También el tiempo desapareció una vez más. Siendo así, era imposible decir que la experiencia fuese más larga que la primera. Pero así lo parecía… o bien, como Jim lo expresó para sí mismo más tarde, cuando pudo volver a pensar, la experiencia no fue exactamente más larga, sino más profunda, de alguna manera, más real. La vez anterior, había experimentado la muy leve sensación de que el verdadero Jim Kirk estaba en alguna otra parte. Esa sensación no estaba ahora, había sido sustituida por la certeza, tan absurda y trivial como en los sueños, de que él era algún otro…
… la luz del Sol relumbraba blanca sobre la nieve, y tenía que entrecerrar los ojos para mirar al otro lado de la Plaza del Kremlin. A esta hora temprana, las grandes torres de Novy Moskvá, emplazadas al oeste, no proyectaban sombra ninguna sobre la Fortaleza Roja y los parques que la rodeaban. Se preguntó cómo sería aquello doscientos años antes, cuando había una ciudad en torno a este lugar, llena de suciedad y de ruidos urbanos. Ahora sólo estaban las torres con cúpulas en forma de bulbo revestidas de oro reluciente pertenecientes a las torres de San Basilio, encaradas con las torres rojas de la ciudadela del otro lado de la plaza. Allá en lo alto, en el intenso azul del cielo de invierno, sobrevolaba un halcón, emitiendo llamadas. Él se estremeció.
No había estado allí desde que era un niño muy pequeño. Antes de que aprendiese a leer, la Luna ya se había convertido en su hogar: bases emplazadas en cráteres, como Bianchini, bajo la sombra de la gran Cadena Jura, o bases marinas como Flamsteed o Herigonius. Fue entonces cuando comenzó a leer las fantásticas historias antiguas, de los zares y los caballeros andantes del pasado, los boyardos; los bosques eternamente verdes que parecían cubrir el mundo de horizonte a horizonte, y verdes llanuras que se extendían al infinito, desde los hielos del Polo hasta el Mar Negro… prometiendo libertad, y espacio para viajar y, a lo largo del camino, enormes batallas y aventuras. Cuando leyó esas historias, fue como despertar de un sueño; al fin supo cuál era su verdadero hogar.
Había sido duro, luego, salir a la superficie con su traje presurizado en la noche lunar, y alzar los ojos hacia la resplandeciente joya verdiazul… tan cercana y tan lejana, por siempre fuera de su alcance… o al menos hasta que creciera, en cualquier caso. «Húmeda-Madre-Tierra», la llamaban en las antiguas historias de los bogatyri, los dioses locales. Alzaba los ojos hacia ella con terrible añoranza desde la fría y oscura aridez de la polvorienta Luna, y pronunciaba grandes juramentos en nombre de Bog: hallaría el camino hasta aquellos verdes campos. Recorrería el salvaje país, y las nobles ciudades donde señores generosos gobernaban en el esplendor; cabalgaría las solitarias estepas y hallaría aventuras propias… la gloria de enfrentarse con el peligro y con fuerzas muy superiores y descubrir que era su igual.
Ahora volvía los ojos hacia aquellos anhelos y no los encontraba infantiles, sino más profundos y verdaderos que nunca. Sus progenitores no habían mostrado deseo ninguno de abandonar la Luna y regresar a casa; el camino más sencillo que él tenía para volver pasaba por la Flota Estelar. Una vez en la Academia, no obstante, había descubierto las suficientes aventuras, peligros e intrépidos viajes en los espacios que mediaban entre las estrellas… más que suficientes para el resto de su vida. Su amor por el espíritu de esta tierra lo había conducido al exterior y a una vida más rica de la que jamás había imaginado.
Pero su corazón seguía perteneciendo a aquel lugar. Y no disponía de más tiempo para pasarlo aquí… se esperaba que saliera del planeta al cabo de una hora. Contempló las silenciosas murallas del Kremlin, donde los héroes yacían sepultados, y los hombres que habían sido poderosos, o se habían convertido en poderosos. Miró más allá de ellos, a los antiguos reyes y las viejas glorias perdidas, a los sueños fracasados y los sueños que habían tenido éxito, y los alabó a todos y cada uno de ellos por atreverse a soñar, a ser. Y luego no le quedó nada más que hacer excepto volver al trabajo al que lo había enviado esta tierra… a sus propios sueños y glorias personales: las estrellas.
Dio media vuelta para regresar el vehículo volante, y al hacerlo reparó en otra figura que se encontraba de pie sobre la nieve, lejos, mirando hacia donde él estaba. Algún hermano, algún hijo de la Madre Tierra. Lo saludó con una mano mientras hacía que se abriese el techo del vehículo, ligeramente preocupado. Tenía que regresar a toda prisa al campo de la Flota en Kazalkum; si la lanzadera se marchaba sin él, al capitán Kirk no le interesaría su explicación de que llegaba tarde porque se había detenido a contemplar las vistas. Era extraño, sin embargo, ahora que lo pensaba. El que lo observaba tenía puesto el uniforme de capitán al mando. Y había algo en la postura, la constitución… Se rió de sí mismo mientras encendía los conductores de iones y elevaba la pequeña nave del suelo. Esta mañana tenía a Kirk metido en la cabeza…
Jim permaneció en silencio sobre la nieve, observando a la pequeña nave plateada elevarse en el helado aire como si una bomba lo hubiese hecho saltar del suelo. «Si me hubiera parado a pensar cómo iba a alzar el vuelo, podría haber previsto esto —pensó, y al reír, el aliento salía blanco de su boca—. Va con él. El caballero que espolea a su corcel. Pero ¿cómo es posible que sea él y yo al mismo tiempo? ¿Y los demás, están entrando también en las experiencias de otras personas? ¿Va a estar cuerdo alguno de nosotros después de esto…?»
Y todo cambió…
… ¡en casa, oh, Dios, en casa…! había pasado tanto tiempo… Volvía a encontrarse en su habitación de trabajo, en la base de aia’Hnnrihstei; las ventanas del mundo estaban activadas, revelando a sus ojos el globo de Sa-na’Mdeihein, con sus mil anillos, que flotaba esplendoroso en oro y verde sobre la piedra cubierta de polvo de nieve y cráteres del satélite, en un cielo que ardía de estrellas. Todo estaba como lo había dejado la última vez que se marchó: el gran escritorio de piedra de oro flotando sobre sus presores en medio de la habitación, las hileras de librerías sin polvo aunque intactas, su panel de trabajo encendido y funcionando como siempre sobre el escritorio. Su traje presurizado se encontraba en las abrazaderas y cargado.
—¡Ha pasado mucho tiempo, Lee! —le dijo el ordenador.
Era demasiado bueno para ser verdad. Se apresuró a salir de detrás del escritorio, y posó una mano sobre la consola de Mikelle.
—Ya puedes decirlo, cherie. Orual, Vulcano, Andor, Vercingetorix IV, la Terra… ¿Algún mensaje? Oh, Dios, tengo un millón de cosas que contarte. ¡Te he echado de menos!
—También yo te he echado de menos, m’cher. Dithra ha estado preguntando por ti.
¡También Dithra! ¿Existía alguna alegría que no fuese a experimentar?
—Abre la puerta —dijo—. Voy hacia allí. ¿Tengo que llevar algo?
—Por lo que me dijo, sólo tu persona.
La entrada del lado izquierdo de la habitación, allende los armarios y muebles empotrados, rieló con el efecto del transportador. Ella la atravesó prácticamente corriendo, e irrumpió en una playa: arena dorada y mar esmeralda, y un cielo de brillante color verde donde se acumulaban nubes color cidra de bonanza, tan brillantes que quemaban los ojos. El deleite experimentado por llegar a casa era tan intenso que casi resultaba doloroso.
—¡Ae’sta-mdeihei, ae’ hhnsmaa tirh desdiriie! —gritó por el puro placer de gritar, volviendo la cabeza apresuradamente para mirar en torno de sí mientras corría… y de inmediato tuvo que detenerse. La playa no estaba vacía, como solía suceder. Se encontraba rodeada.
Terribles figuras oscuras de piedra se erguían a su alrededor: enormes como monolitos o estatuas de antiguos dioses monstruosos, pero sin rostro, sin facciones, desgastadas por los elementos y embotadas por la edad… y vivas. Respiraba trabajosamente, y ellos la observaban sin ojos desde lo alto, en silencio, con mirada implacable. Luego, con lentitud, comenzaron a inclinarse sobre ella con un atemorizador sonido de piedra que raspaba y molía sólidamente sobre piedra. Ella alzaba la vista hacia ellos, temblorosa, incapaz de moverse mientras aquellos seres se inclinaban cada vez más y eclipsaban la luz, una mano de piedra se cerraba con ella dentro del puño. De las grandes figuras toscas le llegó el aroma a roca requemada y un retumbar que vibraba en los huesos como la voz de la tierra en movimiento. Sus sombras se cerraron a su alrededor. Quedó completamente a oscuras.
La mayoría de aquellas figuras que se inclinaban se detuvieron en seco, aunque el retumbar continuó. Sólo una se inclinó algo más, acercándose, hasta quedar suspendida justo sobre su cabeza, donde, más que verla, la sentía: un fuerte olor a quemado, una promesa de aplastante peso. Ella permaneció quieta hasta que ya no pudo soportar por más tiempo su propia inmovilidad… y entonces tendió una mano y se atrevió una vez más a intentar lo que siempre antes había resultado imposible. Rodeó tanto como pudo con los brazos a aquella figura que se inclinaba sobre ella, y casi le estalló el corazón de sorpresa y júbilo al sentirla, acercarse más a ella, estrecharla con fuerza. El retumbar de la poderosa voz entró en ella y la sacudió, borrando el mundo hasta que quedaron sólo ella y la forma.
/Hija-aire, hija-carne, ¿cómo es que has venido a nosotros en verdad y no en sueño? No fue nunca tu costumbre ser tan sólida cuando estabas entre nosotros./
Ella sacudió la cabeza porque no sabía la respuesta, ni le importaba. Esto era imposible y lo sabía, dado que para los na’mdeihei el mundo físico en que se movían las humanidades era un sueño que no podían tocar; y cuando ella intentaba tocar la cálida piedra de ellos en un gesto de compañerismo, su mano los atravesaba como si fueran fantasmas. Con frecuencia había anhelado poder tocar, por una sola vez, a aquellas extrañas criaturas cuya sabiduría, cuyos corazones pausados y su belleza interior habían convertido hacía tiempo una relación laboral en amistad primero y luego en afecto profundo. Y ahora el deseo se había hecho realidad.
—Dithra —dijo en la Lengua, y para su gran asombro descubrió que por primera vez no la hablaba con vacilación, sino con la despreocupada certeza de ellos—, todo cuanto sé es que una gran maravilla se ha apoderado de mí y que deseo que no acabe nunca. He estado mucho tiempo entre las estrellas, y he visto mucha muerte y mucha vida y muchas maravillas; sin embargo, mi deseo ha sido siempre volver aquí, porque siento que el corazón me duele sin vosotros, mi gente.
/También nosotros hemos estado tristes por la falta de la No tocada que se había marchado de nosotros. Ahora ya no estás lejos, y tampoco eres ya intacta; y si quieres morar con nosotros otra vez, bien está. Pero la verdad dice que no lo harás; la verdad tiene un final, para ti./
Le escocían los ojos, y a pesar de que eso la avergonzaba —porque había visto morir a centenares y había trabajado en medio de ellos con los ojos secos—, no había manera de contener las lágrimas.
—Eso temo yo también —dijo—. Sin embargo, aunque «sueñe» durante el resto de mi vida, esta «verdad» no podrá serme arrebatada. Durante este breve instante, nos hemos tocado…
/Hija-aire, nos hemos tocado siempre. Y nos tocaremos otra vez, aunque antes debes romper tus lazos. Es una cosa leve; harás eso, algún día, en un instante. Pero marcha ahora. Tu sueño te reclama. Nosotros estaremos siempre aquí, como siempre hemos estado…/
Ella asintió con la cabeza, dejando que sus manos permanecieran durante un último y dulce momento contra la piedra caliente de su compañero. Dithra se enderezó entonces, seguido por los otros na’mdeihei; la luz del sol cayó una vez más sobre la arena en el interior del círculo. Bajó los ojos hacia el suelo, y reparó en algo interesante. Aunque el sol caía sin obstáculos sobre su cabeza, ella continuaba hallándose a la sombra… como si un gran volumen aún se irguiera sobre ella.
/Como siempre/, dijo Dithra.
Ella asintió con la cabeza, lamentando tener que partir pero demasiado jubilosa en realidad como para sentirse triste, y regresó hacia la puerta. Había montones de trabajo que hacer…
Jim se encontraba de pie en la playa, detrás de los na’mdeihei, viéndola marchar.
—Fascinante —dijo alguien que se encontraba a su lado, con un susurro que casi ahogó el romper de las olas. Jim volvió la vista hacia su izquierda. Spock estaba allí, de pie, mirando lo que Jim había estado contemplando: una mujer solitaria que caminaba por la playa en dirección a una entrada oscura abierta en el aire vacío. La traspuso y desapareció; la entrada se desvaneció.
Spock posó los ojos sobre Jim, y luego los desvió en otra dirección. Jim miró hacia donde Spock dirigía la vista. Los na’mdeihei, como un Stonehenge presa de interés, se habían vuelto hacia ellos dos… y sin ojos ni rostro los miraban de hito en hito. Aquel retumbar calmo, que estremecía los huesos, volvió a comenzar…
—Señor Spock —dijo Jim—, si es usted en verdad real, y no una imagen alucinatoria producto de la inversión, creo que sería una muy buena idea que saliéramos de aquí…
—Señor, estaba pensando lo mismo… en los dos casos. Si tiene alguna sugerencia…
—Emersión confirmada —dijo la voz de K’t’lk, un poco temblorosa—. Inversión concluida, coordenadas de llegada correctas. Navegación, confirme.
Por todo el puente se veían semblantes pálidos, y el señor Heming no era ninguna excepción. Sin embargo, sus dedos danzaron con la habitual velocidad sobre el teclado.
—Fijación positiva sobre DG Pequeña Magallanes —dijo, en tono menos enérgico de lo normal—. Distancia… cien mil ciento veinte años luz. Retrofijación sobre Rigel… cien mil, ochocientos años luz. Rumbo según trazado, coordenadas…
Su voz se apagó. Y lo mismo daba, puesto que nadie lo escuchaba realmente. Todos contemplaban con mirada fija la pantalla de visión exterior.
—Estamos aquí —dijo el señor Heming.
Lo estaban. La pantalla inteligente había ampliado el ángulo de toma para abarcar el objeto más prominente al alcance de los sensores. Como resultado de ello, contenía una oscuridad absoluta, y en el centro de la oscuridad, un gran remolino ardiente de estrellas… toda la Galaxia a un tiempo.
Tanto en el puente como en Ingeniería estallaron gritos y vítores disonantes. Jim permitió que esto continuara durante el tiempo que necesitó para tragar con dificultad dos veces.
—¡Muy bien, continúen con lo que estaban haciendo! —ordenó luego, y en el puente se hizo el silencio—. K’t’lk, informe.
—El aparato ha funcionado sin contratiempos, capitán.
—Yo no estoy tan seguro —dijo Jim al tiempo que se frotaba la cabeza. Le dolía. La conmoción de hallarse dentro del cuerpo de una mujer no resultaba demasiado difícil de sobrellevar, dado que Jim ya había pasado en otra ocasión por semejante experiencia, y la mentalidad que lo acompañaba le había resultado peculiar, pero afín. Ser Chekov tampoco había sido demasiado malo. El dolor de cabeza, pensaba Jim, probablemente se debía a que de modo repentino se había visto obligado a pensar en ruso. ¡Ningún idioma debería tener tantos casos…!—. ¿Qué tal está usted?
—Yo, eh, creo que tendré que ir a ver al doctor McCoy, capitán. Evidentemente, mi especie es resistente a los efectos de la inversión sólo hasta un cierto punto… y yo ya lo he sobrepasado. —El tintineo tenía un deje pensativo. Jim tuvo de inmediato un segundo pensamiento acerca de su propia experiencia: que había sido afortunado por experimentar sólo los pensamientos de otros humanos. «El dolor de cabeza de ella probablemente sea peor que el mío…»
—Que Scotty la releve cuando tenga las cosas organizadas ahí abajo, K’t’lk. Y dígale que quiero ver a los jefes de sección en la sala principal de reuniones, en la fecha de hoy, a las siete. Kirk fuera. —Miró por encima del hombro—. Comuníqueles eso a los jefes, señor Mahásë. Y póngame con enfermería.
Cuando respondió, McCoy parecía preocupado.
—Se han producido algunos casos de colapsos entre la tripulación, capitán.
—¿Diagnóstico?
—Sobrecarga emocional. Similar al síndrome de estrés, pero la sobrecarga parece debida a emociones «positivas» en lugar de a la ansiedad o al miedo.
—¿Qué tal están sus dos cobayas?
—Los dos han vivido experiencias de inversión. Tengo un escáner de Lia… y maldito si sé qué conclusión sacar de él. —Jim no dijo nada de momento… él sabía qué conclusión sacar, y más tarde se lo haría saber a Bones. Desvió los ojos hacia Spock; el vulcaniano respondió a la mirada y asintió muy levemente con la cabeza, para luego volver a lo que estaba haciendo en su terminal—. Pero el de D’Hennish es todavía más interesante que el de ella. Mientras que experimentó efectos de inversión, no tuvo el problema que el resto de la tripulación ha experimentado con el tiempo. Es algo que tiene que ver con el concepto que tienen los sadraos del tiempo, según creo. O más bien con su falta de sentido del tiempo. En cualquier caso, su perfil estará concluido dentro de unas horas. Necesitamos una reunión informativa…
—A las siete.
—Bien, eso les dará a todos la oportunidad de recobrarse. ¿Algo más, Jim?
—No, Bones. Continúe haciendo su trabajo así de bien. Corto.
Y no había nada más que hacer durante un rato; Jim recorrió con los ojos a los tripulantes del puente —que parecían estar cumpliendo con su cometido como de costumbre—, y se sintió intranquilo. Había algo ligeramente fuera de lugar. Necesitó un momento para identificarlo. Reparó en que tenían dificultades para mirarse los unos a los otros, como si conociesen secretos comprometedores de los demás y no quisieran que se les notase…
Jim pensó con intranquilidad en los desastres que habían acompañado los primeros intentos por parte de la Enterprise de salir de la Galaxia. ¿Qué podía pasar, se preguntó, cuando los tripulantes de una nave se encontraban repentinamente vagando por los más íntimos sueños y visiones de los otros? «No estoy seguro de no preferir la buena demencia al estilo antiguo, antes que este… este lo que quiera que sea —pensó Jim—. Ni siquiera puedo comunicarme con la Flota Estelar… aunque si pudiera, tampoco serviría de nada, no creo que pudieran darme ningún consejo útil…»
—Señor Spock —dijo al tiempo que se levantaba—, realice las comprobaciones que considere necesarias en la nave… con especial atención en los motores, y también el sistema de información. Éste no es precisamente el sitio más apropiado para tener problemas con los sensores. La gente que necesite ver al doctor McCoy debe hacerlo lo antes posible… haga que pidan cita en la enfermería. Eso va también por la tripulación del puente —especificó al tiempo que los recorría a todos con la mirada. Varios rostros con aspecto tenso alzaron los ojos de su trabajo, y se oyeron murmullos de aquiescencia.
—Recibido —replicó Spock mientras descendía para ocupar el asiento de mando—. ¿Dónde estará, en caso de que se le necesite, capitán?
—En mi camarote. Luego en la cubierta de observación.
Oficialmente, por supuesto, era la Cubierta de Recreación Nivel Uno; era el nombre que figuraba en la placa que había junto a las puertas, y el que aparecía en los planos de la Enterprise. Pero la tripulación nunca la llamaba así, aunque la cubierta estaba de verdad emplazada en el nivel inmediatamente superior al de la sección de Recreación propiamente dicha, y conectada con ella mediante escaleras y ascensores. Mucho más significativo para la tripulación era el hecho de que Observación era la única parte de la nave que no estaba acorazada a prueba de casi todo con la aleación monocristalina de iridio y rodio, tan resistente a las explosiones y disparos fásicos. A pesar de que las enormes ventanas eran de acero transparente de sesenta centímetros de grosor, triplemente reforzadas y a prueba de daños tanto a causa de los escudos exteriores como de su formidable resistencia, continuaban siendo el punto más vulnerable de la Enterprise. La tripulación, que no habría renunciado a las ventanas por nada del universo, solía, no obstante, referirse a la cubierta de observación con toda clase de nombres humorísticos, la mayoría de los cuales tenían que ver con varios orificios físicos por los que un atacante podía introducir algo si no tenía uno mucho cuidado. Había otros nombres; el segundo más popular era «Cubierta Doble-Ce-A»: «Casi Cero Absoluto». Aunque aisladas por los escudos, las ventanas estaban invariablemente heladas. Tocándolas, podía uno hacerse una idea del terrible frío exterior, un negro invierno que ninguna emisión de luz solar rompería jamás.
La informalidad de los nombres, sin embargo, enmascaraba el principal atractivo de la cubierta: las estrellas. Hacía mucho que Jim había reparado en el hecho de que cuando la Enterprise se encontraba en el espacio real, la cubierta de observación raras veces se hallaba vacía durante ninguno de los turnos. Resultaba evidente que a su tripulación le gustaba ver dónde habían estado, o hacia dónde se dirigían, o con qué estaba relacionado su trabajo; y a pesar de toda su fidelidad de reproducción, las pantallas de visión exterior no parecían satisfacer esa necesidad. A menudo había también algo más que la mera vista, ya que lo que muchos de sus tripulantes hacían no era tanto mirar nada concreto, sino simplemente fijar los ojos en el exterior.
«La grandiosidad —había dicho un día en voz baja una de las andorianas de la tripulación mientras se reclinaba contra la barandilla del nivel superior, cerca de él—. La inmensidad…» Su voz se había apagado. Jim no estaba seguro de si le hablaba a él o no, pero pasados unos instantes le respondió.
«Sí, alférez —dijo—. La grandiosidad, los trillones de kilómetros… y moviéndose por ella, la pequeñez de los planetas… de nosotros mismos… Me resulta impresionante».
Entonces, ella había vuelto los ojos hacia él, ligeramente sorprendida por el hecho de que Jim hubiese interpretado erróneamente lo que quería decir.
«Oh, no me refería a esa grandiosidad, señor —había puntualizado. Tan sorprendido como ella, Jim había alzado una ceja, a modo de invitación para que continuara—. Eso es sólo el universo —había comentado con indiferencia mientras volvía los ojos hacia la noche—. Es sólo grande, un símbolo de otra clase de magnitud, nada más. Pero sentirse impresionado por eso sin pensar también en lo que está… más allá… sería como… no lo sé. Como elogiar un menú maravilloso y luego no saborear la comida que figura en él». Entonces, al recordar con quién estaba hablando, ella se había ruborizado con el azul característico de su especie y había guardado silencio, incapaz de continuar y explicar cuál era esa grandiosidad que percibía más allá de lo físico. Jim se inclinó junto a ella y consideró la cuestión durante largo rato antes de regresar a su puesto.
Sin embargo, así estaba habitualmente la cubierta de observación. La gente acudía allí en solitario, o se reunía en silenciosas parejas, tríos y grupos más numerosos, hablaba o callaba según su preferencia. Y uno podía decir allí toda clase de cosas sorprendentes sin temor a despertar ningún murmullo de asombro o a escuchar más tarde cómo algún compañero las comentaba en tono jocoso. Fue principalmente en la cubierta de observación donde Jim se dio cuenta de que el término «humanidades» no constituía ningún eufemismo, ninguna ficción no discriminatoria… aunque raras veces expresaba la idea para sí mismo de este modo exacto.
Así estaba la cubierta en el espacio normal, con todas las estrellas a su alrededor. Pero aquí, en la gran oscuridad que reinaba entre las galaxias, las cosas eran un poco diferentes.
’ Había más gente en la cubierta en todo momento, y los grupos parecían más numerosos de lo corriente; y todos guardaban un mayor silencio. El silencio también se debía a algo más que la habitual consideración por los otros. «Hay reverencia en esta actitud —pensó Jim, reclinado a solas sobre la barandilla—. No creo haber sentido nada así, ni siquiera en el templo. Y no me sorprende…»
Se inclinó más sobre la barandilla y sintió el leve aliento de hielo del acero transparente en el rostro y las manos. Sabía que los sensores de la nave y las incomparables cámaras compactas estaban grabando la vista, pero a pesar de todo sentía pena por toda la gente que no podía estar allí, ahora, viendo aquello. A pesar de todas las estrellas que había visto, de todos los resplandecientes paisajes celestes, se sintió asombrado una vez más. Muy lejos de la Enterprise flotaba la Galaxia, su estructura espiral claramente visible por primera vez en la historia de las humanidades, un espiral aún más complejo en las sutilidades de su estructura de lo que habían sospechado los astrofísicos. Pero los sobrios detalles estructurales estaban ellos mismos compuestos y definidos por un polvo de luz de oro y plata tan delicado que sólo las estrellas más notables podían distinguirse como entidades diferenciadas. Las otras se hundían en un rielar tenue y seductor que frustraba por completo a los ojos humanos y, por las conversaciones que Jim oía aquí y allá, hacía que incluso los ieléridas y los mneh’tso parpadearan. No obstante, toda esta delicadeza no impedía que el hogar de las humanidades ardiera intensamente en la oscuridad; un fuego quieto, implacable, libertino, que dejaba su huella en los ojos cuando se volvían hacia la fría y absoluta oscuridad que se extendía más allá.
Más cerca de la Galaxia, la oscuridad no era tan completa. Estaba también el «halo» de los cúmulos globulares que rodeaban la Vía Láctea, brillantes salpicaduras de un azul plateado contra la noche. Fuera del halo, el más aislado de los cúmulos globulares, el NGC 2419, el «Vagabundo remoto», navegaba en su curso solitario como un ángel independiente y brillante separado del resto de la hueste celestial. Pero aparte de eso, no había nada. Ni siquiera una estrella errante había salido hasta tan lejos, y la negrura era total. Suspendido en medio de ella, enorme, majestuoso, el gran remolino de soles flotaba y ardía en silencio; y el acero transparente respiraba el ancestral frío en el que estaba suspendido.
Jim se inclinó sobre la barandilla y contempló la Galaxia con tal resolución que parecía como si temiera que pudieran robarla si él volvía la espalda. Así permaneció durante largo rato. El lado pragmático de su mente se aburrió en seguida e insistió en regresar al trabajo, ya había estado allí tiempo más que suficiente para saber qué aspecto tenía. Pero él no se movió. En un determinado momento desvió los ojos a un lado y advirtió que Uhura había llegado de alguna parte para detenerse junto a él sumida en el mismo ensueño callado. Durante largo rato, Jim no dijo nada, aunque intercambiaron una mirada cuando él reparó en la presencia de la oficial.
—¿Fuera de servicio? —preguntó él, finalmente.
—Privilegios de jefa de sección —replicó ella mientras apoyaba los codos en la barandilla como había hecho él. Jim asintió con la cabeza. Sus jefes podían alternarse los turnos activos del modo que les pareciese, siempre que pasasen en cada uno el tiempo suficiente como para supervisar adecuadamente los cuatro turnos de sus secciones, a lo largo de un período de dos meses—. Esto normalmente sería la mañana para mí. Aunque quería venir aquí durante la «noche». Lo mismo quiere hacer mucha de mi gente, evidentemente…
Jim asintió otra vez sin pronunciar palabra, con una leve sonrisa; el ordenador, algo divertido, le había dicho que ese tipo de negociaciones y cambios de turno se producían por toda la nave.
—Es todo un amanecer para usted —dijo.
—Bueno… lo es. Lo es. —Uhura no apartó los ojos del gran charco silencioso de luz—. Al fin y al cabo, es la primera vez que alguno de nosotros ve esta luz…
—Yo no diría eso, teniente —intervino una voz queda a la izquierda de Jim. Kirk ni siquiera tuvo que moverse; se limitó a dejar escapar un pequeño suspiro divertido y clavó los ojos en la oscuridad exterior mientras escuchaba el comienzo del viejo y conocido juego practicado entre sus oficiales—. Esta luz raras veces ha abandonado la Enterprise desde su lanzamiento inaugural. Para ser una experta en comunicaciones, demuestra usted una asombrosa imprecisión a la hora de expresarse. Si por el contrario hubiese dicho que nunca ha visto la Galaxia de esta forma en particular…
—Señor Spock —comentó Uhura con gran afecto—, es usted incorregible.
—Sólo impermeable, teniente —replicó el vulcaniano. Su voz era calma como de costumbre, y nada delataba; pero Jim le había lanzado una furtiva mirada de soslayo y había visto aquella sombra de sonrisa que ocasionalmente aparecía en los labios de Spock. El vulcaniano no se inclinó sobre la barandilla. Permaneció de pie y erguido, aunque la postura parecía cómoda, y alzó los ojos hacia la grandiosa oscuridad, como invitándola a apreciar su humor… aunque no a hacer nada tan torpe como reír en voz alta. La oscuridad cooperó.
Kirk inclinó un poco la cabeza y habló para que sólo lo oyese Spock.
—Por cierto, iba a felicitarlo por su sentido de la oportunidad.
—¿Señor?
—Por sacamos de allí… ¿Estábamos de verdad allí?
—Le aseguro que yo sí estaba. Y lo percibí a usted como si estuviese.
—¿Contacto mental?
—La verdad es que no lo creo, señor. A pesar de que el estrés sufrido por parte de cualquier miembro de un… equipo… que haya practicado la fusión mental en el pasado, a veces reactiva la unión, esta experiencia tenía otro «sabor». Además, fui incapaz de interrumpirlo, como habría podido hacer en caso de tratarse de una auténtica unión mental… así que tengo que declinar la felicitación, a mi pesar. Tenemos que buscar otra solución… y, según sospecho, una más compleja.
—¿Quiere usted algo complejo? —dijo Jim dirigiendo la mirada hacia la escalera—, pues ahí lo tiene.
—No, no —les llegó el campanilleo que ascendía con lentitud hacia el nivel en que ellos se encontraban—. Hay otros nombres que definirían mucho mejor los tres aspectos de la «afinidad». Intente probar con «cambio, transformación y fuente»…
—Pero el cambio y la transformación son lo mismo… ¿no es así?
—No, el cambio es una alteración de una sola dimensión, la alteración de la forma solamente… digamos, como cuando se golpea una roca con un martillo y se la rompe. La transformación constituye una alteración de dos dimensiones, una alteración de sustancia… como convertir una roca sin vida en una flor viviente. La fuente es tridimensional, una alteración de esencia… provocar un estado en que las rocas no sólo se conviertan ellas mismas en flores, sino que tengan la capacidad de hacer que otras rocas se transformen en flores…
—Oh, vamos, ¿está hablando de magia?
—Posiblemente. Aunque el término de su idioma que yo siempre he asociado con eso es «milagro», porque el concepto de «fuente» implica la presencia de un contexto parafísico. Religioso, por así decirlo. ¿Puede usarse «magia» como palabra religiosa dentro de este contexto?
—Ehh…
—Scotty —dijo Jim a modo de saludo cuando el escocés y la hamalki acabaron de ascender la escalera y se reunieron con el grupo junto a la barandilla—. K’t’lk…
—Capitán —saludaron los dos. K’t’lk se «sentó» justo debajo de la barandilla, recogiendo las piernas debajo de sí; y Scotty, de pie junto a ella al otro lado de Uhura, miró por la ventana y disfrutó de su primera buena visión del exterior.
—Oh, vaya —dijo, y se inclinó sobre la barandilla para no decir nada más durante un rato.
—Señor Spock —comenzó Jim—. Tenía intención de preguntárselo: ¿entiende usted esta física de K’t’lk?
—Creo que comprendo algunas de sus premisas —contestó el vulcaniano—. Aunque confío en que la comandante me corregirá si me equivoco. —Inclinó la cabeza hacia K’t’lk; ella se sacudió en aéreo tintineo de aquiescencia—. Los conceptos tienden a ser bastante novedosos. Probablemente el más novedoso de todos sea la aseveración de que no sólo la física clásica y la moderna, sino también todos los otros fenómenos relacionados y no relacionados de la existencia física, son tanto un aspecto como una creación directa de las mentes que se mueven dentro de ellas. En otras palabras, según esta escuela, uno podría decir que las Leyes Fundamentales de la Mecánica son como son precisamente porque (entre otras infinitas «causas», y la «causalidad» misma tiene algunas novedosas definiciones y aplicaciones en este sistema), porque Newton fue un observador lo bastante atento del universo que lo rodeaba como para deducir y enumerar correctamente la naturaleza de esas leyes. Y, así lo diría un físico hamalki, fue esa precisión, esa veracidad, lo que estableció dichas leyes en el universo, desde el principio mismo. Él «creó» o decretó esas leyes; el único sentido en que las descubrió, según el criterio de esta escuela de física, sería el mismo que aplicaríamos al caso de un escultor que encendiera las luces de su taller y «descubriera» allí una de sus propias estatuas. De ahí el nombre popular de «física creativa».
Se oyó un bufido afable un poco más lejos, a la izquierda de Spock. Jim miró en esa dirección y vio que McCoy se había reunido con ellos, y que Harb Tanzer se encontraba inclinado sobre la barandilla, al otro lado de Bones.
—¿Cómo «descubre» uno una estatua que aún tiene que esculpir? —preguntó McCoy con tono de burla bonachona.
—Porque ya la ha esculpido, antes incluso de coger el primer cincel. Esta concepción del tiempo descarta tanto la sucesión, «causa y efecto», como la simultaneidad, por considerarlas atisbos fragmentarios e incompletos del continuo más amplio en que ambas coexisten. En dicho esquema, el grosero comentario que hará usted dentro de un momento ha existido desde el principio de los tiempos… «ha sido, es y será», como suele decirse, «por siempre jamás».
McCoy le echó al vulcaniano una mirada feroz y no dijo nada. Harb se echó a reír.
—¡Pero, señor Spock, no la ha dicho!
—Eso es perfectamente propio del doctor —respondió Spock con expresión de leve fastidio—. Se mofa alegremente del curso natural de todo el universo sólo para demostrar que estoy equivocado.
El comentario provocó un estallido de carcajadas.
—Nosotros diríamos que él sencillamente lo ha creado de un modo diferente a como lo ha hecho Sp’ck —repiqueteó la alegre voz de K’t’lk—. Del mismo modo que estructuras más complejas como las escuelas de física pueden ser ampliadas por científicos posteriores, y no por ello dejan de ser sus creaciones tan válidas como las de aquellos que les precedieron.
Spock asintió con la cabeza, manteniendo una expresión muy neutral. Jim reparó en el detalle.
—¿Y qué piensa usted de esta escuela de física, señor Spock?
—Pienso —replicó el vulcaniano con gravedad— que al fin podría haber alguna cosa que los vulcanianos no estábamos destinados a saber.
—Pero, ya que hablamos de esta escuela de pensamiento, hay una cosa referente al motor de inversión que me inquieta —comentó K’t’lk, reflexiva—. Me preocupa la constante aparición de dificultades durante las pruebas. El motor implica, al fin y al cabo, el rompimiento de la ley natural, de unas cuantas leyes naturales, cada vez que lo usamos. Semejantes violaciones no pueden quedar sin consecuencias…
—¿Está diciendo que el universo va a multamos por violar las leyes del movimiento? —inquirió McCoy arrastrando las palabras. Jim rió entre dientes.
—Vaya, L’n’rd, me sorprende usted —dijo K’t’lk—. Uno de sus propios filósofos terrícolas dijo lo contrario. Small, se llamaba, o Short, o algo parecido. «El universo no envía advertencias». Excepto de la manera más circunstancial, y nunca como favor. Estoy comenzando a sospechar que estos incidentes son algo de ese tipo, eso es todo.
—Debo admitir —comentó Spock con lentitud— que también yo me siento inquieto a causa del motor, aunque por motivos diferentes. No había ninguna razón para que zeta-10 Scorpii se convirtiera en nova cuando abandonamos sus proximidades… excepto una. Cabe la posibilidad de que al forzar o romper nosotros la ley natural en sus proximidades, hayamos provocado la explosión de esa estrella. Las consecuencias se inscriben dentro de los parámetros de lo que podría ser la «reacción» ante esas violaciones de la integridad…
El doctor McCoy miró a Spock, después a K’t’lk y luego sacudió la cabeza.
—A mí todo eso me parece superstición. Que la ley natural pueda romperse, me resulta difícil de aceptar. Pero la idea de que la violación de esa ley pueda hacer que a uno le sucedan cosas negativas…
K’t’lk se sacudió, tintineando.
—Muchos físicos humanos terrícolas podrían estar de acuerdo con usted en que parece superstición, y reconocer a la vez la sensatez de la hipótesis que acabo de exponer. Durante siglos, al menos desde la época postatómica de ustedes, algunos eminentes teóricos terrícolas han advertido la existencia de ciertas conexiones entre las antiguas tradiciones de su mundo sobre los mecanismos que rigen la vida (el «Tao» creo que es el término), y la física clásica, especialmente la rama que se ocupa de la interacción de partículas subatómicas. Más concretamente, si se obliga a una partícula a hacer algo que por lo general no puede hacer, en alguna otra parte otra partícula hará algo ligeramente catastrófico, o catastrófico a secas, para recuperar el equilibrio… a centímetros o kilómetros de distancia. Resulta evidente que aunque la ley física puede ser alterada, no permite que se la burle con impunidad. Cuando nuestro entrometimiento cesa, antes o después el universo nos responde con violencia y nos recuerda la existencia de las reglas. Esto es cierto incluso en las ramas más corrientes de la física: las ecuaciones deben ser equilibradas, nada debe ser creado ni destruido. Me siento inquieta por los sucesos que vienen produciéndose cada vez que usamos el aparato de inversión. No sugiero que nos sentemos y no hagamos nada… pero sí debemos estar preparados para afrontar de modo responsable las consecuencias que provoquemos con su uso.
Jim le dio una o dos vueltas en la cabeza a esto último, mientras contemplaba con cierto interés las expresiones pensativas de los demás rostros. Spock le interesaba particularmente: el vulcaniano manifestaba una impasibilidad aún más profunda que de ordinario. Quería ver alterarse un poco esa quietud, y descubrir lo que había bajo ella.
—¿Es posible, entonces —dijo, con el fin de iniciar el proceso—, que haya literalmente cosas que el hombre, o el vulcaniano, no estén destinados a conocer, o a hacer?
—Yo no diría «destinados» —replicó K’t’lk—. La palabra «destinar» implica una inteligencia; tendría que decirme quién está detrás de ella. El universo físico carece de inteligencia.
—No creo que los Planetas Pensantes opinen lo mismo —comentó McCoy con tono seco—. DD Tauri V es especialmente susceptible al respecto, si no recuerdo mal. No deja de lanzarle temblores planetarios a la colonia de investigadores cada vez que el tema sale en la conversación.
—Hay excepciones para todo, L’n’rd —replicó K’t’lk con tono afable—, y como ha señalado el señor Spock, antes de arrojar un elemento distorsionador a la conversación, es mejor que uno se asegure de dónde está primero… —La línea de sus ojos se arrugó con expresión divertida—. Vuelvo a decir que «destinado» es una inexactitud. Más bien diría, sencillamente, que el hecho de que las acciones llevadas a cabo en los dominios del universo tengan unas consecuencias forma parte de su estructura básica. Podemos actuar como queramos con respecto a, digamos, la gravedad, o la velocidad de la luz dentro del espacio normal; pero debemos estar preparados para las caídas y los efectos de dilación temporal que resultan de jugar con ellos. En el caso del motor de inversión, sospecho que la consecuencia podría ser que una violación de la integridad será pagada con otra… de la misma manera que las mentiras tienen que pagarse al final con la dolorosa verdad, o las más convencionales violaciones de la ley con un castigo.
—¿Una violación de la integridad psíquica, por ejemplo? —preguntó Harb—. ¿Son eso estas «experiencias de inversión»?
—Muy probablemente. O podría también implicar un «ataque» contra nuestra integridad física… y puede que ya se haya producido, si los desperfectos en la barquilla de babor son consecuencia de esa «reacción».
—Ya sabía que era usted física —comentó Jim—. Pero está comenzando a hablar como si también fuera una especialista en ética.
—Para mi pueblo, no existe diferencia entre una cosa y la otra —replicó K’t’lk, hablando con tono sombrío por primera vez desde que Jim la conocía—. Debo admitir que jamás he entendido cómo los físicos de ustedes descuidaron la inclusión de una modalidad ética… como si sólo una parte de la vida fuese matemáticas, en lugar de toda ella. El universo físico, después de todo, es el que determina la naturaleza de los cuerpos y cerebros a los que estamos conectados…
—Ah —dijo Scotty—, el antiguo argumento del «alma-humana-como-software», ¿eh?
—El hecho de que esa idea haya perdurado durante tanto tiempo tanto en su cultura como en la mía, tal vez sea una indicación de que hay algo que vale la pena investigar en ese campo, Mt’gm’ry. Desde el punto de vista de mi pueblo, la principal limitación del diseño de la materia (más concretamente, el hecho de que esté sujeta a las leyes de la física, el tiempo y el espacio, las matemáticas y todo lo demás) determina, hasta cierto punto la manera en que el yo habita en el cuerpo. Durante la vida, el yo se ve sometido a los dictados de las leyes que rigen la materia y la energía. ¿Cómo podría sorprendemos entonces que las vidas tengan una cierta lógica, una cierta calidad matemática en sí… que el servicio sea, antes o después, pagado con el servicio, y la violencia con la violencia… la muerte con muerte, y la vida con vida?
—«Haz a los demás —dijo Spock en voz baja— lo que te gustaría que los demás te hicieran a ti».
Las cabezas se volvieron a mirarlo. Él devolvió las miradas, imperturbable.
—O como dirían los vulcanianos —añadió K’t’lk—, «la espada en el corazón del Otro es la espada en el tuyo propio: tú eres él». Sentido común. Así que muchas especies han reparado en eso, en que si ayudas a otros, antes o después recibes ayuda. No puede introducirse energía en un sistema y no recibirla otra vez, antes o después. Puede llegar pasado tanto tiempo que uno no vea la conexión entre una cosa y la otra. Pero la hay, infaliblemente. La acción y la emoción son ambas energía, y la energía se conserva.
K’t’lk campanilleó con suavidad durante un momento, sin pronunciar palabra, sólo un pequeño sonido reflexivo.
—En esto, claro está, hay implicadas cuestiones de una trascendencia más profunda que la mera conveniencia de que nos ayudemos unos a otros. —Alzó los ojos hacia Spock—. Del mismo modo que no era sólo la supervivencia de su especie lo que Surak tenía en mente cuando comenzó por primera vez a enseñarles el dominio de las emociones. Había algo más. M’hektath.
Spock bajó los ojos. Kirk miró a uno y otro.
—Los vulcanianos son tan reservados —dijo ella, tintineando con más suavidad que antes—, que apenas pueden ponerse de acuerdo entre ellos acerca de cómo traducir su propio idioma… y no se atreven a corregir las traducciones de otros. Fíjese en cómo los diccionarios han estado traduciendo erróneamente arie’mnu, es decir «dominio de la pasión», por «supresión de la emoción» durante todos estos años. M’hektath es todavía más difícil de verter. Pero, también en este caso, vuelve a tener relación con la «integridad»; no en su acepción más moderna de «decir la verdad» o «cumplir las promesas» y demás, si no en el sentido que tenía antiguamente en las lenguas emparentadas con el Angles.
»“Estar en la misma piel que otro”, significa la palabra. El parentesco básico de las almas, por diversas que éstas sean; lo único que todas las especies tienen en común debajo de las formas corporales y las diversidades superficiales de lógicas y metas vitales, de filosofías y criterios del «bien» y el «mal». Su alma, su identidad… y su independencia, antes, ahora y siempre, de la condición física que las alberga. Y en la cual, por el momento, hemos escogido alojarnos.
—En eso, jovencita —comentó Scotty con voz muy queda—, creo que diferimos un pelín. Yo no me veo tanto como el que ha hecho la elección, sino como el que ha sido escogido para estar aquí y ahora. Por un Poder mejor pertrechado que yo para hacer la elección.
Kirk mantuvo los ojos bajos, ligeramente admirado. Nunca había oído la voz de Scotty tornarse tan dulce excepto cuando comentaba un diseño particularmente hermoso. «Aunque —pensó Jim—, quizá sea eso lo que está haciendo…»
—Creo que hay una gran verdad en eso, Mt’gm’ry —replicó K’t’lk con voz igualmente queda—. Es algo digno de encomio. Al igual que lo es nuestra mutua diversidad y su voluntad de preservar todas las diversidades. Encuentro que su lógica y su bioquímica son peculiares, y me parece que andan un poco escasos de extremidades. No obstante, estamos en la misma piel, usted y yo, y podemos celebrar ese hecho sin que nos aflijan las divergencias entre nuestras creencias y nuestras formas. Es cierto que nuestras diferencias, en tanto que personas individuales y, en una escala más amplia, como la galaxia llena de pueblos que somos, son infinitas, y dignas de celebración. Y nuestro parecido, en la totalidad de nuestros trillones de esencias, trasciende esas diferencias y les imprime carácter. Nosotros somos. Sabemos que somos. La duración o naturaleza de ese ser no importa mucho. Nuestro ser es la base de nuestra afinidad. La espada en su corazón es en verdad la espada en el mío. Somos uno…
El comunicador sonó en medio de las últimas palabras de K’t’lk, de modo tan estridente que los demás se sobresaltaron ante la súbita interrupción de aquel remanso de quietud. Jim se sobresaltó menos violentamente que los demás; sabía mejor que nadie que lo que una nave deparaba con mayor frecuencia era emoción o aburrimiento, raras veces tranquilidad.
—Astrocartografía llamando al señor Spock.
—Aquí Spock, teniente Sagady.
—Señor —le respondió la voz de Mayri Sagady con gran emoción—, ¿podría bajar aquí, por favor? Tenemos un problema.
—Si me describiera la naturaleza del mismo, teniente…
La voz de Mayri sonó como si estuviera perpleja, atemorizada, con unas enormes ganas de echarse a reír, todo a la vez.
—Señor, tenemos datos de la Pequeña Magallanes que parecen indicar que en estos alrededores el universo está estallando o atascado. ¿Querrá venir a decimos cuál de las dos cosas sucede?
—Voy de camino. Spock fuera.
Jim se volvió y vio que, en efecto, el vulcaniano ya había bajado las escaleras y había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de la entrada de Recreación.
—Todo el mundo a sus puestos —dijo, y partió tras Spock.