Capítulo veintidós

Ahora estás a salvo.

Eso era lo que había dicho Lucca cuando me había metido en el palco. Pero se equivocaba.

Danny me mostró la cuerda.

—Mira esta punta. La mitad está deshilachada y desgarrada, pero si tocas aquí… —pasó los dedos por las sogas desiguales— notarás dónde la han cortado con un cuchillo… no del todo, cierto, pero lo suficiente como para que se rompiera cuando tu jaula empezara a subir. Alguien cortó así todas las cuerdas guía… las he revisado. —Estábamos los tres solos en el taller situado detrás del Gaudy. Lucca examinó la cuerda en silencio mientras Danny prosiguió—: Al principio me eché la culpa de lo ocurrido. No comprobé el estado de la cadena ni de los ganchos como había prometido, pero con todo lo que…

Le tomé la mano.

—No te preocupes, Danny. Ya lo sé. ¿Con lo de la desaparición de… Peggy y todo eso?

Asintió.

—Y eso no es todo, Kit. Subí a examinar el hueco que hay encima del teatro, entre el techo de yeso y el tejado. Quería echar un vistazo porque… había algo raro en el modo en que se desprendió ese yeso. Lleva puesto desde hace solo seis años y es una auténtica obra de artesanía. La Señora mandó traer a gente de Francia especialmente para ello.

—¿Qué descubriste? —La voz de Lucca sonó aguda.

—Normalmente allí arriba está oscuro, así que cogí una vela, pero no tendría que haberme molestado. Era como el cielo en plena noche en el interior del hueco con todas esas lucecillas parpadeando entre los tablones.

—¿A qué te refieres cuando dices «luces»? —En un primer momento no le entendí.

—Había agujeros, Kitty, unos agujeros que atravesaban los montantes hasta alcanzar el yeso. Docenas de ellos, formando un círculo alrededor del gancho central al que va conectada la cadena.

Sentí que se me erizaba el vello de la nuca.

—¿Entonces el yeso y las tablas que tenía sobre mi cabeza también fueron deliberadamente manipuladas, como las cuerdas guía?

Danny asintió.

—Lo único que te mantuvo en el aire anoche fue el hecho de que el gancho atraviesa una viga de roble de al menos treinta centímetros de espesor que cruza el centro de la sala. Es como de hierro. Cuando no eres tú la que está ahí arriba de ese gancho cuelga normalmente una vieja araña enorme, por eso tiene que aguantar tanto peso. De ahí que supiéramos que The Comet iba siempre a ser la sala más segura para…

Volvió a callarse y de repente tuve una revelación sobre lo peligroso que era mi número en el mejor de los casos. No me daban miedo las alturas, pero sí morir asesinada.

Miré a los chicos: Danny enrollaba la punta de la cuerda deshilachada entre sus grandes manos y Lucca se arrancaba la piel de un lado del pulgar. Como vi que no iban a decirlo, fui yo la que lo hice.

—El robo de ayer… Fitzy me dijo que no se habían llevado nada. ¿Os enterasteis?

Lucca asintió.

—La Señora cree que fue un desafío, sì? El motivo de que no se llevaran nada fue que no necesitaban llevarse nada. No fue más que una demostración. Los barones quieren ponerla a prueba. Está vieja, Kitty. ¿No estará su hora cer…? —Se encogió de hombros y levantó las manos.

Volví a ver a Lady Ginger en el escenario con Frances y Sukie arrodilladas delante de ella. La Señora se había quedado inmóvil y en silencio, y el único movimiento había sido el brillo de sus joyas y el pétreo parpadeo de sus ojos negros. Era una espiral de furia vengativa y no había nadie en la sala que pudiera igualarla. Lucca se equivocaba: la Señora no era vieja, era eterna.

Negué con la cabeza.

—No, no fue un desafío al poder de la Señora. Alguien entró a robar ayer al Comet, pero lo único que pretendían con ello era matarme. Pusieron todo su maldito empeño en asegurarse de que mi jaula se estampaba contra el suelo conmigo dentro, y de no haber sido por ti, yo no estaría aquí ahora contándolo. ¿Es que no lo veis? Esto no tiene nada que ver con la Señora, sino conmigo y con Las muchachas del bermellón.

Lucca frunció el ceño y lanzó una mirada ansiosa a Danny, que parecía totalmente perdido. Enseguida entendí por qué. El pobre Dan no sabía nada del cuadro y con la desaparición de Peggy, no me apetecía empezar a explicarle nada.

—Mira, Dan —dije, pensando rápidamente—. ¿Podrías hacer algo por mí? No me sentiré a salvo hasta que sepa que alguien de mi confianza ha vuelto a revisar esa jaula y todas las cuerdas y los eslabones de la cadena. Sé que tienes razón sobre lo que ha ocurrido en The Comet y te seré franca: estoy asustada. ¿Te acuerdas del otro día cuando dijiste que era una mujer con agallas? Bien, pues esto me tiene terriblemente afectada. Estoy asustada y necesito que los amigos como Lucca y como tú cuiden de mí. Irás ahora a revisarlo todo, ¿verdad, Danny? ¿Por favor?

Alcancé a ver la expresión de Lucca cuando terminé de hablar y me odié por ser una mentirosa tan competente. Sabía cuál era el punto flaco de Danny Tewson: su amabilidad. No era lo que se dice el tipo académico, pero sí un caballero de la cabeza a los pies. Incluso aunque tuviera sospechas sobre lo que yo le había dicho a Lucca sobre Las muchachas del bermellón, no lo demostró.

—Por supuesto. Ahora mismo me pongo con ello. —Se levantó de un brinco y cogió su gabán. Aunque era un día soleado, hacía frío—. Se están preparando para tu ensayo general dentro. Esta mañana nos han traído cuerdas nuevas, así que las repasaré centímetro a centímetro antes de que te necesiten.

Cuando se marchó, Lucca no me miró.

—Estás hecha toda una actriz, ¿eh? —dijo en voz baja un instante después. Noté que un calor culpable me subía por el cuello y se me extendía por la cara cuando siguió hablando—. Y ahora dime: ¿qué relación hay entre lo que ocurrió anoche en The Comet y Las muchachas del bermellón?

Así que se lo conté todo, y mientras hablaba entendí que casi todo mi relato —o mejor, todo— giraba en torno a James Verdin.

Le conté a Lucca que James y sus amigos de la galería The Artisans habían ido a visitarme a mi camerino, le hablé del dibujo y de las flores que me había mandado, de que me había vuelto a encontrar con él cuando volvía a casa desde The Comet la noche que Peggy había desaparecido, de que me había emborrachado con el brebaje que me había dado y de que le había llevado conmigo a mi habitación.

Lucca siguió sentado sin decir nada mientras yo hablaba. Se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza en sus manos, así que no pude ver lo que pensaba. Cuando llegué al trozo sobre mi habitación, se levantó y caminó hasta el fondo del taller. Luego regresó y pateó de pronto y con crueldad la madera, antes de escupir en el suelo dos veces y mascullar «Verdin», seguido de algo en italiano.

El taller quedó en completo silencio.

—Lo peor es que cuando estuve con él y… bajo los efectos del alcohol, creo que le hablé del cuadro y de las chicas desaparecidas. A la mañana siguiente, antes de que se marchara a su club, me dijo que decía «cosas extraordinarias» cuando estaba. —Guardé silencio y miré a la espalda de Lucca—. He sido una… una estúpida, ¿verdad?

No hubo respuesta. Metí la mano en el hondo bolsillo de los pliegues de la falda. Me había llevado conmigo a la jaula el dibujo del Comet y lo llevaba encima también entonces, junto con el boceto de mi cabeza y de mis hombros que James había enviado al teatro.

Los había colgado de la pared de mi habitación la noche anterior en casa de Madre Maxwell y me había sentado cruzada de piernas en el suelo de madera a mirarlos fijamente durante un buen rato. En ese momento los desplegué sobre el serrín del suelo del taller, siguiendo las líneas de escritura con el dedo. A la clara luz del sol invernal, no me cupo ninguna duda: los dibujos eran obra de la misma mano, y había en ellos algo más.

—Lucca, acércate a ver.

Lucca no se movió. Se quedó de pie donde estaba, de espaldas.

Me sentí aún peor que cuando James me había dejado en mi cuarto.

—No fue culpa mía. Tienes que creerme. No fue…

—¿No fue qué?

Se dio la vuelta. La piel moteada y cicatrizada de su rostro palpitaba en rojo y blanco y el ojo le brillaba.

—Desde que le viste en la galería has estado jadeando por sus huesos como una perra en celo. No, no lo niegues. Te conozco. Cuando le viste, te brillaron los ojos como… estrellas. No es la primera vez que lo veo. Conozco bien los síntomas. ¿Y qué esperabas? ¿Creías acaso que te sacaría de esto? ¿Qué te vestiría con ropa elegante, te seduciría con deliciosa comida, te ofrecería champán? ¿O creías quizá que se casaría contigo y te convertiría en una dama? Mírate. Mira tu ropa barata y tu miserable vida. Mira nuestro mundo.

Se rio ásperamente y señaló con un gesto de la mano al taller.

—Esa gente… son todos iguales. Eres más estúpida que… —Se interrumpió bruscamente—. Puttana! —Escupió ese último insulto (yo sabía lo que significaba) y un pequeño salivazo cayó sobre las tablas junto al dibujo de mi cabeza. Jamás había visto a Lucca tan amargo ni tan apasionado. Las palabras salieron atropelladamente de sus labios y su acento casi había desaparecido. Temblaba de rabia.

Me levanté y di un paso hacia él.

—¿Más estúpida que quién, Lucca? Lo que acabas de decir, no te referías a mí, ¿verdad?

Algo cubrió durante un parpadeo la apuesta mitad de su rostro y luego bajó la cabeza, de modo que sus rizos negros cayeron hacia delante.

—No estás enfadado conmigo, ¿verdad, Lucca? ¿Todo eso sobre la ropa elegante, la comida deliciosa… y el champán?

Me acordé de que una vez Lucca me había dicho que le gustaba el sabor del champán y me acordé también de que me había preguntado al oírle cómo era posible que un muchacho como él lo conociera. Volví a pensarlo mientras le miraba. Tenía la cabeza gacha y los hombros encogidos hacia delante como si intentara doblegarse sobre sí mismo y desaparecer.

Al ver que no respondía, me acerqué un paso más a él.

—Para tu información, James Verdin me emborrachó con algo… algo que hizo desaparecer a Kitty para sustituirla por otra mujer. Yo no sabía lo que hacía esa noche, así que no, no estaba pensando en ninguna de las cosas que has dicho. No lo negaré: había algo en él que me atrajo en cuanto le vi. De hecho, desde entonces pensé a menudo en él. Y cuando vino a verme con sus amigos fue muy encantador, más amable que los demás y también más refinado. Me dijo que estaba interesado en mí como artista, y estuvo encantado con todo lo que comenté sobre ese cuadro y me sentí halagada. Antes de drogarme y de hacer de mí una furcia, yo…

Lucca alzó la vista. El fuego había desaparecido ahora de su mirada. A punto estuvo de decir algo, pero tendí la mano y le puse los dedos en los labios.

—Oh, sí, eso fue en lo que me convirtió esa noche y no creas que me enorgullezco de ello. Antes de hacer de mí una furcia, yo había pensado en su olor, en lo suave que tenía la piel, en cómo sería sentir el contacto de sus labios sobre los míos, en cómo sus manos… bueno, ahí lo tienes. Quizá, a fin de cuentas, no se equivocara conmigo. Pero tú sí te equivocas, Lucca Fratelli, y mucho. No soy una mentirosa y no tengo secretos. Aunque quizá tú sí.

La puerta corredera tintineó al abrirse.

—Kitty, te esperan. —Danny estaba de pie en el patio bañado por la luz del sol, con la camisa cubierta de grasientas marcas negras—. He repasado hasta el último centímetro de las cuerdas y he engrasado también la cadena. Ahora ya no rechinará. Estás en buenas manos. —Levantó sus palmas manchadas y añadió, bajando la voz—: Esperemos que Peggy también, ¿eh? Dondequiera que esté.

Eso cortó de cuajo la escena. Lucca y yo nos escupíamos como un par de gatos peleando por un gorrión, cuando había tantas otras cosas en juego. Me recogí el pelo y empecé a hacerme un moño prieto. Me sentía molesta conmigo misma mientras me hacía sin miramientos una bola de pelo y me la sujetaba con una horquilla.

—Estaré contigo en un minuto. Lucca y yo ya estamos terminando.

—Fitzy te quiere ahora. Está de un humor de perros, así que yo en tu lugar no le haría esperar. —Danny frunció el ceño—. ¿Estáis bien? —Debíamos de tener un aspecto extraño, los dos de pie tan juntos y rígidos como un par de varas.

Intenté sonreír.

—Estoy todo lo bien que puede esperarse de una chica que ha estado a punto de partirse la crisma, Dan. Dile que ya voy.

Desde la puerta abierta vimos desaparecer su sombra por el patio. Sus pies hicieron crujir las capas de hielo que cubrían los adoquines y luego oímos que la puerta trasera del teatro se cerraba a su espalda.

—Perdóname.

La voz de Lucca sonó espesa y amortiguada. Se deslizó contra la pared hasta el suelo y se abrazó las piernas.

—¿Qué es lo que hay que perdonar? —Mis palabras sonaron más tensas de lo que era mi intención.

Lucca se echó a reír, pero no fue un sonido alegre. Me senté a su lado y al hacerlo el vuelo de la falda levantó virutas de serrín en el aire dorado, que bailaron a nuestro alrededor mientras nos quedábamos sentados en silencio. Lucca no me miró, pero me tomó la mano y la estrechó.

—Tengo que irme, Lucca. ¿Has oído a Danny? Fitzy está de un humor de perros. Y tengo que cambiarme y vestirme para el ensayo.

Lucca asintió, me soltó la mano y se abrazó aún más las piernas, como si intentara encogerse hasta desaparecer.

—No soy ningún mentiroso, pero hay cosas… —Se interrumpió, apoyó la cabeza contra las lamas de madera de la pared y suspiró.

—Después del ensayo, ¿eh? Subiré a verte al estudio. —Señalé con la cabeza la escalerilla que llevaba al espacio situado sobre el taller donde Lucca dibujaba y pintaba.

Me levanté.

—Hay algo más. Joey… la Señora me ha dado otros siete días antes de que… bueno, no sé qué va a hacerle, pero el final será el mismo. Le encontrarán en el río.

Lucca alzó la vista hacia mí.

—¿Siete días?

—Ya menos. Y no veo la salida. No quiero que discutamos por una estupidez, Lucca. Te necesito. Eres todo lo que me queda.

De pronto me sentí desnuda y no quise que me viera la cara. Me sacudí la falda. Los dibujos seguían en el suelo, exactamente donde los había dejado. Fui hasta ellos, los recogí y se los llevé.

—Échales un vistazo durante mi ausencia. —Me tocó a mí entonces soltar una risa amarga—. Me los mandó James. En este ha hecho un trabajo precioso y muy halagador, aunque eso fue antes de hacerme suya.

Le di a Lucca el primer dibujo. Luego alisé el retrato de mí en la jaula y volví a mirarlo. Era un dibujo malvado, retorcido por el odio y el despecho. Las líneas atravesaban el papel como lo habría hecho el cuchillo sobre la piel. La persona que había hecho eso estaba furiosa. Simplemente tocarlo me dio náuseas, aunque no tanto como pensar que le había tenido conmigo en mi cama.

—Quienquiera que entrara anoche en The Comet sabe que estoy al corriente de la existencia de Las muchachas del bermellón. Mira esto. —Le enseñé el dibujo a Lucca—. Fíjate en esta frase: «De noche su pájaro enjaulado canta una fea canción». No se refiere a mi número. Creo que se refiere a lo que le dije a James sobre el cuadro y sobre las chicas desaparecidas. Y hay algo más. Creo que la persona que dibujó esto y que hizo el boceto que tienes en la mano es la misma que pintó Las muchachas del bermellón. Mira cómo ha dibujado mi cara en el primero. Es una preciosidad… y ha conseguido que la piel de mis hombros parezca real, cálida, casi como si pudieras sentirla. Incluso este. —Lucca me cogió de la mano el dibujo en el que aparecía retratada en la jaula— tiene una espantosa especie de… poder. Tengo razón, ¿verdad?

Lucca miró los dos dibujos, comparándolos, y asintió despacio.

—Filomela. ¿Sabes quién es?

Negué con la cabeza.

—Es un mito de la Antigüedad. Filomela era una hermosa princesa a la que los dioses convirtieron en ruiseñor. Hay quien dice que se convirtió en una golondrina, pero el final es el mismo. La golondrina y la hembra del ruiseñor son mudas. No cantan.

—Entonces, ¿qué quiere decir?

Lucca se encogió de hombros y estudió luego las palabras extranjeras escritas debajo del dibujo mío en la jaula y frunció el ceño.

—¿Cuándo recibiste este?

—Fitzy me lo dio antes de subirme anoche a la jaula. Quienquiera que entrara a robar al despacho del señor Leonard lo dejó allí.

—¿Quiere eso decir que apareció después de que Verdin te drogara y se aprovechara de ti?

Asentí. Me alegró oír el modo en que Lucca lo expresaba.

—¿Sabes lo que quiere decir? —Señaló a las palabras pulcramente escritas y las leyó en voz alta—: «Magna cadunt, inflata crepant, tumefacta premuntur».

Volví a negar con la cabeza.

—Ah, ¿entonces es italiano? Eso me había parecido. Serán groserías, o… ¿lenguaje sucio?

Lucca apartó la vista del papel y me miró.

—No, Fannella, es latín de la Biblia. En inglés diríais algo parecido a: «El orgullo precede a la caída».