XI

En la mañana del sábado Diana abordó una pila de periódicos con una avidez como la de una estrella reciente después de su primera noche de estreno. Mientras continuaba su labor, sin embargo, su ansiedad vaciló.

The Times no tenía nada… bueno, apenas se esperaría que aquellos sesudos varones se ocupasen del caso. Nada tampoco en el Guardian. Ni en el Telegraph… que era un poco raro; bueno, había habido una asistencia de títulos en la reunión. Un parrafito en la página femenina del News Chronicle mencionaba que una famosa especialista de belleza de Mayfair había anunciado un nuevo tratamiento, pretextando eficacia desusada en la preservación de la belleza juvenil. El Mail decía:

«Si el ejemplo de un famoso salón de belleza del West End, que ha anunciado su nuevo tratamiento con la rimbombancia de un modisto mostrando la colección de la temporada, va a ser ampliamente seguido, prevee un tiempo en que tendremos que ser tratados a compás de los desfiles de modas de otoño y primavera de modo que nuestros rostros sigan la moda de las temporadas».

El Express observaba:

«La modestia nunca fue una cualidad característica del negocio de los cosméticos y ciertamente tampoco existió en la afirmación hecha por una conocidísima experta ayer cuando se dirigió a un público de la élite de Mayfair. No hay que negar lo mucho que puede hacerse y se hace en bien del rostro de la hembra y de su figura, consiguiendo con esto que el mundo sea más agradable, pero las promesas exageradas pueden dar como resultado únicamente una oleada de desencanto que romperá sobre la cabeza de quien la provoca».

Un párrafo en el Mirror bajo el encabezamiento: «¿DESPUÉS DE LAS ALGAS?», comentaba:

«Aquellos de nuestros lectores que se hayan visto desencantados por los milagrosos poderes atribuidos a las algas, aunque hasta ahora no demostrados, no han de abandonar la esperanza. Ayer vino otra noticia caliente (del mismo salón de belleza de alta categoría), diciendo haber encontrado la fórmula del encanto irresistible. Se pretendió afirmar que el nuevo tratamiento es todavía más impresionante… de hecho, ya no se trata de las algas, aunque no está claro qué producto es el que lo produce, pero costará de unas dos a trescientas libras el hacerse aplicar el tratamiento para ver luego lo que ocurre».

El Herald mostraba su interés a lo largo de líneas semejantes:

«¿UNA ADOLESCENTE A LOS CUARENTA?

«Las mujeres que tienen la suerte de haberse casado con una buena cuenta corriente se alegrarán hoy. Del perfumado Mayfair viene la buena noticia de que las puertas de la juventud eterna les serán abiertas al coste de unas tres o cuatrocientas libras por año. Sin duda, con la presente distribución de la riqueza en la nación los capitalistas que hayan lanzado esta empresa se alegrarán también. Muchos sentirán que hay medios de los que ocho libras a la semana pueden producir más beneficio a la comunidad que esto, pero mientras dure el presente gobierno conservador…».

Y el Sketch:

«Sólo se es joven una vez, dicen. Pero, según una experta en el negocio de belleza, eso queda anticuado. La señorita moderna puede ser joven dos veces, o tres… si así lo desea. Todo cuanto tiene que hacer es pedir la ayuda de la ciencia… y pagar las cantidades astronómicas, claro. Por nuestra parte, tenemos una idea de que la misma oferta se hacía antes de que la ciencia lo hubiese pensado, y probablemente las mismas condiciones».

—Muy desencantador —dijo la señorita Tallwyn, con simpatía—. Si al menos usted hubiese sido capaz de darles algo de valor noticiable.

Diana la miró con fijeza.

—¡Santo cielo, Sarah! ¿Qué quiere decir? ¡Esta es la mayor noticia desde… desde Adán!

La señorita Tallwyn volvió a sacudir la cabeza.

—Las noticias y el valor noticiable no es lo mismo —dijo—. Han decidido que esto es un asunto publicitario, me temo. Y no hay nada que aterrorice más a la prensa británica que el riesgo de proporcionar un anuncio gratis.

—Es que precisamente han pretendido a propósito no comprenderlo. La mayor parte de los clientes sí que lo entendieron. Y, Dios, sabe que lo dije con bastante claridad —protestó Diana.

—Usted ha vivido con eso largo tiempo, está acostumbrada. Ellos no. En cuanto a las clientes… bueno, muchas de ellas deben haber estado ya preocupadas un poco, ya sabe, de un modo u otro… estaban preparadas para una explicación, deseándola de hecho. ¿Pero y los periodistas? Bueno, póngase en su lugar, señorita Brackley. Ellos se han quedado al descubierto y en presencia de lo que parece ser una conferencia publicitaria sobre la belleza, buena para un párrafo o dos en la página femenina. Yo no digo que usted no haya hecho que algunos piensen un poco y que quizás también haya preparado el terreno. ¿Pero cómo se cree que ellos van a conseguir hacer pasar por el tamiz de un editor tozudo lo que usted realmente les ha dicho? Lo sé. Experimenté esa misma dificultad hace algún tiempo. Lo que usted ahora necesita es algo sensacional…

—Por Dios, Sarah. Si lo que les he dicho no es…

—Sensacional, en el sentido periodístico, quiero decir. Un buen y rápido directo a las emociones superficiales. Lo que usted les proporcionó era simplemente algo que debe calar; una buena cantidad de implicaciones que tardarán tiempo en ser acusadas.

Diana dijo, algo más esperanzada:

—Quizás era necio esperar una explosión inmediata. Pero todavía han de venir los días de fiesta. Habrán tenido más tiempo para darse cuenta… Y podría ser muchísimo su clase de asunto, ¿verdad? No me importa cómo lo manipulen, mientras no lo ignoren. Y entonces, claro, están los semanarios femeninos, y las revistas mensuales… Algunas están destinadas a tener en cuenta esa cosa, seguramente…

Pero tal y como resultaron las cosas, Diana no tuvo que esperar ni los días de fiesta ni los suplementos dominicales ni a las revistas semanales, porque fue en la tarde del mismo día, poco después de haber cerrado el mundo financiero, que la Compañía de Seguros Threadneedle & Wertern declaró una moratoria en el pago de anualidades y de primas de ahorro, hasta posterior aviso. Describieron el paso como «una medida puramente temporal tomada con pesar en espera de la opinión legal sobre las obligaciones de la compañía en los casos en que hubieran sido empleados medios para alargar el término normal de vida».

En la opinión de muchos, particularmente de los accionistas de la «T. & W.» y de cierta otra Compañía de Seguros, temporal o no, era una condenada medida a tomar.

—¿Por qué? —murmuraron voces indignadas—, ¿…por qué esos tozudos del consejo de administración no han cerrado la boca en público?

Aun cuando no hubiese nada en ello, no les podía haber costado mucho mantenerse en silencio hasta que hubieran tomado la opinión del consejo.

El lunes, Threadneedle & Wertern abrió a cinco chelines menos. Un rumor corrió por el mercado de que cierta persona de categoría había oído la afirmación en el National Liberal Club, la noche anterior, de que era ya una parte importante la función del médico prolongar la vida amenazada con la extinción y que se practicaba diariamente, fracasando por entero al ver que no había objeto de formular ninguna pregunta. Ni Dios, ni la Ley, se daban cuenta de que existiese una obligación para justificar las cifras sobre él de un actuario de seguros. Mientras el término «su vida natural» podía crear alguna especulación referente a la naturaleza de la «vida antinatural», la vida proseguía, para el hombre razonable, significando que su existencia no había terminado por la muerte.

Las acciones de las Compañías de Seguros bajaron todavía más.

Discusiones sobre si había algo en esta «extensión de la vida» se alzaron con energía, pero inseguras. Empezó a extenderse la sensación de que todo el asunto había sido exagerado sobremanera.

Las acciones de las Compañías de Seguros se estabilizaron.

Tres compañías menores siguieron el ejemplo de la Threadneedle & Wertern y anunciaron su moratoria. Así que quizás había más de lo que cada cual se pensara.

Las acciones de las Compañías de Seguros empezaron de nuevo a bajar.

Sobre las dos de la tarde, en una última edición de un periódico nocturno, en su página financiera se decía:

«El anuncio de una moratoria temporal en ciertos pagos de la Threadneedle & Wertern ha conducido a unas condiciones desajustadas en la bolsa de Londres. Los Seguros abrieron vacilantes y bajaron cada vez más. Más tarde se produjo una ligera revigorización y las acciones se serenaron, siendo la tónica dominante de unos chelines más bajas. La fidelidad, sin embargo, no duró y, más tarde, los precios volvieron a caer.

»El paso extraordinario dado por Threadneedle & Wertern se atribuye a un anuncio hecho el pasado viernes por la señorita Brackley, que controla los conocidísimos salones de belleza del West End de Nefertiti Ltd., y en cuyo anuncio pretendía que había logrado un progreso definitivo en disminuir la marcha natural de deterioración orgánica que conduciría a un aumento perceptible en las cifras actuales estimadas para la duración de la vida.

»El hecho de que esta pretensión evidentemente ha recibido atención más seria de los círculos actuariales de lo que parecía probable se concediera a cualquier anuncio emanado de una fuente tal se atribuye probablemente al hecho de que la señorita Brackley es una científico, con honores bioquímica obtenidos en la Universidad de Cambridge, que pasó varios años en un trabajo avanzado de investigación bioquímica antes de dirigir su talento hacia el desarrollo de su notablemente triunfador negocio en un campo en donde la competencia es notablemente fuerte y la costumbre probervialmente pretenciosa…».

Un joven, frunciendo el ceño ligeramente, destacó este párrafo a su colega.

—En otras palabras, ella ha conseguido probablemente algo. «Aumento perceptible en el plazo de vida», no nos dice mucho, pero parece lo bastante como para alarmar a Threadneedle y a los demás. Creo que podríamos vender estas General Eventualities antes de que la cosa se ponga fea.

No fue una decisión aislada.

La cosa se puso fea.

The Times restringió sus comentarios a la página finaciera y los efectos en las acciones de seguros. Sin especificar la causa, reprobó a aquellos que habían permitido que su criterio se viese dominado por el pánico a causa de rumores insustanciales y por tanto animara la reacción en cadena del miedo en lo que normalmente era una de las secciones más estables del mercado.

El Financial Times era más factual, pero también precavido. Deploraba al mismo tiempo el efecto de un anuncio posiblemente responsable, pero dirigía la atención al notable aumento en acciones de productos químicos, particularmente las acciones ordinarias de la United Commonwealth Chemicals, que se efectuó aproximadamente al mismo tiempo que los seguros empezaron su segunda declinación. El Express, el Mail, el News Chronicle hacían todos referencia a las pretensiones de la señorita Brackley, pero mantenían una cuidadosa vaguedad en los detalles… allí había, por ejemplo, carencia absoluta de sugerencia acerca del incremento de vida; sólo una proposición indefinida de que la gente podía ser capaz de vivir algo más… y en cada caso se daba a la proposición una semi-indiferente posición de escasa validez en la página femenina.

El Mirror, sin embargo, había hecho algo mejor. Había descubierto que la señora Joseph MacMartin (o señora Margaret MacMartin, como preferían llamarla), esposa del presidente del Consejo de Administración de Threadneedle & Wertern, era cliente de Nefertiti con ocho años de antigüedad. Imprimía su propia fotografía de la señora MacMartin junto con una que afirmaba había sido tomada diez años atrás. La falta de diferencia era impresionante. Debajo se decía:

«No tengo la menor duda acerca de la sinceridad de las pretensiones de la señorita Brackley. Ni estoy sola en esto. Cientos de mujeres cuyas vidas han sido revolucionadas por su descubrimiento le están tan agradecidas como yo». Aún así, de nuevo se veía una falta de inclinación a particularizar detalles de las pretensiones.

El Telegraph había entrevistado a lady Tewley, que en apariencia dijo, sin duda entre otras cosas: «La naturaleza no se muestra justa con las mujeres. Florecemos con trágica brevedad. Por lo tanto, la ciencia que ha transformado al mundo se ha descuidado, pero ahora viene la señorita Brackley como una mensajera del Olimpo, ofreciéndonos lo que cada mujer desea… largo verano de plena madurez. Parece probable que esto conducirá a una caída en la presente media de divorcios».

Diana llegó al sábado garantizando solicitudes para entrevistas. La presión creciente, sin embargo, la hizo abandonar su principal modo de abordar las cosas y concertar una conferencia de prensa a gran escala. Era una reunión que empezó con gran contenido de cinismo, animosidad y cierta dosis de antagonismo. Ella se dio cuenta y cortó sus palabras de introducción para decir:

—Miren, yo no promoví esta reunión. Fueron ustedes quienes se mostraron ganosos de entrevistarme. No trato de venderles nada. Me importa muy poco si creen en lo que yo diga o si dejan de creerlo. Eso no produce ninguna diferencia a los hechos. Si les gusta irse y de manera inteligente lavarse las manos en ello, pueden hacerlo… aunque serán sus caras las que se enrojezcan, no la mía. Pero, por el momento, sigamos. Ustedes hagan las preguntas: Yo responderé a algunas.

Nadie convence a un cien por cien de una reunión de periodistas y el éxito queda más debilitado cuando ese alguien rehúsa responder a varias preguntas cruciales. No obstante, cuando los representantes de los periódicos se dispersaron, varios parecían más subyugados y pensativos de lo que lo estaban cuando llegaron.

Era difícil decir cuál de los periódicos dominicales lo había rechazado, y cuál lo había considerado indigno de perturbar sus páginas ya preparadas. Alguno hizo mención precavida de ello, pero ni el Prole ni el Radar tenían dudas de su legibilidad, en sus últimas ediciones cambiaron el formato y fueron a vociferar la noticia. ¿ACASO UNA MUJER QUIERE VIVIR DOSCIENTOS AÑOS? preguntaba el Prole. ¿CUANTAS VIDAS QUIERE USTED TENER?, preguntaba el Radar. «La ciencia, no contenta con turbar a los estadistas del mundo con la bomba H, ahora nos enfrenta con el mayor problema humano de todos los tiempos», anunciaba. «De los laboratorios viene la promesa de una nueva era para toda la humanidad… una nueva era que, para algunos, ha comenzado ya… con el descubrimiento del antigerone. ¿Cómo afectará a ustedes el antigerone?». Y así, para terminar con un párrafo pidiendo una declaración inmediata del gobierno referente a la posición de los jubilados ante las nuevas circunstancias.

«El antigerone (decía el “Prole”) es sin duda el más grande avance de la ciencia médica desde la penicilina. Es otro triunfo de la inteligencia británica, de la iniciativa y del saber hacer. Ofrece a ustedes una vida mayor con todas sus facultades; esto es algo que tiene que afectar a toda nuestra existencia. Probablemente afectará a la edad del matrimonio. Con una vida más larga ante ellas, las chicas no tendrán el mismo incentivo de casarse en la adolescencia. En el futuro las familias probablemente serán mayores y más extensas, también. Muchos de nosotros seremos capaces de tener a nuestros tataranietos en brazos, quizás incluso a sus hijos. Una mujer no será considerada una matrona a los cuarenta años y esto tendrá un grandísimo efecto con toda seguridad en las modas…».

Diana, ojeando las columnas con una triste sonrisa, se vio interrumpida por el timbre de su teléfono.

—Oh, señorita Brackley, aquí Sarah —dijo la señorita Tallwyn, un poco excitada—. ¿Tiene usted puesto la radio en la emisión doméstica?

—No —contestó Diana—. Estaba leyendo los periódicos. Estamos en camino, Sarah.

—Bueno, creo que debería escucharla, señorita Brackley —dijo la señorita Tallwyn y colgó precipitada.

Diana encendió la radio. Una voz creció, diciendo:

—… saliendo de su propia provincia, cometiendo un acto de agresión en los reinos que son el territorio administrativo de Dios Todopoderoso. A los otros pecados de la ciencia, que son muchos, se añade ahora éste del orgullo y de la arrogante oposición a la expresa voluntad de Dios. Permitidme que les lea de nuevo el pasaje: Salmo 90: «Los días de nuestra edad son setenta años; que si en los más robustos son ochenta años, con toda su fortaleza es molestia y trabajo; porque es cortado presto y volamos».

»Esta es la ley de Dios, porque es la ley de la forma que Él nos dio. Nuestro fin, no menos que nuestro principio, es una parte de su sistema para nuestras vidas. “El hombre, como la hierba son sus días: florece como la flor del campo”, dice el salmo 103. Fíjense en eso: “como la flor del campo”; no como la flor de algún huerto científico.

»Ahora la ciencia, con su vanidad impía, desafía los designios del Arquitecto del Universo. Se alza contra el plan de Dios para el hombre y dice que puede mejorarlo. Se propone a sí misma como nueva ternera de oro, en el lugar de Dios. Los pecados de los hijos de Israel son iguales como cuando se escribió sobre ellos: “Así desfilaron con sus propias palabras y se hundieron con sus propias invenciones”.

»Incluso los crímenes y pecados de los físicos se convirtieron casi en veniales ante la afrenta de los hombres que perdieron a Dios en sus almas y que se creyeron capaces de desafiar sus designios. Esta satánica tentación ahora pende ante nosotros y debe ser rechazada por todos quienes teman y respeten las leyes divinas y es deber de los hombres de buena voluntad y juicio claro ver que los débiles de entre nosotros sean protegidos de su locura. Es indispensable que las leyes de esta tierra cristiana deban aceptar este ataque flagrante contra la naturaleza del hombre tal y como fue creado por Dios…».

Diana escuchó pensativa hasta el final. Casi de inmediato un himno siguió al sermón y el teléfono tornó a sonar. Apagó la radio.

—Oh, hola, señorita Brackley. ¿Lo oyó? —dijo la señorita Tallwyn.

—Claro que sí, Sarah. Muy agitatorio. Hace a una pensar si curar a los enfermos y viajar más de prisa de lo que puede hacerse de pie son interferencias pecaminosas con la naturaleza del hombre también, ¿verdad? De todas maneras, me imagino que no va a ser posible anular la cosa ahora. Gracias por avisarme. No me vuelva a llamar, Sarah, voy a salir. Supongo que no habrá nada más hasta los periódicos de mañana.