Cuando Jim llegó a los turboascensores se encontró con que Spock ya había pillado uno, dejándolo atrás.
«Nunca lograré entender cómo consigue siempre un ascensor con tanta rapidez. A lo mejor tiene un arreglo con el ordenador…»
El siguiente ascensor llegó tras lo que parecieron horas. Cuando Jim salió a la cubierta cuatro, le llegaron voces emocionadas del otro extremo del corredor, donde estaba Astrocartografía. Siguió la dirección de las voces hasta el gran laboratorio y encontró a Spock, Mayri Sagady y D’Hennish inclinados sobre una enorme mesa de trabajo cubierta por lecturas en curso y copias en cartucho.
—Fíjese en esa curva lumínica, señor Spock. ¡Es plana!
—Fallo instrumental.
—¡Señor, deme un respiro! Sabe muy bien que he comprobado tres veces los instrumentos antes de llamarlo. Están perfectamente. Además, mire las otras estrellas del cúmulo. En todas hay variantes de curva, desde fluctuaciones mínimas a casi normales…
—¿Qué eficiencia relativa asintótica tenemos?
—Cero coma, eh… tres tres cinco hasta ahora…
—¿Ha determinado un promedio del grado de las curvas…?
—Quiere alguien, por favor… —comenzó Jim. El sonido discordante proveniente del extremo del corredor, lo alertó; tuvo el tiempo justo para apartarse de la entrada antes de que K’t’lk la traspusiera a la carga; el efecto fue como si hubiese estado a punto de ser atropellado por un xilofón—. ¡Que alguien me diga lo que está sucediendo! —acabó Jim.
Los tres que se encontraban ante la mesa alzaron los ojos hacia él con cierta sorpresa.
—Yo mismo se lo digo —replicó D’Hennish, y se separó del grupo.
K’t’lk lo reemplazó, trepando a una silla para examinar los datos, y la cortés disputa volvió a comenzar.
Jim dejó que D’Hennish lo condujera a otra consola de datos.
—Esto es algo realmente extraordinario, capitán —declaró el sadrao al tiempo que se sentaba ante el terminal y hacía aparecer una gráfica en una pantalla de pared—. Lo que voy a mostrarle es la forma en que determinamos el modo en que una estrella dada se comporta a lo largo de un determinado período de tiempo. Entramos la magnitud absoluta de la estrella (su intensidad en una escala estándar) en la línea vertical de la gráfica. Luego, el período de tiempo durante el cual la observamos, en la línea horizontal. El método se usa en el pasado para las variables, pero ahora lo usamos para toda clase de estrellas para predecir las condiciones del tiempo estelar. Siempre hay una pequeña fluctuación en la curva, incluso en el caso de las estrellas más estables. —D’Hennish pasó una mano por los controles e hizo aparecer una curva de ejemplo—. Sadr, mi estrella de origen. ¿Ve la curva? Una fluctuación muy, muy leve, pero regular. Pero mire una de las estrellas de la Pequeña Magallanes. —Otra gráfica apareció en pantalla… y la línea de magnitud de la estrella la atravesaba como un electrocardiograma plano.
Jim se estremeció. Incluso sabiendo lo poco que sabía sobre el tema, se sintió perturbado.
—¿Significado?
D’Hennish también parecía perturbado.
—Señor, no estoy seguro. El más obvio es imposible.
—¿Cuál es?
—Que la entropía no funciona allí.
—Eh… —Jim asintió con la cabeza—. Gracias, alférez. —Le volvió la espalda a la consola y regresó a la mesa.
—… inquietantemente parecidas a estrellas «simbióticas»…
—… ¿«novas inversas» prolongadas…?
—… artefacto taquiar…
—… teorías no confirmadas sobre la «soluencia» espacio-temporal…
—Disculpen —dijo Kirk, con voz un poco alta.
Ellos volvieron a alzar los ojos para mirarlo.
—Tengo la sensación de que esto va a alargarse un poco —dijo Jim—. Por favor, no olviden que tienen una reunión informativa a las siete. Pero si consiguen calcular la raíz cuadrada del círculo antes, les agradecería que me llamaran.
—Sí, señor —replicó Spock, y volvió a posar los ojos sobre las lecturas.
Junto a él, cuando se marchaba, Jim oyó que K’t’lk tintineaba suavemente:
—¿Sp’ck? Creía que eso ya lo había hecho el año pasado.
Se produjo un silencio de un segundo.
—El capitán está muy ocupado —replicó Spock—. Sin duda se ha retrasado en la lectura de los informes. Ahora bien, respecto a esas pautas…
Jim pasó junto al nivel inferior de Recreación camino del puente. El aislante acústico no funcionaba tampoco allí; los sonidos de risas y canciones podían oírse incluso desde el corredor.
Llevado por la curiosidad, traspuso la entrada. El bosque de Harb se alzaba allí de nuevo. De su interior llegaba el sonido de risas placenteras sofocadas, de rumor de hojas y de pasos que se movían cautelosamente o corrían. El gemido de una pistola fásica y un destello intolerablemente brillante de color blanco rosáceo estalló en el bosque, luego se desvaneció y fue seguido por carcajadas y vítores. Por el ruido, habría unas veinte personas jugando al escondite en el bosque, con las pistolas programadas en «tocado».
Jim entró, rodeó el bosque, y atravesó la línea donde la holografía terminaba. Al otro lado la iluminación era normal, y más animación. Unas treinta personas se encontraban sentadas en uno de los fosos de conversación. Se habían apropiado del sintetizador/arpa vulcaniano de Spock, de un par de guitarras, un acordeón y otros varios instrumentos que Jim no reconoció a primera vista. A la máxima capacidad de sus pulmones (u otros aparatos de vocalización), estaban cantando uno de los coros de aquella balada obscena acerca de la (improbable) descendencia del matrimonio entre un altasa y un vulcaniano: «Oh, era yo el crío más extraño / que hayas visto jamás; / mi madre era anaranjada / y mi padre verde fue…»
En silencio para no molestarlos, Jim avanzó por un lado de la sala y se sentó en un nicho pequeño y discreto, su preferido. Justo al otro lado de la gran sala, más allá del grupo de cantantes, había una vitrina donde se guardaban pinturas, fotografías y esculturas de todas las Enterprise del pasado: un surtido de corbetas, yates, vapores, naves de la marina y primeras naves espaciales. Pero junto a él, sobre un pedestal e iluminado por un foco, había algo por lo que él sentía más afecto que por todas las fotografías. Se trataba de un mascarón de proa de madera de un delfín arqueado que sonreía alegremente… gastado, comido de carcoma, la pintura desconchada por el tiempo; el mascarón de proa original de la goleta Enterprise con la que Stephen Decatur se había enfrentado a los piratas bereberes en Trípoli, cuatrocientos años antes. Tendió una mano con suavidad para tocarlo, luego dejó caer la mano, se recostó en el respaldo del asiento y observó a los cantantes. Sólo unos diez integrantes del grupo eran humanos terrícolas. Los demás formaban un amplio surtido: andorianos, shediru, capelles y adarrinos, un denebolido, un tellarita, e incluso un bellatrig que cantaba un dueto consigo mismo, y un mrait de uno de los mundos diphdani que entonaba un alegre aullido, como un lobo que saludara a la Luna. La armonía del grupo resultaba rara, pero compensaba con el entusiasmo lo que le faltaba de ortodoxo.
—«Pero mi madre odiaba la verdura, / mi padre odiaba la carne; / y ninguno de los dos me quería dar / lo que el otro comía…»
—Supongo que algún día lograrán cantar al unísono —comentó Harb Tanzer, que con su habitual sigilo había aparecido recostado contra la pared a la derecha de Jim.
—Lo que me asombra es que estén cantando algo.
—Oh, eso no es tan raro. La mayor parte de la tripulación juega y disfruta más de sus juegos cuanto más estrés soporta.
—Eso siempre me ha parecido muy curioso —comentó Jim—. Ahora ya no tanto… Supongo que se debe a que veo esa reacción muy a menudo. Pero sigo sin entender cuál es la causa.
Harb bajó los ojos hacia el capitán mientras los cantantes pasaban al verso que cuenta lo que la mascota del híbrido, un rujj, pensaba de toda aquella situación.
—Lo mismo nos pasa a los de recreación. Lo único que sabemos es que no se trata de algo tan simplista como la descarga de tensión… o al menos no sólo de eso. Por lo demás… —Harb se encogió de hombros—. Existen un montón de teorías. Nos divertimos discutiéndolas.
—¿Alguna favorita?
Harb asintió con la cabeza y volvió a dirigir los ojos hacia los cantantes.
—Una… que la diversión es buena para el cerebro. Aunque eso no es realmente una teoría… sabemos con certeza que la diversión hace que el cerebro segregue endorfinas, regenera las áreas transmisoras de las neuronas o análogos neuronales en la mayoría de las especies conocidas. Incluso los klingon tienen que divertirse de vez en cuando…
—Aunque las definiciones de «diversión» difieren.
—Por supuesto… Hay otra teoría que me gusta, y que descubrí hace ya algún tiempo. No satisface la navaja de Occam, pero en algunos sentidos a mí, decididamente, me satisface. —Jim alzó los ojos con curiosidad—. En mi trabajo, uno llega a conocer a bastante gente… y hay algo que he notado en los que tienen más éxito, una cualidad común. Esas personas le dan nombres diferentes, pero desde mi punto de vista da la impresión de que actúan en la vida como si de un juego se tratase. Con energía, deleite. Normalmente, no se toman las cosas demasiado a la tremenda… y suelen ser buenos perdedores, tanto en los juegos de naipes como en el mando. —Harb estudió a Jim durante un momento—. A veces me pregunto si ellos saben algo que el resto de nosotros ignoramos. Señor, todo esto son generalizaciones; siempre hay alguna excepción. No hay datos suficientes para basar una verdadera hipótesis, pero… ¿y si lo que llamamos vida fuese en verdad un juego… como parecen sugerir algunas de las religiones terrícolas?
—¿Y cuál sería el objeto del juego? —preguntó Jim, ligeramente interesado.
Harb hizo un gesto que indicaba posibilidades infinitas.
—Redención. O la unión con Dios. O propósitos que a nosotros nos parecen menos importantes… como, digamos, dar forma a un universo de modo que tenga uno un sitio en el que jugar cuando tiene que matar el tiempo durante una eternidad. Podría argumentarse cualquier propósito, «religioso» o de otro tipo. Carece de importancia para el propósito de esta teoría. Lo que intento decir es que, si la vida fuese verdaderamente un juego, y comenzara a resultar estresante… y uno hubiese olvidado de momento que se trata de un juego, como le sucede con frecuencia a la gente cuando se dedica a algo tan inofensivo y alejado de la realidad como un juego de mesa…
—Creo recordar que pasé bastante tiempo enfurruñado la última vez que tuve que venderle a alguien Park Place —comentó Jim—. Tenía tantos planes… Lo siento. Continúe.
—… en el caso de que hubiese olvidado que ya está jugando, ¿qué haría para combatir el estrés?
Jim consideró la conclusión durante un momento antes de responder en voz alta:
—Marcharme a jugar…
Permaneció sentado durante un rato, en silencio, con Harb de pie junto a él.
—Si algo me sorprende —dijo finalmente Harb—, es que los miembros de la tripulación se muestren tan serenos ahora. Por lo general, durante una misión peligrosa, o cuando resulta realmente estresante, muchísima gente viene aquí abajo para practicar deportes de contacto o para entrenarse en artes marciales. Pero en este último descanso no…
Jim tuvo un pensamiento.
—¿Quién oficia de sacerdote durante estos diez días?
Harb le dedicó una abierta sonrisa.
—Es curioso que lo pregunte. Yo.
—¿Qué tal va el trabajo?
—Animado. Mucha gente viene a hablar de sus experiencias de inversión.
—¿Problemas?
—No…
Las carcajadas al final de una canción ahogaron la voz de Harb. El grupo de cantantes se lanzó directamente de la canción verde-y-naranja a una de las preferidas por los navegantes del espacio. «Navegar en un sueño en la oscuridad calada de soles, / encumbrarse sin miedo a través de la luz estelar, a solas…»
—Déjelo para la reunión informativa —aconsejó Jim. Dirigió la vista hacia los tripulantes que cantaban, y sacudió la cabeza—. A veces desearía tener su trabajo.
—Lo siento —replicó Harb—. No acepto el cambio.
—Lo sé. —Jim alzó los ojos hacia las ventanas del nivel inferior, a través de las cuales los contemplaba la Galaxia—. La verdad es que tampoco yo lo aceptaría.
—Lo sé —le aseguró Harb.
Jim se levantó y se encaminó hacia las puertas. Si llegaba ahora a la sala de reuniones del puente, dispondría de media hora para considerar sus opciones antes de que comenzara la reunión informativa. Tenía la sensación de que iba a necesitar ese tiempo adicional.
«¡¿¿No hay entropía…??!»
«¡Enterprise, nave estelar, en qué lugares has estado! / ¡Qué cosas nos has enseñado, qué historias contado! / Enterprise, nave estelar, le cantamos a tu espíritu, / a los seres que te han servido tan bien y durante tiempo tan largo…»
—Informen —dijo Jim.
Había nueve personas en torno a la mesa de la sala de reuniones principal: Spock y Uhura, Scotty, Chekov y Harb, y K’t’lk, que colgaba por encima de los bordes de un asiento entre el señor Matlock, jefe de seguridad, y el doctor McCoy.
—Comenzaré yo, si todos están conformes —dijo Spock—. Capitán, el aparato de inversión nos ha traído a la posición exacta fuera de la Galaxia que indicaban nuestras órdenes. Aunque no sin complicaciones… como hemos advertido todos. Les dejaré los aspectos psicológicos y emocionales de la inversión al doctor McCoy y al señor Tanzer, que están mejor preparados que yo para tratarlos.
»Para la sección científica el probletna primordial es el hallado en relación con las estrellas de varios cúmulos globulares del extremo más lejano de la Pequeña Nube de Magallanes. He comprobado repetidas veces nuestros sensores y sistemas de información, y puedo constatar que funcionan sin fallo ninguno. Lo cual me lleva a la inquietante aunque fascinante conclusión de que, en el extremo más lejano de la Pequeña Magallanes, el paso del tiempo mismo está inhibido, incluso detenido por completo. Las estrellas de esa zona, aunque arden, lo hacen de un modo completamente atípico. No están perdiendo energía.
Spock se interrumpió, como si incluso él necesitara un momento para recobrarse después de haber dicho algo tan inaudito.
—Éste solo descubrimiento es más importante que el suceso más importante concebible que la Flota Estelar pueda habernos enviado a investigar. Los datos que poseemos hasta el momento amenazan con afectar a la totalidad de la física, no sólo a las formas «clásicas», sino incluso a las escuelas no homínidas como la de K’t’lk. Dentro de un momento ella ampliará la información referente al problema, pero mi recomendación como oficial científico es que nos dirijamos de inmediato hacia esa zona del otro extremo de la Pequeña Magallanes y la investiguemos más de cerca.
—Hay un problema —intervino Scotty—. Hemos pasado bien por la inversión, como cabía esperar. Nosotros no existimos realmente en ese momento. Pero ¿qué pasa con los sistemas operativos de una nave estelar cuando la nave sí existe y se la lleva a un lugar donde el tiempo no corre a la velocidad correcta… o está congelado, como parece suceder allí? Y ya que estamos, ¿qué sucederá con nosotros? ¿Qué pasaría si nos quedáramos prisioneros en ese sitio? Podríamos estar atrapados allí por toda la eternidad y no damos cuenta…
—Yo tengo una solución para eso —replicó K’t’lk—. El aparato de inversión incluye otras funciones aparte la mera generación del punto de masa infinita. No complicaré las cosas con los detalles técnicos, pero puedo generar un campo protector, una «funda» de entropía, si lo prefieren, que podemos llevar con nosotros a ese área anormal. Sería algo similar a la doble capa de campo hiperespacial que protege la nave cuando viajamos por el subespacio. Permite que la velocidad en el interior de la nave sea «normal», y tanto la tripulación como los aparatos están protegidos contra los efectos de viajar a una velocidad tan alta.
—¿Está segura de que funcionará?
—¡Mt’gm’ry! Por supuesto. No es más que una función de la afinidad de…
—K’t’lk —intervino Jim—, ¿en qué consiste el resto del problema?
—Ah. Sencillamente esto: estamos a mucha distancia del cúmulo globular en cuestión… demasiado lejos, incluso con sensores taquiares de alta resolución, como para que podamos resolver dos cuestiones importantes. En primer lugar, no sabemos si el fenómeno es completo en sí mismo, o tiene una fuente localizable. Y en segundo lugar, hay una gran cantidad de polvo interestelar en el camino. Está interfiriendo las lecturas espectrográficas… varias de las cuales parecen indicar algo bastante atemorizador: la aparición de las mismas características espectrográficas que precedieron a las explosiones de 109 Piscium y zeta-10 Scorpii. Tenemos que acercamos, a una distancia prudente, por supuesto, y observar, recoger datos. Porque en este momento las probabilidades de que estemos de algún modo implicados en la pérdida de la entropía en la zona son bastante elevadas. Podríamos ser incluso su causa inmediata. Y si lo somos, es responsabilidad nuestra examinar la situación, y solucionarla.
Todos guardaron silencio durante unos segundos.
—Gracias —dijo Jim—, por no decir «ya se lo había dicho yo».
—Que la Arquitecta no lo permita, señor…
—Sí. ¿Quién es el siguiente?
—Yo —replicó McCoy—. Jim, esta última experiencia de inversión ha supuesto la aparición de una nueva faceta. Casi todos nuestros tripulantes se encontraron dentro de los recuerdos o experiencias de otras personas. Lo que resulta sorprendente es que casi nadie se sintió realmente turbado por la situación, aunque algunas de las experiencias fueron, como antes, bastante íntimas. Atribuyo esto en parte a la psicología superior que siempre ha caracterizado a esta nave: la tripulación de la Enterprise permanece unida, sus miembros se apoyan unos a otros y no les molesta la compañía de los demás en las situaciones de crisis. También, como en el caso anterior, la mayoría de las experiencias fueron placenteras, o al menos muy interesantes. Pero no sé durante cuánto tiempo continuarán siéndolo.
»Lo otro que quería mencionar es que las experiencias parecen hacerse más profundas durante los saltos largos. ¿De cuánto tiempo será el siguiente?
—De ciento dos mil años luz —replicó Spock.
—¿Todavía más largo que el último? Maravilloso. —McCoy profirió un suspiro—. Jim, hasta el momento, la buena suerte y su tripulación han conseguido salvarle el culo a usted, y también el suyo propio. Pero no puedo garantizarle lo que sucederá en el próximo salto.
—¿Harb? —preguntó Jim—. ¿Cómo los ve usted?
—Emocionados —replicó Harb—. Ansiosos por continuar. Y, como le he comentado antes, ha habido muchísima actividad social, grupos que se reúnen… grupos más grandes de lo habitual. Podría considerarse que es un efecto de las experiencias compartidas durante la inversión. Yo no lo veo necesariamente como algo negativo. Ni tampoco veo que haya afectado de modo adverso los hábitos de trabajo de la tripulación. La gente regresa a su turno a tiempo, como siempre, y el ordenador informa que los niveles de eficacia son proporcionales al estrés esperado, o superiores.
—Estoy de acuerdo —asintió McCoy.
—Si tenemos que ir a mirar esas estrellas —dijo Uhura—, eso significa que tendremos que posponer la colocación de las boyas de referencia, capitán.
—De acuerdo. A la Flota Estelar no le importará.
—Sólo desearía que hubiese alguna manera de informarles —comentó Uhura—. El cielo no lo quiera, pero si nos metiéramos en problemas ahí fuera, ellos deberían saber hacia dónde nos dirigimos y qué hemos descubierto. Por desgracia, ya sabíamos desde el principio que íbamos a estar lejos, muy lejos del alcance de la radio subespacial…
—Yo puedo arreglar eso —declaró K’t’lk—. O al menos eso creo. Si es posible desplazar la masa mediante la inversión, no existe razón ninguna para que no pueda hacerse lo mismo con la energía. Compile un mensaje, y yo lo enviaré de vuelta en una inversión, junto con instrucciones para que la gente de la Flota sepa cómo hacer lo mismo. Podremos tener comunicación en cuanto ellos monten otro aparato de inversión.
—Hágalo, pues. Entretanto —dijo Jim—, he tomado la decisión de realizar ese próximo salto. Estoy de acuerdo con el señor Spock. Nuestro propósito exige que investiguemos los fenómenos anómalos dondequiera que los encontremos, con independencia de lo que la Flota Estelar tuviera en mente para nosotros en un principio. Y, en cualquier caso, si vamos a usar este motor de una manera regular, necesitaremos todos los datos que podamos obtener acerca de cómo funciona. ¿Alguna opinión en contra?
Nadie dijo nada.
—¿Alguna sugerencia?
—La ferviente invocación de deidades —masculló McCoy.
—Entendido y anotado, Bones. ¿Alguien más?
Harb Tanzer miró a Jim durante un momento antes de decir:
—Con la venia del capitán… podría pasar por Recreación y conversar con la tripulación durante un rato, señor. Están preocupados por usted.
—También tomo nota de ello, señor Tanzer —replicó Jim—. Señor Chekov, señor Spock, tracen rumbo para la «zona anómala» y háganselo llegar a K’t’lk. Notifíquenmelo cuando lo tengan. Saltaremos de inmediato… quiero llegar al fondo de esto. Pueden marcharse.
Los oficiales de la Enterprise se marcharon cada uno por su lado. Sólo Jim permaneció sentado en la sala vacía, el rostro muy sereno, mientras mentalmente recordaba la letra de la más cochina canción de viajeros del espacio que conocía, la que hablaba de La Cosa de pinta rara Con Todos Los Ojos Y La Hija Del Minero De Asteroides.
Se levantó y salió, tarareando.