Capítulo II

No siempre son ellos

La mejor manera de mentir es decir la verdad y toda la verdad, pero ocultando el alma de los hechos.

Juan Carlos Onetti

Dos no se pelean si uno no quiere

Ya lo decía mi abuela: dos no se pelean si uno no quiere. No quiero decir que en la realidad sea siempre así, pero muchas veces ocurre. ¿Y si resulta que nosotros como adultos a veces podemos potenciar, sin querer, que los niños se porten mal?

De hecho, en el capítulo anterior ya hemos demostrado cómo una mejor comprensión hacia el niño y más tranquilidad en la familia suele ser un buen punto de partida para intentar mejorar las cosas. Hemos visto que a veces no vale la pena correr, que el estrés es malo para la convivencia familiar y que intentar comprender las actuaciones de su hijo antes de censurarlas le va a evitar más de un conflicto en casa.

Pero a veces los causantes de los problemas solemos ser los adultos en general y los cuidadores en particular, ¡y sin saberlo!

Y digo sin saberlo porque siempre que hay un conflicto en casa se busca un culpable, y a veces el único culpable es el desconocimiento, aunque el enfado lo pueda presentar el niño o los padres. En estos casos, la culpa no es de nadie. Intente averiguar qué pasó y el problema estará solucionado.

En este sentido, vamos a reflexionar sobre cuatro aspectos que desarrollaremos a continuación:

  1. Seguridad y autonomía.
  2. El juego y las tareas.
  3. Los vínculos creados.
  4. El entorno y la sociedad.

Seguridad y autonomía

Sólo podemos aspirar a dejar dos legados duraderos a nuestros hijos: uno, raíces; y el otro, alas.

Wiluam Hodding Carter

La madre de Sheyla (2 años) se ha pasado toda la tarde detrás de la niña. Que si no pongas los dedos en el enchufe, que si te va a dar un calambre… Al final no puede más y le pega en la mano para que deje de intentar tocar el enchufe, diciéndole: «No se toca, que hace pupa». La niña llora y le llama «tonta» a su madre. Su madre no entiende cómo la profesora de su hija se puede manejar con dieciocho niños a la vez que lo toquetean todo.

Pero nosotros sí sabemos por qué las maestras se manejan bien: porque en sus clases hay unas medidas de seguridad que en las casas no se dan. Es obligatorio en las escuelas infantiles poner los enchufes a una distancia de metro sesenta respecto del suelo, para que no lleguen los niños. La profesora de Sheyla nunca tendrá el problema que tiene su madre. Si las medidas de seguridad en casa de Sheyla fueran las del colegio, la niña y su madre habrían pasado una tarde feliz.

En esta historia no hay culpables. Sheyla hace lo que todo niño de 2 años ha intentado alguna vez, y su madre, como buena madre, ha procurado evitar que se hiciera daño. Pero es un conflicto que se habría podido solucionar.

Hay padres que cuando esperan un bebé ya te dicen: «A mí, mi hijo no me va a cambiar la vida, y menos la casa».

En primer lugar, si usted tiene hijos ya sabe que es imposible que un hijo no le cambie la vida. Ya desde antes de nacer nos la cambian, aunque a veces no nos demos cuenta. En segundo lugar, ¿por qué no puede adaptar la casa al nuevo miembro de la familia? Si alguno de nosotros tuviera la desgracia de necesitar permanentemente una silla de ruedas, esperaría que nuestra pareja o hijos adaptaran la casa para que pudiera recorrerla y que reformaran cosas básicas como el cuarto de baño o la cocina. Cuando un miembro de la familia presenta una minusvalía, aunque sea temporal, se adapta lo que se puede. Una amiga mía se rompió el fémur. Es algo temporal, pero sus padres adaptaron el sofá para que pudiera ver la tele con la pierna estirada, y comían en el comedor y no en la cocina para que ella dispusiera de más espacio y pudiera apoyar la pierna en otra silla. Si necesitaba alguna cosa por la noche, su madre se levantaba de la cama y se la traía porque entendía que para ella era un esfuerzo levantarse con aquel peso de yeso tan grande. No esperamos menos de las personas que nos quieren.

Prepare la casa con unas medidas de seguridad adecuadas y no tendrá que perseguir ni reñir a su hijo por meter las manos en las rendijas de las puertas, por querer subir o bajar las escaleras del ático o por abrir los cajones de la cocina. Facilítele la autonomía poniendo fundas en los sofás para que pueda subirse solo, aunque a veces ponga algún pie en la tapicería, y esconda los encendedores, las cerillas, los medicamentos y los cuchillos lejos de los niños.

Dele seguridad y facilite su autonomía.

Vea este otro caso:

El padre de Ana (2 años) observa con horror que su hija lleva en la mano las tijeras de podar. Se las quita bruscamente y la riñe por haberlas cogido. Ana, que quiere las tijeras, monta una rabieta.

Los padres somos los que hemos de garantizar la seguridad de nuestros hijos en casa. Así que o bien nos preocupamos de no olvidar los cuchillos y tijeras por ahí o vigilamos un poco más a nuestros hijos.

Muchos de los accidentes infantiles suceden en el entorno familiar, y serían fácilmente previsibles con un poco más de voluntad. Si el padre de Ana no hubiera abandonado las tijeras o hubiera vigilado un poco más a la menor, se habrían ahorrado una rabieta. A veces no hace falta vigilarlos mucho más: si aumentamos la seguridad facilitamos su autonomía. En el colegio de Ana no pasan estas cosas porque las cocineras ya se encargan de no dejar cuchillos fuera de la cocina y el profesorado usa tijeras especiales para niños.

Norm Lee[7] explica: «Hay un contrato instintivo y natural, que es la comprensión esencial y civilizada entre el padre y el hijo, “escrita” desde el nacimiento en el inconsciente de la memoria tribal, de que los padres protegerán al niño del daño y el miedo». Si ese contrato se rompe porque el niño sufre accidentes o percibe su entorno como un lugar inseguro, o porque quienes le provocan miedo son sus propios padres mediante los castigos, la confianza del hijo hacia su padre deja de existir.

Una paciente de 17 años me contaba que había tenido una infancia feliz y que adoraba a su padre y a su madre, pero que hacía poco tiempo se había enfadado con su padre porque este había olvidado recoger el agua del suelo del baño y ella se había resbalado, por lo que se lo recriminó. Su padre la miró y le espetó: «¡Pues haber tenido más cuidado! ¡Y no te quejes que tampoco te has hecho nada!». «Algo en mí se quebró en aquel momento —me dijo—. Desde ese día no le veo con los mismos ojos; no le odio, sé que fue una tontería, pero mi amor por él no es igual».

Todos los hijos esperamos que nuestros padres estén ahí en los momentos difíciles y, cuando no dan la talla, la relación se rompe.

Por eso, para tener menos conflictos con los hijos, hay que brindarles un hogar libre de peligros, seguro, en el que puedan moverse autónomamente; sobre todo debe quedarles constancia de este hecho. No sólo solucionará problemas en el presente sino que sembrará la semilla de la confianza para el futuro.

Créame, las medidas de seguridad le evitarán más de un disgusto y alguna rabieta de su pequeño/a. En estos casos nadie tiene la culpa: los niños son niños y los padres deben protegerlos, pero cada rabieta que consigan evitar hará que los días de toda la familia sean más felices.

El juego y las tareas

Entonces, como no estudiaba nada, aprendía mucho.

Anatole France

El juego es una actividad imprescindible para el desarrollo y la formación del niño. Lo es tanto que debería ser normal que el pediatra nos preguntara datos sobre las horas de juego de nuestro hijo, no ya por aquello de que un niño que juega es un niño sin grandes problemas (los niños con mucho malestar, hambre o estrés apenas juegan), sino porque de la calidad y cantidad de las horas de juego del niño se derivarán conocimientos, aptitudes y habilidades sociales necesarias para la vida adulta. En este caso estamos hablando del juego desestructurado e imaginativo, del juego que realizan los niños solos o en grupo, sin reglas preestablecidas, sin objetivo definido, sin premios. Da lo mismo que se trate de un niño solo en un espacio definido, como de un grupo de cinco corriendo por todo el pueblo, como dos niñas jugando a las muñecas (y perdón por el topicazo). No hablamos de las partidas de parchís, los videojuegos o el deporte. Estamos hablando de dejar a los niños totalmente a su aire, independientemente de que decidan jugar a los médicos durante cinco minutos o de que prefieran simular que se pelean como karatecas (más bien, como héroes del manga).

El juego reduce el estrés en los niños.

Hay estudios que analizan la capacidad que tiene el juego creativo para disminuir el estrés del niño. En un artículo publicado en el Journal of Child Psychology en 1984, se analizó a niños de 3 a 4 años en su primer día de guardería. A la llegada se les medía el nivel de estrés mediante la observación y con algunas pruebas objetivas. Se les dividió en varios grupos y se probaron distintas estrategias para afrontar los primeros minutos en la guardería separados de sus madres; de esta manera, a uno de los grupos se le sentó en clase con la maestra y se le contó un cuento, y al otro grupo se le permitió el mismo tiempo de juego creativo, en solitario o en parejas. Transcurridos quince minutos, se volvió a valorar la cantidad de estrés que presentaban. La gran mayoría de niños habían disminuido en ansiedad y en estrés, si bien los que habían estado en el grupo del juego libre lo habían hecho en más del doble que los del otro grupo. Estos datos apuntan a que el juego permite fantasear e incluso integrar situaciones extrañas o «difíciles», lo que nos ayuda a afrontarlas con más garantías.

Ya sabemos cómo el estrés en los niños, y en los adultos, favorece la aparición de problemas de convivencia. Si quiere menos problemas, déjeles jugar.

Jugar con las cosas de casa está bien.

Otra característica del juego creativo e imaginativo es que es muy eficaz si se realiza con objetos de uso cotidiano. El estudio más clásico es el de 1973, publicado en Developmental Psychology, para el cual se formaron tres grupos de niños: uno de ellos pudo jugar con objetos de uso cotidiano de forma totalmente libre (lo que incluye también la posibilidad de romperlos); otro pudo jugar con los objetos de una forma totalmente dirigida (básicamente ordenándolos y moviéndolos), y un tercer grupo no pudo ni verlos. Al cabo de un tiempo, se les solicitó que enumeraran usos normales y estrafalarios de los objetos. Los niños del grupo que había jugado con ellos libremente pudieron enumerar de media el triple de usos que los otros dos grupos. Esto nos hace pensar que el juego estimula el pensamiento creativo.

Lógicamente no estoy defendiendo que se deje a los niños jugar con todo lo que tengan a mano y que se les anime a que lo estudien e incluso a que lo rompan. Enlazo con lo dicho en el punto anterior: la seguridad es muy importante.

También la salud de los padres, así que dejarles romper el teléfono móvil nuevo sólo para que experimenten no me parece una gran idea. Tampoco dejarles romper jarrones jugando al fútbol en el pasillo. Sin embargo, desnudar e incluso desmembrar muñecas es sano cuando la motivación para hacerlo es el juego o el interés en ver qué hay dentro. Fomentar el pensamiento creativo es muy importante, especialmente cuando tenemos en cuenta que es una parte fundamental de la inteligencia. Se dice que una persona es más inteligente no cuando sabe escoger cuál es la opción correcta de entre las que le ofrecen, sino cuando sabe encontrar más opciones de las que se le brindan y puede escoger entonces la más adecuada. Los libros de acertijos están llenos de situaciones de este tipo.

Cuando su hijo quiera jugar con objetos de uso cotidiano (las sartenes de la cocina, la escoba y la fregona, por ejemplo) no le censure: se ahorrará alguna rabieta por su parte y además estará educándole creativa y académicamente, aunque no se lo parezca.

Mediante el juego creativo el niño aprende a ser más sociable.

Aprende a respetar turnos de juego y a escuchar otras opciones, por la sencilla razón de que no hacerlo puede significar quedarse sin compañeros de juego. Incluso el juego que realizan los niños al simular pelearse, al igual que hacen los cachorros mamíferos, en el que en una ocasión gana uno y en la siguiente gana otro, con golpes simulados (mejor o peor), hasta en ocasiones con una cierta violencia aparente, les puede ayudar a relacionarse mejor entre ellos y a disminuir el estrés, si lo tienen. En el juego con iguales aprenden a aguardar turno, a tener pequeñas frustraciones cuando pierden, a pactar y a convencer. Si su hijo aprende eso, los conflictos en casa son menores.

Por todo esto es tan importante que los niños dispongan de tiempo y ocasión para poder jugar libremente entre ellos de forma espontánea y no reglada. El hecho de interactuar con los demás en el juego supone una forma de enfrentarse a los conflictos y de saber resolverlos. Se pone en práctica el trabajo en grupo, la motivación, la negociación, el liderazgo y tantas otras cosas que serán necesarias en otras facetas de la vida adulta.

Por desgracia, ya hay estudios que apuntan a que el tiempo de que disponen los niños para este tipo de juego ha disminuido de forma alarmante. Esto pasa por muchos motivos; entre ellos, la organización en familias nucleares cada vez más pequeñas, la gran cantidad de actividades extraescolares y los deberes, la presión que tienen los padres para que los niños realicen juegos educativos que les preparen mejor para la futura universidad, el miedo a que se puedan hacer daño si juegan «a lo bestia», etc.

Podemos plantear la cuestión desde el punto de vista opuesto. Es decir, una vez establecido que el juego creativo ayuda a desarrollar las habilidades sociales, ¿la falta de juego dificulta el desarrollo social? Parece ser que la respuesta es: sí.

El psiquiatra Stuart Brown, uno de los grandes especialistas en el tema, ha entrevistado a más de seis mil personas acerca de su infancia y ha llegado a las siguientes conclusiones. Afirma que algo que caracteriza a la mayoría de los asesinos es que han nacido en una familia maltratadora y que el juego no formó parte de su infancia. Podríamos pensar que se debe a que no eran felices y por tanto no jugaban, pero parece ser que la ausencia de juego, en sí mismo, es un factor relevante en el desarrollo de las capacidades del niño y en su formación como persona. Aunque pueda parecer sorprendente, hay estudios longitudinales que demuestran que entre los adultos que han recibido una educación preescolar orientada al juego creativo hay un porcentaje mucho menor de delincuentes que entre los que no la recibieron.

¿Quiere un hijo menos estresado y con menores conflictos y rabietas? Déjele jugar libremente.

Así, el juego creativo es altamente valioso, tanto por lo que contribuye a que el niño adquiera habilidades sociales, pensamiento creativo, capacidad de resolución de problemas, imaginación, intuición y tantas otras cosas beneficiosas, como por lo que tiene de antiestresante y de válvula para descargar energía. Cuando veamos que nuestro hijo ha tomado posesión, con sus zapatos de la calle, del barco pirata que es —en el fondo y sin lugar a dudas— el sofá de nuestro comedor, lo primero que nos conviene pensar es que, por edad, es probablemente lo mejor que puede estar haciendo en casa y que es algo bueno para él. Lo segundo e inmediato debe ser valorar qué grado de desastre supone para nosotros su actuación y decidir qué hacer. A menudo con quitarle los zapatos y asegurarnos de que no puede golpearse con ningún canto peligroso si cae del sofá sería suficiente para mantener intacta la calma en el seno de la familia.

Los vínculos creados

Da un poco de amor a un niño y ganarás un corazón.

John Ruskin

Según la forma en que se nos trate de pequeños, crearemos unos vínculos con nuestros padres. Según el tipo de vínculo establecido, el comportamiento del niño hacia sus padres será más afectuoso o más distante, más afectivo o más desafiante. Sin quererlo y sin saberlo, muchos padres están favoreciendo con su comportamiento que sus hijos tengan conductas más disruptivas, menos aceptables y más negativas. En estos casos los niños no tiene la culpa, y muchos padres tampoco: ambos son víctimas de un estilo de crianza erróneo.

A continuación explicaremos de modo sucinto cómo son, cómo se forman y cómo se manifiestan estos vínculos. No vamos a hacer una revisión exhaustiva de la teoría del apego, sino sólo un resumen, pero al final del capítulo, en el apartado «Para saber más», encontrará bibliografía de Bowlby y Ainsworth, cuyos estudios sentaron las bases de la teoría del apego y de la vinculación entre padres e hijos.

Si usted cuida amorosamente a su hijo y le atiende siempre que lo necesite, los vínculos que se crearán entre el niño y usted resultarán seguros, sanos y fuertes y va a tener menos problemas de comportamiento que si crea otro tipo de vinculación. Por lo tanto, no le deje llorar, cójalo, atiéndalo siempre y las rabietas y problemas de comportamiento de su hijo serán menores en todo momento.

El entorno y la sociedad

Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filósofa que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños.

Khalil Gibran

La sociedad nos lo pone difícil a los padres. Si no tiene parques cerca de su casa, tendrá más problemas para que su hijo se desahogue y pueda jugar libremente. Si le han subido la hipoteca, a lo mejor le es difícil gastar dinero en medidas de seguridad para la casa y que su hijo sea más autónomo en ella. Si trabaja muchas horas para mantener a la familia y no puede estar a penas con su hijo, ¿qué vínculo va a poder establecer?

Muchos padres se quejan de que es un «suplicio» ir a un restaurante con su hijo, pero lo que ocurre es que a lo mejor ese establecimiento no está adaptado a los niños o tardan dos horas en servir entre plato y plato.

Es difícil salir de compras con niños cuando todo está hecho para tentarles en los supermercados, quioscos, librerías… El otro día fui a una farmacia y habían puesto un expositor con ¡peluches! Niño que entraba, niño que pedía uno. Las madres que vi eran buenas oradoras y acababan convenciendo a sus retoños de que no merecía la pena, pero seguro que alguno habrá que monte una pataleta algún día. Pataleta fácilmente evitable si la farmacia se dedicara a vender sus productos y no quisiera imitar a las jugueterías.

Vale, usted no tiene la culpa, pero su hijo tampoco. Cuando llore porque quiere salir de casa y usted no pueda sacarlo porque tiene que hacer la colada, sea amable con él. Cuando quiera jugar con las sartenes de la cocina, piense que está incrementando su creatividad e inteligencia. Si entra en una farmacia y han montado una juguetería dentro, no culpe a su hijo por desear juguetes.

Muchas rabietas y problemas de comportamiento no tienen un culpable (y menos el niño). Intente solucionar las circunstancias que pueden propiciar la aparición de este tipo de conflictos (como las tentaciones, la falta de apego…) e intente fomentar las que ayudan a la buena convivencia (seguridad, juego, amor…).

Algunas preguntas

Cuando limpio la casa, mi hijo de 2 años me quiere «ayudar», pero si le dejo me ensucia más las cosas, y si no le dejo me monta pataletas. ¿Qué hago?

Dejar que su hijo «juegue» y experimente con objetos de la vida cotidiana es beneficioso para el incremento de la creatividad y del coeficiente de inteligencia; por lo tanto, debería tomárselo como una medida educativa y permitírselo.

En segundo lugar, si resulta que le ensucia lo que usted hace, puede ponerlo a «limpiar» otra zona que no sea la que usted esté haciendo. En mi caso a mi hijo le encantaba limpiar los cristales de la terraza (a los que llegaba sin tenerse que subir a una silla, como pasa con las ventanas). Pues mientras yo limpiaba el de la derecha él «limpiaba» el de la izquierda. Cuando se cansaba, yo limpiaba aquel con el que había estado jugando el niño. Tranquila, un niño de 2 años no pasa más de media hora haciendo lo mismo.

En tercer lugar, hay que remarcar que a partir de los 2 años se da una «necesidad» en los niños de imitar lo que hacen sus padres. En todas las sociedades, comunidades, etc., los niños quieren ir a pescar, a cazar, a trabajar como sus padres, a limpiar… Es frecuente que a estas edades (entre 2 y 5 años) los niños pidan cocinitas, herramientas de carpintero, utensilios de limpieza, tiendas para vender cosas… No les impida el acceso a este aprendizaje, aunque vigile su seguridad.

Mis hijos de 7 y 10 años no se comportan muy bien cuando vamos a los restaurantes. Empiezan a jugar y a moverse de la silla. Yo les llamo al orden, pero apenas paran unos segundos y vuelven a empezar. ¿Qué puedo hacer para que se comporten?

Yo le recomendaría varias cosas hasta que fueran más mayores. En primer lugar, busque restaurantes preparados para niños, con zonas de juego o entretenimientos para ellos. En segundo lugar, llévese algo que les guste (un juguete o papel y lápices de colores). En tercer lugar, busque sitios en los que no tarden mucho en servir: si los adultos ya nos desesperamos, ¡cómo no lo van a hacer los niños de 7 años! O jueguen a algo con ellos (veo veo, adivinanzas, etc.) o hable con ellos de temas que les interesen (suele ser muy enriquecedor para toda la familia). Sus hijos se comportan como niños normales de 7 y 10 años. Quizás es la sociedad la que no prepara los restaurantes para los comensales de esas edades.

Sobre todo, no deje de ir a restaurantes por eso. Con el tiempo van adquiriendo más paciencia y estrategias para estar en un restaurante de una forma «más adulta».

Para saber más

Ainsworth, M., «Attachment beyond infancy», American Psychologist, 44, pp. 709-716.

Barudy, J. y Dantagnan, M., Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia, Gedisa, Barcelona, 2005.

Bowlby, J., La pérdida afectiva: tristeza y depresión, Paidós, Barcelona, 1997.

—, El apego y la pérdida 1. El apego, Paidós, Barcelona, 1998.

—, El apego y la pérdida 2. La separación, Paidós, Barcelona, 1998.

Boy, E., García, L. y Torreblanca, A., «Importancia del vínculo materno-filial en el sentimiento de seguridad», Revista Mexicana de Psicología, 2,1985, pp. 29-31.

Brown, S., A jugar, Urano, Barcelona, 2010.

Cyrulnik, B., Bajo el signo del vínculo. Una historia natural del apego, Gedisa, Barcelona, 2005.

Fernández, M., Martínez, M. y Pérez, J., «Vinculación afectiva e interacción social en la infancia», Revista Española de Motivación y Emoción, 3, 2002, pp. 1-15.

Hirsh-Pasek, K. y Michnick, R., Einstein nunca memorizó, aprendió jugando, Martínez Roca, Madrid, 2005.

Pellegrini, A. D., The role of play in human development [El papel del juego en el desarrollo humano], Oxford University Press, Oxford, 2009.

Rodrigo, M. J. y Palacios, J. (coordinadores), «Los mensajes educativos de los padres desde la perspectiva de los hijos», revista Infancia y Sociedad, n° 30, Ministerio de Asuntos Sociales, 1995.

Resumen