VI

—Me gustaría poder meterme. Hay algo allí que vale la pena de examinar. Seguro —dijo Gerald Marlin.

—Es un asunto muy delicado el de Nefertiti. Hay que estar convencidísimo del terreno que se pisa —respondió el editor del Sunday Prole.

—Naturalmente. Pero precisamente la clase de asunto que nuestros lectores gustarían de ver investigado. Un escándalo de la alta y lujosa clase.

—Humm —dijo el editor dudoso.

—Mira, Bill —insistió Gerald—. Esa tal Wilberry les ha sacado cinco mil. Cinco mil… y habría tenido suerte de conseguir quinientas si hubiese recurrido a los tribunales. La atajaron de inmediato, claro. Su primera demanda fue de diez mil. No se puede decir que eso no huele mal.

—Los lugares selectos como ese pagarán grandes cantidades por mantenerse alejados de los tribunales. Es una clase de publicidad que les perjudica.

—¡Pero cinco mil!

—Sólo una partida en los gastos generales, a descontar de los impuestos al Tesoro —hizo una pausa—. Francamente, Gerald, dudo de que haya nada interesante. Esa tal Wilberry sucede que tiene alergia. Le podría ocurrir a cualquiera. Con frecuencia ocurre. Dar una sacudida a la gente de las peluquerías de señoras resultaría popular antaño. Dios sabe qué es lo que ponen en todas las cremas, lociones, tintes y demás infiernos que utilizan en sus casas. Cualquier cosa podía suceder. Supongamos que tú fueses alérgico a las ballenas.

—Si yo fuese alérgico a las ballenas, o al aceite de ballena, no iría a un carísimo salón de belleza para averiguarlo.

—Lo que quiero decir es que si alguien viene y te dice: «¡He aquí el último homenaje de la ciencia a la belleza! ¡Y la Droga Imperial… el más raro de los dones de la naturaleza… se encuentra durante junio en el ventrículo izquierdo de una abeja cazadora cuando se extrae gota a gota por un experto científico dedicado a proporcionarle a usted una nueva belleza!». Bueno, ¿Cómo vas a saber si eres alérgico a este potingue particular o no hasta que lo has probado? La mayor parte de las personas saldrán con bien, de todas maneras, pero de vez en cuando surge la una entre cien millares que experimenta fenómenos secundarios al contacto con el producto. Si demasiadas vienen quejándose se tendrá que pensar en una nueva clase de untura, pero unas pocas aquí y allá son gajes comerciales… y la tal Wilberry ocurre que es uno de ellos. Es un riesgo calculado, como la depreciación, etc., pero naturalmente no quieren publicidad, si pueden evitarlo.

—Sí, pero…

—No creo que te des cuenta de que las ganancias están en los riesgos estratosféricos como ese, muchacho… con todos los etc. Me sorprendería si la media por cliente no superase en mucho a las trescientas libras por año.

—Evidentemente nos equivocamos, Bill. Pero al mismo tiempo hay algo oscuro en alguna parte. Esa Wilberry alegremente hubiera zanjado el asunto por tres o incluso dos mil, pero sus abogados se mantuvieron hasta cobrar cinco y lo lograron. Ha de haber un motivo… y no es falso… Por lo menos, Scotland Yard no encontró evidencia ni de falsedades ni de drogas; ya sabes que inspeccionan cuidadosamente esos lugares.

—Bueno, si ellos están satisfechos…

—Si no es droga, es otra cosa.

—Incluso así, todos esos lugares tienen lo que ellos llaman con cariño secretos comerciales valiosos… Aunque Dios sabe por qué todas las mujeres no son bellezas cegadoras si hubiese algo de verdad en lo que pregonan.

—Está bien, pues, supongamos que se trata de un secreto comercial… que ha dado lugar al infierno de negocios triunfantes en la alta sociedad. ¿Así que por qué no tratamos de descubrirlo y entregárselo a nuestros lectores?

El editor meditó.

—Quizás has dado en el clavo —reconoció.

—Seguro que sí. Hay algo. Sea un negocio gracioso o una receta de belleza de primera clase, eso no importa… las dos cosas nos servirían.

Contemplaron la perspectiva durante unos momentos.

—Además —dijo Gerald—, hay algo en esa mujer Brackley que dirige la casa. No es del tipo corriente. Verdadero cerebro, en apariencia… no la astucia un poco ordinaria comercial, quiero decir. He recibido unos cuantos informes preliminares sobre ella.

Buscó en su bolsillo, sacó un par de hojas de papel dobladas y se las entregó.

El escritor las desplegó. Estaban encabezadas: «Diana Priscilla Brackley - Preliminar», y habían sido mecanografiadas por alguien más interesado en la rapidez que en la precisión. Dejando aparte las faltas mecanográficas y ortográficas y pasando por alto también los modismos peculiares, el editor leyó:

«D. P. Brackley, 39 años, pero parece mucho más joven (repasaremos el hecho por si es una falsedad legal reconocida, quizás se logre algo). Muy guapa. Uno setenta y siete, pelo rojo pardo oscuro, buenos rasgos, ojos grises. Conduce un estupendo «Rolls», se podría decir que vale unas siete mil libras. Vive en el 83 de Darlington Mansions, S.W.I… alquiler astronómico.

»Padre: Harold Brackley, muerto, empleado de banca del Wessex Bank Ltd., empleado ejemplar, miembro fundador de la compañía teatral de aficionados del banco. Casado con Malvina, hija segunda de Valentine de Travers, rico contratista de obras, después de escaparse la chica de casa. V. de T., padre enérgico, jamás le abrió la puerta, la desheredó, etc.

»Los Brackleys vivían en el 43 de Despent Road, Claphan, medio endeudados, una pequeña hipoteca. Asunto, hija única. Escuela local particular hasta los 11 años. Luego Merryn’s High School. Se desenvolvió bien. Escolaridad sobresaliente en Cambridge. Honores, distinciones de campanillas. Bioquímica. Estuvo trabajando tres años y medio en Darr House Developments, Ockinham.

»Mientras V. de T. Murió. Hija y yerno sin perdonar, pero heredando la nieta. Asunto, se cree que fueron entre cuarenta y cincuenta mil libras, a los veinticinco años. El sujeto se fue de Darr House seis meses después de cumplir esa edad. (Nota. El después parece ser típico. V. a nivel del encabezamiento). Construcción por encargo de casa para sus padres cerca de Ashford, Kens. Dio una vuelta al mundo… un año.

»A su regreso compró unos pequeños negocios de artículos de belleza, los Preshet, en algún lugar de Mayfair. Dos años más tarde adquirió un socio. Al año siguiente absorbió su Freshet en la nueva Nefertiti, Ltd. (Particular: Capital nominal cien libras). Desde entonces ha seguido embelleciendo a las damas y no a medias.

»Escasos los detalles personales, a pesar de la costumbre de murmurar del negocio. Ningún matrimonio, por lo que se sabe hasta ahora… con toda seguridad ha conservado siempre su nombre de soltera. Vive ostentosamente, pero no en exceso. Gasta sin escatimar en vestidos. No se le conocen aficiones colaterales… aunque tiene algunos intereses en Joynings, químicos fabricantes. Tampoco se le conoce ningún escándalo. Parece recta. La reputación comercial es ejemplarmente limpia. Todo el personal de Nefertiti es cuidadosamente admitido, no se aceptan tipos dudosos. ¿Demasiado bueno para ser verdad? Creo que no. Sólo muchísimo cuidado por mantener una reputación. Incluso las censuras de las empresas rivales resultan insignificantes.

»Vida amorosa: No se sabe nada públicamente. Parece que no hay nada actual, ni reciente, pero se sigue la investigación».

—Humm —dijo el editor al llegar al llegar al final—. No sale una figura muy humana, ¿verdad?

—Se trata de una investigación preliminar a grandes rasgos —contestó Gerald—. Conseguirá más. Creo que es interesante. Por ejemplo, el empleo en Darr House. Allí sólo admiten a los más brillantes… se necesitan tener muchos méritos para poder ingresar. Así que me pregunto a mí mismo, ¿por qué una mujer de ese calibre sale de las investigaciones superiores y se mete en el antiquísimo negocio de los fabricantes de belleza?

—En apariencia, el deseo de conducir un «Rolls Royce»… con un conjunto apropiado —sugirió el editor.

Gerald sacudió la cabeza.

—No es lo bastante bueno, Bill. Si enriquecerse era el motivo, sería más conocida de lo que es. En realidad a los magnates de la industria de la belleza les gusta la publicidad… por lo menos parte. Mira a nuestra manera. Ella, una intrusa de tipo diferente, se mete pulcramente en el trabajo, en medio de los que te arrojan vitriolo y sonríen con navajas ocultas mientras te hablan, esperando apuñalarte por la espalda; ¿y qué ocurre? No sólo sobrevive, sino que triunfa, realmente triunfa con selección, y en apariencia sin adoptar las armas locales. ¿Cómo? Sólo hay una respuesta a eso, Bill… una falsedad. Ella tiene algo que los demás no. Considerando el informe yo diría que como trabajadora científica tropezó con algún descubrimiento mientras estaba en Darr House y decidió hacérselo valorar. Si es ilegal o no, la cosa es distinta… pero creo que vale la pena descubrirlo.

Su editor continuó rascándose la barbilla. Luego asintió.

—Está bien, Gerry, muchacho, echa un vistazo pero ten cuidado. El grupo de Nefertiti comprende a muchísimas influencias femeninas de gran categoría. Si intentas algo que va a estallar en un gran escándalo, algunas de las más importantes esposas del país se verían envueltas. Recuerda eso, ¿quieres?

* * *

—Le diré a la señora que está usted aquí, señorita —dijo la doncellita, y se fue, cerrando la puerta tras de si.

La habitación tenía una serie de simplicidades ornamentales de un modo que a los ligeramente anticuados ojos de Zephanie, aunque conocían ya el modernísimo, la casa tenía un aspecto caro, de buen gusto aunque quizás recargado y después de la primera sorpresa, no aumentó su sensación en algo desagradable. Zephanie se acercó a la ventana. Más allá, accesible por una puerta medio acristalada, algunos metros cuadrados de tejado estaban convertidos en un jardincito. Los tulipanes crecían en varios macizos. En uno de ellos crecían a la sombra de recortados arbustos varias violetas. A un rincón de un césped miniatura una diminuta fuente vertía agua por medio de una antigua figura de alabastro. Grandes hojas de vidrio subían saliendo de las rendijas de una pared baja apuntalándolo todo del viento por un lado. Delante, uno miraba al oeste hacia una pequeña verja de hierro forjado, cruzando el parque que parecía de un nuevo reciente en las copas de los árboles, hacia las grumosas siluetas de los edificios más allá.

—¡Cielos! —exclamó Zephanie, en honrada envidia.

Al oír la puerta abrirse, se volvió. Diana estaba allí, en un sencillo y hermoso traje de seda gris. Sus únicos adornos eran un simple brazalete de oro en la muñeca, un broche también de oro en la solapa y un collar también de oro flexible.

Durante algún momento se miraron una a otra sin hablar.

Diana estaba casi exactamente como Zephanie la recordaba. Ella debía, ella sabía, que estaría a punto de cumplir los cuarenta; parecía tener… bueno, quizás veintiocho, con seguridad no más. Zephanie sonrió, con una pizca de incertidumbre.

—Eso me hace volver a sentir niñita otra vez —dijo ella.

Diana le devolvió la sonrisa.

—Tú sólo sigues aparentando ser una chica algo crecidita ahora —contestó a Zephanie.

—Es verdad. Realmente funciona —murmuró Zephanie medio para sí.

—No tienes más que mirarte al espejo —dijo Diana.

—Eso no basta del todo. Pudiera ser que fuese únicamente yo. Pero tú… tú eres precisamente tan adorable, Diana, como lo eras antes… y no has envejecido en absoluto.

Diana le tomó ambas manos y luego le rodeó los hombros con un brazo.

—Ha sido una pequeña sorpresa, me imagino —dijo a Zephanie.

—Al principio lo fue un poco —repitió—. Me sentía tan terriblemente sola con ella. Ahora empiezo a recobrarme.

—Por teléfono tu voz sonaba tensa. Yo creí que lo mejor sería reunimos aquí donde podamos hablar —explicó Diana—. Pero vayamos a eso. Primero, quiero enterarme de lo que os ha ocurrido a ti, a tu padre y a todo Darr, también.

Hablaron. Diana poco a poco aumentó el nerviosismo de Zephanie en el sentido de irrealidad que había estado pendiendo sobre ella. Para la hora de almorzar y después se sintió más tranquila de lo que estuvo en algún tiempo desde que Francis le contó las noticias. De regreso a la sala de estar, sin embargo, Diana fue derecha al motivo de su llamada.

—Bueno, ahora, ¿qué es lo que quieres que haga, querida? ¿Cuál es la dificultad…? Desde tu punto de vista, quiero decir.

Zephanie habló insegura:

—Ya lo has hecho en cierto modo. Me has tranquilizado. Tuve la impresión de que yo era una especie de monstruo… no sé; quiero comprender lo que sucede. Estoy hecha un lío. Papá hace un descubrimiento que va a… a, bueno, a rebajar el envejecimiento. Quiero decir, que no va hacer ser como Newton, y Jenner, y Einstein, ¿verdad? Y en vez de ser aclamada como un descubrimiento maravilloso, tiene que ocultarlo y arrinconarse. Y entonces cree que es el único que lo sabe y resulta que tú también lo has sabido todo el tiempo… pero que igualmente te has mantenido callada. No lo entiendo. Sé que papá dice que no hay bastantes líquenes ni para empezar, pero eso no tiene importancia con una cosa nueva. Sólo el saber que es posible resulta como ganar la mitad de la batalla: Todo el mundo empieza a investigar como loco y la gente aparece con métodos alternativos. Después de todo, si no hay muchos líquenes de esos en la actualidad, la cosa no puede hacer mucho daño, así que, ¿por qué no publicarlo y dar a la gente el incentivo de encontrar otro antigerone?, ¿es así como se le llama? Así que empecé a preguntarme si hay algunos efectos colaterales, cosas como… bueno, si tomas líquenes no podrás tener niños, o algo por el estilo.

—Puedes descansar tu conciencia con respecto a eso, sea como sea —la tranquilizó Diana—. Eso no importa… sólo, naturalmente, no gastarás como un elefante, así es que el único peligro de utilizar los líquenes. Pueden producirse influencias nocivas durante la gestación y dar a luz un niño de tamaño descomunal, por eso en tal época debe evitarse tomar líquenes; en cuanto a después, se puede seguir con la dosis normal. Con respecto a otros efectos, no hay ninguno oculto que yo sepa. Hay una disminución infinitesimal en la progresión de las respuestas sólo detectable mediante aparatos de precisión inferior a la que se experimenta después de tomarse un doble de ginebra. El resto queda evidente… es decir, para ti.

—Bien —dijo Zephanie—, una preocupación menos. Pero, Diana, me siento a oscuras acerca de todo el mundo. Quiero decir, donde tú entras, y lo de Nefertiti, y el negocio de belleza, y esta crisis que estalló y luego desapareció, etc.

Diana tomó un cigarrillo, lo sacudió y lo miró pensativa durante un momento.

—Está bien —dijo—, de todas formas el conocimiento a medias es precario. Sería mejor que comenzase por el principio —encendió el cigarrillo— y partió desde el momento en que Francis entró con el platito de leche y sus consecuencias.

—Y así, legalmente, me equivoqué —concluyó—, aunque moralmente tenía tanto derecho como tu padre tenga, pero eso qué importa ahora. La cuestión es que en donde ambos nos atascamos fue en manejarlo. Me costó bastante tiempo darme cuenta de lo atascada que estaba. Pensé que pronto vería una salida, pero cuanto más meditaba sobre ello mayores eran las dificultades. Y fue sólo entonces cuando empecé a comprender lo importante que era todo.

»No podía ver una manera de salir en absoluto… y entonces algo que dijiste me puso sobre la pista.

—¿Algo que dije? —repitió Zephanie.

—Sí. Estábamos hablando acerca de las mujeres engañadas y atontadas, ¿te acuerdas?

—Un poco. Era un tema favorito tuyo —dijo Zephanie con una sonrisa.

—Y lo es aún —corrigió Diana—. Pero aquella vez dijiste que se lo habías mencionado a una de tus maestras y que ella te contestó que deberíamos hacer lo mejor posible para vivir en las circunstancias que nos encontramos, porque la existencia es demasiado corta para obligar al mundo a admitir los derechos, o para pronunciar las palabras que consiguieran el mismo efecto.

—No estoy muy segura de acordarme de eso.

—Bueno, ese es el meollo de todo. Claro que había estado, en cierto modo, en mi cabeza todo el tiempo. Lo que habíamos encontrado, tu padre y yo, es un paso en la evolución, una especie de evolución sintética… y el único avance evolucionario hecho por el hombre en un millón de años. Va a cambiar todo el futuro de la historia por completo. Oh, sí, comprendí que si la vida no fuese tan corta valdría la pena para la gente hacer más por implantar el derecho en el mundo. Pero, cuando dijiste aquello de pronto vi, en una especie de relámpago, cómo podría cruzarse.

—¿Cruzarse? —preguntó Zephanie, azorada.

—Sí. Vi cómo las mujeres podrían ser iniciadas en vidas más largas sin que lo supieran, al principio. Más tarde, lo descubrirían y para ese tiempo yo esperaba que hubiesen bastantes, y de la clase adecuada, para ejercer real influencia. Lo que era necesario era alguien que reuniese un grupo de personas… cualquier grupo… las convenciese de que extender la vida era practicable, que se hiciese luchar por la aceptación del homo superior. Y, de pronto, vi cómo hacerlo. La gente a la que se haya dado larga vida no renunciará a su privilegio. Van a luchar duro por su derecho a conservarla.

Zephanie frunció un poco el ceño.

—Me parece que no te sigo —dijo.

—Debieras hacerlo —la advirtió Diana—. Ahora te sientes un poco confusa y trastornada, pero tú exactamente no llegarías hasta el extremo de renunciar a una vida más larga, ¿verdad?

»Y tú mantendrías tu derecho si alguien quisiera quitártelo, ¿no es cierto?

—Sí… supongo que sí. Pero hay escasez de suministros…

—Oh, la investigación pronto aclará eso, como dijiste tú misma, una vez exista la demanda. Consigue bastante dinero para tener la gente suficiente en la tarea, eso es todo.

—Pero, según papá, habría un estado de caos.

—Pues claro que habrá caos. No podemos conseguir el homo superior sin ningún sufrimiento. Pero eso no importa. Lo importante es impedirle que se vea estrangulado al nacer. Ese es el problema.

—No lo veo. Una vez se conozca, la gente luchará por conseguirlo y prolongar su vida.

—Hablas de individuos, querida, pero los individuos están sujetos a las instituciones. Y el meollo de todo el asunto es, tal y como lo veo, que las instituciones definitivamente no lo querrán.

»Después de todo, la mayoría de las instituciones tienen dos razones principales de existencia; una es administrar en la mayor escala posible, la otra es preservar la continuidad, y así eludir algunas de las dificultades que se alzan de la escasez de nuestras vidas individuales. Nuestras instituciones son un producto de las circunstancias y están diseñadas para sobrevivir sobre nuestras propias limitaciones por una continua sustitución de las partes gastadas, o, si lo prefieres de un modo distinto, por un sistema de ascensos.

»¿Está bien? Perfecto, pues, ahora trata de preguntarte cuántas personas van a favorecer las perspectiva de una larga vida a costa de, digamos, dos o trescientos años sin progreso propio. ¿Alguien va a recibir bien la idea de tener el mismo director-gerente, presidente, juez, gobernante, jefe de partido, jefe de policía, o destacado modisto durante un par de siglos? Piénsatelo y verás que las instrucciones son lo que son, y mientras sean, porque detrás de todas ellas está la sunción de que los días de nuestra época son unos pocos años y éstos pasan pronto. Quita este pasar de los años y las instituciones no funcionarán, incluso la mayor parte de ellas perderán su entera razón de ser.

—Eso es muy abrumador —dijo Zephanie dudosa.

—Piénsatelo. Sólo es un ejemplo. Tú eres aprendiza; pues claro que te gustaría una vida mayor… hasta que te das cuenta que eso significa estar aguantando el mismo grado de aprendiza durante los siguientes cincuenta o sesenta años: Entonces empiezas a no estar tan segura.

»O eres una de esas chiquillas que se precipitan en el matrimonio a la primera ocasión… bueno, el punto de vista de «hasta que la muerte nos separe», comienza a adelgazarse incluso ahora; yo no creo que se resista bien a la perspectiva de ciento cincuenta años pasados con un compañero cogido en la adolescencia.

»O piensa en la educación. La clase de conocimientos superficial que ha sido lo bastante bueno para capear la mayor parte de nuestros cincuenta años de vida no es suficiente para proporcionarnos una asistencia plena durante doscientos, o más.

»Así que tendremos el Hombre Individual en una lucha a vida y muerte contra el Hombre Institucional… y eso fomentará una buena cosecha de esquizofrenia.

»Y no se puede tampoco hacerle objeto de elección personal, al menos, porque cualquier hombre que escoja la larga vida bloqueará todo ascenso a los hombres que lo hicieron.

»Así, como las instituciones son mayores que la suma de sus partes, y cada cual es parte de alguna sociedad social o personal, se sigue que las instituciones, trabajando desesperadamente para sobrevivir, tendrían una buena posición de conseguir que la liquelina fuese rechazada.

Zephanie sacudió la cabeza.

—Oh, no, no puedo creerlo. Es absolutamente contrario a nuestros instintos naturales de supervivencia.

—Eso apenas cuenta. Toda conducta civilizada tiene que suprimir Dios sabe cuántos instintos. Además, puse la posilidad de rechace muy alta.

—Pero… bueno, incluso si hubiese un rechazo oficial sería del todo inefectivo porque cientos de miles de personas primeramente quebrantarían la ley —sostuvo Zephanie.

—Yo tampoco estaría muy segura de eso. Una pequeña clase privilegiada podría intentarlo, con grandes gastos. Una especie de mercado negro de la larga vida. Pero no veo que resulte muy bien… es apenas la clase de ilegalidad que uno podría esconder, ¿no…? por lo menos, no por mucho tiempo.

Zephanie se volvió hacia la ventana. Durante unos minutos estuvo contemplando las pequeñas y soleadas nubes que vagaban por el cielo azul.

—Vine aquí un poco asutada… por mí misma —dijo—. Pero también excitada porque pensé que estaba empezando a comprender que el descubrimiento de papá… bueno, de papá y tuyo… era uno de los mayores pasos jamás dados; uno de los más antiguos sueños hechos realidad; algo que iba a cambiar toda la historia y a llevarnos a todos a una maravillosa y nueva era… Pero él piensa que la gente luchará una contra otra por conseguirlo…? y crees que lucharán uno contra otro por impedirlo, ¿así que cuál es su utilidad? Si no va a traernos nada excepto lucha y decepción, entonces sería mejor que ninguno de los dos lo hubiese encontrado.

Diana la miró pensativa.

—Tú no sientes eso, querida. Sabes tan bien como yo que el mundo está en un caos y que cada día se hunde más y más en él. Retenemos precariamente sólo a las fuerzas que liberamos… y hay problemas que deberíamos tratar de resolver, pero que descuidamos. Míranos… miles de habitantes más cada día… Dentro de un siglo o así estaremos en la Era del Hambre. Lograremos posponer lo peor de un modo u otro, pero el aplazamiento no es solución, y cuando se produzca el desplome habrá algo tan fantasmal que la bomba de hidrógeno parecerá humana por comparación.

»No estoy noveleando. Hablo del tiempo inevitable cuando, a menos que hagamos algo por impedirlo, los hombres cazarán a sus semejantes por entre las ruinas, para comérselos. Nosotros dejamos que todo derive hacia eso, con una diabólica irresponsabilidad, porque con nuestras vidas cortas ordinarias no podremos estar presentes para verlo. ¿Acaso nuestra generación se preocupa por la miseria que amenaza? No. Decimos: «Ya se preocuparán los que vengan. Que se pudran los hijos de nuestros hijos; nosotros estamos bien».

»Y hay sólo una cosa que puedo ver que impedirá que esto ocurra. Es que algunos de nosotros, por lo menos, deberíamos vivir lo bastante para temerlo por nosotros mismos. Y también vivir lo suficiente para saber más. Simplemente no podemos permitirnos el lujo de seguir adelante más tiempo alcanzando la sabiduría sólo a medio paso antes de conseguir la senilidad. Necesitamos el tiempo para adquirir sabiduría que podamos usar para aclarar el caos. Si no lo tenemos, entonces, como cualquier otro animal que se exceda en su procreación, moriremos de hambre; nos moriremos de hambre en nuestros millones, en la más negra de todas las épocas oscuras.

»Por eso necesitamos vida más larga, antes de que se haga demasiado tarde. Para darnos tiempo a adquirir la sabiduría de controlar nuestro destino; para llevarnos más allá de este estado de actuar como animales prodigios y dejar que nos civilicemos nosotros mismos.

Se interrumpió y sonrió tristemente a Zephanie.

—Siento este sermón, querida. Es un alivio poderse confiar a alguien. Todo lo que realmente significa es que por mucho que sea el caos que esto pueda causar ahora, la alternativa sería infinitamente peor.

Zephanie no respondió durante algunos minutos, luego dijo:

—¿Lo viste de este modo todo el tiempo cuando estabas en Darr, Diana?

Diana sacudió la cabeza.

—No, esto es como lo veo ahora. En aquellos tiempos lo vi como un don que deberíamos usar porque me parecía ser, como dije, un paso en la evolución, un nuevo desarrollo y perfeccionamiento que nos alzaría un palmo más por encima de los animales. Fue sólo más tarde cuando empecé a comprender la urgencia, la verdadera necesidad de ello. Si hubiese sentido eso al principio, bueno, supongo que no habría hecho las cosas que hice. Probablemente había intentado publicarlo de la manera ortodoxa… y, creo, que habría sido suprimido…

»Tal y como estaban las cosas, no vi gran prisa. Lo que importaba era construir un cuerpo de gente, con vidas largas sin que lo supiesen, pero que habrían invertido un interés en luchar contra ello y alguna influencia cuando llegara el tiempo.

Volvió a sonreír.

—Sé que tal y como lo hice puede parecer gracioso. Para tu padre estoy segura de que es ultrajante… como echar vino barato en una copa de plata de museo, o algo por el estilo… pero sigo sin pensar ninguna otra salida para haberlo logrado, con éxito. Ya las tengo, mira. Casi mil mujeres, aproximadamente todas ellas casadas con personas de influencia, o parientes de hombres influyentes. Una vez comprendan la situación, lamentaré en extremo y tendré compasión por cualquiera que trate de legislar el quitarles sus años extra de vida.

—¿Cómo lo hiciste? —quiso saber Zephanie.

—Una vez tuve la idea y la medité, me pareció lo mejor. Recuerdo de alguien a quien se le pilló contrabandeando perlas y el modo que tenía de hacerlo era esconder las sartas de perlas verdaderas en envíos de perlas de imitación…

»Bueno, después de todo, cada periódico femenino está cubierto de ofertas de «preserve su juventud», «conserve esos contornos juveniles», y todo lo demás. Nadie cree realmente una palabra de ello, claro, pero es la especie de sueño suplicante e inflamante y la gente parece haber desarrollado una costumbre inquebrantable de esperar e intentar. Así, si yo podía mostrar resultados, bueno, estarían encantadas, pero al mismo tiempo han sido mordidas tan a menudo que realmente nunca creen que sea la cosa sincera, no durante años y años. Se felicitarían ellas mismas por verse más favorecidas que las demás. Lo adscribirían a una dieta. Irían hasta tan lejos como conceder que debo tener algo un poquito mejor que mis competidores, quizás. Pero actualmente nadie creería que era el verdadero artículo, después de miles de años de falsas recetas de juventud. No, no, ellas no.

»Yo no diría que no estaba un poco impresionada por la propia idea al principio. Pero me dije a mí misma: «Estamos en el siglo XX, por lo que vale. No es la edad de la razón, ni siquiera el siglo XIX, es la era del engaño y el día de abordar lo tortuoso. La razón tiene que refugiarse en las habitaciones traseras y en donde funciona para ingeniarse medios por los que la gente pueda ser inducida a emocionarse en la dirección deseada. Cuando digo la gente me refiero a las mujeres. Al diablo con la razón. El problema está en espolearlas de un modo u otro para que compren lo que quieres que adquieran. Así que resultó que yo estaba bien sintonizada con la moderna técnica de ventas, realmente.

»Una vez que decidí lo que podía hacerse, lo primero que se precisaba era asegurarme de mis recursos. Tenía que estar convencida de poseer un suministro continuo de lo que tu padre llama liquenina… y que yo llamo tercianina. Así que anuncié que me iba a dar una vuelta al mundo que duraría un año.

»Lo hice, también… aunque casi todo el tiempo lo pasé en Asia Oriental. Primero fui a Hong Kong y me puse en contacto con el agente naviero de tu padre allí. Él me presentó al señor Craig. El señor Craig había sido amigo del señor MacDonald, que envió los embarques con el «liquen tercio» en ellos, pero el propio MacDonald había muerto casi un año antes. Sin embargo, el señor Craig me puso en contacto con varias personas que habían trabajado con el señor MacDonald y eventualmente conocí al señor McMurtie, que estuvo en la expedición que encontró el primer lote de líquenes. Así que contraté al señor McMurtie y él hizo los acuerdos necesarios y consiguió de algún modo los permisos de la China.

»Creo que tu padre te habrá dicho que yo puse Mongolensis; era un nombre que di al primer cesto, pero eso resultó ser una equivocación. El género realmente viene de Hokiang, provincia de Manchuria y que está al norte de Vladivostock. Por fortuna, los permisos vinieron en primavera, así que me fue posible empezar enseguida.

»El señor McMurtie nos llevó a este lugar sin mucha dificultad, pero resultó muy desencantador. No había mucho Tertius allí. Prácticamente quedaba restringido a un millar de acres en donde crecía en retazos en torno a un lago pequeño. La cosa resultaba peor de lo que imaginé. Encontramos al hombre y a su familia que lo cosechaban y remitían, en cuanto hablamos con él quedó muy claro de que si yo me decidía a cosecharlo solamente de aquí, pronto no quedaría ni rastro de la planta. Sin embargo, el hombre no creía que esté fuese el único lugar donde crecía, así que organizamos una búsqueda por toda la zona… nadie se metió; es una especie de terreno pantanoso con trechos de hierba muy salvaje y tosca. Pronto descubrimos cinco emplazamientos más del Tertius; tres algo mayores que la fuente del de tu padre, dos más pequeños, y todos dentro de un radio de unos cuarenta kilómetros.

»Eso era mejor, pero inútil, puesto que si no sucede lo mismo en alguna otra parte no hay duda de que las existencias de líquenes son limitadas. Sin embargo, me fue posible comisionar a los locales para una cosecha anual de una cantidad standard y el señor McMurtie concertó lo necesario para que se enviase a Dairen y eventualmente se enviara aquí, vía Nagasaki. Hice lo mejor por conseguir una cantidad que valiese la pena, pero el Tertius crece tan despacio que no queda mucho margen. Por desgracia, no parece haber ningún modo de confianza de descubrir sus cualidades de cultivo, a menos que se vaya allí y se le examine. No podemos esperar incrementar el suministro a menos que encontremos otros emplazamientos o descubramos algunas especies que también posean liquenina.

»De hecho, no me gustó nunca la situación de los suministros en absoluto. Hasta ahora funciona bien… presumiblemente porque nadie excepto nosotros se interesó. Pero cualquier jaleo en aquellas partes nos privaría de líquenes enteramente. Lo que es más, no sólo es material bajo el control chino, sino que si los rusos se enterasen y se interesaran, bueno, se encuentra en una especie de promontorio de Manchuria, con la frontera soviética a menos de trescientos kilómetros de distancia, en tres direcciones…

»Te digo esto porque pienso que alguien debería saberlo. Tengo la sensación de que la cosa no podrá conservarse en silencio mucho más, pero cuando se sepa, la fuente verdadera de los suministros es algo que bajo ninguna circunstancia debe hacerse pública. Estoy segura que tu padre opina lo mismo que yo, pero me gustaría que se lo mencionases. Yo ya tengo mi propio sistema comercial. De hecho, tengo una buena cantidad de embaucamientos para defenderme en lo más hondo. Espero muchísimo que él también lo haga. En cuanto a ti, eres solamente uno de los sujetos tratados. Si alguna vez te interrogan; primero, no les hagas saber nada acerca de los líquenes; segundo, no tienes la menor idea de dónde vienen. Es de vital importancia que la fuente no se conozca; pero es casi tan importante que el conocimiento no se pierda. Yo, o tu padre, o ambos, seremos los blancos principales, claro, y… no se puede decir lo que ocurrirá. Será cuestión de vida o muerte, ya sabes.

—Empiezo a entender —dijo Zephanie.

—Bueno, una vez arreglado eso —prosiguió Diana—, volví aquí y me puse al negocio… y —añadió mirando en torno a su cuarto y al jardincito exterior—, lo hice bastante bien. ¿No te parece?

Zephanie no contestó. Permaneció sumida en sus pensamientos, mirando sin ver a un cuadro de la pared. Luego se volvió y clavó sus ojos en Diana.

—Desearía que no me lo hubieses contado… me refiero a la fuente de líquenes.

—Si supieras lo a menudo que he deseado no haber visto jamás ningún liquen en absoluto —dijo Diana.

—No, es que no soy de confianza —le dijo Zephanie y explicó lo de Richard.

Diana la miró pensativa.

—Tenías encima una sorpresa, claro, una sorpresa considerable. Yo estoy dispuesta a creer que no es probable que te vuelva a suceder otra vez.

—No. Ahora lo entiendo mejor. Yo estaba hecha un lío. Parecía como si entonces fuera yo sola. Únicamente yo, tratando de enfrentarme sin compañía. Estaba asustada, pero ahora sé que hay muchas de nosotras, y resulta distinto. Al mismo tiempo tampoco tengo excusa por… por haberlo dejado escapar…

—¿Te creyó… o simplemente pensó que estabas bromeando?

—No… no estoy segura. Debe saber que había algo de verdad, me parece.

Diana volvió a meditar.

—Este joven, Richard… ¿qué clase de hombre es? ¿Sesos o músculos?

—Ambas cosas —dijo Zephanie.

—Afortunado joven. ¿Confías en él?

—Quiero ser su esposa —dijo Zephanie con viveza.

—Eso no es respuesta. Las mujeres se casan constantemente con hombres en quienes no confían. ¿Cuál es su trabajo?

—Abogado.

—Entonces tendrá alguna idea de la discreción; por lo menos si confías en él, llévale a ver a tu padre y que se lo explique. Si no, dímelo ahora.

—Confío —admitió Zephanie.

—Muy bien. Entonces haz eso antes de que decida empezar a buscar el fuego que hay tras el humo por su propia cuenta.

—Pero…

—¿Pero qué? O le haces saber más, o le callas del todo.

—Sí —asintió Zephanie dócilmente.

—Estupendo —dijo Diana con aire de haber zanjado la cuestión—. Ahora quiero saber un poco más de ti. ¿Qué factor está utilizando tu padre contigo?

—¿Qué… qué?

—Factor. ¿Incrementa tu tiempo por tres, por cuatro, por cinco?

—Oh, comprendo. Dijo tres, para Paul y para mí.

—Comprendo. Precavido… es natural que lo sea con vosotros dos. Yo misma apostaría a que utiliza en su persona un factor mayor.

—¿Quieres decir que aún se puede prolongar más la vida? No lo sabía.

—Yo utilizo el factor cinco. Es seguro, pero más detectable. La mayor parte de las clientes de Nefertiti utilizan el dos, o el dos y medio… y hasta el tres.

—¿Pero cómo diablos puedes hacerlo sin que ellas se enteren?

—Oh, no es difícil. Hay muchísimas cosas que las casas caras practican en belleza… ¿y quién puede saber cuál de las cosas da resultado…? ¿Y a quién le importa, mientras las consecuencias sean para bien? —Diana frunció el ceño.

»La única cosa que realmente me produjo ansiedad son esas pobres mujeres que no nos dicen lo bastante pronto que van a tener niños para que una pueda quitarles la inyección de liquenina a tiempo y que el parto pueda ser normal. Yo siempre temo que algún día algún doctor sumará dos y dos hallará el resultado y que cualquier entrometido comunicará una columna de estadísticas mostrando que a las clientes de Nefertiti les cuesta más tener a un niño que a cualquier otra persona. Eso podría ser terrible y muy difícil de explicar de manera inofensiva. Pero sin embargo, todavía no ha ocurrido…

»De hecho, nos las arreglábamos maravillosamente bien hasta que tropezamos con esa señora Wilberry y su condenada alergia. Eso fue mala suerte. La pobrecilla fue sincera, sin embargo. Se hinchó de manera alarmante: toda colorada con llagas; congestión asmática causándole dificultad penosa de respirar. No hay duda de que lo pasó mal, pero se hubiese conformado con unos cuantos centenares de libras, y hasta se hubiese puesto contenta, si su abogado no trabaja y la convence. ¡Diez mil, la hizo reclamar! Diez mil… basándose en unos tenues síntomas recurrentes cada vez que come setas. ¡Quién lo creyera! ¡Y el tipo se aferró tozudamente como una mula a cinco mil… que va a despertar bastante escándalo cuando la noticia circule! ¡Setas, Dios mío!

Diana pareció llamear durante unos momentos, pero luego se calmó.

—Quizás todavía lo capearemos —dijo—. Y si no… bueno, de todas maneras, ya no se puede seguir mucho más adelante… ahora por lo menos…