Capítulo VI

De 18 meses a 4 años. Etapa de las rabietas

Es más acertado contener a los niños por el honor y la ternura, que por el temor y el castigo.

Publio Terencio Afer (195 A. C. - 159 A. C.)

Recomendación

Le recomendamos que si tiene un hijo de edades comprendidas en este capítulo, lea también el capítulo anterior. En el caso de que su hijo sobrepase la edad de los 3 años, lea también el siguiente.

¿Qué son las rabietas?

La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras.

Jean Jacques Rousseau

Cuando el niño nace, como ser altricial que es, su supervivencia depende de que pueda mantener a un cuidador cerca. Por eso lloran más cuando se sienten solos. Los bebés no necesitan acostumbrarse a «estar solos»; ya lo harán conforme vayan creciendo. ¿Y cuándo empieza esto? Pues entre los 2 y los 4 años.

En el momento de nacer, el cerebro de un niño no está terminado. De hecho, es como un ordenador nuevo: por fuera está completo, pero le faltan los programas que lo hacen funcionar adecuadamente. Esos programas se instalan conforme el niño va creciendo y en función de las experiencias que vive: es lo que Hebb[21] denominó «desarrollo cerebral dependiente de la experiencia». Nolasc Acarín lo describía así: «Que el niño o la niña se sienta atendido, satisfecho y estimulado influye decisivamente en la construcción de su tejido nervioso, enriqueciendo sus arborizaciones dendríticas y creando mayor contingente de sinapsis y, contrariamente, frustrando su desarrollo si es deficientemente atendido»[22].

Y es que, como ya demostrábamos en el capítulo anterior, los niños necesitan ser atendidos y satisfechos.

Pero los niños van creciendo y su cerebro va madurando, hasta que alrededor de los 2 años (de hecho entre los 2 y los 4 años) termina la mielinización del córtex cerebral. Eso quiere decir que a estas edades el niño ya está preparado para hablar, razonar, tener memoria episódica, etc., ya que todas estas habilidades dependen de nuestro córtex cerebral.

Esa es la explicación de por qué, en general, no hablamos al nacer o por qué no recordamos nada antes de los 2 años. Esas funciones no puede tenerlas un recién nacido porque su cerebro no está preparado aún. Por favor, no pretenda que su bebé de 3 meses hable y razone.

En el momento en que empiezan el lenguaje y el razonamiento (hacia los 2 años) el niño empieza a tener ideas propias, a saber que es un sujeto diferente del resto (ya empieza a utilizar su nombre o la palabra «yo» para referirse a él) y empieza a querer independizarse (lo que no quiere decir que lo consiga tan pequeño).

El resultado de todo esto es un niño que quiere meter una pieza cuadrada en una redonda porque tiene ideas propias de cómo se debe hacer el puzle. Que pinta las paredes porque cree que van a quedar más bonitas o que tiene un sentido propio de dónde deben ponerse los guisantes antes de comerlos. Y cuando le llevemos la contraria, eso va a provocar rabietas.

Porque una rabieta no es nada más que un deseo del niño enfrentado al deseo de los padres. Es una idea propia de un niño enfrentada a la idea que tiene el padre sobre cómo hay que hacer aquello. Y el niño, como no entiende lo que pasa, se ofusca y estalla emocionalmente.

Yo no digo que la idea buena sea la del niño; normalmente lo aconsejable suele ser lo que dicen los padres, pero en su rudimentaria forma de empezar a razonar el niño tiene unas razones que son muy importantes para él y las va a defender a capa y espada hasta que no entienda que las nuestras son mejores.

Las rabietas como camino a la independencia y a la defensa de las propias ideas

Es un periodo duro para los padres, puesto que los niños lo cuestionan todo y se oponen a todo lo que no entienden. Pero eso es bueno porque hará que de mayores sepan cuestionarse adecuadamente las cosas. Usted no quiere un hijo que no se plantee los porqués y obedezca ciegamente; usted quiere un hijo que tenga ideas propias y quiera defenderlas mientras no le demuestren que las hay mejores. Por eso siempre digo que la etapa de las rabietas es buena y pobre del niño que no la pase, porque eso quiere decir que no tiene ideas propias o que le han machacado tanto que ya ha dejado de defenderlas.

Lo que no es bueno ni deseable es que provoquemos que el niño se ofusque y arme un escándalo en medio del súper. Eso se puede evitar, y después explicaremos cómo, pero el hecho de que tenga ideas diferentes a sus padres es una cosa buena que permite el debate sobre un tema y el aprendizaje de lo que es más correcto.

Cuantas más rabietas tenga el niño (o estas sean de mucha intensidad), mayor es su grito pidiendo ser aprobado, mayor es su necesidad de amor y aceptación; lo que pasa es que con este comportamiento consigue lo contrario: que le rechacemos más, con lo que el problema se cronifica.

En muchos de mis escritos suelo incluir una frase que explica este hecho muy bien: «Quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite»[23]. Porque estos comportamientos necesitan más cariño que censura, más explicaciones que obediencia ciega, más compañía que ignorancia. Puede que los niños estén equivocados, pero ignorar o censurar su comportamiento no hará que aprendan el adecuado.

Las rabietas como aprendizaje de la transgresión

Esta etapa de las rabietas es buena para el niño, como ya hemos dicho, pero también para toda la familia. De todos es sabido que la sociedad y la familia cambian, quizás ahora más rápido que nunca. En mis tiempos lo habitual era comer en casa; ahora lo normal es que los niños coman en el colegio y los padres cerca de donde trabajan. En mis tiempos dábamos la vuelta al colchón cada semana (eran colchones de lana que había que mullir porque se quedaban aplastados de su uso); ahora ya no se hace. Hasta hace poco se creía que el uso prolongado de los ordenadores era nocivo para el niño; en cambio, ahora los van a poner seis horas al día en el colegio… ¿Qué es lo que hace que cambiemos de parecer? Entre muchas cosas, el darnos cuenta de que esas normas son obsoletas o que no nos sirven.

Según la psicóloga Judy Dunn[24], el aprendizaje que los niños y niñas desarrollan para diferenciar las normas sociales que son realmente importantes de las que no lo son se hace con un mecanismo que se llama transgresión. Desde los 2 años de edad, saltarse las normas parece el procedimiento adecuado para explorar la realidad normativa de la familia, ya que al hacerlo y observar la reacción de las personas adultas, los niños son capaces de establecer qué normas son importantes, cuáles no lo son y cuáles sólo lo son a veces. Es por eso que, aunque parezca que el niño quiera llevarle la contraria, lo único que está haciendo es comprobar si aquello es tan importante como parece. Esto nos obliga, como padres, a replantearnos cosas: ¿realmente es tan importante que me pelee cada día con mi hija porque no quiere llevar botas sino zapatillas de deporte? ¿No es mejor que cada uno elija cómo quiere ir vestido? ¿No es mejor cambiar la norma de casa según la cual yo, como madre, tengo que elegir la ropa de todos? Y así se cambian las dinámicas familiares. Aquellos padres que no hayan tenido que modificar en nada sus normas y creencias porque sus hijos les hayan demostrado lo inútiles que eran, es que viven encerrados en un planeta irreal.

Las rabietas tienen fecha de caducidad

Como colofón final podemos decir que, se haga lo que se haga, las rabietas tienen un final que viene marcado por la edad. Cuando el niño crezca y disponga de un lenguaje que le permita comunicarse mejor o tenga un razonamiento más perfeccionado, entenderá mejor nuestras ideas y sabrá defender las suyas sin ofuscarse tanto. Si le quitas la televisión a un niño de 3 años sin explicarle los motivos, llorará o pataleará, pero si se lo haces a un niño de 10 años te preguntará primero por qué y luego criticará (aunque sea a gritos y con improperios) lo dictatorial de tu decisión. Pero no se tirará al suelo llorando y montando una rabieta.

La rabieta es típica de un niño que no tiene más armas que el llanto y la agresividad para defender lo que piensa frente a un adulto (mucho más equipado), por lo que a veces sólo le queda el derecho al pataleo. Según vaya teniendo más herramientas (nivel de lenguaje, razonamiento, estrategias de negociación…), prescindirá antes de las rabietas, ya que sabrá defender sus ideas de otras formas. Cuanto antes les enseñemos estas estrategias, mucho mejor.

Cómo prevenirlas

Al amar o alabar a un niño, no alabamos y amamos lo que es sino lo que esperamos que sea.

Johann Wolfgang von Goethe

En primer lugar, comprendiendo que el niño tiene sus razones, aunque no las entendamos; en segundo lugar, permitiendo que pueda hacer de cuando en cuando lo que quiere si no es nocivo para la salud, y en tercer lugar, distrayendo al menor con otra cosa.

No obstante, hay unos puntos que también sirven y hay que matizar más:

La evitación

Como decíamos en capítulos anteriores, la mejor guerra es la que no se da.

Si usted tiene un niño que cada día al ir al colegio pasa por delante de un quiosco y le pide que le compre algo y coge una rabieta ante su negativa, ¿no cree que es mejor cambiar la ruta para ir al cole?

Si ir al supermercado es un motivo de conflicto, ¿no puede turnarse con su pareja para que vaya uno y el otro se quede con el niño? Dicen que ante el chocolate toda resistencia es inútil y los niños lo corroboran con todos los dulces, galletas y chucherías de los supermercados que quieren llevarse a casa. Por cierto, ¿se imagina por qué ponen las chucherías en las líneas de caja? Porque saben que por la caja pasa todo el mundo (niños incluidos) y que algo pedirán mientras esperan a que cobren a su madre. Los expertos en marketing lo tienen todo calculado.

Paciencia y flexibilidad

Si usted está convencido de que las rabietas son un problema pasajero, que se pasa con la edad, eso le ayudará en este periodo. En cambio, si usted es de los que cree que si no las soluciona a base de mano dura el niño será un malcriado toda la vida, lo va tener muy difícil.

Para ayudarle a cambiar, por si fuera de este último grupo de padres, hay una pregunta que puede ayudarle mucho: ¿en cinco años esto importará?

Y es que las cosas tienen una importancia relativa y, a veces, castigamos muy duramente a nuestros hijos por algo de lo que, al cabo de los años, nos reímos por lo exagerados que fuimos. ¿Cuántos niños en un despiste de sus padres han cogido unas tijeras y se han cortado el pelo, las coletas o el flequillo de su hermano? Con el tiempo nos reímos al ver las fotos: no pasó nada, tan sólo un leve perjuicio estético. Eso no se merece un castigo (bueno, a los padres sí, por dejar una tijera a mano de los niños; si lo hubiera hecho la profesora, seguro que habrían ido a quejarse); en lugar de un castigo o quitarle las tijeras bruscamente, o decirle lo condenable que es aquello, es mejor distraerlo de las tijeras con suavidad y darle una explicación al niño: «Hasta que no aprendas a hacerlo correctamente, el pelo mejor lo corta la peluquera o los papas». Con lo primero (decirle lo mal que está o quitarle la tijera bruscamente) es probable que ganemos una rabieta, mientras que con lo segundo seguramente la evitaremos y el niño aprenderá quién debe cortar el pelo.

Las expectativas cumplidas

Los niños no se conocen a sí mismos, no saben cómo son, si son buenos o malos: lo saben por lo que les decimos, y como nos creen, porque ya se sabe que «mi papá lo sabe todo», acaban pensando que son así y comportándose así. Es lo que se llama expectativas cumplidas. Nosotros terminamos siendo su espejo: si lo que ellos ven allí es bueno, crecerán con una autoestima alta, y si lo que ven es reprobación hacia su forma de ser, crecerán con una autoestima baja.

Laura Gutman lo explica muy bien:

Los niños creen en los padres. Cuando les decimos una y otra vez que son encantadores, que son los príncipes o princesas de la casa, que son guapos, listos, inteligentes y divertidos, se convierten en eso que nosotros decimos que son. Por el contrario, cuando les decimos que son tontos, mentirosos, malos, egoístas o distraídos, obviamente responden a los mandatos y actúan como tales. Aquello que los padres —o quienes nos ocupamos de criar— decimos se constituye en lo más sólido de la identidad del niño[25].

Podemos no estar de acuerdo con lo que ha hecho nuestro hijo, pero nunca le censuraremos a él, sino a su conducta. Errar es humano y más en unas edades en las que no pueden razonar coherentemente, pero eso no implica ser mala persona.

Dígale a su hijo lo maravilloso que es aunque el niño se equivoque en lo que haga o piense.

Cómo se solucionan

Cuando pones fe, esperanza y amor juntos, puedes criar niños positivos en un mundo negativo.

Zenón de Elea

Hay dos formas dependiendo de si el niño tiene lenguaje o no. Los niños rayando los 18 meses es difícil que lo tengan, mientras que a los 4 años casi todos lo tienen.

Empecemos por los que hablan o entienden bastante.

Hablando con el niño[26] y siguiendo los tres pasos

Cuando el niño no habla (ni entiende)

Puede que su hijo tenga un retraso en el habla, pero usted sabe que le entiende; entonces puede aplicar las soluciones que le dábamos en el apartado anterior. Pero para los más pequeñitos, para aquellos que apenas llegan a los 2 años, es muy difícil utilizar la técnica de los tres pasos.

Cuando el niño es pequeño, ni habla ni entiende. Por eso a la más mínima que se ofusque porque le hayamos cambiado una cosa de lugar o le hayamos prohibido algo que él cree que debería hacer, va a estallar en una rabieta. El problema es la falta de comunicación: los padres no saben lo que pasa por su cabeza porque él no se hace entender, y el niño no entiende las razones de sus padres.

Lo único que podemos hacer es permanecer a su lado y decirle frases cortas que reflejen lo siguiente: «Lo que nos pasa es porque no te entiendo y tú no me entiendes a mí, pero mamá (o papá) va a quedarse a tu lado hasta que estés mejor y veamos cómo solucionarlo». Un niño de 2 años no entenderá exactamente las palabras, pero llegará un día en que sí y entonces entenderá que siempre que tuvo una rabieta su madre estuvo a su lado preocupada por cómo podrían solucionarlo, y eso hará que en el futuro se enfade menos y se vaya reconfortando por la presencia y contacto de su madre.

Muchos niños, cuando están ofuscados, no admiten el contacto porque patalean o empujan. Si es así, manténgase a una distancia prudencial y vaya acercándose conforme su hijo le deje. Mientras, siga diciéndole que si eso sucede es porque no se entienden, pero que usted permanecerá a su lado hasta que esté mejor.

Obstáculos para hacerlo bien

Suelen estar basados en falsas creencias sobre lo que son los niños o lo que deben hacer. Entonces, si observamos estos comportamientos en ellos, pensamos que son malos y nos dedicamos a cambiarlos, cuando a veces no hace falta. Veamos:

«Los niños deben comportarse como se les diga»

Pues no, los niños deben comportarse como niños.

Hace poco, en la boda de una persona cercana, una niña de unos 2 años y medio no hacía más que querer subir al altar; es normal que le llamase la atención ver a una familiar vestida de blanco. El resto de parientes se dedicaron un buen rato a hacerla desistir de esa maquiavélica idea: la niña subía al altar y ellos, cogiéndola de la mano, la bajaban. Luego ya tenían que cargarla en brazos, porque no había forma, y al final decidieron usar llaves, bolsos, gafas, etc., para distraerla, pero la cosa duró poco rato. Intentaron sacarla de la iglesia, pero se puso a llorar a grito pelado. En estas el cura cogió el micrófono y dijo: «Por favor, la niña tiene la edad que tiene y hace lo que debe hacer. Déjenla». Y mirando todo lo que había alrededor del altar y los peligros que pudiera haber para la menor, concluyó: «No se preocupen, el altar es de piedra». A partir de entonces la niña subió, se quedó sentada al lado de la novia un buen rato y los problemas terminaron.

Los niños no pueden cambiar su naturaleza, al menos no a los 2 años. Es la idea de que los niños deben estar en los sitios, pero no comportarse como niños. Queremos que vayan a un restaurante y tengan unos modales que ni la más alta nobleza, que vayan a una tienda llena de objetos llamativos y que no toquen nada, que rían en voz baja porque molestan, que… Antes de los 4 años, eso es imposible, porque los mecanismos de los que depende ese control (como, por ejemplo, la voluntad) no se consiguen hasta pasada esa edad, y algunos no lo logran hasta los 6 años. Llegadas esas edades, intente enseñar a su hijo autocontrol; antes, está abocado al fracaso o el niño lo hará sin entenderlo, sólo por miedo u obediencia ciega.

«Mi niño no comparte sus juguetes»

Y usted tampoco, sea sincero/a.

En nuestra sociedad los adultos no dejamos las cosas a personas desconocidas y pretendemos que nuestro hijo en el parque deje sus mejores pertenencias (el cochecito de plástico, por ejemplo) al primer niño desconocido que se acerque.

En casa, cuando el niño va a tocar algo (y eso que es de la familia), le decimos: «No, la cristalería no se toca, que es de mamá. El vídeo no se toca, que es de papá. No puedes coger las cosas del abuelo. Eso déjalo, que no es tuyo…».¿Qué le estamos diciendo? Pues que lo que es de cada uno, los otros no lo tocan sin permiso. Su hijo lo aprende correctamente, pero para sus cosas esa norma tan importante no existe. Y claro, él no entiende por qué y se rebela.

¿Deja usted su coche al primero que pase? El cochecito de plástico de su hijo tiene un valor para él mucho más elevado que el suyo. ¿Cómo va a dejarlo? No censure en su hijo estas actitudes, al menos a estas edades. De más mayor ya sabrá qué objetos quiere dejar y a quién. En mi caso, soy una persona que me considero generosa, pero no dejo todo lo que tengo a todo el mundo. Creo que todos hacemos igual. Ese es un buen aprendizaje.

«Los niños se dejan engañar con facilidad»

Walter Scott decía que «el niño conoce instintivamente a su amigo y a su enemigo», y así es. Desprovisto de la comprensión de la palabra hasta pasado el año, necesita otros mecanismos para saber si una persona es afín o no, es amigo o enemigo. Para ello se ha demostrado que los niños poseen una interpretación de la comunicación no verbal, de los gestos e intenciones de los adultos, que ya quisieran para sí muchos psicólogos.

Es por eso que, aunque queramos hacemos los simpáticos delante de un niño, si no nos cae bien de corazón él lo notará y nos rechazará. Muchos adultos comentan: «¡Qué mal educado, le he dicho lo guapo que es y me ha sacado la lengua!». Pues por eso, porque sabe que sólo lo ha dicho para quedar bien y que en el fondo piensa lo contrario de lo que ha dicho.

La educación a largo plazo

Los niños entre los 2 y los 4 años no entienden lo que es hacer planes a largo plazo. No conciben la idea del mañana más que literalmente (el día siguiente al de hoy) y no todos a estas edades saben eso.

Los padres que quieren que su hijo coma verdura lo hacen porque saben que le va a beneficiar en el futuro, pero el niño simplemente no la quiere hoy. No entiende el plan nutricional que han elaborado sus padres para su correcto desarrollo; sólo sabe qué le apetece más hoy o qué no. Cuando queremos que un niño ordene su habitación, lo hacemos porque queremos que en el futuro sepa organizarse; en cambio, el niño no quiere hacerlo hoy, pero quizás no tiene inconveniente en hacerlo otro día.

A veces el hecho de que se salte un día una cosa no quiere decir que el niño no querrá hacerla nunca más. ¿Cuántos de nosotros nos hemos saltado una cena porque estábamos llenos de la comida del mediodía? ¿Cuántos nos hemos propasado en Navidades a pesar de saber que es mucho mejor otro tipo de alimentación? ¿No ha dejado nunca alguna tarea doméstica sin hacer un día porque no le apetecía y ha dicho que ya la haría al día siguiente?

«Nos toma el pelo: hay días en que lo hace y días en que no quiere». No, no es eso, no quiere tomarnos el pelo, aunque es cierto que un día le apetecerá más hacer una cosa, y en otros momentos no. El no ve si es una mejora en su futuro; sólo percibe un incordio en el presente. Con el tiempo aprenderá a ver el tiempo futuro y a anticipar lo que se espera de él y ver qué acciones le van a favorecer más en el futuro.

«Debe empezar a acostumbrarse»

Quizás sí, pero con dos salvedades:

La primera es que deben hacerlo poco a poco, puesto que hasta los 4 años pueden no estar preparados para adquirir verdaderamente un hábito. Antes de esa edad, todo es un juego. A los 2 años un niño no recoge la habitación de los juguetes porque su madre le haya inculcado ese hábito, sino porque juega a un juego que se llama: «Pongo los juguetes donde mi mamá me dice»; por eso un día dejará de hacerlo: se ha cansado de jugar siempre a lo mismo por la noche. Los padres se preocuparán creyendo que el niño les toma el pelo, que no quiere recoger la habitación, que será un desordenado toda la vida porque no recoge a pesar de habérselo enseñado…, pero la realidad es más sencilla: simplemente se ha cansado de jugar porque nunca había interiorizado ese aprendizaje como un hábito. Por cierto, un consejo: hasta los 4 años es mejor que el niño dedique al juego el tiempo que dedicaría a ordenar su habitación. Le reportará más beneficios psicológicos, educativos, cognitivos y emocionales que recoger. Si quiere un bien para su hijo, hasta los 4 años recoja usted (aunque a veces puede pedir que la ayude) y luego ya le inculcará esa responsabilidad. Muchos padres preguntan: «¿Y entonces no será demasiado tarde? ¿Y si no lo aprende nunca ya?». Si su hijo hasta los 18 años no va a aprender a conducir, puede aprender a ordenar una habitación en cualquier momento, ya que es más fácil.

La segunda es que los padres a veces queremos acostumbrarles a cosas que no tienen ni pies ni cabeza. Un día estaba comprando en un hipermercado de mi ciudad cuando vi a un niño de unos 2 años que lloraba y gritaba atado a una sillita de paseo. Estaba claro: quería salir. Su madre seguía sin inmutarse (aparentemente) e iba por los pasillos cogiendo los productos que necesitaba sin hacerle caso. En un momento determinado, coincidimos en la misma estantería y nos miramos. Le dije lo más amablemente que pude en referencia al niño: «Creo que quiere salir». A lo que la madre me contestó: «Debe acostumbrarse». «Mire —le respondí en tono cordial—, a no ser que su hijo sea paralítico, ningún niño debe acostumbrarse a desplazarse en una sillita. Lo normal en nuestra sociedad es que la gente ande».

Quizás el niño en cuestión fuese un «tocalotodo» y la madre, en previsión, lo había atado a la sillita, pero llevarlo allí atado gritando sin decirle nada, ni siquiera: «Lo siento, pero es que si no nos van a echar del súper», es una crueldad. Aparte de que no hay ninguna educación en tal acto, ¿no sería mejor que la madre lo fuera acostumbrando poco a poco a ir por el súper de su manita, sin tocar nada?

Pregúntese si aquello que cree que su hijo debe aprender tiene algún sentido y/o utilidad para su vida adulta (la del niño, no la suya, claro).

Algunas preguntas

¿Cómo recomienda usted tratar a un niño que no quiere comer persistentemente o que sólo come determinados alimentos y se niega a probar otros, como frutas y verduras, por ejemplo?

Las últimas directrices de la Academia de Nutrición americana afirman que para lograr que un niño coma sano deben hacerse tres cosas:

  1. Que los padres coman sano. No vale que al niño le hagan comer una verdura que su padre no probaría ni loco.
  2. Que los alimentos que se le ofrezcan al niño (y que estén en el hogar) sean sanos. No vale tener la casa repleta de dulces, bollería, macarrones y pretender que el niño coma la verdura.
  3. A partir de aquí el niño decide qué come, cuándo lo come y cómo lo come. No vale forzar a comer, hacer comer a un niño en los momentos en que sus padres tienen hambre, sino en el momento en que el niño tiene hambre (los padres pueden adaptarse). Y el niño decide la velocidad en que come y qué utensilios va a necesitar.

De esta manera, es más probable que coma alimentos sanos y que no tenga aversión a ningún alimento.

De todas formas, los niños en periodo de crecimiento y los adolescentes necesitan comer más hidratos de carbono y proteínas que fruta y verduras. Es por eso que muchos comen tan poco de estos alimentos: no es que no les gusten, sino que no los necesitan tanto y priorizan los que sí necesitan.

Usted recomienda intentar ver la vida a través de los ojos del niño para entenderle. ¿Cómo se hace esto?

Intentando ponerse en su lugar. Hay que hacer un ejercicio de imaginación para adivinar cómo se siente y cómo piensa en cada momento. Pero sobre todo hay que recuperar la memoria de la parte más feliz de nuestra infancia y dejar que nuestros hijos puedan vivir la suya de una forma feliz.

Quiero que mi hijo de 2 años y medio deje el chupete y se niega. Ya se lo he quitado varias veces y monta unas rabietas que al final se lo tenemos que devolver. ¿Qué hago?

El chupete va a dejarlo por sí solo algún día: no hay adultos que lo lleven. Ante todo hay que esperar que sea el momento más adecuado; los 2 años aún es pronto para muchos niños. Yo esperaría un poco más, hasta que pudiera entender lo que significa «dejar» el chupete. Si sigue necesitando el chupete más allá de los 4-5 años, podemos ayudarle, por ejemplo, pidiéndole ideas al propio niño sobre cómo podríamos solucionar ese problema. La técnica de los tres pasos puede ayudar:

En muchos países se utiliza a Papá Noel o los Reyes Magos para dar el chupete a cambio de algún regalito. Me parece bien porque el niño se desprende de algo que le cuesta y eso hay que valorarlo de alguna forma.

Para saber más

Faber, A. y Mazush, E., Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen, Medid, Barcelona, 1997.

—, Padres liberados, hijos liberados, Medici, Barcelona, 2003.

Gerhardt, S., El amor maternal La influencia del afecto en el desarrollo mental y emocional del bebé, Albesa, Barcelona, 2008.

Ginott, H. G., Entre padres e hijos, Medici, Barcelona, 2005.

González, C., Bésame mucho. Cómo criar a tus hijos con amor, Temas de Hoy, Madrid, 2003.

Jové, R., La crianza feliz. Cómo cuidar y entender a tu hijo de 0 a 6 años, La Esfera de los Libros, Madrid, 2009.

Juul, J., Su hijo, una persona competente, Hender, Barcelona, 2004.

Liedloff, J., El concepto del continuum. En busca del bienestar perdido, Obstare, Tenerife, 2008.

Siegel, D. J., La mente en desarrollo, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2007.

Small, M. E, Nuestros hijos y nosotros, Crianza Natural, Barcelona 2006.

Winnicott, D., Conozca a su niño, Paidós, Barcelona, 1970.

Resumen