XIII

Los periódicos dominicales habían roto el dique. El lunes se encontraron los siguientes titulares:

¿AUN ENCANTADORA A LOS OCHENTA? (Mirror)

¿ADOLESCENTES SIEMPRE? (Sketch)

ATRÁS LA ANCIANIDAD. (Mail)

PRIORIDAD PARA LA PATRIA Y LA GENTE. LA ANTIGERONE CREA PROBLEMAS MORALES. (News)

NINGÚN PRIVILEGIO PARA LOS RICOS. (Trumpeter)

NUEVA FORMA DE ABORDAR LA EDAD. (Guardian)

Casi a solas, The Times pareció dar al asunto mayor consideración antes de pronunciar su juicio.

Sin ningún motivo particular, excepto que estaba a mano, Diana cogió primero el Trumpeter y leyó su editorial:

«No es menos que un escándalo nacional que los conservadores hayan permitido que el mayor descubrimiento de la época sea desarrollado por una empresa privada y explotado a tarifas más allá del alcance de cualquiera excepto de los multimillonarios. La idea de que los que pueden pagar vivirán más que los que no pueden es un ultraje a la gente y a la democracia, y a todo el concepto del bienestar estatal. El “Trumpeter” exige, en nombre del pueblo, que el Gobierno nacionalice inmediatamente a la antigerone. No debe seguir siendo el privilegio de unos pocos ni un momento más. Pedimos limpia participación para todos. Las existencias de antigerone deben ser requisadas, los centros de tratamiento instalados en hospitales y el público deberá tener tarjetas dándoles derecho a un tratamiento gratis bajo los auspicios del Seguro Nacional de Enfermedad. Compartirlo, ese debe ser el santo y seña. Y si acaso sale alguna prioridad debe ser para las familias de los obreros que producen la riqueza de este país…».

Y el Mail:

«Nuestro mayor interés está, naturalmente, en los ancianos. Ellos deben tener la prioridad que les dé unos años más de vida. Sería una mancha indeleble sobre la nación y su honor si los jóvenes pudieran apoderarse de esta nueva droga maravillosa para sí mientras que los hombres de edad murieran más pronto por faltarles. Un orden estricto de prioridades empezando por los ancianos y del todo libre de la influencia de la riqueza o posición, debería ser trazado de inmediato…».

Y el Telegraph:

«Ni el principio de “Los primeros que lleguen, primero serán servidos”, ni la supervivencia al clamor de unas secciones organizadas de la comunidad darán la guía adecuada en la manipulación de la última maravilla científica que, si los primeros informes se confirman, acaba de aparecer en nuestro país. Debe, claro, hacerse asequible a todos. Roma, sin embargo, no se construyó en un día y el problema de distribución en una manera que servirá mejor al interés nacional hasta que los suministros se efectúen para alcanzar las demandas, necesita una grave consideración. No puede haber la más leve duda de que las fortunas de la nación dependen en mucho de la sabiduría y experiencia de aquéllos que dirigen nuestras políticas económicas y tienen el timón de nuestras mayores industrias. Es capacidad suya preveer lo que como regla general les ha alzado hasta sus posiciones presentes, pero incluso esa habilidad debe estar hasta cierto punto controlada por el conocimiento de que, a menudo, no estarán vivos para recoger los frutos. Si, sin embargo, su espectación de la vida pudiera ser extendida…».

Y el Mirror:

«“¿Qué?”, las mujeres de todo el país se están preguntando a sí mismas hoy: “¿Qué se sentirá no siendo sólo joven en el corazón a los sesenta, o a los setenta, sino joven en rostro y figura también?”.

»Bueno, primero, eso va a significar muchos años en los que uno podrá enfrentarse al espejo con confianza y sin la pregunta acuciante en el fondo de su cerebro: “¿Estoy perdiendo su amor como perdió mis rizos?”.

»Y, también, significará más confianza. ¿Cuán a menudo se habrán dicho ustedes: “Si al menos hubiese sabido lo que sé ahora cuando era más joven”? Bueno, en el futuro que la antigerone tiene para nosotros, no necesitará decirse eso una vez más; tendrá juventud, más experiencia, una llamada que es simple y sofisticada al mismo tiempo».

La Gazette:

«¡Una vida mayor para usted… GRATIS…!

»Sets afortunadas lectoras del «Gazette» estarán entre las primeras en entrar en la nueva época. USTED podría ser una de ellas y recibir el último tratamiento de antigerone absolutamente gratis… Todo lo que tiene que hacer es colocar en el orden adecuado los siguientes doce beneficios de una vida mayor, según su opinión…».

Diana ojeó el resto de los periódicos y meditó sobre ellos durante algunos minutos. Luego tomó el teléfono y marcó.

—Buenos días, Sarah —dijo.

—Buenos días, señorita Brackley. Me alegro de que utilice la línea particular. La centralita está atestada desde que abrimos. La pobre Violet está volviéndose loca. Cada periódico, cada pez gordo del país y prácticamente todas las organizaciones comerciales, según mi opinión, tratan de ponerse en contacto con usted de inmediato.

—Dígale que no acepte más llamadas —ordenó Diana—. ¿Quién está de servicio en el vestíbulo?

—Hickson, según creo.

—Bueno. Bien, dígale a Hickson que cierre las puertas y que no entre nadie excepto las clientes citadas, o miembros del personal. Que le ayude alguien si es preciso y en caso de que se reúna una multitud fuera, que llame a la policía. Coloquen en las puertas a los conductores y empaquetadores, sacándolos de sus puestos habituales y en la entrada posterior. Se pagarán salarios dobles.

—Muy bien, señorita Brackley.

—Y, Sarah, ¿quiere hacer que la señorita Brendon se ponga al teléfono?

Al poco se oyó la voz de la señorita Brendon.

—Oh, Lucy —dijo Diana—. He estado mirando los periódicos. Todos lo enfocan de un modo u otro. Lo que quiero saber es lo que la gente realmente piensa y dice sobre ello. Quiero que usted seleccione chicas inteligentes del personal y las ponga a la tarea. Tendrán que ir a los cafés, tabernas, bares, cafeterías, lavanderías, si prefiere, allá donde la gente hable y que vean lo que realmente pueden sacar. Prepárense entre ustedes para conseguir si es posible un buen fuego cruzado. Vuelvan a las cuatro y media para informar. No escojan a nadie que aparentemente tenga propensión a beber en exceso. Yo arreglaré las cosas para que reciban cuatro libras cada una para gastos de la señorita Trafford. ¿Entendido?

—Sí, señorita Brackley.

—Bueno. Adelante, pues, y saquen cuanto puedan. Dígale a la señorita Tallwyn que me ponga con la señorita Trafford, por favor.

Arregló varios asuntos financieros con la señorita Trafford y luego a hablar con la señorita Tallwyn.

—Creo que será mejor que me mantenga apartada hoy, Sarah.

—Seguro que sí —aprobó la señorita Tallwyn—. Hickson dice que ya hay media docena de personas en el vestíbulo negándose a marchar hasta que la vean. Creo que es una especie de sitio, lo que se disponen a hacer. Va a ser cosa difícil a la hora de almorzar.

—Vea si puede arreglar que el personal entre y salga por las puertas de la casa contigua. No quiero enviarlas a casa porque si algunas clientes logran llegar hasta nosotros deben sentirse confiadas de que todo va bien aquí, dígase lo que se diga en el exterior. En cuanto sea posible, las cosas deben marchar como de ordinario.

—Sí —dijo la señorita Tallwyn dudosa—. Haré cuanto pueda.

—Confío en usted, Sarah. Si me necesita me podrá localizar aquí, por el número privado.

—Espero que no traten de llegar hasta usted en el apartamento, señorita Brackley.

—No se preocupe, Sarah. Tendremos a dos agentes muy grandotes y bien pagados. Buena suerte por su parte.

—Eso espero —finalizó la señorita Tallwyn.

* * *

—No es ético —se quejó el director gerente.

Miró en su torno al grupo sentado en la usual conferencia matutina de Appeal Arts Limited.

—Cuatro veces ha insistido en que esa mujer abriese cuenta con nosotros y cada vez la respuesta fue la misma: No tiene intención de ganar mucho dinero, el mercado en masa no le interesa, ella depende de la recomendación personal. Yo diría que está predispuesta a quererse extender algún día y nosotros estábamos en una excelente posición para planear una campaña en su favor; mientras, tenemos excelentes recomendaciones personales en diversos niveles y yo la ofrecí un juicio de alta categoría hecho por una persona de renombre. Pero no, gracias, contestó; tengo todos los clientes que puedo manejar, dijo. Yo comencé la observación ordinaria de o extenderse o morir, pero siguió negando. ¡Y ahora miren esto! ¿Quién tiene poder sobre ella? ¿Quién maneja sus cuentas publicitarias… diablos, las ha estado manejando? Miren los periódicos de hoy. ¡Todo género gratis… además!

—Bueno, quienquiera que lo haga la ha colocado derechita en el… ejem… fango, de todas maneras —afirmó el gerente de cuentas—. No tiene el estilo de ninguno que conozca. ¡Qué porquería! ¡Yo diría que es cosa de un aficionado!

—Sería mejor que le encontrásemos y lo contratáramos —sugirió alguien—. No es ningún tonto, como debemos admitir.

El director gerente rezongó.

—El objeto de esta agencia es promover a sus clientes en sus intereses, no destruirlos y hacer que sus nombres sean odiados. La publicidad puede ser notoriedad, pero sólo hasta ahí; y esto ha ido un poco más lejos —dijo, con frialdad—. Quienquiera que lo hizo es una amenaza para la profesión entera. Podría trastornar toda la fe del público en la integridad de los publicitarios. Destilar esperanzas y fe es una cosa; clamar por milagros sangrientos es otra.

El miembro más joven del grupo se aclaró la garganta con desconfianza. No venía de Oxford y llevaba con la firma poco más de un año, pero era sobrino del director gerente y los rostros se volvieron hacia él con atención.

—Me preguntaba… —comenzó—. Bueno, quiero decir, todos damos por garantizado que esto es enteramente falso. Después de todo, prácticamente cada periódico de esta mañana… —dejó en suspenso la frase, desanimado por las expresiones—. Sólo es una idea… —terminó débilmente.

El director gerente sacudió la cabeza con tolerancia.

—No se puede esperar captar todos los ángulos en pocos meses, Stephen, ya lo sabes. Es inteligente, lo admito, pero es la clase de inteligencia que vuela en pedazos a uno. Si no te importa admitirlo; no es ético.

* * *

Telegrama a la Secretaría:

«Señor: En una reunión especial de urgencia del Consejo General de la Hermandad de los Funerarios Ingleses celebrada hoy se aprobó por unanimidad la siguiente resolución: Que este Consejo dirigirá al Gobierno el profundo interés de los Miembros de la Hermandad con referencia a la antigerone. El uso de esta droga, si se permite, no dejaría de causar una escasez en la demanda de los servicios de esta profesión, conduciendo a un grave problema de desempleo entre sus miembros. La Hermandad seriamente apremia que se den los pasos para obligar a suspender la fabricación y la administración de la antigerone considerándolo como operación ilegal».

* * *

—Yo… ejem… bueno, quiero su opinión acerca de mi edad, doctor.

—Señora, no estoy aquí para halagar a mis pacientes, ni para jugar a deducciones con ellos. Yo sugiero que si carece de copia de su certificado de nacimiento, la solicite al juzgado.

—Pero podría haber algún jaleo. Quiero decir, hay confusiones, ¿verdad? Podía no ser realmente mi partida de nacimiento, o que alguien hubiese cometido algún error al inscribirme, ¿verdad?

—Es posible, pero improbable.

—Es igual, doctor, me gustaría estar segura. ¿No podría…?

—Si esto es alguna especie de juego, señora, yo no soy jugador.

—Bueno, en realidad, director…

—Llevo treinta y cinco años ejerciendo, señora. Y en todo ese tiempo ninguno de mis pacientes que no fuese senil ha estado en duda acerca de su edad. Ahora, esta mañana, dos señoras vienen a mí preguntándome cuán viejas son. Esto es absurdo, señora.

—Bueno… pero, quiero decir, coincidencia…

—Además, resulta imposible. Lo mejor que podría hacer es simplemente una aproximación. Apenas mejor que la deducción de un profano que no sea médico.

—¿Eso es lo que le dijo usted a la otra señora, doctor?

—Yo… ejem… sí, a grandes rasgos.

—Seguramente, pues, no se negará a darme también una información a grandes rasgos, ¿verdad, doctor? Quiero decir, que es bastante importante para mí…

* * *

—Tres cafés, por favor, Chrissie… Digo, amigos, que esto se está poniendo un poco serio, ¿verdad? La gente hablaba este fin de semana de que las cosas volverían a animarse hoy. Pero el sábado por la mañana una buena cantidad de individuos se preguntaba por qué estaban tan excitados el viernes.

—Oh, había una especie de aire pesado al abrir. Duró unos diez minutos, luego empezaron a asustarse otra vez. Los precios cayeron como hojas de otoño.

—Pero… oh, gracias, Chrissie… ¡Vaya chica! No, Chrissie, si me pegas me quejaré al lord Mayor y te meterá en cintura… ¿Qué es lo que decía?

—Decía usted, «pero»…

—Oh, ¿de veras? ¿Por qué? Bueno, de todas maneras, si hay algo en esta cosa del antigerone, ¿por qué no lo confirma o lo niega alguien oficialmente? Entonces sabríamos el terreno que pisamos.

—¿No ha visto ningún periódico hoy?

—El periódico no decía ni palabra.

—Bueno, viejo amigo, algunas otras personas de rango han hecho que sus esposas fuesen a Nefertiti y en la casa lo que expresa el ambiente es que creen que la cosa es tan sólida que han convencido a sus maridos lo que significa un gran respaldo.

—Ahora miren, ustedes dos, serénense un momento. Esto es serio. Creo que la opinión de Bill es correcta. Oh, quizás no es tan sensacional como suena, pero si no hubiera habido nada, ya habría volado todo por los aires en estos momentos. Esta cosa ha producido un infierno en el mercado. Si sigue más adelante no me sorprendería que la casa de la Bolsa cierre sus puertas, esperando alguna declaración oficial de cualquier parte.

—¿Puede hacerse?

—¿Por qué diablos no se haría si se quiere, en interés de los Miembros? De todas maneras, me apuesto a que esta antigerone es un artículo honrado… condenación, nunca hubiera llegado tan lejos de no serlo.

—¿Y qué?

—Que llegó el momento de comprar… todo está bajo, ¿no?

—¿Comprar qué, por amor de Dios?

—Está bien, pero no se lo cuenten a nadie. Acciones.

—¡Acciones!

—No chille, amigo. Mire aquí, resulta evidente. ¿No sabe usted que el setenta y cinco por ciento de las ropas de mujer vendidas en este país han sido compradas por hembras que van desde los diecisiete a los veinticinco?

—¿De verdad? Me parece un poco innoble, pero no comprendo…

—Lo es. Ahora, eso significa que dobla la expectación de la vida… van a haber el doble de mujeres pensando que tienen diecisiete y veinticinco como las hay ahora, así que comprarán el doble de ropas, ¿no es verdad?

—Ejem… ¿no es cierto que van a necesitar el doble de ropas de todas maneras?

—Mejor que mejor. Y, claro, si el factor antigerone es realmente tres, todavía mejor, pero aún un uno por ciento de aumento no es de despreciar. Vayan a comprar acciones de los grandes fabricantes y no fracasarán.

—Sí, pero no veo qué tiene que ver el setenta y cinco por ciento…

—No importa. Medítelo, amigo. Yo voy a invertir mis ahorros en ropa interior…

* * *

Telegrama: Al Primer Ministro de la Secretaría de la Sociedad Sabatina de la Preservación:

«Los días de nuestra edad son setenta años…».

* * *

—¡Spiller! ¡Spiller! ¿Dónde estás?

—Aquí, sir John.

—Ya era hora. Spiller, ¿sabes algo acerca de esa antigerone?

—Sólo por ciertas referencias de los periódicos, sir John.

—¿Y qué opinas?

—Realmente no tengo opinión, sir John.

—He estado hablando con mi esposa acerca de eso. Ella cree absolutamente. Lleva años yendo a Nefertiti. Y parece tan joven y tan bonita ahora como cuando empezó a ir. Ni un día más de veintidós años. Es decir, la edad que tenía cuando nos casamos.

—Lady Catterham conserva su aspecto maravillosamente, sir John.

—Maldita sea, hombre. No hables como si fuera una anciana. Mira esta foto. Tomada hace nueve años. Y ahora aparece tan joven y bonita como entonces.

—Cierto, sir John.

—O esto es singular o hay algo raro en ese asunto.

—Lo que usted dice, sir John.

—Quiero ponerme en contacto con la mujer que dirige esa casa… una tal señorita Brackley. Concierta con ella inmediatamente un tratamiento. Sin demora. Si se muestra reacia alegando otros compromisos, ofrécele un veinticinco por ciento más de los honorarios corrientes, como prima por servicio rápido.

—Pero, sir John, tengo entendido que ya de lady Catterham…

—¡Oh, por Dios! Spiller, no es para mi mujer, es para .

—Oh… ejem sí. Muy bien, sir John.

* * *

—Henry, veo que hay para mañana una interpelación sobre el asunto de la antigerone. ¿Aún no tenemos más detalles?

—Me temo que todavía no, señor. Es decir, nada de confianza.

—Bueno, démosles un apretón, ahí hay algo bueno. No queremos que el ministro vuelva a tener problemas, ¿verdad?

—De veras que no, señor.

—Henry, ¿cuál es su propia y extraoficial opinión?

—Bueno, señor. Mi esposa conoce a varias damas que son clientes de Nefertiti. Ninguna de ellas parece albergar la menor duda acerca de la bondad del producto. Hay que descontar la natural exageración en algunos informes periodísticos, claro, pero, dadas las evidencias hasta ahora, me inclino a creer que puede hacerse… quiero decir, que se hace

—Ya me temía que diría usted eso, Henry. No me gusta, hijo mío. No me gusta en absoluto. Si lo que se afirma es cierto… aunque sólo sea a medias… los efectos van a ser… ejem… ejem…

—¿Apocalípticos, señor?

—Gracias, Henry. Me temo que esa es la palabra justa.

* * *

—Es sólo para estar preparados, inspector. Por el modo de desarrollarse las cosas, me parece a mí que tarde o temprano tendremos que detenerla… aun cuando sólo sea para su propia protección. Me huelo a verdadero jaleo. ¿Dice usted que las drogas peligrosas como acusación no sirve?

—El superintendente y yo lo discutimos ya, señor. No tenemos pruebas del uso de ninguna droga conocida y lo malo es que ninguna droga es peligrosa hasta que se la califica como a tal…

—¿Posesión sospechosa?

—Arriesgado, señor. Estoy seguro de que no encontraremos nada dentro del Código.

—Bueno, si uno se lo propone siempre se les puede acusar de algo. ¿Qué le parece vagancia?

—¿Vagancia, señor?

—Ella va diciendo vivirán doscientos años. Eso es predecir el porvenir, ¿no? Por tanto la hace una agorera o vagabunda, quedando comprendida dentro de los delincuentes afectos a la Ley de Vagos.

—Yo a duras penas lo vería así, señor. Ella no ha estado en realidad prediciendo el porvenir. Tal y como lo veo, simplemente afirma tener algo que incrementa el plazo de vida que se espera.

—No obstante, eso podría ser fraude.

Podría, señor. Pero la verdadera pregunta es… ¿lo es? Nadie parece saberlo.

—Bueno, no podemos esperar doscientos años para descubrirlo, ¿verdad? Creo que lo mejor es expedir una orden de detención alegando perturbación del orden y retenerla hasta que la necesitemos.

—Dudo muchísimo que un magistrado la firme, dado el estado actual de cosas, señor.

—Quizás, Averhouse, quizás. Pero lo de hoy no será lo mismo que lo de mañana, o de pasado. Fíjense en mis palabras. De todas maneras, que preparen esa orden hasta la medida que le sea posible. Tengo el presentimiento de que más tarde la necesitaremos a toda prisa.

—Sí, señor. Lo haré.

* * *

LA REINA Y LA ANTI-G

«El “Evening Flag” no duda en alzarse en portavoz del sentimiento de la abrumadora mayoría de sus lectores al apremiar que la máxima prioridad en compartir los resultados del último triunfo de la ciencia británica debe concederse a la Primera Dama de nuestro país…».

* * *

—Dos pintas, compare… Así que le digo a la «jeta». Digo: «Mira, chavala», le digo. «Lo natural es lo natural y eso no lo es. ¿Pensó tu madre en vivir doscientos años? ¿Lo pensó la mía? Nooo… y tú tampoco debes hacerlo nunca jamás. No es natural…». Gracias, compare. Cóbrate.

—Está bien, Bill. Es condenadamente antinatural. ¿Qué te contestó tu costilla?

—Pues, se puso a menear la cabezota y me dice: «Porqué nuestras “mares” no tenían ningún atractivo». «No voy a discutir», le contesto, «sólo te lo digo. Sé lo que buscas. Te chiflaría andar por ahí en bikini enseñando pellejo y conquistando tíos, mientras que yo sería un fiambre que estaría “podriendo” malvas. Bueno, “po” no será así y no hay más que hablar. Cuando el “pater” que nos echó las bendiciones dijo aquello de “hasta que la muerte os separe” no se refería a que la “cónyuga” viva tres veces más que el marido. Así que “pa” ti eso de la anti-no-sé-cuántos está “defunsionao pa los restos”. Y si te pesco dándote el tratamiento “chavala”, te romperé la crisma… “Pa” que luego no digas que no te lo he avisado». Y le dije en la cara: «Eso no es natural».

—¿Y verdad que no le gustó?

—Nooo. Se puso a lloriquear diciendo que eso no era justo y que tenía derecho a vivir cuanto pudiera. «Está bien, pues», le dijo, «prueba a llevarme la contraria y ya verás lo que te pasa».

»Y al poco vuelve a insistir, hasta que le dije, digo: «Cierra la boca o te sacudiré». Y sigue con el lloriqueo. Al cabo de un momento me dice: «Tengo derecho, si quiero». Yo me la miro sin decir ni pío. «Y tú también tienes derecho», dice ella, «pero a lo que no tienes derecho es a decir que no puedo hacerlo». «Puede que sí», le contesto, «pero prueba a desobedecer y ya verás», al cabo del rato deja de llorar y me mira fijo. «Bill», dice, «supón que tú también tienes esa antigerone. Entonces sería igual “pa” los dos». Me la quedo mirando y le dije, digo: «Mira, dos cosas antinaturales no hacen una natural. Nunca. ¿Y te figuras que iba a poder aguantar doscientos años a esa lengua tuya? ¡Nanay… de la cameray!».

* * *

—Bert, oh, Bert, pon la BBC, ¿quieres? Hay algo bueno. Tienen a esa mujer que dice lo que se tiene que hacer para vivir doscientos años. No es que me interese mucho vivir tanto. A veces ya me ha parecido sentir lo que es la longevidad. Pero podría ser distraído saber cómo…

«—Buenas noches, señoras y caballeros. Bienvenidos a otro programa de la serie «Los que hacen la noticia». Nuestro fabricante de noticias de hoy lleva unos cuantos días ocupando los titulares de los periódicos… La señorita Diana Brackley… Entrevista a la señorita Brackley nuestro compañero Rupert Pigeon…

»—Bien, señorita Brackley, su anuncio de la semana pasada ciertamente parece haber causado bastante agitación.

»—Esperaba que la causara, señor Pigeon.

»—Por si se diera el caso de que alguno de nuestros telespectadores no hubiese leído últimamente los periódicos, ¿cree usted que podría hacernos un resumen de la esencia de su descubrimiento?

»—Es muy fácil. Se trata de que si la gente desea vivir más, ahora es posible conseguirlo.

»—Comprendo. Eso es una cosa cierta. ¿Y asegura usted haber desarrollado una forma de tratamiento que asegura esa supervivencia?

—No creo que sean precisas preguntas de doble intención, señor Pigeon.

»—Bueno, yo… no entiendo…

»—¿Asegura usted haber desayunado esta mañana, o ha desayunado en realidad, señor Pigeon?

»—Bueno, yo…

»—Exactamente, señor Pigeon. Tendencioso, ¿no?

»—Ejem… su anuncio ese… quiero decir, usted anunció que cierto número de personas habían recibido ya tratamiento de usted con el efecto consiguiente.

»—Es cierto.

»—¿Cuántas personas, poco más o menos?

»—Varios centenares.

»—¿Todas mujeres?

»—Sí, pero eso es por las circunstancias. Resulta igualmente efectivo con los hombres.

»—¿Y cuánto van a vivir esas personas?

»—No se lo podría decir posiblemente, señor Pigeon. ¿Cuánto va a vivir usted?

»—Pero tengo entendido que usted pretendía… quiero decir, aseguraba…

»—Lo que dije fue que su tiempo medio de expectación de la vida había sido incrementado y que si continuaba con el tratamiento podían esperar doblar el término normal, o triplicarlo, según la cualidad del tratamiento administrado. Eso es completamente diferente a decir cuánto tiempo va a vivir alguien. Por una cosa, cuando uno dobla su expectación de la vida, también se doblan sus posibilidades de un accidente fatal y parece probable que también se duplique la susceptibilidad a la enfermedad.

»—¿Entonces aquel cuya expectación de vida haya sido modificada no tiene tantas probabilidades de vivirla como si cumpliera normalmente su vida esperada?

»—No.

»—Pero, dejando aparte accidentes y enfermedades graves, ¿podría celebrar su bicentésimo cumpleaños?

»—Sí.

»—Bueno, pues, señorita Brackley, más de un periódico ha afirmado que ninguna de esas mujeres a quienes usted ha estado tratando con… ¿antigerone…?

»—Antigerone, sí.

»—… Que ninguna de esas personas se dio cuenta de tal tratamiento hasta que hizo usted el anuncio hace pocos días, ¿verdad?

»—Creo que una o dos se lo sospecharon.

»—¿Quiere usted decir que no lo denegó?

»—¿Y por qué iba a denegarlo?

»—Bueno, yo hubiera pensado que podía arriesgarse a una grave denuncia. Tenemos aquí a todas esas mujeres poniéndose de buena fe en sus manos y usted tratándolas con antigerone que les hará vivir doscientos años, sin siquiera decírselo. Me parece que el asunto podría ser gravísimo.

»—Lo es. Si uno se enfrenta a la perspectiva de doscientos años de…

»—Yo me refería… bueno, al elemento de decepción que va implicado en las afirmaciones.

»—¿Decepción? ¿Qué quiere decir? No hubo decepción… de hecho, todo lo contrario.

»—Me temo que no lo entiendo del todo…

»—Es muy sencillo, señor Pigeon. Dirijo un negocio cuyo nombre no se me permite pronunciar ahora para evitar publicidad. Estas damas vinieron como clientas y yo dije, en efecto, que ellas querían conservar su juventud y su belleza. Bueno, todo eso son monsergas, claro; nadie puede preservarlas. Pero yo dije que podía prolongarlas. Ellas me contestaron que eso era lo que pensaban, realmente; así que eso hice. ¿Dónde está la decepción?

»—Bueno, es difícil decir lo que ellas debían haber esperado, señorita Brackley.

»—¿Implica usted que esperaban ser engañadas y que yo soy culpable en engañarlas por darles lo que me pidieron en lugar del engaño que se esperaban? ¿Es eso, señor Pigeon? En realidad no creo que pise usted ahí terreno firme. Todo mi ramo profesa únicamente prolongar la juventud y la belleza. Yo soy el único miembro que hace lo que se le pide… que entrega los dones… y usted habla de un «grave cargo». Precisamente no le entiendo, señor Pigeon.

»—Usted siempre… Quiero decir, su tratamiento con la antigerone, ¿es siempre sano y triunfante en un cien por cien?

»—De mis varios centenares de clientes ha habido sólo un fracaso. Una dama que sufría una rara e insospechable condición alérgica.

»—¿Así que usted no podría decir que es infalible?

»—Seguro que no. Sólo que da buen resultado en un noventa y nueve por ciento de los casos.

»—Señorita Brackley. Se ha sugerido que la antigerone sea ampliamente usada… de veras, si es útil a todos… Tendría efectos muy extensos en nuestro sistema social. ¿Está de acuerdo con eso?

»—Ciertamente.

»—¿Qué clase de efectos imagina usted?

»—¿Puede usted pensar en algo que no resultase afectado si todos tuviésemos la oportunidad de vivir doscientos años?

»—Creo en eso; sin embargo, señorita Brackley, no ha habido ninguna investigación científica en su preten… ejem, en la antigerone, ¿verdad?

»—Eso es un error, señor Pigeon. Yo, como bioquímica, la investigué muy profundamente.

»—Yo… ejem… bueno, ¿no podríamos llamarlo investigación independiente?

»—No, todavía no.

»—¿Daría usted la bienvenida a una tal investigación?

»—¿Y por qué iba a recibirla bien? Estoy perfectamente satisfecha con la eficacia del antigerone.

»—Digamos, pues, ¿pondría alguna objeción?

»—De nuevo, ¿y por qué? Francamente, señor Pigeon, me importa un comino. La única cosa que se puede decir en favor de una investigación es que quizás pueda conducir al descubrimiento de otros tipos de antigerone, quizás preferibles.

»—Señorita Brackley. Una cosa que ha estado causando grandes cantidades de especulaciones es la naturaleza del antigerone.

»Es una substancia química, probablemente una de esa clase de substancias producidas por micro-organismos, que tiene la propiedad de retardar parte de los procesos metabólicos y tiene también una lejana relación química con los antibióticos.

»—Comprendo. ¿Podría usted, quizás, decirnos la fuente de esta substancia?

»—Prefiero no revelarlo todavía.

»—¿No cree usted, señorita Brackley, que eso sería… ejem… inspiraría más confianza si pudiera darnos alguna indicación?

»—Parece ser que nuestros propósitos se entrecruzan, señor Pigeon. ¿Qué le hace pensar que yo quiero «inspirar confianza»? Yo ni soy una curandera ni un político. La antigerone existe. No depende de la confianza de sus resultados, lo mismo que tampoco depende el aceite de castor. Lo que crea la gente en ello o deje de creer, no afectará en absoluto a sus propiedades…

—Oh, cambia a la ITV, Bert, querido. No va a decirnos nada. Debíamos habernos figurado que sería una especie de sermón de la BBC. Eso está mejor…

* * *

—Cariñito… ¿Estás despierto?

—Ajá…

—Cariñito, he estado pensando… en eso del antigerone…

—¿Eh?

—Bueno, va a haber mucho tiempo, ¿verdad? Me refiero a más de lo que pensábamos. ¿Cómo me considerarías tú a los doscientos años, por mejor o por peor, cariñito? Yo… ay… ay… ay…

—¿Qué diablos estás murmurando?

—¡Murmurar! ¡Me gusta! Estaba acalorada. No creo que a la gente se le deba permitir llevar barba en la cama. Yo… ay… ay… ay…

* * *

—¿Pero, nenito, todavía no has contestado a mi pregunta?

—Oh, por peor. Definitivamente por peor.

—¡Oh, cariño!

—Cuanto menos debería durar trescientos años.

—¡Oh…! ¡Oh, cariñito…!

* * *

«—Aquí Radio Moscú.

»Con referencia a los informes aparecidos en los periódicos de Londres, el diario moscovita Izvestia publica hoy:

»Los anuncios de la prensa británica acerca del descubrimiento de una droga que prolongará la normal espectación de la vida no ha causado gran sorpresa a los ciudadanos bien informados de las Repúblicas Populares de U.R.S.S. El pueblo ruso, que está bien al corriente del trabajo adelantado en este campo del Departamento Geriátrico de la Clínica Estatal de Komsk, bajo la dirección del Héroe de la Ciencia Soviética, Camarada Doctor A.B. Krystanovitch. Los científicos de la U.R.S.S. se han quedado escasamente impresionados por las afirmaciones no probadas hechas en Londres. Ellos destacan que este desarrollo, basado sin duda en el trabajo de A.B. Krystanovitch, está siendo explotado por los intereses capitalistas de Inglaterra y que las afirmaciones pueden por tanto ser consideradas una exageración con motivos de beneficio particular.

»Así queda demostrado una vez más, en el trabajo de A.B. Krystanovitch, la delantera que constantemente lleva al resto del mundo el rápido progreso de la Ciencia Soviética…».

* * *

—Buenas noches, agente.

—Buenas noches, señor. ¿Se encuentra bien?

—Un poco mareado, agente. No haga caso. No estoy incapacitado, ni disminuido. Sólo un poco mareado.

—Será mejor que se vaya a casa, señor.

—Ya voy hacia allá, agente. Vivo cerca. Esto es lo más excepcional… lo más excepcional.

—Me alegro de oírlo, señor. De todas maneras, si yo fuese usted…

—Pero usted no sabe por qué estoy mareado, ¿verdad? Se lo diré. Es esa mujer con su anti… anti… bueno, su antialgo…

—¿Antigerone, señor?

—Eso es. Antigerone. Bueno, mire, me interesan las… esta… estadísticas. He estado trabajando. Una vez esta anti… antialgo esté en marcha, nos moriremos de hambre. En menos de veinte años, todos muertos de hambre. Muy triste. Por eso bebí. Excepcionalmente.

—Bueno, señor, procuraremos que eso no ocurra, ¿verdad?

—Es inútil, agente. La voluntad de supervivir es demasiado fuerte. Y no será posible detenerlo. El individuo querrá sobrevivir a viva fuerza. Es sólo cuestión de equilibrio. Demasiado fuerza vital es autodestructiva. ¿Ha pensado alguna vez en eso, agente?

—No puedo decir que sí, señor. Ahora, ¿no sería mejor que se fuese a casa? Sepa que es media noche.

—Está bien, agente. Ya voy. Sólo quería decírselo a usted, eso es todo. Muertos de hambre en menos de veinte años. Gravísimo estado de los negocios. No olvide que se lo dije.

—Lo tendré en cuenta, señor. Buenas noches.

—Buenas noches, agente.