Éstas son las personas que me prestaron su ayuda mientras escribía el presente libro, mediante buenos consejos, apoyo técnico o logístico, o sencillamente leyendo y haciéndome saber qué era acertado.
Dennis Ahrens («¿¿Que su cola hace qué??»); Anna Brand («¿De qué demonios estás hablando?»); C. J. Cherryh («¡Desde luego, parece que te lo pasas bien!»); Jeff Carver («Vas a escribir sobre el viejo señor Spock, ¿eh?»); Chris Claremont («“¡Capitán, si se transporta ahí abajo, será una muerte segura!” “¿Ah, sí…? Bueno, pues vamos”»); Arthur Byron Cover («Bueno, no sé por lo que respecta a ti, Diane…»); Paul Dini («¿¡Quieres decir que te permitieron escribir esas cosas?!»); Wilma Fisher («¡Dios mío, Dee, eso es inaudito!»); El GSLP del Valle de San Femando, primavera de 1981 («¿Que estás escribiendo una qué…? Bueno, ¿por qué no?»); Robbie London («¿Y qué pasa?»); Don Maass («Bueno, a ver qué tienes».); Lydia Morano (sonrisa y silenciosa sacudida de cabeza, con opcional alzada de ojos al cielo); Arthur Nadel («Tiene que resultar agradable ser independientemente rico».); Michael Reaves («Dios, ahora quiero yo escribir una cosa de estas».); William Rotsler («Su segundo nombre de pila es Edward. ¿Quieres su número de serie?»); J. Brynne Stephens («Eso ha sido realmente bonito».); Pam Vincent («¿Te has gastado toda una caja de cinta correctora en un solo día?»); Ben Yalow («Bien».); Jane Yolen («¿Es contagioso esto? ¿Puedo conseguirlo inyectable?»); Marc Scott Zicree («¿Cuándo estará terminada?»).
Un agradecimiento muy especial ha de darse en algunos casos. Este libro no podría haber sido entregado a tiempo sin la increíble generosidad de Michael Reaves y Brynne Stephens, que me prestaron su Apple II y fueron heroicamente pacientes conmigo durante la producción de la obra. David Gerrold, como siempre, se mostró sereno y flemático respecto a las partes buenas de la obra en proceso de creación, y cortante respecto a las que eran menos que buenas… una técnica que detesto, y por la cual le estoy profundamente agradecida.
Y una cena muy tardía en Denny’s con la incomparable Marty Clark Rich, dio como resultado una araña de cristal que saltó dentro de su plato, y luego se marchó majestuosamente arrastrando detrás de sí una novela de Star Trek. ¡Tú me lo hiciste, Marty! Gracias, tienes todo mi aprecio…