Capítulo VII

De 5 a 7 años. Problemas de comportamiento y de convivencia (I parte)

La aparición de un niño en el mundo modifica el entorno (…) y también hace que todo se reacomode nuevamente; las cosas ya no encajan igual que antes, porque con este elemento cerca (…) cada cual debe cambiar su patrón, sus referencias.

Luis Antonio García

Recomendación

Le recomendamos que si tiene un hijo entre las edades comprendidas en este capítulo, lea también el anterior. En el caso de que su hijo sobrepase la edad de los 6 años y medio, lea también el siguiente.

¿Qué son los problemas de comportamiento y de convivencia?

Problemas de comportamiento

Consisten simplemente en que el niño no se comporta como nosotros esperamos en ese momento. Y eso es todo, porque el mismo comportamiento puede ser normal para un padre y para otro no. Por ejemplo, ponerse a correr en mitad de un entierro, comer con los dedos o dibujar en las paredes es algo que en algunas familias se considera inadmisible y en otras se tolera.

En nuestra sociedad está mal visto que los niños quieran ir desnudos cuando no estamos en casa, pero en algunas tribus los niños corretean tal cual los trajo su madre al mundo con total normalidad.

Lo que sucede es que en ocasiones, cuando les censuramos ese acto, puede que el niño no lo entienda y se ofusque y tenga una pequeña rabieta (a los 5 años aún pueden ser frecuentes, pero conforme nos acercamos a los 7 el niño se disgusta, pero ya no tiene la ofuscación de una rabieta).

La diferenciación básica para nosotros entre rabieta y problema de comportamiento es que en la rabieta el niño se ofusca porque no comprende la negación de sus padres (estalla emocionalmente) y en el problema de comportamiento el niño no se comporta como se desea y, aunque pueda enfadarse cuando intentamos modificar su conducta, no estalla tanto emocionalmente.

Problemas de convivencia

Los problemas de convivencia forman parte de la vida diaria, de la de todos. Somos seres sociales y, al vivir en sociedad, resulta raro el día en que no tenemos problemillas por el contacto y convivencia con otras personas. Aún más en una familia, compuesta por varias personas que conviven juntas veinticuatro horas al día, 365 días al año. Es normal, pues, que surja algún problema de convivencia cuando sólo queda un pedazo de tarta y se lo disputan dos hermanos, o un solo televisor y que cada uno quiera ver programas diferentes, o cuando tienen que compartir juguetes.

Creemos que un problema de convivencia es algo excepcional, cuando forma parte de la vida diaria y del curso natural de las relaciones humanas.

En general, a todos ellos los llamamos conflictos. Son inevitables, a no ser que vivamos solos. Y ya se sabe: los conflictos es mejor solucionarlos porque todo lo que hagamos para evitarlos o negarlos suele empeorarlos.

El conflicto puede ser fuente de dolores de cabeza, pero es una oportunidad para aprender y mejorar. Dicen que el símbolo chino de crisis es el mismo que el de oportunidad, porque cuando se da una crisis siempre puede haber una oportunidad de cambio y de mejora. Creemos que un conflicto es un problema, cuando en realidad es una oportunidad.

No nos gustan los conflictos porque nos parece que son una amenaza, pero no es así: si nuestros valores son adecuados y firmes, el conflicto no va a amenazar nada. Y si no lo son, es mejor darnos cuenta lo antes posible y cambiar.

Por lo tanto, el conflicto puede ser saludable por los siguientes motivos:

Pero evidentemente hay un riesgo: a veces el conflicto parece estancarse, volverse tan grande y tan grave que no sabemos qué hacer. Es como si nos superara. Por eso hemos de aprender a resolverlos y prevenirlos.

Cómo prevenirlos

En la mayoría de estudios y trabajos que se han hecho sobre este tema, hay una serie de recomendaciones que, si se llevan a cabo, parecen conseguir que los niños tengan menos conflictos en la familia y que, en caso de que se sigan produciendo, se solucionen con más facilidad.

Hemos hecho una recopilación de los que nos han parecido más importantes, extraídos de varios estudios, libros profesionales y artículos:

Cómo solucionarlos

Tanto si los problemas son a corto plazo como si pueden tener larga duración, debemos ser generosos en expresiones de ternura con el niño cuando vayamos a corregirle. A nadie le gusta que le afeen la conducta; por eso, en esos momentos debemos mostrarnos mis cariñosos que nunca. Que se den cuenta de que su comportamiento es censurable, pero que ellos siguen siendo encantadores y merecedores de nuestro amor.

Si nunca ha utilizado excesivamente expresiones afectuosas, es probable que su hijo recele. Imagine que su jefe le pide siempre las cosas gritando y, de repente, un buen día le dice: «Estimadísimo/a, cuando pueda venga a mi despacho». Seguro que usted desconfía de tanta amabilidad y se teme lo peor. No se le ocurrirá pensar que su jefe ha hecho un curso de «Cómo tratar mejor a sus empleados», sino que la primera idea que cruzaría su mente será: «A ver qué querrá este con tanta amabilidad, seguro que no trama nada bueno». Pues lo mismo ocurre con sus hijos: si no están acostumbrados, al principio puede que desconfíen de usted, pero en cuanto se den cuenta de que usted se ha convertido en una persona amable, ya no desconfiaran más.

También deberíamos acostumbramos a hablar en familia. No hace falta que se instaure un día especial para hacerlo (aunque es una forma de actuar, y mejor esto que nada), sino aprovechar esos viajes en coche, esos momentos sentados a la mesa, o la ida y vuelta del cole para comentar cosas. Hay padres que se creen que preguntando cada vez que salen del cole: «¿Qué has hecho hoy?», cumplen este objetivo. No es así; se trata de que nosotros les hablemos también y les expliquemos cosas y de que permitamos que ellos no expliquen nada si no quieren en ese momento, pero que sepan que cuando quieran hacerlo allí estaremos para oírles.

Si usted se prodiga en expresiones cariñosas y habla a menudo con su hijo, el resto es fácil. Para solucionar conflictos hay que tener en cuenta si son cosas a corto plazo o a largo plazo:

Recuerde que si después de llegar a un acuerdo el niño no lo cumple, debemos seguir mostrándole el camino («Cariño, quedamos en que te harías la cama»). Si sigue sin hacerla, podemos ofrecerle nuestra ayuda («¿Quieres que te ayude? ¿Quieres que te vaya diciendo cómo se hace?»). Y, si no, debemos hablar con él pidiéndole explicaciones por si no hubiera entendido a lo que se ha comprometido y una vez que sabemos que lo entiende, le pedimos que lo haga o que aporte una nueva solución.

A partir de aquí se le habla al niño teniendo en cuenta los aspectos que comentábamos en el apartado de prevención y se llega a un acuerdo.

Si ese acuerdo se rompe, se reúne la familia y se pregunta qué ha pasado (quizás el niño no lo entendió bien, quizás le ha sido difícil cumplir pero lo ha intentado). Se deja que el niño se exprese.

Una buena idea en caso de incumplimiento es preguntarle: «¿Cómo lo harías tú si estuvieras en mi lugar y tuvieras que explicarle a tu hijo la necesidad de…?». A partir de aquí se vuelve a pactar y se continúa el plan.

No obstante, recuerde que no hay una única solución. Se trata de encontrar la más adecuada a su familia.

Obstáculos para que todo vaya bien

Somos demasiado estrictos

A veces somos tan estrictos que algunas cosas que no tienen importancia en la mayoría de las familias son motivo de conflicto diario en la nuestra. Un padre me explicaba que no le gustaba que nadie tocase su sillón y que eso era motivo de castigo diario para su hijo de 6 años. ¿Vale la pena enfadarnos por un sillón?

Como muchos de ustedes saben, me dedico también a la psicología en casos de emergencias. ¡Cuántas veces no habré visto madres llorando sobre el cadáver de sus hijos culpabilizándose porque lo último que hicieron con ellos fue reñirles por la comida o porque llevaban la camisa mal puesta! Escoja lo importante; créame, a la larga es lo único que cuenta.

Nuestros hijos se aburren

El aburrimiento es uno de los factores que propician que nuestros hijos hagan trastadas. Ya lo dice el refrán: cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. Por eso, si quiere que en su hogar haya paz intente que sus hijos se lo pasen bien y realicen actividades que les gusten (a ellos, a usted no hace falta).

Un niño es un explorador nato y la inactividad y el aburrimiento le matan. Si su hijo, por muchos juguetes que tenga en casa, pasa demasiado tiempo encerrado, no tiene amigos ni hermanos con los que jugar y se aburre, entonces es una olla a presión que puede explotar en cualquier momento.

Les exigimos lo que no les enseñamos

Se les enseña a oír «no» y a acatar el «no». Sin embargo, qué gran contradicción, no se les enseña a manejar la frustración. Les pedimos que estén atentos en clase, pero no cómo se hace. Queremos que no griten cuando están enfadados, pero no les explicamos cómo pueden canalizar esa ira que sienten.

A un niño pequeño podemos, y debemos, enseñarle a reconocer sus emociones. Cuando está enfadado le explicamos que está enfadado, por qué lo está y qué puede hacer para volverse a sentir bien. Lo mismo cuando está nervioso, estresado, triste, etc. Parte de la inteligencia emocional es reconocer las propias emociones, y en eso los padres pueden hacer mucho trabajo. En este momento ya se puede empezar a trabajar más con las emociones. Se les puede enseñar formas de controlarse, de prevenir las emociones, cosas que pueden hacer para manejarlas mejor.

Es importante empezar a trabajar con ellos la voluntad y la contención. Por ejemplo: «Cuando estoy enfadado, en lugar de gritar, puedo… soplar, golpear un cojín…», y ayudarles a que en esos momentos puedan realizar una conducta que permita expresar sus emociones de una forma más efectiva y normalizada,

¿Existe realmente un deseo de resolver el conflicto?

Aunque parezca mentira hay padres que en el fondo no desean resolver los conflictos. Los motivos son diversos. En primer lugar porque eso implica que deberían cambiar ellos primero o hacer un esfuerzo en invertir más tiempo en la educación de sus hijos, y no quieren. En segundo lugar porque el hecho de tener un «niño problemático» le aporta al padre o a la madre un beneficio secundario: la pareja pasa más tiempo en casa, los familiares se conmueven y les prestan más atención y ayuda, etc. Estos padres se reconocen fácilmente porque buscan un problema para cada solución que se les dé. La idea que quieren transmitir es: «Es que nuestro caso es muy difícil», para que todo continúe igual.

Algunas preguntas

¿A qué puede atribuirse el mal uso del lenguaje (palabrotas) de un niño y cómo tratarlo? Parece ser que cuanto más se les regaña, más se obsesionan.

Ningún niño que hable castellano se levanta un día y reniega en alemán. Simplemente no lo ha aprendido. Si nuestros hijos dicen palabrotas es que las han oído. Por eso el primer paso debería ser vigilar el entorno.

Es verdad que cuanto más se les regaña más las usan, puesto que saben que es una cosa que molesta (verdadera función de la palabrota). Si no molesta, buscarán otra palabra para explicar lo que sienten. No le regañe, pues eso sólo hará que no la diga delante de usted (la palabrota ya se la sabe y no va a olvidarla). Hágale ver que ese lenguaje hace quedar mal a la persona que lo usa fuera de contexto (hay contextos en los que decir tacos se considera aceptable; vea, si no, un partido de fútbol en directo).

Mi hijo de 6 años tiene muchos miedos injustificados: miedo a los perros y las serpientes, a estar solo a la hora de dormir y a las personas extrañas. ¿Qué puedo hacer?

¿Quién ha dicho que los miedos infantiles son injustificados? Es normal que un niño pequeño tenga miedo a estar solo (no digamos ya a dormir solo), puesto que los humanos somos una especie altricial, es decir que necesitamos del cuidado de los otros para sobrevivir, y lo pasamos mal si estamos solos en circunstancias en que nos sentimos vulnerables. Por eso en los hospitales para adultos ponen camas de acompañante: necesitamos en esos momentos tener a alguien querido cerca. ¡Imagine lo que ocurre con un niño! Si ciertos animales ya dan pavor a los adultos (perros, serpientes, abejas, etc.), ¿por qué no puede tenerles miedo un niño? Y, en cuanto a las personas extrañas, viviendo en la sociedad en que vivimos, es mejor que un niño les tenga miedo mientras sea pequeño.

¿Tiene alguna contraindicación la tradición de algunas familias de dormir todos juntos en una cama grande hasta que el niño reclame su propia autonomía? Es que mi hijo de 5 años todavía duerme con nosotros porque le gusta, y eso provoca tensiones en la familia.

No, ninguna. De hecho, es la forma en que actualmente se duerme en la mayor parte de las culturas de nuestro planeta. Basta poner el ejemplo de Japón, un país mucho más avanzado que el nuestro en el ámbito económico y de desarrollo, en donde compartir la cama toda la familia junta es la forma más usual de dormir.

La educación de los niños muchas veces implica contrariarles. ¿En qué casos se debe contrariar al menor y en qué casos hemos de respetar su voluntad?

No es cierto que la forma de educar sea contrariando al menor. Lo que pasa es que no tenemos una sociedad adaptada a los niños y hay situaciones peligrosas en que, en lugar de reñirnos a nosotros por propiciarlas, regañamos a los niños por querer investigarlas: si mi hijo coge un cuchillo de la cocina, la culpa es más mía por dejarlo a la vista que suya por querer cogerlo.

No se trata de contrariar al menor o de que haga su voluntad; se trata de educación. Cuando aprendí a conducir no me dejaron hacer las cosas como yo quisiera, pero tampoco puedo decir que me contrariaran; simplemente me enseñaron a conducir.

Para saber más

Cornelius, Helena y Faire, Shoshana, Tú ganas, yo gano. Cómo resolver conflictos creativamente y disfrutar con las soluciones, Editorial Gala, Buenos Aires, 1995.

Davis, Martha, Mckav, Manhew y Eshelman, Elizabeth R, Técnicas de autocontrol emocional Martínez Roca, Barcelona, 1965.

Faber, A y Mazlish, E., Cómo hablar para que sus hijos te escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen, Media, Barcelona, 1997.

—, Padres liberados, hijos liberados. Media, Barcelona, 2003.

Ginott, H. G., Entre padres e hijos, Medid, Barcelona, 2005.

Grose, M., Grandes ideas para educar sin discutir. Plaza, Barcelona, 2002.

Honoré, C, Bajo presión, RBA, Barcelona, 2008.

Juul, J., Su hijo, una persona competente. Hender, Barcelona, 2005.

Monteros-Ríos Gil, M., Saltando olas, Plaza, Barcelona, 2008.

Northrup, G, Madres e hijas, Plaza, Barcelona, 2006.

Soiter, A, Mi niño lo entiende todo, Media, Barcelona, 2002.

Resumen