hijos, se «defienden» en la consulta cuando les informo de que no se puede pegar a los niños, mientras dicen sonriendo: «A mí me pegaron y no pasa nada, he salido bien». Esos padres no saben lo bien que habrían salido si no se les hubiera pegado nunca. Como mínimo, quizás no tendrían que ir al psicólogo. A veces les pregunto: «¿Y preferirías que te hubieran educado con esas palizas o sin ellas?», y esa sonrisa que tenían en la boca se borra.
«Todo tipo de castigo corporal o de paliza es un ataque violento contra la integridad de otro ser humano. Sus efectos permanecen en la victima para siempre y se convierten en una parte imperdonable de su personalidad, una enorme frustración que resulta en hostilidad, que se expresará más adelante en la vida con actos violentos en contra de otros. Cuanto antes comprendamos que el amor y la dulzura son las únicas maneras requeridas para tratar a los niños, mejor será. El niño, en especial, aprende a convertirse en el ser humano que ha vivido. Las personas a cargo de los niños deberían entender esto completamente»[32].
El doctor Ralph Wels[33], después de examinar a casi tres mil adolescentes delincuentes, concluyó que «el delincuente reincidente masculino que nunca hubiera sido expuesto al cinturón, al cordón o al puño era prácticamente inexistente. Al aumentar la severidad del castigo corporal, también lo hacía la probabilidad de involucrarse en un acto violento».
Por su parte, el doctor Murray Strauss, profesor de sociología de la Universidad de New Hampshire y director del Laboratorio de Investigación de la Familia, publicó un libro en 1994 titulado Sacarles el diablo a golpes. El castigo corporal en las familias norteamericanas, en el que expone los datos que apoyan la tesis de que el castigo corporal está conectado causalmente con:
Muchos son los estudios que explican las nefastas alteraciones que se producen como consecuencia del castigo físico[34]. Pero no sólo en el niño, sino también en el resto de la familia y en la sociedad. Haciendo un resumen basado en varios documentos del Consejo de Europa[35], Save the Children[36] y los estudios antes mencionados, señalamos los siguientes efectos:
Efectos negativos sobre la sociedad:
Todas estas secuelas, y muchas más que van saliendo poco a poco a la luz, no son observables en muchas ocasiones desde el primer momento, sino que hay que esperar a veces a llegar a la vida adulta para que se noten. O, en algunos casos, esperar a que otro suceso traumático las despierte. Los expertos empiezan a llamar sleeper effects (efectos durmientes) a este tipo de alteraciones.
Al final, el mejor resumen de este apartado viene de la mano de una adolescente ugandesa de 17 años, Elizabeth Wabulya, que en un ensayo de conmemoración del décimo aniversario de la Convención de los Derechos del Niño dijo: «Aunque muchas de estas personas (padres, maestros…) castigan para reformar, terminan castigando para deformar».
Si le pego a un adulto en tu país soy lógicamente perseguido, pero no si le pego a un niño. Esto no es aceptable.
Thomas Hammarber[37].
Plutarco (46-120 d. C.) decía: «A los niños se les debería guiar hacia prácticas honorables animándolos y razonando, y no a través de golpes y malos tratos», y parece que con el tiempo la mayor parte de las naciones le ha hecho caso.
Afortunadamente, en la mayoría de países ya es ilegal el castigo físico. En el nuestro, en el ámbito laboral, en centros educativos[38] y centros cívicos, ya hace muchos años que estaba prohibido. Pero en el espacio doméstico había más tolerancia.
La cosa cambió a partir del año 2007 en que una enmienda al artículo 154 del Código Penal prohíbe total y taxativamente cualquier forma de castigo físico cuando dice que «la patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad y con respeto a su integridad física y psicológica». Es decir, que nadie puede atentar contra su integridad física o psicológica.
Anteriormente el enunciado era más laxo y reconocía el «derecho» de los padres y guardianes a utilizar formas «razonables y moderadas» de corrección. Y aquí es donde estaba el problema, porque cada uno ponía el listón donde quería: para algunos unos latigazos con un cinturón eran una forma «razonable y moderada».
Pero ahora es más claro: no se puede, y punto.
El problema es que, a pesar de la ley, todavía el 36 por ciento de los padres dice utilizar el castigo físico con sus hijo[39]. Así pues, nos encontramos con la situación tan grotesca de que porque un niño haya cometido un error (se ha ensuciado, por ejemplo) su padre —«para educarle»— comete una ilegalidad y atenta contra las leyes. Es decir, que es peor la conducta del padre que la del hijo.
No obstante, hay quien todavía cree que el castigo físico está prohibido o es ilegal por la gran cantidad de secuelas que causa. Pero no es así. Es una cuestión de derechos humanos. Cuando se abolió la esclavitud no se hizo por si esta producía más o menos secuelas en los esclavos, sino porque es inhumana y atenta contra los derechos de las personas.
Jordan Riak explica que la mayoría de las personas sobreviven a las intoxicaciones alimentarías. ¿Hay que permitirlas por eso? No, las autoridades sanitarias siguen velando en restaurantes, fábricas, mataderos… para que no se den. «El hecho —dice— de que una persona sobreviva a una situación es difícilmente una prueba de que la experiencia es benéfica».
Pegar para educar no es educar; tan sólo es pegar.
Sí, mal que nos pese, los adultos toleramos la violencia contra los niños.
Siguiendo el transcurso de la historia, hace muchos años se legitimaba que ciertos hombres, que supuestamente valían más que otros, pudieran pegar y castigar a otros hombres considerados de menor valía. Tal era el caso del señor con sus esclavos.
Bien, hace tiempo que la esclavitud se abolió y los derechos humanos vieron la luz.
Algo más tarde que el derecho de los hombres a no ser agredidos, abolimos el supuesto «derecho» de los hombres a pegar a sus mujeres. Parece que las mujeres solemos ser ciudadanas que llegamos con retraso a la historia: recuerde que cuando la democracia dejaba votar a los hombres, las sufragistas aún pasaban por locas.
Pues si las mujeres vamos con retraso, los niños deben ser ciudadanos de tercera, porque hasta hace solamente tres años aún se les podía agredir legalmente.
¿Sabe que el primer niño que pudo ser defendido de los malos tratos de sus padres fue gracias a una ley de protección de animales? En 1874 una asistente social pudo llevar a los padres de Mary Ellen Wilson a los tribunales por maltrato porque había una ley contra el maltrato animal y demostró que Mary era un animal racional. Hasta los animales tuvieron una ley contra el maltrato antes que los niños.
Muchos de nosotros habremos observado alguna vez cómo un padre le daba un cachete a un niño, cómo le zarandeaba o cómo le insultaba en plena calle. ¿Cuántos se pararon a defender al niño? Seguramente menos que si vemos al mismo señor pegando a su perro en la calle o zarandeándolo. Somos tolerantes casi a diario con la violencia hacia los niños.
He visto escuelas en las que una niña ha ido a quejarse a la maestra porque un niño le ha pegado y esta le ha quitado importancia, mientras que el día que ese mismo niño pegó a la maestra, esta le expulsó del aula. Que un niño pegue a otro niño está tan mal como si pega a su maestra.
Tanta tolerancia de la violencia hay con los niños, que la mayoría de los adultos que les rodean ni siquiera les explican lo que les está pasando y los niños llegan a entender que eso es normal. He visto casos de padres que han pegado a sus hijos y después del divorcio, las asistentes sociales les piden a las madres que no les digan nada en contra del padre, para que los niños le vean de forma positiva. Es obvio que no es cuestión de «guillotinar» al padre delante de los niños, pero sí explicarles que lo que hizo no estuvo bien. Que se equivocó y que ellos no deben ver eso como una conducta a seguir.
Hay niños acogidos en centros de menores por maltrato a los que nadie les ha explicado que eso que hicieron con ellos sus padres estuvo mal, que educativamente es erróneo. Tan sólo se trata a los padres para que no lo vuelvan a hacer antes de devolverles a sus hijos.
J. Barudy, en su libro Los buenos tratos a la infancia, dice: «Los niños y niñas tienen derecho a saber y comprender que son sus padres quienes les han hecho daño, no porque son malas personas, sino porque no han aprendido a ser padres competentes».
Hay un secretismo entre los adultos para que los niños no vean sus derechos por ninguna parte. Ni el fallo de los adultos. Hoy en día muchos profesionales que trabajan con niños que han sido agredidos (psicólogos, asistentes sociales, etc.) les ocultan el motivo por el que están en terapia.
Tanto si es ilegal como si no, el castigo físico aún es utilizado alguna vez a la semana por el 36 por ciento de los padres y, aunque no es cuestión de detener a esos padres y encerrarles en prisión o de quitarles la custodia de sus hijos en la mayoría de los casos, sí es cierto que la sociedad tiene una deuda con los niños y debemos ayudar a esos padres a cambiar sus medidas educativas.
Algunos de estos padres se amparan en falsas creencias y circunstancias para perpetuar el castigo físico aunque la ley lo prohíba. Veamos cuáles son para saberles contestar y desmontárselas:
La diferencia a nivel legal no existe. Los anuncios de la tele nos lo recuerdan: tolerancia cero a la violencia. Porque la violencia es violencia, suave o fuerte. Cuando alguien me insulta y la ley lo castiga, no lo hace porque el insulto sea más fuerte o menos, sino simplemente porque ha habido un insulto. ¿Se imaginan a los jueces discerniendo sobre si «gilipollas» es más insulto que «tonto del culo»?
Si alguien me zarandea o me tira de las orejas, le penalizarán el acto en sí, no la fuerza con la que me tiró de las orejas (aunque si me las arranca, entonces, además, hay una pena por lesiones).
De todas formas, lo que a un padre le puede parecer suave, para un niño quizá no lo es. ¿Dónde está el listón? En ninguna parte, ya que no hay justificación.
¿Qué mal mayor? ¿Qué cosa es más importante que el hecho de que su hijo pueda desarrollar problemas sociales o psicológicos, como ya se ha mostrado en este capítulo? ¿Que ordene la habitación? Hágase mirar sus prioridades.
(Si esto lo contestara mi hijo adolescente, habría puesto por respuesta un montón de emoticonos riéndose a carcajadas y muñequitos partiéndose de risa).
¿A quién pretende engañar? Y si de verdad le duele, pues hágase un favor y no practique el castigo físico.
Aunque así fuera, el fin nunca justifica los medios. Filósofos como Kant han sostenido que es inmoral maltratar a otro ser humano como medio para alcanzar un fin, sin importar lo bueno que pueda ser ese fin. Erradicar el alcohol de nuestra sociedad es un fin muy loable, pero no vamos a matar a los consumidores de alcohol: hay que buscar otros medios para ello.
Las estadísticas no dicen eso: la mayoría no pegamos a nuestros hijos nunca. No se engañe. Y por último, no confunda el miedo y desconocimiento de la gente con la aceptación de esa conducta. Si bien es verdad que aún nos cuesta salir en defensa de un menor que es castigado por sus padres, debemos romper ese silencio y tabú por el bien de los niños y de toda la sociedad.
Los derechos humanos y los derechos de los niños siguen vigentes en los domicilios particulares.
Los padres tenemos derechos, pero antes que nada tenemos deberes para con nuestros hijos. El primero es protegerlo y cuidarlo de cualquier mal. Si esa protección que debe brindarle a su hijo por su deber como padre entra en contradicción con la educación que quiere darle, es que no es una buena educación. ¿Desde cuándo una buena educación puede ir en contra de las leyes, los valores sociales y la convivencia? Enseñar obediencia a base de golpes no es una buena educación.
Lo de que no le ha pasado nada lo dice usted. De momento está incumpliendo una ley porque sus padres le educaron así. No obstante, aunque fuera verdad que a usted, ni a nadie en el mundo, le hubiera pasado nunca nada por un azote, la respuesta sigue teniendo que ver con los derechos humanos: aunque no pase nada no se puede pegar otra persona (tenga la edad que tenga). Cuando se aprobaron leyes que prohibían pegar a las mujeres, el motivo no fue que les causara más o menos secuelas: aunque no les produzca ninguna secuela, no se les puede pegar. Pues lo mismo con los niños.
Miles de familias en cada ciudad, en cada país, en cada continente demuestran cada día que es posible una educación sin castigos físicos (y sin ningún tipo de castigo también, como ya veremos). Es cuestión de cambiar unas actitudes pedagógicas erróneas por otras más adecuadas. A partir del capítulo siguiente vamos a dar muchos ejemplos de cómo hacerlo. Siga leyendo.
Por todo ello no podemos bajar la guardia y hay que lanzar campañas sociales que posibiliten un cambio de actitud en nuestra sociedad respecto al castigo físico. Así como elaborar programas de intervención informativos y educativos, en el ámbito familiar, profesional e institucional.
«Sé perfectamente que es posible pegar a un niño y conseguir que obedezca. Pero no me engaño ni por un instante. Sé que cada vez que le pego, también le estoy enseñando: “Cuando estés enfadado, ¡golpea!”».
«Desgraciadamente, nunca he conocido a un niño al que se le pegara y se consiguiera con ello que fuese un ser humano más cariñoso»[40].
El darle una palmadita en el culete a mi hijo cuando aún lleva pañal ¿es castigo físico? Al fin y al cabo no le duele.
El castigo físico no se mide por el dolor físico que causa, sino por la actitud de violencia hacia el niño. Y el hecho de pegarle, aunque no le duela, es una actitud violenta hacia el niño.
Desde el punto de vista legal no hay distinción, con lo que además está incurriendo en una falta al artículo 154 del Código Civil.
Si su hijo todavía lleva pañal, es porque debe de ser más pequeño de 3 años (edad en la que, aunque pueda ser normal llevar pañal de día, la mayoría de los niños ya no lo lleva). A esas edades no hace las cosas por maldad, sino porque no ha aprendido a hacerlas bien. Si no tiene recursos para que su hijo vaya aprendiendo, puede consultar el capítulo V.
Si mi hijo de 3 años me pega, ¿yo puedo pegarle para que vea lo que se siente?
No. Si no le gusta lo que él ha hecho, dígaselo, no deje que lo haga más, pero no haga usted lo mismo que a él le censura. Lo único que va a entender es: «En este mundo, cuando la gente se enfada, pega. Cuando yo me enfado, también debo pegar». Enséñele que nadie debe pegar a nadie, que en su casa nadie se pega. Usted debe ser el primero en cumplir las normas de su casa.
Además, el hecho de que le muestre al niño lo que se siente cuando alguien le pega puede hacerle pensar: «Ostras, ¡esto duele! Cuando quiera hacer mucho daño a alguien, ya sé qué es lo que tengo que hacer». Con lo que reforzamos su conducta cuando quiera agredir a alguien.
Tengo un vecino que pega a sus hijos. Le he visto pegarla cachetes en la calle y en el supermercado cuando no se portan bien. Yo estoy en contra de los castigos físicos, ¿debo denunciarle?
En primer lugar, si usted ve que el padre es un maltratador físico, que les hace daño, que los niños «padecen» a menudo «accidentes», eso hay que denunciarlo. Hay muchas formas: sistema judicial, asistencia social, si conoce a familiares próximos…, elija la que le vaya mejor y la que mejor garantice su intimidad.
Pero si lo que me cuenta es que hay un padre que da un cachete de vez en cuando a su hijo, no vamos a solucionar nada denunciando. Aunque es verdad que los castigos físicos van en contra de la ley, yo soy partidaria de hacer otras cosas antes que tomar estas medidas. Por ejemplo, acérquese un día y consiga intimar un poco más con él. Dígale que entiende lo duro que resulta ser padre algunas veces, que a usted también le pasa. Pero que usted ha encontrado una solución mucho más cómoda, que el próximo día que queden a tomar un café pueden hablar… Explíquele algunas ideas poco a poco, sin atosigar; también puede dejarle libros como este o parecidos para que vaya cambiando.
Muchos de estos padres no son maltratadores; simplemente es la única forma de educar que conocen o que les han enseñado, pero si alguien les enseña otra mejor estarían dispuestos a cambiar.
Conseguirá más estando a su lado que frente a él. A veces un «¿cómo te ha ido hoy?» ya vale para que el padre esté más tranquilo con sus hijos.
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