Jim Tike estaba muerto, tendido boca abajo, bañado en su propia sangre, con los miembros teñidos de escarlata. Miré con inquietud el bosque que me rodeaba y que ocultaba la criatura que lo había matado. Yo sabía que era un hombre; en la breve luz de la cerilla, yo vi su silueta, vaga pero incuestionablemente humana. Sin embargo... qué clase de arma podía causar aquellas heridas... ¡era como si la carne hubiera sido desgarrada implacablemente por los grandes dientes de una fiera! Sacudí la cabeza, recordando el ingenio del hombre cuando se trata de inventar instrumentos de tortura o muerte. Luego, consideré un problema más inmediato. ¿Debía arriesgar de nuevo mi vida siguiendo adelante o bien debía deshacer lo andado y volver al mundo exterior, reunir hombres y perros y llevarme el cuerpo del pobre Jim Tike y perseguir a su asesino?
No perdí mucho tiempo ni en reflexiones ni en decidirme. Había llegado hasta allí para cumplir una tarea. Si un asesino —sin contar con Tope Braxton— rondaba en los bosques, aún tenía más razones para prevenir a los hombres que vivían en aquella cabaña aislada. Ya llevaba recorrida más de la mitad del camino hasta la cabaña. Bien siguiera adelante o retrocediese, el peligro sería el mismo. Si daba media vuelta y conseguía salir de los bosques, sano y salvo, antes de que tuviera tiempo de reunir un grupo de hombres resueltos, en aquella cabaña aislada bajo los árboles oscuros podía pasar cualquier cosa.
Dejé el cuerpo de Jim Tike en el camino y me puse en marcha, empuñando el revólver. Mis nervios estaban todavía más en tensión ante el nuevo peligro. Mi agresor no había sido Tope Braxton; antes de morir, Jim Tike dijo que su asesino era un misterioso hombre blanco. Y la visión fugitiva que tuve de la silueta confirmaba aquel hecho... no se trataba de Tope Braxton. Incluso en la oscuridad habría reconocido su cuerpo macizo, simiesco. Aquel hombre era alto y delgado. El mero hecho de recordar aquella silueta descarnada me hizo temblar por alguna razón desconocida.
Es una cosa bastante desagradable avanzar a lo largo de un sendero forestal oscuro teniendo como única luz la de las estrellas brillando entre las densas ramas, sabiendo que un asesino sin piedad acecha en los alrededores, quizá a la distancia de un brazo, oculto en las tinieblas. El recuerdo del negro mutilado quemaba mi cerebro como un hierro al rojo. Mi rostro y mis manos estaban cubiertas de sudor. Me volví una veintena de veces, intentando penetrar la oscuridad allí donde mis orejas habían escuchado un rumor de hojas o el crujir de una rama... ¿cómo podía saber que solo se trataba de los ruidos naturales del bosque, o de los movimientos furtivos del asesino?
En un momento dado, me detuve y un extraño escalofrío recorrió mi cuerpo. A lo lejos, entre los árboles sombríos, descubrí una luz pálida. Aquella luz no estaba inmóvil; se desplazaba, pero estaba demasiado lejos y no podía distinguir su origen. Mientras los cabellos me picaban de una manera desagradable, esperé... ¡ignoraba el qué! Poco después, la misteriosa luz se desvaneció. Me encontraba en tal disposición mental —dispuesto a creer en cualquier manifestación sobrenatural— que solo entonces me di cuenta de que aquella luz tenía que haber sido producida por un hombre andando con una antorcha de madera resinosa. Me volví a poner en marcha a toda prisa, maldiciendo mis temores; su carácter nebuloso los hacía aún más desconcertantes. Estaba habituado al peligro, pues vivía en un país donde los odios seculares oponían a familias enteras a lo largo de generaciones. La amenaza de una bala o de una cuchillada, abiertamente o en una emboscada, nunca antes habían alterado mis nervios; pero en aquel momento yo sabía que tenía miedo... miedo de algo que era incapaz de comprender o de explicar.
Lancé un suspiro de alivio cuando descubrí la luz de la casa de Richard
Brent brillando a través de los pinos, pero me mantuve alerta. Más de un hombre, impulsado por el peligro, fue abatido en la misma entrada de la seguridad. Llamé a la puerta, me aparté y escudriñé las sombras que rodeaban el minúsculo claro. Parecían rechazar la luz tenue que se filtraba por las ventanas de postigos cerrados.
—¿Quién está ahí? —preguntó una voz grave y ronca desde el interior—. ¿Eres tú, Ashley?
—No, soy yo... Kirby Garfield. Abra la puerta.
El panel superior de la puerta se abrió hacia el interior. La cabeza y los hombros de Richard Brent se recortaron en la abertura. La luz proveniente de detrás del hombre dejaba en la sombra la mayor parte de su rostro, pero la oscuridad no podía ocultar las duras líneas de sus descarnadas facciones, ni el brillo de sus ojos fríos y grises.
—¿Qué quiere usted a esta hora de la noche? —preguntó con su rudeza habitual.
Respondí de manera sucinta, porque aquel hombre no era muy de mi agrado. La cortesía es una obligación que ningún caballero querría ahorrarse.
—He venido a decirle que, por todas las evidencias, un negro muy peligroso ronda cerca de su casa. Tope Braxton ha matado al sheriff Joe Shorley y a un detenido, otro negro. Se ha evadido de la prisión esta mañana. Pienso que se ha refugiado en los bosques de Pequeño Egipto. Me pareció que tenía que estar al aviso.
—Muy bien, ya me ha avisado —dijo con voz cortante, con su acento del este—. Ahora, ¿por qué no se marcha?
—Porque no tengo intención de viajar de noche a través de los bosques —respondí encolerizado—. He venido hasta aquí para advertirle, no porque sea amigo suyo, sino porque es usted un hombre blanco. Lo menos que puede hacer usted es darme cobijo hasta que amanezca. Todo lo que pido es un poco de paja en un rincón. Ni siquiera tendrá que darme de comer.
Aquella última frase era un insulto que, dominado por la cólera, no pude reprimir; por lo menos, en aquellas regiones de pinos, tales palabras eran un auténtico insulto. Pero Richard Brent ignoró mi amarga reflexión sobre su tacañería y falta de cortesía. Me miró fijamente con aire sombrío. No podía verle las manos.
—¿Se ha encontrado a Ashley en el camino? —preguntó finalmente.
Ashley era su sirviente, un hombre taciturno, tan sombrío como su amo. Una vez al mes bajaba al pueblo situado a orillas del río para comprar provisiones.
—No. A lo mejor estaba en el pueblo y salió después de que lo hiciera yo.
—Supongo que estoy obligado a dejarle entrar —murmuró a disgusto.
—Pues dese prisa —le pedí—. Estoy herido en el hombro... un desgarrón que me gustaría lavar y vendar. Esta noche, Tope Braxton no es el único asesino que ronda por la región.
Al oír aquellas palabras, interrumpió su gesto —al mismo tiempo que se disponía a abrir el panel inferior de la puerta— y su expresión se modificó.
—¿Qué quiere decir?
—A poco más de una milla de aquí, en mitad del camino, se halla el cadáver de un negro. El hombre que lo mató también intentó matarme a mí. Quizá ande detrás de usted, al menos eso me imagino. El negro que mató le guiaba hasta aquí.
* * *
Richard Brent se sobresaltó violentamente y su rostro se quedó lívido.
—¿Qué... qué quiere decir? —Su voz se cascó y chilló de manera inesperada—. ¿Qué hombre?
—No lo sé. Un individuo que ha encontrado un modo de desgarrar a sus víctimas como si fuera un perro...
—¡Un perro!
Aquellas palabras brotaron de su boca como un grito penetrante. El cambio que se produjo en él resultaba horrible. Los ojos parecían salírsele de la cabeza; sus cabellos se erizaron en su cabeza, su piel adquirió un color ceniciento. Sus labios se encogieron y dejaron a la vista unos dientes con una mueca de desnudo terror.
Se sofocó, pero luego recuperó la voz.
—¡Váyase de aquí! —exclamó con voz estrangulada—. ¡Ahora lo entiendo todo! ¡Ya sé por qué quería entrar en mi casa! ¡Demonio sanguinario! \Él le ha enviado! ¡Es usted su espía! ¡Váyase! —Esta última palabra fue un grito ronco y sus manos se alzaron al fin por encima del panel inferior de la puerta. Miré fijamente las abiertas fauces de un cañón recortado—. ¡Váyase o le mato!
Me alejé del porche andando hacia atrás, temblando ante la idea de los daños que podía causar un arma como aquella a tan corta distancia. Los dos cañones negros y el rostro lívido, convulsionado, que se alzaba tras ellos eran la promesa de una destrucción inmediata.
—¡Váyase al diablo, pobre loco! —gruñí, dejándome llevar al desastre por mi cólera—. Tenga cuidado con eso. Me voy. Prefiero probar suerte con un asesino antes que con un demente.
Brent no respondió. Jadeando y temblando como un hombre dominado por la fiebre, se apoyaba en el marco de la puerta sin dejar de apuntarme con la escopeta. Me siguió con la mirada mientras yo daba media vuelta y atravesaba rápidamente el claro. Una vez a la altura de los árboles podría haber vuelto sobre mis pasos y abatirle sin correr demasiados riesgos, pues mi 45 era mucho más preciso que su cañón recortado. ¡Pero había ido hasta allí para avisar a aquel imbécil, no para matarle!
El panel superior de la puerta resonó mientras yo me adentraba entre los árboles. La luz que emanaba de la casa desapareció bruscamente. Desenfundé el revólver y me lancé al camino invadido por las sombras, escuchando atentamente, dispuesto a oír cualquier ruido que se produjera en el sotobosque.
Pensé de nuevo en Richard Brent. ¡No era uno de sus amigos quien le pidió a Jim Tike que le condujera a su cabaña! El miedo abyecto del hombre le había llevado a la locura. Me pregunté si era para escapar de aquel hombre por lo que Brent había decidido vivir como un recluso en aquella región aislada entre los pinos. Sin ninguna duda, era para escapar de algo por lo que había ido hasta allí. En efecto, nunca había ocultado su aversión por aquella región, ni su desprecio por sus habitantes, ya fuesen blancos o negros. Sin embargo, yo nunca pensé que fuera un criminal buscado por la policía que hubiera elegido la zona como refugio.
La luz cayó a mis espaldas y desapareció entre los árboles sombríos. Una sensación extraña, helada y deprimente, me invadió, como si la desaparición de la luz —a pesar de su fuente hostil— cortara el único lazo que unía aquella aventura de pesadilla con el mundo de la razón y de la humanidad. Recuperando fieramente el control de mis nervios, seguí la pista. No había avanzado mucho cuando me detuve de nuevo.
En aquella ocasión fue por el ruido fácilmente reconocible de unos caballos al galope; el chirrido de las ruedas se mezclaba con el resonar de los cascos. ¿Quién podía ir por aquella pista, de noche, a bordo de una carreta, salvo Ashley? Pero enseguida me di cuenta de que el vehículo se alejaba en dirección opuesta. El ruido decreció rápidamente en la lejanía.
Apreté el paso, muy intrigado. Poco después, escuché ante mí un sonido de pasos rápidos y poco seguros, así como una respiración jadeante y ahogada que parecía indicar un cierto pánico. Distinguí los pasos de dos personas, pero no podía ver nada en el seno de las espesas tinieblas. En aquel lugar, las ramas se entrelazaban por encima del sendero y formaban una bóveda oscura que ni siquiera la luz de las estrellas podía penetrar.
—¡Eh, allí! —exclamé prudentemente—. ¿Quién es?
Los ruidos cesaron en el acto. Fui capaz de distinguir dos formas oscuras, inmóviles. Respiraban sonoramente.
—¿Quiénes son? —pregunté de nuevo—. No tienen nada que temer. Soy yo... Kirby Garfield.
—¡Quédese donde está! —respondió una voz ronca que reconocí; era la de Ashley—. Tiene la voz de Garfield... pero he de asegurarme. No se mueva o le lleno de plomo.
Se escuchó un ruido como de rascar y una llama minúscula apareció. La mano de un hombre se dejó ver en aquella luz, y, tras ella, el rostro cuadrado y duro de Ashley, entornando los ojos en mi dirección. Un revólver en la mano contraria devolvía el reflejo de la cerilla; y en el otro brazo se apoyaba otra mano... una mano delicada y blanca. Una joya brillaba en uno de sus dedos. Distinguí vagamente la silueta frágil de una mujer. Su rostro parecía una flor lívida en la oscuridad.
—Sí, es usted, no cabe duda —gruñó Ashley—. ¿Qué hace por aquí?
—Vine para avisar a Brent acerca de Tope Braxton —respondí lacónicamente. No me gusta dar cuenta de mis actos a nadie—. Usted ya está al corriente, naturalmente. Si hubiera sabido que estaba usted en la ciudad me habría evitado el viaje. ¿Pero qué hace a pie?
—Nuestros caballos se desbocaron no lejos de aquí —respondió—. Encontramos el cadáver de un negro en el sendero. Pero no fue eso lo que asustó los caballos. Cuando bajamos para ver de qué se trataba, empezaron a resoplar y se marcharon como una flecha, llevándose el carruaje. Tuvimos que seguir a pie. Hemos conocido instantes de terror. A juzgar por el aspecto del cadáver, fue atacado y desgarrado por una manada de lobos; fue su olor lo que asustó los caballos. Esperábamos ser atacados de un momento a otro.
—Los lobos no cazan en manada ni nunca han atacado a los seres humanos en estos bosques. Lo que mató a Jim Tike era un hombre.
* * *
A la luz cada vez más apagada de la cerilla, Ashley me miraba fijamente con estupor. Luego vi que la sorpresa desaparecía de su rostro para dar paso a un creciente terror. La sangre se retiró de su cara y sus facciones bronceadas se volvieron del color de la ceniza, como las de su amo algunos instantes antes. La cerilla se apagó y guardamos silencio.
—¡Bueno —exclamé con impaciencia—, dígame algo! ¿Quién es esta dama que le acompaña?
—Es la sobrina del señor Brent —respondió con voz átona. Se le escapó como un murmullo entre sus labios resecos.
—¡Me llamo Gloria Brent! —exclamó la joven. El miedo hacía temblar su voz, pero su cultivado acento era perceptible—. El tío Richard me envío un telegrama en el que me pedía que me reuniera con él inmediatamente...
—Yo vi el telegrama —murmuró Ashley—. Usted me lo enseñó. Pero ignoro cómo pudo enviarlo. Por lo que sé, hace meses que no va al pueblo.
—¡Vine desde Nueva York lo antes que pude! —prosiguió la joven—. No comprendo por qué me envió el telegrama a mí y no a otro miembro de la familia...
—Siempre ha sido usted la preferida de su tío, señorita —dijo Ashley.
—En todo caso, cuando bajé del barco, en el pueblo, justo antes de la caída de la noche, encontré a Ashley que se disponía a marcharse. Le sorprendió verme, pero, claro, me subió al carro. Y luego... el cadáver...
Parecía muy impresionada por la experiencia. Evidentemente, había sido educada en un ambiente muy refinado y protegido. Si hubiera nacido en medio de aquellos bosques de pinos, como yo, la vista de un muerto, blanco o negro, no habría sido un acontecimiento excepcional para ella.
—El... cadáver... —balbuceó.
En el mismo instante, recibió la respuesta más abominable posible. De los bosques oscuros que bordeaban el sendero se alzó una risotada capaz de helar la sangre. Aquella risa fue seguida de sonidos inarticulados, chorreantes de baba, tan extraños y antinaturales que al principio no comprendí que se trataba de palabras. Sus entonaciones inhumanas hicieron nacer un escalofrío que me recorrió el espinazo.
—¡Muertos! —cantaba la voz inhumana—. ¡Muertos con la garganta desgarrada! ¡Antes del alba habrá muertos entre los pinos! ¡Locos, todos vosotros estáis ya muertos!
Ashley y yo disparamos a la vez en la dirección de la que provenía la voz. En el atronador estruendo de las detonaciones, el terrible canto quedó ahogado. Pero la risa fantástica retumbó de nuevo, más profunda que antes, en los bosques. Luego, el silencio se cerró sobre nosotros, envolviéndonos como una bruma negra, en cuyo seno se escuchaban los jadeos medio histéricos de la joven. Esta se había soltado del brazo de Ashley y se abrazaba a mí con frenesí. Sentí que su cuerpo delgado temblaba contra el mío. Sin duda, se había dejado llevar por su instinto de mujer, buscando refugio junto al más fuerte; la luz de la cerilla le mostró que yo era más alto que Ashley.
—¡No nos quedemos aquí, por el amor de Dios! —croó la voz de Ashley—. La cabaña no puede estar muy lejos. ¡Deprisa, vamos! ¿Viene con nosotros, señor Garfield?
—¿Qué era eso? —jadeó la mujer—. ¿Qué era eso?
—Un loco furioso, me parece —respondí, deslizando su manita temblorosa bajo mi brazo izquierdo.
Pero, en el fondo de mi ser, algo me susurró la terrible verdad... ¡un loco furioso nunca había tenido una voz como aquella! Se habría dicho que... ¡Señor! Se habría dicho que una criatura bestial pronunciaba palabras humanas, ¡pero sin tener una lengua humana!
—Ashley, póngase al otro lado de la señorita Brent —le ordené—. Mantengámonos todo lo lejos que podamos de los árboles. Si algo se mueve por ese lado, dispare y luego pregunte. Yo haré lo mismo por mi lado. Ahora, ¡en marcha!
Obedeció sin rechistar. Su miedo parecía aún más profundo que el de la joven; su respiración era ahogada y ronca. La pista nunca terminaba y las tinieblas eran abisales. El miedo nos acompañaba a lo largo del sendero, a cada lado; se deslizaba burlón entre nosotros. Yo tenía la carne de gallina ante la idea de alguna cosa demoníaca, armada con garras, que se lanzase bruscamente sobre mis hombros.
Los menudos pies de la joven apenas tocaban el suelo, pues casi la llevábamos en volandas. Ashley tenía casi mi tamaño y era bastante fuerte, aunque menos que yo.
Ante nosotros, una luz se reflejaba entre los árboles. Un suspiro de alivio se escapó sonoramente de los labios de Ashley. Aceleró el paso; al momento, casi echamos a correr.
—¡La cabaña, al fin, Dios mío! —jadeó cuando salimos de la protección de los árboles.
—Llame a su jefe, Ashley —gruñí—. Hace poco me expulsó amenazándome con un fusil. No me apetece que ese viejo me llene de plomo...
Me callé, acordándome de la joven.
—¡Señor Brent! —gritó Ashley—. ¡Señor Brent! ¡Abra la puerta, deprisa! ¡Soy yo... Ashley!
La luz se desbordó por la puerta cuando se abrió el panel superior de la misma. Brent echó un vistazo fuera, empuñando el fusil, y parpadeó mirando las tinieblas.
—¡Entra, deprisa! —El pánico hacía que le temblara la voz. Luego, encolerizado, gritó—: ¡Un instante! ¿Quién viene contigo?
—El señor Garfield y su sobrina, la señorita Gloria.
—¡Tío Richard! —exclamó la joven.
Su voz se rompió en un sollozo. Arrancándose de nuestros brazos, corrió hacia la cabaña y pasó la mitad de su cuerpo delgado por encima del panel inferior de la puerta. Lanzó frenéticamente los brazos alrededor del cuello de Richard Brent.
—¡Tío Richard, he pasado mucho miedo! —gimió—. ¿Qué significa todo esto?
El hombre parecía abrumado.
—¡Gloria! —repitió—. En el nombre del cielo, ¿qué haces aquí?
—Pero... ¡has sido tú quien me ha pedido que viniera! —La joven rebuscó en el bolsillo y sacó un telegrama amarillo y totalmente arrugado—. ¿Lo ves? ¡Me pedías que viniera lo antes posible!
El hombre se quedó lívido de nuevo.
—¡No he sido yo quien ha enviado este telegrama, Gloria! Cielo santo, ¿por qué iba a traerte a mi infierno particular? ¡Está pasando algo diabólico! ¡Entra... deprisa!
* * *
Abrió violentamente la puerta y la hizo entrar con toda rapidez. Seguía sujetando el fusil en la mano y parecía sumido en la más negra de las confusiones. Ashley entró en la habitación, tras la joven, y me gritó:
—¡Venga, señor Garfield! ¡Entre deprisa!
No había hecho ningún movimiento para seguirles. Esperando a que se pronunciara mi nombre, Brent —que parecía haberse olvidado de mi presencia— se deshizo bruscamente del abrazo de la joven y, con una exclamación estrangulada, se volvió de inmediato y alzó el fusil de caza. ¡Pero en aquella ocasión yo estaba preparado! Yo tenía los nervios demasiado a flor de piel como para soportar nuevas intimidaciones. Antes de que tuviera tiempo de apuntarme con su fusil, Brent estaba mirando la boca de mi revólver del 45.
—Baje el fusil, Brent —dije secamente—. Suéltelo antes de que le rompa el brazo. ¡Ya me he cansado de sus estúpidas sospechas!
Dudó y me lanzó furiosas miradas. A sus espaldas, la joven se apartó atemorizada. Supongo que, en el brutal chorro de luz que se derramaba por la puerta, mi silueta no era de las que pueden despertar la confianza de una joven. Mi cuerpo robusto estaba hecho por pura fuerza, no como un adorno, y mi rostro moreno mostraba las cicatrices de más de una furibunda batalla en el río.
—Es nuestro amigo, señor Brent —se interpuso Ashley—. Ha venido a ayudarnos cruzando los bosques.
—¡Es un demonio! —aulló Brent endureciendo la presa que ejercía sobre el fusil, pero evitando levantarlo—. ¡Ha venido hasta aquí para asesinarnos! Mentía cuando dijo que había venido a advertirnos sobre un negro evadido de la cárcel. ¿Qué hombre sería tan estúpido como para venir de noche a esta región aislada simplemente para advertir a un desconocido? Dios mío, ¿os ha engañado a los dos? ¡Os lo digo: lleva la marca del perro!
—¡Entonces, usted sabe que él está aquí! —gritó Ashley.
—Sí. Y ha sido este demonio quien me lo ha demostrado cuando intentó meterse en mi casa. ¡Dios mío, Ashley, él nos ha encontrado, pese a todas nuestras artimañas! ¡Hemos caído en nuestra propia trampa! En una ciudad, podríamos ponernos en manos de la policía, pero aquí, en este maldito bosque, ¿quién escuchará nuestros gritos o vendrá a ayudarnos cuando ese ser diabólico se apodere de nosotros? Venir a enterrarnos en esta región salvaje para escapar de él... ¡que idea más estúpida!
—¡Le he oído reír! —dijo Ashley, temblando—. Se burlaba de nosotros desde la espesura con su voz bestial. Vi al hombre a quien mató... desgarrado y despedazado por los colmillos del mismísimo Satanás. ¿Qué... qué vamos a hacer?
—¿Qué podemos hacer sino atrincherarnos aquí y luchar hasta el fin? —boqueó Brent con los nervios a punto de estallar.
—¡Te lo suplico, dime lo que significa todo esto! —imploró la joven temblando de miedo.
Brent soltó una carcajada desesperada, aterradora, y señaló con el brazo los bosques sombríos que se extendían más allá de la tenue luz.
—¡Ahí fuera se oculta un demonio con forma humana! —exclamó—. Me ha perseguido de un modo extraño desde el otro extremo del mundo... y ahora, ¡estoy a su merced! ¿Te acuerdas de Adam Grimm?
—¿El hombre que partió contigo a Mongolia hace cinco años? Me dijiste que había muerto. Volviste sin él.
—Yo también creía que estaba muerto —murmuró Brent—. Escucha atentamente, te contaré toda la historia. En el corazón de las montañas negras de Mongolia Interior, donde ningún hombre había penetrado antes, nuestra expedición fue atacada por adoradores del diablo... fanáticos... ¡los oscuros sacerdotes de Erlik! Viven en la ciudad de Yahlgán, una ciudad maldita y olvidada por todos. Nuestros guías y servidores fueron asesinados; todas las bestias huyeron, salvo una cría de camello.
»Grimm y yo les rechazamos durante toda una jornada. Protegidos detrás de unas rocas, disparábamos y rompíamos sus asaltos cuando intentaban lanzarse sobre nosotros. Habíamos contado con poder huir al favor de la noche, sobre el camello que nos quedaba. Pero era evidente que el animal no era lo bastante resistente como para poder con los dos y abandonar así aquella maldita región. Cuando llegaron las tinieblas, golpeé a Grimm por la espalda con la culata de mi arma. Cayó a tierra, sin conocimiento. Luego, monté en el camello y huí.
Ignoró la expresión de estupor y desagrado que apareció en el adorable rostro de la joven. Sus grandes ojos estaban fijos en su tío como si viera por primera vez al hombre tal y como era en realidad, consternada por lo que veía. Brent siguió con su relato a toda prisa, demasiado obsesionado y dominado por el miedo como para preocuparse por lo que se pudiera pensar de él. Ver un alma despojada de su barniz de convencionalismo y de su apariencia superficial no es siempre algo agradable.
—Me abrí paso entre las líneas de los que nos rodeaban; conseguí huir protegido por las tinieblas. Grimm, naturalmente, cayó en manos de aquellos adoradores del Diablo. Durante años, pensé que había muerto. Tenían fama de matar, entre abominables torturas, a todos los extranjeros a quienes capturaban. Pasaron los años y casi olvidé tan dramáticos sucesos. Luego, hace siete meses, me enteré de que estaba vivo... que había vuelto a América y que me andaba buscando... para matarme. Los monjes no le asesinaron; gracias a sus terribles artes, le transformaron. Ese hombre no es totalmente humano, pero toda su alma está dedicada a destruirme. Apelar a la policía es inútil. Habría vencido su vigilancia y cumplido su venganza. Huí para escapar de él, y me enterré como un animal perseguido durante más de un mes. Finalmente, creyendo que le había despistado, busqué refugio en esta región desértica, dejada de la mano de Dios, entre estos bárbaros de los que Kirby Garfield, aquí presente, es un ejemplo típico.
—¡Y tú me hablas de bárbaros! —exclamó la joven con violencia, con un desprecio que habría afectado al alma de cualquier hombre... pero Brent estaba demasiado sumergido en sus propios temores.
Se volvió hacia mí.
—Señor Garfield, entre, se lo suplico. No debe intentar cruzar ese bosque de noche con ese demonio acechando por los alrededores.
—¡No! —exclamó Brent con voz estridente—. ¡Aléjate de la puerta, pequeña idiota! ¡Ashley, ni una palabra! ¡Os repito que es una de las criaturas de Adam Grimm! ¡No debe entrar en esta cabaña!
La joven ni me miró, pálida, desamparada y desesperada. Me apiadaba de ella tanto como despreciaba a Richard Brent. La joven parecía muy frágil y perdida.
—¡No querría dormir aquí dentro ni aunque todos los lobos del infierno estuvieran aullando ahí fuera! —gruñí, dirigiéndome a Brent—. Me voy y, si me dispara por la espalda, le mataré antes de morir. Nunca habría vuelto de no haberme encontrado con la señorita. Ella necesitaba mi protección... y la sigue necesitando, pero es privilegio suyo, señor Brent, rechazarla. Señorita Brent, si lo desea, volveré mañana con un vehículo para llevarla al pueblo. Lo mejor sería que regresase a Nueva York.
—Ashley se encargará de todo —bramó Brent—. ¡Ahora, márchese y váyase al diablo!
* * *
Emití una risa burlona... la furia tiñó de escarlata el rostro de Brent... y le di la espalda para alejarme con grandes zancadas. La puerta restalló a mis espaldas y escuché su voz de falsete entremezclándose con los acentos desconsolados de su sobrina. Pobre chica, aquello debía ser como una pesadilla para ella: ser arrancada de su vida urbana protegida para verse en un país que, a sus ojos, era primitivo y desconocido, en medio de personas cuyas costumbres parecían increíblemente salvajes y violentas, sumida en una historia sangrienta en la que todo era perfidia, sombrías amenazas y venganza. En tiempo normal, los pinares del sudoeste le parecían bastante extraños e inquietantes a cualquiera que viniera del este, añadiendo a su misterio tenebroso y a su salvajismo primitivo aquel siniestro fantasma surgido de un pasado insospechado, como una criatura de pesadilla.
Me volví y me quedé inmóvil sobre el sendero oscuro, mirando a lo lejos la luz minúscula que todavía parpadeaba entre los árboles. Un peligro desconocido amenazaba la cabaña del claro. Ningún hombre blanco digno de ese nombre podía dejar a aquella joven sin protección, a pesar de su tío medio loco y su servidor. Ashley parecía capaz de combatir, pero Brent era de una naturaleza imprevisible. Yo estaba convencido de que estaba al borde de la locura. Sus accesos de furia irracional y sus sospechas igual de demenciales hacían algo más que sugerirlo. No sentía ninguna simpatía por él. Un hombre que sacrifica a su amigo para salvar su propia vida merecía la muerte.
Estaba claro que Grimm estaba loco. El modo en que Jim Tike fue desgarrado indicaba claramente una locura homicida. El pobre Jim Tike no le había hecho nada. Solo por aquel asesinato yo mataría a Grimm si la ocasión se me presentaba. No permitiría que la joven sufriera las consecuencias de los pecados de su tío. Si Brent no había enviado aquel telegrama, como afirmaba, todo indicaba que había sido atraída hasta allí con algún siniestro designio. ¿Quién, sino el propio Grimm, la había atraído hasta allí para hacerla sufrir la misma suerte que Richard Brent?
Volví sobre mis pasos a lo largo del sendero. Si no me era posible entrar en la cabaña, al menos podría permanecer oculto entre las sombras, dispuesto a intervenir si se necesitaba mi ayuda. Algunos instantes más tarde, me encontraba en la primera fila de árboles que rodeaban el claro.
La luz brillaba a través de los intersticios de los postigos; en un lugar dado, era visible una parte de la ventana. En aquel instante, el cristal voló en pedazos como si algo hubiera sido arrojado con violencia contra él desde el interior. La noche fue desgarrada por una capa de llamas que escaparon como un rayo cegador por las puertas, las ventanas y la chimenea de la cabaña. Durante un instante infinitesimal, vi que la cabaña se recortaba claramente contra las lenguas de llamas que brotaban de ella. Al ver aquel destello, creí que la cabaña había explotado... pero ningún ruido acompañó la explosión.
Mientras aquel intenso resplandor aún me cegaba, otra explosión llenó el universo de chispas cegadoras, un destello que vino acompañado de un trueno atronador. Perdí el conocimiento demasiado deprisa como para comprender que algo me había golpeado por detrás, en el cráneo, de una manera terrible y sin la menor advertencia.