Castigo físico vs. castigo no físico
La mejor guerra, la que no se da.
Dicho Popular
El castigo físico es una forma equivocada de educar, como ya hemos visto. Pero no la única. Muchos padres creen que si no pegan a sus hijos para educar, todo lo demás sirve. Pero no es cierto.
Seguro que alguna vez ha sido testigo de alguno de estos hechos o bien los sufrió usted de pequeño:
Pues bien, lo primero son insultos; lo segundo, una ridiculización evidente, y lo tercero, una amenaza en toda regla. Por si lo duda, vaya delante de un juez y dígale: «¡Mira que eres tonto!», a ver qué le parece.
Esta clase de cosas también se deberían eliminar de nuestro repertorio educativo, no sólo por lo negativas que pueden ser hacia una persona, sino porque en sí mismas constituyen un mal ejemplo de conducta. Si un niño no entiende cómo se hace una división y su padre le dice: «¡Mira que eres tonto!», tendremos, por una parte, un niño que seguirá sin saber dividir y por otra, un padre faltón: no solucionamos el problema de las divisiones y encima le damos mal ejemplo al niño.
Muchos de los padres actuales están cambiando el castigo físico por el abuso psicológico o de poder. Según una investigación de violencia intrafamiliar realizada por UNICEF en Chile, que comparó los niveles de violencia entre el año 1994 y el 2000, la violencia psicológica aumentó de un 14,5 a 19,7 por ciento, mientras que la física disminuía, llegando al 26 por ciento en familias de estatus medio-alto. Y no se trata de eso, sino de educar sin violencia: ni física ni psicológica ni verbal.
Se trata de tener una tolerancia cero con la violencia, sea de la forma que sea.
Cualquier tipo de castigo, sea físico o no, enseña desde el miedo y responde desde la sumisión, impidiendo a los niños crecer como personas autónomas. Además es inútil, créame, porque en el momento en que el miedo ya no existe o se ejerce sobre niños poco dados a la sumisión, el castigo deja de funcionar.
Imagine por un momento que su hijo pequeño ha robado en el colegio algo que no es suyo (un juguete de un amiguito); si usted le castiga una semana sin tele, puede que a lo mejor otro día no lo haga, pero sólo porque tiene miedo a quedarse otra vez sin tele, no porque crea que no debe volver a robar algo. Cuando este niño crezca y se haga un adulto joven, ¿quién impedirá que no sustraiga algo? ¿El que le priven de ver la televisión cuando puede ir a otro sitio a hacerlo? ¿Su padre, al que ya puede agredir?
El castigo por miedo o por privación sólo funciona mientras hay miedo o cuando aquello que nos quitan nos gusta.
Hace poco oí quejarse a unos padres que decían que ya no sabían con qué castigar a su hijo porque todo le daba igual: «Le quitamos la tele y pasa, le quitamos su postre favorito y le es igual…». En este caso se trata de un niño con poco apego a las cosas terrenales, y ya le pueden quitar lo que sea que no va a funcionar.
Lo mismo sucede con los niños poco sumisos: usted le prohíbe ver la tele y él intentará verla a escondidas; le castiga a encerrarse en su habitación e intentará escaparse. En algunos casos hay niños muy sumisos que acatan con resignación lo que sus padres dicen (o niños poco sumisos que al final se vuelven más sumisos). Ha de saber que la sumisión es una de las cosas que más cuesta cambiar en una persona. ¿Usted quiere una hija sumisa en su matrimonio?
¿Quiere un hijo sumiso que en el instituto haga lo que sus «amigos» quieran? Todos los sistemas dictatoriales de la historia intentan someter la voluntad de la población, porque luego el resto es muy sencillo. Una vez que la sociedad es sumisa a ese régimen, es difícil que se rebelen (por eso a los no adictos al régimen los eliminan). La gente sumisa difícilmente cambia. No desee un hijo sumiso, aunque le sea más cómodo, sino enséñele a enfrentarse, de forma adecuada, a lo que no le gusta o no entiende.
Estamos en un momento en que hemos cambiado el chip y hemos disminuido el castigo físico (ya era hora), pero lo hemos sustituido por castigos emocionales, mucho más sutiles y dañinos a veces que un cachete. ¿Ha oído hablar del mobbing (acoso laboral)? En él no hay violencia física, pero es un maltrato emocional tan fuerte que muchas personas han necesitado tratamiento psiquiátrico y psicológico.
La más ligera desconfianza, la más pequeña aspereza, el menor acto de injusticia o de ridiculizar desdeñoso, dejan heridas que duran de por vida en la finamente templada alma del niño.
Ellen Ken[41]
Si en el capítulo anterior analizábamos lo que era un castigo físico y mencionábamos sus consecuencias negativas sobre el niño, la familia y la sociedad, ahora vamos a hacerlo sobre los castigos no físicos, que también producen efectos negativos; al fin y al cabo son castigos. Un castigo siempre implica que hemos de aceptar que hay una persona más fuerte que impone su voluntad a una más débil. Eso es inaceptable. Una cosa es educar, enseñar normas de convivencia, reconducir una conducta equivocada, y otra es «lo haces porque yo lo digo».
Los castigos no físicos se pueden incluir en varias categorías:
Desde UNICEF se señala que las conductas más frecuentes de maltrato psicológico en la familia tienen que ver con gritar, además de otras más violentas como insultar o no hablar por largos períodos.
Vamos a analizar las más conocidas:
El artículo 16 de la Convención de los Derechos del Niño dice: «Ningún niño será objeto de injerencias arbitrarias o ilegales […] ni de ataques ilegales a su honra y a su reputación».
Los insultos están penalizados en nuestro Código Civil, son ilegales, atentan contra los derechos humanos (incluidos los del niño) y la dignidad de la persona. Quien insulta no sólo no educa, sino que da un mal ejemplo.
Los insultos, además, bajan nuestra autoestima. Palabras que pueden parecer tan normales a nuestros oídos como «tonto» o «imbécil», pueden ser verdaderas puñaladas para los niños y constituyen una forma de maltrato.
Algunos padres amenazan a sus hijos con hacerles cosas terribles. «Si no te callas, te voy coser la boca», o «Si sigues diciendo palabrotas, te lavaré la boca con lejía», o «No toques eso o te voy a cortar la mano». Al principio, mientras los niños creen las amenazas de los mayores, obedecen por miedo. Más adelante, cuando descubren que son amenazas vacías, llegan a la conclusión de que los adultos son mentirosos.
Esto tiene una doble implicación: por un lado, deteriora la capacidad de los niños de confiar en sus padres; por otro, pueden ver la sinceridad como una debilidad de los demás, a quienes se puede engañar (como hicieron con ellos). No suelen ser niños ni adultos de palabra.
Los gritos, aunque sólo sean gritos, sin insultos ni amenazas (simplemente hablar levantando mucho la voz), crean malestar en la familia y tensiones en el hogar.
Algunos estudios[42] realizados en Cataluña han demostrado que la simple tensión familiar afecta al menor a nivel socioemocional y tiene como consecuencia un bajo rendimiento académico. En este sentido hay más del triple de probabilidades de que el niño tenga dificultades en los estudios cuando vive en una familia con tensiones frecuentes que cuando el ambiente familiar es tranquilo. Y a eso se suma también una probabilidad muy elevada de tener dificultades de concentración.
Niños de 5 a 10 años
A veces nos podríamos ahorrar mucho dinero gastado en «brain training» y en «baby Einstein» sólo con tratar bien a los niños.
Ignorar o apartar a una persona es lo peor que le puede suceder. Mucho más que discutir. Imagínese discutiendo con su pareja sobre cómo hay que hacer un sofrito. Vale, no es una situación agradable, pero en el fondo hay un concepto de igualdad: «Los dos tenemos ideas; escucho las tuyas y defiendo las mías». Pero imagine que, en lugar de discutir, su pareja hace oídos sordos a todo lo que usted le dice y sigue haciendo el sofrito a su manera. Usted se siente menospreciado. Y seguramente sentirá odio hacia «su amorcito». Nunca sabrán qué sofrito hubiera quedado mejor, no hay aprendizaje de esa experiencia, pero sí menosprecio y grandes dosis de ira.
Imagine que en el trabajo los compañeros le hacen el vacío: no le hablan, se apartan de usted… Usted se siente mal pero no puede precisar a su jefe o a otra persona en qué le están maltratando[43].
Malcolm Gladwel[44] explica que esto se origina en las primeras sociedades humanas, cuando ser expulsado del grupo podía considerarse esencialmente una sentencia de muerte. «Si viviéramos hace un millón de años, y ocupáramos una cueva, y yo te expulsara… Estarías perdido. Y esto, como seres humanos, es lo más devastador que podemos escuchar “¡Fuera!”».
Hoy en día se han puesto de moda castigos que consisten en ignorar a los niños o dejarles de hablar cuando hacen una conducta no deseable. ¿No cree que sería más efectivo, en lugar de ignorarles y no hablarles, intentar explicarles por qué aquello está mal? ¿No sería mejor y más humano transmitir una enseñanza en lugar de no decir nada?
No diciendo nada sólo transmite su disgusto hacia un acto, pero no le transmite ninguna educación ni alternativa a su actuación (puede que el menor sepa que está mal o puede que no lo sepa, porque nadie se lo ha explicado, con lo cual podría volverlo a hacer en el futuro). Y, como ya hemos visto, pueden incrementar su ira hacia usted y sentirse menospreciados.
En mi época el ignorar o apartar era bastante utilizada. En el colegio, cuando no nos portábamos bien, nos sacaban al pasillo o nos expulsaban de clase. En casa se encerraba a los niños en una habitación. Como eso eran métodos arcaicos y nosotros nos hemos vuelto muy modernos, ya no los utilizamos. Bueno, no los utilizamos con el mismo nombre, pero seguimos haciendo lo mismo; tan sólo hemos maquillado las palabras. Antes se sacaba a los niños de clase, ahora se llama hacer time out o «tiempo fuera del reforzamiento».
¿Se acuerda de cuando se portaba mal en clase y le ponían en un rincón? Pues ahora se hace lo mismo pero lo llaman thinking corner (rincón de pensar). Hay una variante menos cansada, que es «la sillita de pensar» (lo mismo pero sentados).
La inutilidad de estas cosas nos la cuentan los propios niños: Carlota (de 3 años) creía que su profesora era muy mala porque es la que tenía la silla más grande.
Pero la reflexión definitiva sobre las sillitas o los rincones de pensar nos la da Julián, de 4 años, que un día le hizo la siguiente reflexión a su profesora: «¡Qué despistada eres, seño! ¡Has puesto la sillita de pensar y te has olvidado de poner la de felicitar!». Porque Julián, con ese radar que hemos explicado que tienen los niños, había captado la esencia de la sillita. Era un castigo y, por lo tanto, faltaba la otra parte, la de la recompensa[45].
Y lo más triste de la sillita de pensar es que el niño se queda pensando solo. ¿Qué puede reflexionar un niño de un año sobre su conducta negativa? Las sillitas de pensar tendrían algo de valor si fueran a pares: una para el niño y otra, al lado, para el adulto que le hace reflexionar. Porque los niños pueden pensar de manera distinta o tener una escala de valores diferente a la de sus progenitores.
Una madre envió a pensar a su hijo de 3 años porque se estaba peleando con su hermano por un cochecito. Al acabar, cuando su madre le preguntó si ya había reflexionado sobre su conducta, el niño dijo: «Sí, ahora sé que no me tengo que pelear cuando estés cerca». Y es que los niños piensan como piensan. Cuando un niño hace una conducta equivocada debería haber siempre un adulto a su lado para hacerle reflexionar, hablar, debatir…
Time out, rincón de pensar… Ya sabe: «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Es lo mismo: cuatro ideas anticuadas cambiadas de nombre para darle un aire de modernidad, pero siguen transmitiendo los mismos valores de antaño: desprecio, menosprecio y falta de comunicación.
Cuando yo era pequeña existía la costumbre de atemorizar a los niños encerrándoles en un cuarto oscuro («el cuarto de las ratas», se le llamaba a veces) o con la inminente llegada del hombre del saco, del comeniños… ¡Cuántos adultos todavía recuerdan noches de infancia sin dormir pensando en el hombre del saco, en el «que viene el coco y te comerá»! La privación del sueño no es nada que aporte algo bueno a un niño[46]. Cuando el miedo y el estrés actúan se desencadena a nivel hormonal una serie de alteraciones. La más frecuente es el incremento del cortisol. Pues bien, los niveles de cortisol muy elevados son los responsable de que tengamos mayor muerte neuronal y de que nuestro cerebro no se desarrolle correctamente. El estrés es una de las primeras causas de déficit de atención y de memoria en los niños[47]
Vaya usted asustando a su hijo, pero luego no se queje si le cuesta más aprenderse las tablas de multiplicar.
Imagine la siguiente escena: un niño de 2 años se queda embelesado por una vela encendida. Se acerca a ella para tocarla y su madre lo aparta. Al cabo de pocos segundos el niño vuelve hacia la vela, y la madre vuelve a apartarlo. Y así hasta varias veces más. A la décima se oye una voz que le dice a la madre: «Déjalo que se queme y no lo hará más». Bien, no entra en la categoría de castigos físicos (la madre no quema al bebé, es cierto), pero debería entrar en la categoría de salvajadas nacionales. Lo que está mal no es que el niño quiera tocar la vela, lo que está mal es ¡dejar una vela al alcance de un bebé! Lo que debería hacer es apañar la vela. No obstante, si no quiere quitarla, lo que debe hacer es vigilar más al niño. Los padres por encima de todo somos los garantes de la seguridad de nuestros hijos.
Dicen que los niños hacen lo que ven, no lo que se les dice que hagan. Dígales lo que quiera chillando, insultando, amenazando, y ellos sólo aprenderán chillidos, insultos y amenazas. Nada más.
Hace un par de años nos reunimos unos cuantos ex alumnos. Recordamos a todos los profesores y profesoras que habíamos tenido. Entre ellos un profesor que nos chillaba, castigaba y nos tenía muy atemorizados. Y eso es precisamente lo único que recordábamos de él. No recordábamos ninguna enseñanza en concreto, apenas nada del temario, pero teníamos el recuerdo plagado de días en que nos castigó y «anécdotas» de cómo habíamos intentado eludir sus castigos. Pero nada más. No deje que sus hijos le recuerden por lo mucho que chillaba o por lo mal que les trataba. No castigue, eduque pero no castigue. Al fin y al cabo, lo que perdura una vez que ya no estamos es el recuerdo que dejamos.
En una publicación editada a principios de la década de 2000 por el gobierno sueco, se comparaba la crianza de los niños de Suecia, Irán, Canadá y las islas Cook. El estudio demostró que las madres de otros países castigaban más que las suecas. ¿El motivo? Las madres suecas eran más pacientes y sentían menos que sus hijos e hijas les desobedecían (eran más proclives a pensar que se equivocaban, que no lo habían entendido, etc.); por lo tanto, no tenían tanta necesidad de utilizar métodos autoritarios de crianza. En cambio, en aquellos países en los que las madres pensaban que sus hijos les desobedecían deliberadamente, la tasa de castigos crecía ante los mismos comportamientos.
A menudo podemos observar cómo lo que está prohibido en una casa está autorizado en otra. Y eso no es malo, pues el mundo es un lugar plural. Lo malo es que los adultos creamos que «sólo» la opción de nuestra casa es la correcta y no aceptemos el cambio que nos propone nuestro hijo. En nuestro país está mal visto que un niño vaya descalzo o en calcetines por la casa; en Japón es obligatorio quitarse los zapatos al entrar (incluso las visitas). ¿Vale la pena castigar a su hijo por ir en calcetines por la casa?
Los niños acaban comparando sus castigos y normas con los que se imponen en las casas de sus compañeros y muchas veces llegan a la conclusión de que esto es una lotería sin pies ni cabeza. Claro está que en cada casa hay unas normas diferentes a las otras, pero… ¿no le podríamos explicar al niño por qué para nosotros hay unas cosas más importantes que las que pueda haber en las casas de los demás?
A veces el castigo depende más de la mentalidad del que castiga que de la falta cometida. Cambiando la mentalidad podemos llegar a educar sin castigar.
Lo que se les da a los niños, lo darán a la sociedad.
Karl A. Mennincer
Hay personas que creen que el hecho de erradicar el castigo hará que nuestros hijos sean indisciplinados, malcriados. Lo que hará que esos niños no sean indisciplinados y malcriados es la educación que reciban, no el castigo. No renunciamos a la educación, tan sólo al castigo. ¿Y cuando se porte mal?, dirá alguno. Pues hay muchas cosas que se pueden hacer, como volver a mostrarle el camino correcto («Cariño, al terminar de bañarnos la ropa se lleva a la lavadora»), hacerlo con nosotros («Mira, te dejaste la ropa en el baño, ¿la llevamos a la lavadora?»), pedirle una explicación («¿Qué te pasó? ¿Por qué no llevaste la ropa a la lavadora?»)… Las posibilidades son infinitas.
El niño es acreedor al máximo respeto.
Décimo Junio Juvenal
Hace poco una psicóloga amiga mía[48] que trabaja con adultos me dijo que pensaba escribir un libro para la prevención de los trastornos psicológicos en la adultez. El libro llevaría el siguiente título: «Todo lo que debe hacer con su hijo para que de mayor vaya al psicólogo».
Y no hablaba de adultos a los que habían pegado o que habían sufrido castigos físicos cuando eran niños, sino de aquellos a los que simplemente no les escuchaban, que pasaban miedo por la noche encerrados en sus habitaciones o que habían encontrado injusta alguna sanción impuesta.
Ella sabía por experiencia profesional lo que hace años ya escribió Alice Miller: «Todo comportamiento absurdo tiene su prehistoria en la infancia temprana».
Alice Miller trabajó durante más de veinte años con pacientes en la consulta hasta que se dio cuenta de que era mejor trabajar en la prevención de esos traumas que los adultos le contaban y poder ayudar a reducir el sufrimiento en la sociedad. Así que se dedicó a escribir sobre la educación de los niños desde que son pequeños. En uno de esos libros (Por tu propio bien. Raíces de la violencia en la educación del niño) explica que lo único que hay que hacer es atender a las necesidades del niño sin manipularlo:
Para impedir un comportamiento absurdo y autodestructivo en la edad adulta, los padres no necesitan haber realizado grandes estudios de psicología. Si consiguen no manipular ni abusar del niño pequeño para atender sus necesidades, […] el niño sabrá encontrar en su cuerpo la mejor protección contra exigencias inapropiadas.
Parece fácil, ¿no?
Ahora sabemos, por apartados anteriores, que un castigo es un castigo, y que su huella es grande y duradera a lo largo de nuestra vida, tanto si el castigo es fuerte como «suave».
Incluso si se probara que castigar en la niñez es eficaz, ¿eso lo haría ético?
Las personas normales no nos castigamos entre nosotras, ¿por qué hacerlo con nuestros hijos? Mi marido no me castiga a mí aunque yo haga algo que a él no le guste especialmente: lo comentamos y punto. Yo no castigo a mi secretaria aunque se equivoque en el trabajo o vaya lenta: le pregunto por qué ha actuado así o solucionamos el error. Ya no está bien visto desde hace mucho tiempo que los jefes «castiguen» a sus empleados; pueden despedirlos pero no acosarlos, castigarlos, ridiculizarlos, amenazarlos… Alguien dirá que nuestra sociedad sí castiga y que tenemos prisiones, multas y sanciones. Sí, es cierto, pero sólo para los transgresores de la ley; el resto podemos cometer equivocaciones sin mayores problemas. No estamos hablando de niños que han trasgredido la ley (hay adolescentes que han matado a compañeros del instituto, y en estos casos debemos actuar de otro modo porque lo primero es proteger la vida humana), sino de niños normales que han cometido los mismos errores que los niños normales de todos los tiempos: no querer bañarse ni hacer los deberes, no querer comer verdura ni ir al cole, etc. Para esto no hace falta castigar. Se pueden educar estas conductas sin necesidad del castigo.
Si usted tuviera un menor transgresor de la ley, lo primero que debe hacer es buscar ayuda profesional, pues en estos casos se ha comprobado que los castigos paternos tampoco funcionan.
Por último, una reflexión: no se puede ser juez y parte. ¿Quién dictamina el castigo del niño? Normalmente el progenitor o la persona a la que no le ha sentado bien esa actuación. Todos sabemos ya que un juez no puede juzgar sobre un hecho que le «toca de cerca», y lo mismo pasa con los padres, porque a veces pueden perder la objetividad.
Los padres de Alba me explicaban la siguiente historia: Alba, de 7 años, y su madre habían estado enfermas. No habían ido ni al cole ni a trabajar. Después de comer, Alba se encontraba mejor y se levantó de la cama para ver la tele (la programación de tarde suele estar dedicada a los menores). Llevaba un buen rato viendo la tele cuando la mejoría alcanzó a su madre, que también se levantó. Le dijo a Alba que ella ya había visto bastante rato la tele y que ahora le tocaba a su madre (al parecer no tenían los mismos gustos televisivos). Alba protestó diciendo que no era justo porque era ella quien estaba primero y que su madre no tenía derecho a interrumpirle su serie favorita en aquel momento.
Si las dos hubieran sido adultas, seguramente el orden de llegada hubiera sido determinante («Lo siento, yo llegué antes») o hubieran llegado a un acuerdo («Vale, te dejo terminar tu serie favorita, pero luego déjame verla un ratito»), pero como Alba es menor, su madre le quitó el mando y la envió a su habitación argumentándole que ya llevaba demasiado rato viendo la televisión y que debía hacer otras cosas como jugar, y que las niñas no contestan mal a sus madres.
No podemos ser juez y parte.
Para que estas cosas no se den, funcionan muy bien los consejos familiares: la actitud es expuesta al resto de la familia, no afectada en ese momento, y se resuelve de forma algo más objetiva. Bien, esta es sólo una de las muchas técnicas de educación democrática familiar; si ha leído los capítulos anteriores ya tendrá algunas en su repertorio, y si no, repase otra vez esos capítulos.
Hemos de decir adiós al castigo no físico (recuerden que el físico es ilegal y, por lo tanto, ya no vamos a hablar más de él: no puede hacerse). Y hemos de decirle adiós por varias razones:
Las formas de equivocarse del ser humano son muchas y cambiantes, pero no es el error lo que nos debe asustar (al fin y al cabo, errar es humano), sino la poca capacidad de enmienda y cambio que tienen algunos a pesar de que las evidencias de que están equivocados son abrumadoras.
Sé que no tengo que gritarle a mi hijo, pero a veces pierdo los estribos. ¿Debo pedirle perdón? Es que me han dicho que nunca debo mostrarle que me he equivocado.
¿Quiere que su hijo aprenda que cuando uno se equivoca debe pedir pendón? Entonces predique con el ejemplo. Que sea su madre no quiere decir que deba comportarse de otro modo. Usted es un ser humano y puede equivocarse, no importa que su hijo lo sepa ahora; de todos modos se va a enterar.
¿Se considera castigo gritar? Es que yo tengo tendencia a levantar la voz (todo el mundo me lo dice), pero yo no quiero gritarle a mi hijo; es que me sale así.
Como no sabemos qué es lo que considera gritar o elevar la voz, vamos a explicar las dos cosas:
Si no le castigo cuando se porta mal, ¿cómo le enseño que en mi casa mando yo?
La primera cosa para erradicar el castigo es la creencia de que la familia es un grupo en el que nadie manda ni obedece, sino en donde unos aportan modelos positivos que los otros intentan seguir. Las normas se consensuan, se siguen las que se consideran mejores y se debaten o modifican las que resultan obsoletas.
La casa es el hogar de todos. Si le inculca a un hijo que la casa sólo le pertenece a usted, ¿cómo va a concebir el niño la idea de hogar? No existe ese hogar propio que todos anhelamos.
Su casa también es la de su hijo, la de toda la familia. Por eso la cuidamos entre todos. Hay muchos hijos que destrozan a veces cosas de la casa cuando se enfadan: es porque consideran que la casa no tiene nada que ver con ellos; es propiedad de sus padres y por eso la atacan; si creyeran que la casa es suya, seguramente no la destrozarían.
Acabar con la violencia legalizada contra los niños y niñas. Informe mundial2007, Iniciativa global para acabar con todo castigo físico hacia niños y niñas, 2007.
Barudy, J. y Dantagnan, M., Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia, Gedisa, Barcelona, 2005.
Consejo de Europa, Views on positive parenting and non-violent upbringing, Estrasburgo, 2007.
Cornelius, Helena y Faire, Shoshana, Tú ganas, yo gano. Cómo resolver conflictos creativamente y disfrutar con las soluciones, Editorial Gala, Buenos Aires, 1995.
Davis, Martha, Mckay, Matthew y Eshelman, Elizabeth R., Técnicas de autocontrol emocional, Martínez Roca, Barcelona, 1985.
González, C., Bésame mucho. Cómo criar a tus hijos con amor, Temas de Hoy, Madrid, 2003.
Miller, A, Por tu propio bien. Raíces de la violencia en la educación del niño, Tusquets, Barcelona, 2001.
Pinheiro, Paulo Sérgio, Informe mundial sobre la violencia contra los niños (una publicación más elaborada del informe sobre el Estudio de las Naciones Unidas; contiene estudios de casos, mejores prácticas y recomendaciones), publicación de las Naciones Unidas, Ginebra, 2006.
Rodrigo, M. J., «Los mensajes educativos de los padres desde la perspectiva de los hijos». Revista Infancia y Sociedad, n° 30, Ministerio de Asuntos Sociales, 1995.
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