Epílogo de Christian

El señor Loxias ha tenido la amabilidad de enseñarme el manuscrito escrito por mi exmarido y me ha preguntado si deseo hacer algún comentario sobre él. No tengo muchos comentarios que hacer salvo que a mí todo el libro me parece estar como desafinado. Creo que muchas cosas están en los ojos de quien las contempla. Por ejemplo, durante el proceso no me sentía «pagada de mí misma», sino profundamente disgustada. Habría sido una crueldad mostrarme orgullosa en aquellos momentos. Bradley tiene la costumbre de enfocarlo todo a su manera y hacer que ello encaje dentro del cuadro que él se ha formado. Puede que eso lo hagamos todos, pero no lo ponemos en un libro. La imagen que saca a relucir de nuestro matrimonio es injusta. No quiero perjudicarle, porque el caso es que me da mucha lástima. Debe de ser muy deprimente estar en la cárcel, aunque hay que reconocer que él le está echando mucho valor. (Es bastante curioso que llame a eso un monasterio. ¡Menudo monasterio!). Creo que en realidad no debe de haber nada peor que estar encarcelado, y es de admirar que haya sido capaz de escribir este libro. Sobre su valor no puedo opinar, ya que no soy crítico literario, me refiero a su valor como novela o lo que sea. Pero puedo afirmar que no es una descripción muy verídica de los personajes y los sucesos que conozco. No es cierto que Bradley me odiara durante el tiempo que estuvimos casados. Creo que nunca me odió, pero puesto que yo le había abandonado (lo cual no menciona en su libro), tuvo que fingir que me odiaba. También dice que yo le dominaba o que le despojé de sí mismo o algo semejante; esos pasajes son muy elocuentes y supongo que están muy bien escritos. Pero en la vida real no fue así. El problema en nuestro matrimonio fue que yo era muy joven y quería disfrutar de más alegría y felicidad de las que Bradley podía ofrecerme. Dado que en este libro él se muestra a veces tan ocurrente y hace que las cosas parezcan graciosas (algunas, en realidad, no tuvieron ninguna gracia), quizá el lector piense que debía pasarlo muy bien en compañía de alguien tan divertido, pero no es así, ya que Bradley no fue divertido ni de joven. Entre nosotros no hubo ninguna batalla, como él dice; lo que ocurre es que llegué a sentirme muy deprimida y él también, de manera que decidí abandonarle, aunque él me suplicó que me quedara; eso no nos lo cuenta. Nuestro matrimonio fue un error. En mi segundo matrimonio fui mucho más feliz. No dije ninguna de las barbaridades sobre mi segundo marido que afirma Bradley, aunque puede que alguna vez bromeara al hablar de él. Bradley nunca supo distinguir entre lo que es broma y lo que no lo es. En un pasaje de su libro, que ahora no logro encontrar, dice que él era un puritano, y pienso que eso es verdad. Nunca entendió a las mujeres. Y creo que se sentía algo celoso de mi segundo matrimonio; a los hombres no les gusta pensar que su mujer ha sido más feliz con otro. Desde luego, está equivocado por completo al suponer que cuando regresé a Londres, al comienzo de su «novela», lo que yo pretendía era volver con él. No fue así. Fui a verle porque él era prácticamente la única persona que conocía todavía en Londres y porque tenía curiosidad por saber qué había sido de él durante esos años. Me sentía animada y contenta y lo único que quería era echarle un vistazo, de modo que me pasé por su casa. Yo no tenía ninguna necesidad de él. Pero desde un principio estuvo bien claro que él sí me necesitaba a mí, y esto no lo ha explicado debidamente. A partir de mi llegada no hizo más que perseguirme. Y cuando le dije que con él sólo quería tener una amistad cordial y sin ceremonias, le sentó muy mal y se puso furioso y escribió todas esas cosas como eso de odiarme y que yo era un ser horrible, una especie de araña, por despecho, por no haber estado más amable con él al regresar a Londres. Creo que del libro se deduce bien claramente que él volvió a enamorarse de mí, o quizá nunca dejara de estarlo. Para él fue como una conmoción cuando a mi regreso comprobó que le rechazaba por segunda vez. Creo que eso fue lo que acabó por trastornarle y le llevó a esa locura que mi marido puso tanto empeño en demostrar durante el juicio. Tanto su madre como su hermana estaban desequilibradas y eran unas neuróticas; por cierto, les habría venido muy bien someterse a psicoanálisis, a toda la familia le habría venido bien. Estoy convencida de que Bradley estaba loco cuando mató a Arnold Baffin, estaba ofuscado, y que luego lo olvidó como si hubiera sido un sueño. Esas píldoras que solía tomar para dormir hacen que la gente pierda la memoria. Creo que la muerte de su hermana también le trastornó bastante, aunque no lo demostrara, y es cierto que la abandonó, pese a que el estado de ella era bastante evidente, encargándome a mí que la cuidara, lo que hice con mucho gusto. Puede que el dinero tuviera algo que ver, porque siempre fue algo tacaño. Y lo que dice en su posdata sobre su hermana a mí no me parece que sean sentimientos reales, sino más bien que se sentía culpable, como le ocurría con frecuencia, aunque no parece que esto le hiciera enmendarse. En cuanto a la parte que se refiere a la señorita Baffin, debe de haberla abochornado, porque es obvio que casi todo era pura imaginación. Me ha sorprendido bastante que el libro vaya a publicarse. Creo que toda esa historia era para encubrir su amor por mí. En todo caso, la gente nunca se enamora así, de pronto, como no sea en las novelas. Creo que el problema de Bradley es que nunca llegó a superar sus orígenes. No paraba de hablar sobre «la tienda», y me parece que se sentía avergonzado de sus padres y de no haber tenido una educación como es debido; creo que eso es la clave de muchas cosas. Me temo que era bastante esnob, y eso tampoco ayuda. Mi marido opina que en realidad Bradley no era un escritor, sino que debió haber sido un filósofo, pero no pudo serlo debido a su falta de estudios. Bradley también se equivoca al decir que la idea de la alta costura sólo se me ocurrió durante el juicio; no sé qué le hace decir tal cosa. Jamás pensé en asociarme con el señor Baffin para dedicarme al comercio de la lencería, y el salón de modas que ahora regento lo llevaba proyectando desde mi regreso a Londres. Pero tiene razón al decir que sirvo para los negocios, como demuestra el fabuloso éxito que ha tenido mi salón en tan pocos años. Mi marido también se ha adaptado maravillosamente al mundo de los negocios, y sus conocimientos sobre impuestos han sido de mucha ayuda, así que puede decirse que algo bueno resultó de aquel juicio, aunque, como he indicado, me sentía muy preocupada y entristecida por el pobre Bradley (y también por el señor Baffin, claro). Esto me gustaría decírselo a Bradley, si es que alguna vez lee este escrito, que lo siento mucho por él y que le recuerdo con afecto. De nada sirve ya que me ponga a escribirle cartas. Su posdata a la historia demuestra que el pobre Bradley sigue completamente chiflado y cree haberse convertido en un místico o algo así. A mí ese pasaje me ha parecido bastante espeluznante, como las cosas que escriben los locos. ¿Y a qué viene tanto revuelo con el arte? Creo que podemos vivir perfectamente sin el arte. ¿Y los que se dedican a obras sociales o de beneficencia y demás? ¿O es que se supone que son todos unos fracasados o unos desquiciados? El arte no lo es todo, pero Bradley, claro, tiene que creer que lo que a él le ocupa es lo único importante. Por lo menos, al fin ha conseguido publicar otra cosa. Creo que a estas alturas todo el mundo sabe que el «señor Loxias» es un conocido editor que espera hacer un montón de dinero con las memorias de Bradley, algo que le deseo. También los semanarios van a publicarlas, según tengo entendido. No sé si las personas que están en la cárcel pueden cobrar derechos de autor. Así que la persona a quien Bradley se refiere como su «maestro» y demás, y a quien parece admirar tanto, debe de ser otra persona, o se la ha inventado, como es obvio que ha hecho con la mayor parte de la historia. Quisiera repetir, sin embargo, que Bradley me da mucha pena y que espero que no esté demasiado triste en la cárcel. Puede que eso de estar un poco chiflado sea una ventaja si te hace sentirte feliz cuando en realidad no lo eres.

CHRISTIAN HARTBOURNE