Soy responsable de la obra que sigue por más de un motivo. Su autor, mi amigo Bradley Pearson, ha dejado en mis manos la preparación de la publicación. En ese humilde sentido mecánico, por mediación mía estas páginas llegan ahora hasta el público. Yo soy asimismo el «querido amigo» (y otras cosas semejantes) que el autor menciona y a quien se dirige a veces en el libro. No soy, empero, un actor en el drama que narra Pearson. Mi amistad con Bradley Pearson data de una época posterior a los sucesos que se relatan aquí. Tiempos de tribulación en los que ambos necesitábamos, y felizmente hallamos, cada uno en el otro, la bendición de la amistad. Puedo afirmar con certeza que de no ser por el aliento y la compasión que brindé a Bradley, seguramente esta historia no habría sido contada. Quienes pregonan la verdad a un mundo indiferente, con frecuencia hastiado, callan o llegan a dudar de su propio criterio. Sin mi ayuda, eso mismo habría podido ocurrirle a Bradley Pearson. Él necesitaba a alguien que le creyera y que creyese en él. Me encontró a mí, su otro yo, en aquel momento necesario.
Lo que sigue es en esencia y por su forma una historia de amor. Quiero decir que lo es tanto en la profundidad como en la superficie. La lucha creadora del hombre, su búsqueda de la sabiduría y la verdad, es una historia de amor. Lo que sigue es ambiguo y en ocasiones está contado de un modo tortuoso. La búsqueda y la lucha del hombre son ambiguas y obedecen a fuerzas ocultas. Aquellos que vivan en esa sombría luz me comprenderán. Y, sin embargo, ¿qué puede haber más sencillo y delicioso que una historia de amor? Que el arte proporcione encanto a las cosas terribles tal vez sea su gloria, tal vez su maldición. El arte es una fatalidad. Ha sido la fatalidad de Bradley Pearson. Y, de un modo distinto, la mía.
Mi labor como editor ha sido sencilla. Tal vez sería más justo describirme como… ¿qué? ¿Una especie de empresario? ¿Un payaso o un arlequín que se pasea delante del telón para luego descorrerlo solemnemente? Me he reservado la última palabra, el último análisis o recapitulación. Pero antes preferiría aparecer como el bufón de Bradley que como su juez. Puede que en cierto aspecto sea ambas cosas. El porqué de esta historia saldrá a la luz, y en varios sentidos, en el interior de la misma historia. Pues, después de todo, no hay misterio alguno. Todo artista es un amante desgraciado. Y los amantes desgraciados quieren contar su historia.
P. A. LOXIAS.
Editor