Estaba oscuro. Ningún sonido llegaba hasta Jim, ninguna sensación. Su cuerpo había desaparecido. Su mente luchaba en la oscuridad como un pájaro cazado con liga, pero no conseguía nada. Sin que hubiese sonido ninguno, alguien, en alguna parte, gritaba… un aullido horrible, angustiado, aterrorizado, un aullido inconsolable que se prolongaba eternamente. No podía tratarse de él mismo: estaba ahogándose, intentaba respirar con unos pulmones que no estaban. «La muerte, eso es, todos estamos muriendo…»
La oscuridad no desapareció, pero ahora pudo percibir claramente otra característica, como si antes hubiese estado demasiado preocupado para advertirla. Había estrellas en la oscuridad. Y él volvía a tener cuerpo. Ella avanzaba a través de la fría noche, sintiendo los pequeños estiramientos y contracciones de su piel mientras se apartaba del planeta que había estado orbitando, y el calor de la estrella sobre su cuerpo disminuyó. Muy pronto, llegaría el momento de zambullirse en aquel sitio donde la luz de las estrellas era más fuerte, donde su vino embriagador se tornaría en un blanco incandescente en ella y le daría la libertad de alcanzar velocidades que jamás hubiera podido alcanzar en este mundo más calmo. Luego la vida auténtica comenzaría otra vez. Estas tranquilas órbitas en torno a planetas no eran más que momentos de descanso entre aventuras. El gran júbilo residía en lanzarse a toda velocidad, eternamente, bañada en la extraña luz de las estrellas; surcar los lugares desiertos con toda su potencia, ufana en su velocidad y poder, enfrentándose a lo que encontrara.
Y puesto que su júbilo, no compartido, habría sido inútil, ella había escogido compañeros que corrían aventuras durante los períodos de descanso de ella, y descansaban mientras ella se aventuraba. Ellos la complementaban. Era algo que cabía esperar, ya que los había escogido con gran cuidado. Deseaban la oscuridad tanto como ella, aunque indudablemente en una escala menor. E incluso eso cambiaría en el futuro. Algunos de ellos tenían ya la semilla del Gran Deseo en su interior, del deseo de viajar, no tanto por el logro de algún propósito como por el viaje en sí mismo. Varios de ellos en particular estaban llegando a ese estado, aquellos que más a menudo se sentaban en su corazón y conocían mejor su voluntad… especialmente el jefe, a quien estaba aleccionando lentamente en el sendero que debía seguir. Para su deleite, su exaltación, él estaba aprendiendo. Había llegado a tener conciencia de la identidad de ella, a conocerla, a la manera pequeña e indefinida de sus hijos. Pero llegaría a conocerla todavía mejor. Ella le enseñaría todo lo que existía. Ella lo elevaría para que fuera igual a uno de su propia especie. Y entonces… entonces…
… entonces, Jim se encontró de vuelta en su asiento, temblando de la cabeza a los pies. Las alarmas de emersión ululaban por todas partes, y su gente miraba frenéticamente en todas direcciones como estatuas que repentinamente hubiesen cobrado vida.
—¡Estado! —dijo Jim, y se consideró afortunado porque la palabra hubiese sonado como un grito y no como un chillido.
—Estamos ilesos, capitán —le respondió Spock, tranquilo como siempre, desde su puesto—. Los ordenadores de control de daños no han llegado a activarse en ningún momento.
Jim se volvió a mirar a Uhura.
—¿Heridos?
Uhura se quitó el transdator del oído con el aire de una persona ante quien está quejándose y gimiendo todo el mundo.
—Ninguno, señor. Pero los miembros de la tripulación están muy trastornados. Con independencia de lo que esperaban que fuese la inversión, no era eso.
—No puedo reprochárselo —reflexionó Jim. Aún estaba sumido en esa sensación que había experimentado por primera vez cuando K’t’lk le mostró cómo funcionaba el motor, con la diferencia de que esta vez recordaba algo de lo que le había sucedido—. Dígales que pondremos un informe a su disposición en los canales de la nave, en cuanto hayamos averiguado lo sucedido.
—Y dónde estamos —añadió Uhura al tiempo que miraba la pantalla frontal.
Jim la imitó, y se mostró de acuerdo.
—Señor Sulu, señor Chekov —dijo—, pensaba que tenían ustedes trazado un rumbo para el sistema de jota Sculptoris. Yo he estado allí, y no es esto.
Desde luego que no lo era. Jota Sculptoris era una pequeña e inofensiva estrella M2, con varias estaciones de transmisión subespacial en órbita a su alrededor. Cualquiera que fuese la estrella que flotaba centrada y cegadora en la pantalla, no era inofensiva. Se trataba de una gigante blanca tan violentamente luminosa, incluso a esta distancia, que la pantalla ya había disminuido hasta intensidad mínima, y había activado las señales de inminente sobrecarga de sensores. La Enterprise estaba navegando en torno a ella en una hipérbole muy abierta, a unos 0,2 c, de modo que resultaba fácil ver las capas globulares concéntricas de gas luminoso en las cuales anidaba la estrella: capas que iban del violeta incandescente de las más cercanas a la estrella, al profundo y deslumbrante añil de las más alejadas. El campo estelar circundante tampoco era mortecino; en pársecs a la redonda, el espacio aparecía sembrado de gigantes azules y blancas azuladas, que resplandecían como gemas dispersas y ardientes. Pero el terror blanco y cegador en torno al cual giraba la Enterprise, las superaba con mucho a todas.
—¿Eso es lo que yo creo que es? —preguntó Jim.
—Una estrella Wolf-Rayet, capitán —respondió Spock—. No hay una sola en toda la Federación… ni, ya que estamos, dentro de la órbita de la nave de más largo alcance que tenemos. Nuestra presencia aquí denota que estamos a mucha distancia de casa. Pero también somos de lo más afortunados, ya que ninguna nave de la Federación ha estado jamás tan cerca de una de éstas. Constituiría una gran pérdida para la ciencia si no nos quedáramos el tiempo suficiente para realizar algunas mediciones.
—Obtenga un espectro de ella —le ordenó Jim a Sulu—. Si se trata de alguna que haya sido detectada desde nuestra Galaxia, podremos usarla para determinar nuestra posición.
—Sí, señor.
Jim se volvió a mirar a Spock, mientras advertía, con ociosa diversión, que detrás de él Sulu le apostaba a Chekov que podía saber de qué estrella se trataba sin consultar el catálogo. Chekov aceptó la apuesta.
—Señor Spock —dijo Jim—, si comprendo bien la naturaleza de estas estrellas, no nos encontramos exactamente en un lugar donde podamos holgazanear sin peligro. Se supone que todas esas capas de gas son lo que queda de grandes porciones de la atmósfera estelar, que se desprenden en explosiones periódicas. Explosiones de fuerza considerable, podría añadir… ¡Fíjese en las variaciones del azul de esa capa interior! No querría menospreciar los esfuerzos del señor Sulu, pero creo que ya he tenido bastantes novas para un sólo día. Si esa cosa se vuelve loca y decide estallar mientras estamos aquí…
—Las probabilidades están en contra, capitán.
—Eso decían también acerca de Pompeya —replicó Jim, en nada más tranquilo—. Y mírelos.
—Es zeta-10 Scorpii, capitán —anunció Sulu. Por un lado de la boca, en voz más baja, le dijo a Chekov—: Págueme.
—Se lo daré el martes.
—Esto es de lo más notable, capitán —declaró Spock—. Este dato indica que hemos sido lanzados a aproximadamente cinco mil setecientos años luz, casi una vigésima parte del diámetro de la Galaxia, en un rumbo casi diametralmente opuesto al que se había trazado. De hecho, hemos atravesado toda la Federación y el imperio klingon, y hemos penetrado en espacios hasta ahora inexplorados por ninguna especie que conozcamos. Eso constituye otra excelente razón para permanecer aquí durante un corto período de tiempo. Tendremos acceso a visiones del corazón de la galaxia que nunca han estado a nuestro alcance debido a la presencia del polvo interestelar…
—Lo cual nos lleva a otra interesante cuestión —dijo Jim, y pulsó el botón de comunicación de su asiento—. ¡Ingeniería!
—Aquí Scott.
—Scotty, ¿los motores están bien?
—Oh, sí, capitán, los motores están funcionando… aunque no sé por qué.
—¿Están bien ustedes, Scotty?
—Sí. Mi cerebro todavía da vueltas, pero al menos ahora lo hace en la dirección correcta.
—En su caso, quizá sí. Pero ¿y K’t’lk? ¿Dónde está ella?
Se oyó un tintineo.
—Aquí, capitán.
—Se suponía que debíamos dirigimos hacia jota Sculptoris, comandante.
—Y así era, señor. Pero resulta evidente que la nova del señor Sulu tenía otros planes para nosotros. Aunque estabilizamos el rumbo de la nave, la explosión de la estrella nos imprimió una enorme cantidad de energía, y complicó así las ecuaciones de vector…
—Transmisión de la onda de choque a través del medio interestelar —explicó Spock desde su terminal—. Normalmente es algo imposible… el vacío no transmite las ondas de choque convencionales. Pero cuando explota una nova, el espacio circundante, en varias unidades astronómicas a la redonda, puede llenarse en cuestión de segundos de la atmósfera liberada por ella. Se ha postulado que los espacios paralelos podrían verse afectados de un modo similar; las ondas de gravedad y otras alteraciones «subetéricas» de ese tipo pueden, en teoría, propagarse de esa manera y afectamos incluso cuando nos hallamos en el hiperespacio. Sospecho que ahora tenemos la confirmación de dicha teoría.
—Fantástico. La nova nos ha dado una patada en el trasero.
—Descripción precisa en cuanto a la sensación, si bien no en lo relativo a los detalles —dijo K’t’lk. Su campanilleo sonaba amargo, como si considerase el mal funcionamiento de su motor como una mácula para su persona.
—Scotty, ¿funcionan bien sus motores hiperespaciales?
—Bueno, control de daños no ha notificado nada, pero los ordenadores tienen puntos ciegos. Capitán, no sé qué parámetros temporales limitan las órdenes que le ha dado la Flota Estelar, pero ¿sería una transgresión concederme un breve descanso para que pueda revisar yo mismo a mis pobres niños… quiero decir, los motores hiperespaciales y los de impulsión? En las proximidades de 109 Piscium realizamos un montón de maniobras violentas.
—No hay ningún problema. Creo que podemos permitírnoslo. ¿Cuánto tiempo necesita?
—Un día estaría bien.
«¡Uuuuuufff! —pensó Jim—. ¡¡Ya estaba preparado para el gran salto, y ahora esto!!»
—Que sea un día. ¡Pero hágalo rendir, Scotty! Otro caso de transitus interruptus como éste, y quizá serán mis ecuaciones vectoriales las que necesiten revisión. —Jim dejó escapar un largo suspiro—. Le diré una cosa, no estoy nada contento con el golpe de suerte que nos ha traído hasta aquí, junto a una estrella Wolf-Rayet, por rara e interesante que sea…
—No creo que la suerte haya tenido mucho que ver con esto, capitán —intervino K’t’lk.
—Tampoco yo, señor —convino Spock. Estaba contemplando las pantallas de su terminal con aquella expresión que Kirk conocía desde hacía tiempo: absoluta fascinación—. He estado examinando los espectros de 109 Piscium que tomamos antes de abandonar sus proximidades, y el espectro de zeta-10 Scorpii que tenemos aquí. Existen algunas correlaciones curiosas. Continuaré estudiándolos, pero me atrevería a sugerir que las ecuaciones de vector del motor de inversión se vieron ligeramente trastornadas por la presencia de la nova tanto en el espacio real como en el subespacio, de modo que «buscó» una fuente energética de tipo aproximadamente equivalente. Y aquí estamos. Una estrella Wolf-Rayet, al fin y al cabo, puede ser considerada como una especie muy limitada de nova irregular…
—Es la irregularidad lo que me preocupa —dijo Jim. Durante un momento permaneció sentado y miró al exterior, los ojos fijos en el brillo de zeta-10 Scorpii, suspendida en su nido de ardientes capas concéntricas como una versión divina y resplandeciente de un antiguo juguete chino terrícola—. Es igual. Nos quedaremos y tomaremos las imágenes que quiere, al menos durante un corto período tiempo… ¡no permita el cielo que yo impida la investigación astronómica en esta misión! Pero lo primero es lo primero. K’t’lk, ¿puede evitar que el motor vuelva a descomponerse?
—Claro, capitán. Se trata de un ajuste menor, como muchos otros que tuvimos que hacer durante las pruebas… aunque no tuvimos muchas oportunidades como para que pudiera surgir un problema como éste. —El campanilleo volvía a sonar alegre—. No importa. Pronto lo eliminaremos.
Jim sonrió y no dijo nada al respecto.
—Bien. Adelante. Y, Scotty, ¡no se ponga a hacer una revisión completa! Si esta estrella grita ¡el Lobo!,[4] puede que tengamos que marcharnos de aquí a toda prisa. K’t’lk, ¿cuánto tiempo necesitará para sus reparaciones?
—Acabaré con la revisión del motor de inversión antes que Mt’gm’ry haya terminado con sus «pobres ñoños», capitán. Dentro de tres horas como máximo.
—Niños —la corrigió Scotty con firmeza.
—Ah. Gracias…
—Ejecute entonces. Kirk fuera.
Jim se retrepó en el asiento de mando y exhaló un suspiro. Ya no quedaba nada que hacer excepto esperar… y pensar en cómo había sido la inversión.
Eso último era todavía peor que esperar. De cualquier forma, estaba a punto de concluir su turno… y necesitaba a alguien con quien hablar.
—Señor Sulu —dijo—, trácenos una bonita y amplia órbita alrededor de esa cosa. Y active los escudos de manera que de esta nave salga la menor cantidad de energía posible. Si tengo que quedarme por aquí, prefiero andar de puntillas y no hacer nada que pueda despertarla. Spock, por el momento tiene el mando. ¿Le falta poco para acabar el turno?
—Según el horario, sí, capitán. —Spock estaba concentrado en sus pantallas—. Pero estos espectros…
Jim reconocía la fascinación cuando la tenía delante.
—Haga lo que considere necesario con respecto a los espectros, Spock. Y ponga esa estrella bajo vigilancia… No quiero que eructe siquiera sin que se me notifique. Voy a almorzar algo. Cuando quede libre, si eso sucede durante este turno, estaré en el comedor de oficiales, por si le apetece reunirse conmigo.
Se levantó del asiento de mando y se encaminó hacia la izquierda, mientras Spock descendía por su derecha y lo ocupaba: el viejo hábito de relevo, medio danza y medio broma sin palabras; pero Jim no necesitaba siquiera mirar a Spock para saber que en ese preciso momento tenía la mente muy lejos de la broma.
—Uhura —estaba diciendo cuando las puertas del ascensor se abrieron ante Jim—, tenga la bondad de llamar a Dinámicas Estelares y pedirles que comiencen a analizar los datos que aparecen en mi terminal, con una atención especial a las relaciones existentes entre las líneas de hidrógeno. Asimismo, vea si, el señor Benford se encuentra de servicio en este momento…
Las puertas se deslizaron hasta cerrarse.
—Cubierta seis —ordenó Jim, y oyó ecos en su cabeza, y se preguntó por qué. Empezaba a sentir cierto recelo.
«Yo quería este motor. ¿Por qué estoy tan nervioso?»
Por una vez, Jim no tuvo ojos para la ventana del comedor de oficiales, a pesar de la radiante vista del exterior. Consiguió tragarse una buena parte del filete antes de que el ordenador de la nave le comunicara suavemente que Spock había abandonado el puente y ordenado al ascensor que lo dejara en la cubierta seis. Jim engulló el resto del filete, hizo que la mesa hiciera desaparecer todo rastro de él, y estaba dedicado a una ensalada cuando Spock entró en silencio.
—¿Puedo acompañarlo, señor?
Jim blandió un tenedor con verdura a modo de invitación. Spock se sentó, tocó el área de la mesa sensible a la presión que hacía aparecer el menú, lo ojeó, y pronunció una combinación de letra y número. El transportador de la mesa materializó otra ensalada: lechuga de Boston, por su aspecto, con extrañas cosas amarillas esparcidas entre ella. Jim las contempló con curiosidad y Spock comenzó a comer.
—¿Algo vulcaniano?
Spock negó con la cabeza y acabó el bocado.
—Es terrícola en origen; una forma mutante cultivada en McDade. Xanthopipericum flagrantum Ellison. En otra época se hacía referencia a ella como «Muerte Sechuan», aunque yo…
Jim interrumpió la explicación con un gesto de la mano.
—Dejemos la botánica para más tarde, Spock. Parece preocupado. ¿Qué sucede con los espectros, en cualquier caso?
—Irregularidades —replicó Spock—. El problema es más fácil de demostrar que de comentar. Pantalla —le ordenó a la mesa. Ésta dejó de fingir que era madera roja sargoliana y se volvió negra—. Lecturas de la terminal científica —ordenó Spock, y añadió una lista de números.
—Autorización —pidió la mesa. Spock posó una mano sobre la pantalla. Ésta la leyó, y presentó cuatro conjuntos de espectros: listas de luz irisada, y un surtido de líneas de brillantes colores.
—Lo que más me intriga —dijo Spock— es el hecho de que dos novas nunca estallan de la misma manera exacta. Algunas evolucionan según uno de estos dos esquemas —señaló un grupo de datos, las pocas líneas brillantes dispersas de un espectro de «emisión», y la lista irisada de líneas oscuras de un espectro de «absorción»—, mientras que otra estrella, que aparentemente no difiere de la primera, evolucionará según uno de estos otros dos. —Señaló el segundo conjunto de espectros, donde tanto las líneas brillantes como las oscuras se adentraban mucho más en el espectro del azul—. Pero, de un modo general, el resultado encaja siempre en uno de estos dos conjuntos de pautas. Ahora bien, éste —dijo Spock al tiempo que señalaba un nuevo grupo que aparecía cerca del borde superior de la pantalla— es el espectro de catálogo de 109 Piscium, el que tenemos en los archivos. Éste de aquí —señaló otro— es el que obtuvo nuestro ordenador cuando fijó el rumbo inicial sobre la estrella desde diez años luz de distancia. Y éste lo tomó el ordenador justo antes de que el señor Sulu lanzara la nave al hiperespacio prácticamente dentro de la corona de la estrella. Es digno de encomio, por cierto, por la previsión que demostró al hacer que el ordenador realizara esta tarea, aun cuando se encontraba tan ocupado.
Spock apartó la ensalada a un lado para que no tapara el siguiente conjunto de espectros que apareció junto al primero.
—Y éstos, capitán, son de zeta-10 Scorpii. Fíjese cómo el espectro está notablemente desplazado hacia el azul, como en el caso del último espectro tomado de 109 Piscium. La causa son esas capas de gas que a usted tanto le preocupaban. Aquí tenemos los espectros de catálogo, y los que tomó el señor Sulu en el momento de nuestra llegada. ¿Puede ver la alteración en la posición y relaciones entre las líneas del espectro brillante? Es algo muy sutil.
—Sí, creo que la veo —replicó Jim—. Pero ¿qué significa?
—Capitán —dijo Spock—, hay un factor común indudable, una causa externa que estaba presente mientras cada una de estas estrellas se encontraba en el proceso de convertirse en nova o, en el caso de zeta-10, «casi convertirse» en nova. Nosotros estábamos allí.
Jim asintió con lentitud.
—Pero ¿cómo podría una nave estelar afectar a una estrella?
—De la forma en que afectamos a la 109 Piscium, por ejemplo —respondió Spock—. Pero esta alteración es algo diferente… más sutil, como he dicho, y al mismo tiempo de lo más alarmante. Y el hecho de que esta nave lleve aparatos que no ha llevado ninguna otra antes no resulta nada tranquilizador. He descartado como irrelevante el efecto de nuestros motores hiperespaciales como causa de estos cambios; durante el tiempo que hemos permanecido en las proximidades de zeta-10 Scorpii no nos hemos acercado siquiera al límite del efecto hiperespacial. Pero daría lo que fuera por tener un espectro de esa estrella cercana a Rasalgethi junto a la que emergió K’t’lk, un espectro tomado en el momento de la emersión. Dos sucesos de ese tipo podrían ser coincidencia, aunque son muchas las probabilidades de que no sea así. Pero tres…
«Dos sucesos», pensó Jim.
—Spock —preguntó luego—, ¿puedo preguntarle algo en confianza?
Spock alzó una ceja, dio un golpecito sobre la mesa para que se desvanecieran las listas irisadas de los espectros y volviera a adquirir aspecto de madera roja.
—Capitán, estoy a su disposición.
—¿Experimentó usted algún… efecto extraño… durante el tránsito de inversión?
Spock dejó el tenedor y se apoyó sobre los codos, uniendo los dedos de ambas manos en aquel característico gesto meditabundo suyo.
—Capitán —respondió—, es en parte por esa razón que salí con tanta prontitud del puente para venir aquí. He estado pensando seriamente en declararme incapacitado para el servicio después de dicho suceso. Creo que estoy incluso dispuesto a hablar con el doctor McCoy acerca del asunto.
Jim asintió con la cabeza, al tiempo que ponía todo el cuidado para mantener el rostro sereno. No quería aumentar la angustia de Spock mostrándose sorprendido o divertido ante esta última frase.
—Puedo preguntar…
—Puede —replicó Spock. Hizo una pausa de pocos segundos, sin mirar a Jim—. Experimenté una sensación de lo más… petrificante… de pérdida del tiempo. Petrificante en todos los sentidos, pues las sensaciones físicas estaban ausentes. Pero la pérdida de la noción del tiempo fue el efecto más destacado, y la angustia que causó fue considerable. —Los ojos de Spock volvieron al presente y miraron a Jim—. Como cabría esperar, puesto que según nuestras definiciones, la vida necesita tiempo para moverse por él, o no es vida.
Jim asintió. «Eso eran los gritos —pensó—. Mi mente que gritaba pidiendo tiempo donde no lo había, del mismo modo que los pulmones gritan pidiendo oxígeno en un vacío. Uno respira y respira pero no le sirve de nada…»
—Yo experimenté algo similar —comentó—. «Angustia» es una palabra suave para describirlo. Sin embargo, en mi caso hubo algo más.
Spock alzó una ceja y esperó. Jim dudaba, un poco incómodo ahora que había entrado en el tema.
—Era… yo era la nave. Sin que hubiese pensamiento real, al menos lo que yo habría llamado pensamiento, había consciencia. Una sensación de increíble poder, de fuerza y rapidez… y de confianza, sin que hubiese realmente un yo que confiara en sí mismo. Un enorme deseo de viajar. Un inquebrantable sentido de finalidad. Era casi… —y buscó cuidadosamente las palabras—, casi una apoteosis de «mecanicidad», si eso tiene algún sentido. Para mí no tiene mucho. —Por la garganta de Jim escapó una risa jadeante—. Yo siempre he pensado en mí mismo, en relación con la nave, como un poseedor. Pero la nave no lo veía… no lo ve del mismo modo. Puede que sea yo el poseído…
—Fascinante. —Spock permaneció inmóvil durante un momento, antes de continuar—. Capitán, ¿ha estado alguna vez en el sistema de beta Pavonis? ¿En el cuarto planeta exterior? —Jim negó con la cabeza; había tenido conocimiento del sitio en sus estudios, pero ni siquiera el comandante más activo llegaba a ver jamás un centenar de los mundos conocidos—. La estrella es bastante corriente, una tipo A5. Pero el tercer planeta tiene anillos. El amanecer de las zonas supraecuatoriales es un fenómeno de lo más intrigante. En medio de la noche, el cielo es por completo negro. Pero a medida que la línea divisoria del día alcanza un punto del suelo, los anillos se alzan azules y verdes por el este como la vaina de una espada curva. Crecen, se arquean por el cielo. Luego sale el sol, y el azul y el verde relumbran plateados contra un cielo naranja…
Esta vez, la sorpresa ante el repentino giro poético de Spock resultó más difícil de ocultar, pero Jim lo consiguió.
—Spock, creo que me he perdido. ¿Su última visita a beta Pavonis tiene algo que ver con su… eh… experiencia?
—Lo tiene, en efecto, capitán —respondió Spock, mirándolo con un levísimo toque de incomodidad—. Yo nunca he estado en beta Pavonis IV.
Jim cerró la boca.
—Ni es probable que vaya allí en el futuro —prosiguió Spock—. El planeta fue explorado hace treinta y cuatro años estándar, e inmediatamente puesto en estado de interdicto 5b/r por un mínimo de doscientos años…
—Guerra religiosa —dijo Jim—. Ningún tipo de contacto hasta que se resuelva la situación…
—Sí. No obstante, yo estuve allí —insistió Spock al tiempo que su mirada volvía a perderse en la distancia—. Estábamos acampados por centenares de miles en una enorme llanura árida, aguardando a que comenzara la batalla… esperando una señal. La espada salió por el este, y ya estábamos preparados. Pero la señal llegó de un modo diferente al que esperábamos. Llovieron estrellas. Atravesamos corriendo aquel yermo hasta donde estaban acampados nuestros enemigos, y los abrazamos, nuestros hermanos…
Jim vio que las manos de Spock temblaban con los dedos entrelazados, y cómo Spock hacía que dejasen de temblar.
—Fue una experiencia de lo más… emotiva, estar allí cuando se hizo la paz. Experimentar el abrumador alivio, el… júbilo. —Los ojos del vulcaniano regresaron una vez más al presente—. Luego la experiencia cesó y me hallé sentado en mi puesto, completando las instrucciones que había comenzado a darle a mi ordenador antes de iniciarse el tránsito.
Jim le pidió a la mesa una taza de té caliente y bebió algunos sorbos en silencio.
—¿Cabe la posibilidad de que se trate de algún tipo de conexión mental?
—Lo creo improbable, si se considera la distancia. Así que, señor, con su permiso creo que será mejor que vaya a someterme a los cuidados del doctor…
—Sólo un instante —pidió Jim al tiempo que le tocaba un brazo para impedir que se levantase—. Función de comunicador —le ordenó a la mesa—. Enfermería.
—Aquí McCoy.
La voz de Bones denotaba descontento. A Jim le sorprendió eso y (en menor grado) una de las voces que hablaban animadamente en el fondo, una voz que no reconoció. De inmediato se dio cuenta de que pertenecía a uno de los integrantes del grupo de reemplazo; cuando uno pasa largos períodos de tiempo encerrado con sólo cuatrocientas personas, todas las voces se vuelven conocidas. Pero de momento dejó la curiosidad a un lado.
—Bones, tuve una interesante experiencia durante ese tránsito…
—También usted, ¿eh? —McCoy parecía pensativo—. Creía que tal vez era sólo yo…
—No. Otros las han tenido. Quiero que todos los miembros de la tripulación que hayan experimentado algo semejante, se sometan a revisión…
—Dé la orden —replicó McCoy—. De todas maneras, yo no voy a poder moverme de aquí. ¡Maldito papeleo! Y otra cosa, Jim…
—Después. Pasaré por ahí. Kirk fuera. —Jim miró a Spock—. ¿Querría acompañarme?
—Sí, capitán. Aunque aún debo declararme incapacitado para…
—Oh, Spock, deje eso ahora. Hay altísimas probabilidades de que todos los que están en esta nave hayan tenido experiencias inquietantes como la suya. Y además, dado que su experiencia tuvo lugar en un período de tiempo cero, nada puede haberle sucedido a usted, porque la palabra «suceder» implica duración, y no hay duración ninguna en un tiempo cero. La Flota Estelar difícilmente va a preocuparse por algo que nunca ha sucedido. Ni yo tampoco. Así pues, ¿por qué se preocupa tanto?
Mientras se levantaban, Spock miró a su capitán de soslayo, con el viejo destello de buen humor en los ojos.
—Porque aún siento la experiencia. No obstante, el suyo ha sido un razonamiento casi impecable. Se está convirtiendo en un maestro en el uso de las paradojas para reforzar sus argumentos.
—Bueno, ¿no son los vulcanianos quienes dicen que las puertas de la verdad están guardadas por la Paradoja y la Confusión… y que si se intenta resolver las cosas volviéndoles la espalda la verdad permanecerá cerrada detrás de uno?
—Si no lo hemos dicho —respondió Spock con seriedad pero sin que el destella de humor abandonara sus ojos—, me encargaré de que lo hagamos a partir de ahora.
—Hágalo. Bajemos a la enfermería.