El problema de aguardar en el espacio para ver pasar una nave estelar reside en que, cuando viaja a velocidad hiperespacial, la nave no se encuentra para nada allí. El otro espacio en el cual asume la velocidad hiperespacial es exactamente eso: otro espacio; un universo vecino alternativo donde las leyes naturales son diferentes, y la luz viaja a una velocidad muchos millares de veces superior a como lo hace en el universo del que son originarias las seiscientas ochenta y tres especies de la humanidad. Una nave estelar que viaja por el hiperespacio lleva consigo un caparazón de ese espacio alternativo, de modo que se desplaza a una velocidad que multiplica la de la luz a través del universo análogo, sin tener que estar realmente en nuestro universo ni someterse a la insoportablemente lenta velocidad de la luz. Dentro de la nave, por supuesto, los sensores están calibrados para eliminar hasta la más mínima extrañeza que pueda provocar la luz estelar del otro universo, que todas las humanidades hallan tan inquietante. Fuera de la nave, todo cuanto puede apreciarse de su paso es un temblor de luz estelar cuando el espacio mismo se estremece, se plega y lentamente vuelve a alisarse. En el núcleo del estremecimiento, puede haber el más leve, más pálido fantasma de luz, ni tan siquiera una imagen. Una impresión, un atisbo, tal vez una ilusión.
Hay que esperar mucho, antes de que los fuegos multicolores que son las estrellas comiencen a estremecerse en un pequeño sector de la noche infinita. Allá, a lo lejos, detrás del temblor, hay una estela de luz demasiado tenue como para que puedan percibirla sin ayuda los que no pertenecen a las especies de visión más aguda: radicales alterados, fragmentos de moléculas elementales que flotan libres por el espacio, excitadas hasta estados energéticos más altos y candentes. El temblor-plegamiento se aproxima más, cubre un área mayor.
Deslizándose perezosamente en su camino hay un cometa frío, muy lejos ya de su estrella de origen: una bola de nieve sucia y dormida. El temblor se lanza hacia él, indiferente. Los sensores han confirmado que no existe tráfico en muchos pársecs a la redonda… y es mejor que no lo haya, si consideramos que un campo hiperespacial y un objeto físico pueden encontrarse y conservar su mutua integridad sólo en condiciones cuidadosamente controladas. Esas condiciones no se dan aquí. La nave estelar pasa, en otro espacio, a través del cometa, y queda intacta, apenas lo nota.
En este universo, no obstante, el espacio se retuerce y sacude con violencia, su tejido sometido a grandes tensiones; el cometa en él contenido se hace pedazos en una nube de esquirlas de piedra, fragmentos de hielo y titilante nieve de vapor de agua. Sin embargo, pasado poco rato, el perturbado espacio se aquieta, las ondulaciones desaparecen, y los restos del cometa, al no haber sido golpeados por nada de este universo y, en consecuencia, no habiendo recibido aceleración ninguna a causa del impacto, continúan en la misma órbita a través de la larga noche.
Al cabo de trescientos y pocos años, dos pueblos inteligentes formados para la batalla estarán observando los cielos en espera del cometa que desde tiempos inmemoriales ha sido la señal de los dioses para que comiencen a matarse los unos a los otros. No obstante, en lugar de la cola del cometa brillando en el cielo, lo que verán será una deslumbrante lluvia de estrellas. Tremendamente aliviados, se regocijarán ante la señal de armisticio enviada de los cielos por la que tanto habían orado, regresarán a sus casas y forjarán arados con sus espadas.
En el aquí y ahora, algo invisible pasa a tal velocidad que un observador probablemente nunca lo percibiría. Un parpadeo, un resplandor, un pensamiento fugaz en las interminables meditaciones silenciosas del universo, la U.S.S. Enterprise atraviesa el espacio durante la patrulla.
«Con independencia de cuántas veces reconstruyan esta nave —pensó James T. Kirk—, nunca incluirán en ella el suficiente espacio para pasearse adecuadamente…»
El capitán de la Enterprise, condecorado en múltiples ocasiones por la valentía y serenidad demostradas en momentos de máxima tensión y peligro, se paseaba de un lado a otro por su despacho interior y lo miraba todo con expresión ceñuda. Las holografías de la anterior Enterprise que decoraban las paredes; la pequeña colección del arte nativo de varios planetas, brillantes colores y toscas formas de madera y metal, guardadas en inertrógeno y verividrio; los estantes y mesas impecablemente limpios y el escritorio inmaculado… todo le hacía fruncir el entrecejo. El escritorio en sí mismo constituía una señal particularmente mala. Jim Kirk nunca quitaba las pilas de casetes, libretas y chips de informes de su escritorio, a menos que, por algún motivo, se encontrara al límite de su paciencia como oficial al mando. Había corrido la voz, claro está; por toda la nave, las secciones que habían relajado un poco las costumbres se preparaban a toda prisa, y los escritorios que había en ellas no sólo estaban siendo despejados, sino fregados.
Nada de esto hacía que Kirk se sintiese mejor, aunque le complacía que su gente lo respetara lo bastante como para poner en orden sus secciones de manera que él no tuviese que ponerlos en orden a ellos. En este preciso momento habría cambiado alegremente todo el lustre y pulido que se realizaba en los niveles inferiores por una sola buena noticia.
Miró con aire ceñudo a la pantalla de pared, que con su habitual obstinación se negaba a hacer lo que él quería. «Intentas mantener a esa maldita cosa en silencio —pensó—, y se pone a anunciar invasiones klingon, desastres sectoriales, misteriosas llamadas de socorro. Y mírala ahora, ahí quietecita como un trozo de chatarra». Por una vez, su boca se torció abiertamente en un gesto de fastidio, dado que su tripulación no podía verlo.
La pantalla, como era de prever, continuó guardando silencio. Por último, Kirk hizo una mueca burlona dedicada a sí mismo y recurrió al antiguo ejercicio de cadete de «empeorar-las-cosas»; se quedó ahí de pie, consideró todas las razones que tenía para estar furioso, y se concentró en ponerse más y más furioso. «Hace ya seis meses que este asunto del motor está en danza. Cada vez que están a punto de anunciar quién va a recibirlo, posponen el anuncio a causa de las dichosas luchas políticas internas sobre quién recibe el mérito, quién se lleva el caramelo publicitario de lograr que lo pruebe una nave estelar de su sector. No se toman para nada en consideración los méritos de la nave ni de su tripulación… —y ésa era la parte que más le enfurecía, porque James T. Kirk sabía que si se consideraba el mérito, su nave se llevaría el motor sin discusión—. Meses de disputas sobre el destino de la primera misión de prueba, discusiones sobre detalles insignificantes… quién consigue estar en qué comité que determina quién logra qué contrato de accesorios y suministros, quién será el que escoja a quién para hacer el trabajo administrativo, maldición, maldición. ¡¡Maldición!!» Se puso furioso, y más furioso. Rechinó los dientes. Y, como de costumbre, el furor se desvaneció abruptamente, reemplazado por la conciencia de la profunda estupidez de la situación: un comandante experimentado, templado, aquí, de pie, rechinando los dientes y crispado por algo con lo que no se podía luchar, que ni se podía acelerar, ni se podía evitar.
Profirió una sonora carcajada para sí mismo, y se encaminó hacia la pared para coger la prenda superior del uniforme; tomó una de color dorado al tiempo que ociosamente se preguntaba cuánto tiempo continuaría en vigor esa generación de uniformes. «Dijeron que el anuncio sería hecho hoy —pensó con humor sombrío—, y han dicho lo mismo en siete ocasiones anteriores. ¿O fue en ocho? Al demonio con esto; me marcho a la sala de Recreación a mirar el bosque del teniente Tanzer».
Y la pantalla de pared lo llamó con un silbido, y sobresaltó a Jim de tal manera que por un momento permaneció encogido, en posición de ataque, antes de darse cuenta de lo que era y enderezarse.
—Pantalla —dijo, al tiempo que bajaba las manos para que quedasen fuera del campo visual y no se vieran los nudillos blancos que aferraban la prenda del uniforme.
La pantalla se encendió, dejando a la vista el puesto de comunicaciones, y al segundo de Uhura, en período de entrenamiento, el teniente Mahásë, un homínido de rostro áspero, piel gris, pelo gris y ojos grises (incluso el «blanco» de los ojos era gris).
—Disculpe por molestarlo, señor —comenzó con su habitual arrastramiento dulce de las palabras, propio de Eseriat—. Tengo un mensaje de la Flota Estelar para usted, código de máxima seguridad, y con el sello del capitán. ¿Quiere que lo transfiera a su terminal?
—No es necesario —replicó Kirk, y tendió una mano para pulsar la combinación de teclas de su escritorio que les permitiría a los ordenadores principales acceder a su clave personal de mando—. Ejecute y lea.
Mahásë asintió con la cabeza, se llevó el decodificador al oído con una mano, y con la otra pulsó varias teclas de la consola. Jim escuchaba los fuertes latidos de su corazón.
—Transmisión no estándar, grupos de códigos 064-44-51852-30 —dijo Mahásë por último. Kirk exhaló el aire y reprimió apenas una imprecación… porque estaba el grupo 064, que era el código que un oficial empleaba para darle muy malas noticias a otro. «¡Maldición, se lo ha quedado otro, cómo puede haber sucedido, cuando éramos nosotros la elección lógica incluso según las pautas de ellos! Incluso Spock dijo que las probabilidades eran…»
—Comienza el mensaje: «Para James T. Kirk, al mando de la NCC 1701, United Systems Starship Enterprise, en corredor de patrulla Coma B. De: Halloran, R.S., vicealmirante, Mando de la Flota Estelar, Sol III/Tierra. Asunto: T’pask-Sivek-B’t’kr-K’t’lk. Aparato de Inversión de Masa Electiva. Instrucciones: Se le ordena suspender actual patrulla, de la que se hará cargo la U.S.S. Henrietta Leavitt. Cuando sea relevado, se dirigirá con toda la prisa debida a astilleros de Hamal/alfa Arietis Cuatro/Base Estelar Dieciocho para instalación de aparato prototipo en Enterprise, y observará un silencio de clase cuatro mientras esté en tránsito…».
«¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Lo hemos conseguido…!»
—«… el personal especializado que ha de intervenir en la misión ha sido informado. Encuentro programado en Base Estelar Dieciocho deberá quedar concluido en fecha estelar 9250.00…»
Kirk permitió que la firmeza de su columna vertebral se relajara un punto.
—«Sigue programa…», y lo añaden, señor. Está en el ordenador, a su disposición. —Mahásë hizo una pausa—. Hay un apéndice después del sello y la verificación, capitán.
Jim le hizo al teniente un gesto de asentimiento.
—Dice: «Jim: para mí, ha sido una mala noticia. Yo lo quería para la Raptor. Feliz caza, bastardo con suerte, y transmítale mis mejores deseos a la galaxia de al lado. Saludos, Rhonda».
—Gracias, teniente Mahásë —dijo el capitán—. Por favor, pase el mensaje a la red de jefes de sección y hágalo aparecer en los terminales del señor Spock y el señor Scott. —Era la viva imagen de la calma, apenas una sonrisa complacida dibujada en el rostro, como si en ningún momento hubiera tenido ninguna duda—. Y dígales a los jefes de sección que nos reuniremos esta tarde. Quiero que la nave esté preparada para salir de la Galaxia dentro de cinco días.
—Sí, señor —replicó Mahásë, con tanta calma como si fuese capaz de llevarlo todo a cabo él solo—. Puente fuera.
—Pantalla fuera —dijo Kirk, y aguardó el lapso de una o dos inspiraciones para asegurarse de que la pantalla estaba desactivada. Luego miró hacia la puerta para asegurarse de que estaba bloqueada. Realizó otra inspiración.
—¡¡¡¡¡Huuuuurrrrrraaaaaaaa!!!!!
En el puente, Mahásë hizo una mueca, sonrió, y se quitó el decodificador del oído.
—Creo que a partir de ahora estará bien —dijo. Nadie le prestó demasiada atención. Los tripulantes del puente estaban ocupados ellos mismos en gritar, darse palmadas en la espalda, aplaudir, abrazarse y, en algunos casos, pagar apuestas. Ante el timón, Sulu permanecía sentado e inmóvil como la estatua de un divertido dios del antiguo Oriente, sin decir nada pero con una leve y complacida sonrisa en el rostro…
En Ingeniería, Scotty apartó la mirada del relámpago apenas controlado del cilindro de mezcla del plasma de materia/antimateria al ver que su terminal portátil de ordenador parpadeaba. Lo recogió con tanta delicadeza como si estuviese vivo, lo leyó, y se puso a proferir alaridos de deleite y ordenarle a su gente que desmantelase el toro de campo Hilbert que habían pasado dos semanas construyendo…
… en la cubierta de observación, sumido en meditación bajo la luz ondulante y de raro colorido que la mayoría de las humanidades evitaban de modo muy escrupuloso, una silueta inmóvil ataviada con el uniforme azul de la Sección Científica se dio cuenta de que los repetidores meselectrónicos cambiaban de estado en su terminal portátil, y desvió la suficiente atención como para leer el mensaje que se formaba en su superficie. Medio segundo después, Spock volvió a alzar los ojos hacia la inquietante negrura que se estremecía en lo alto con sus perturbados fuegos. Spock parecía impasible; pero alguien que lo conociera bien tal vez habría advertido que sus oscuros ojos parecían reflejar algo más que antes, como si el universo se hubiese hecho repentinamente más grande…
… por toda la Enterprise, personas de la totalidad de los noventa y dos tipos de humanidad representadas entre la tripulación, daban gritos, vítores, se dedicaban muecas rituales, se hacían reverencias, se estrechaban la mano, aplaudían y ofrecían reservas privadas de comida y bebida para celebrar. Incluso para la Enterprise, nave casi endurecida ante las maravillas y los terrores, ésta era una ocasión que merecía la pena celebrar.
Habían estado entre las estrellas. Ahora, iban a viajar más allá de ellas.
—Nos acercamos a alfa, capitán —dijo Chekov, mientras observaba cómo el espectrograma de la estrella corregido por el ordenador se desviaba hacia el azul, sobre su panel.
—Informe de estado, Uhura.
—Ingeniería está preparada…
—Las secciones de tripulación informan todas que están preparadas…
—Sección de defensa, sí…
—La nave está preparada, señor.
—Pase a velocidad sublumínica, Sulu.
—Sí, señor. —Las manos de Sulu se movieron con su habitual rapidez y cuidado sobre el teclado para comprobar la velocidad y vector intrínsecos de la Enterprise en el momento en que saliera del hiperespacio. Al fin y al cabo, incluso los ordenadores sufrían desperfectos, y Sulu no sentía deseo ninguno de lanzar una nave estelar a toda velocidad contra un planeta o un sol… al menos no mientras estuviese pilotándola él. Hizo la comprobación una vez más, se sintió satisfecho, y pulsó el control que desactivaba el campo hiperespacial…
… desde el exterior, parecía que una gran zona de cielo cuajado de estrellas se hubiese vuelto loco. Las estrellas viraron y oscilaron, cambiaron radicalmente de colores, hicieron eclosión y se desvanecieron como fuegos artificiales. Y de modo repentino apareció la blancura, con nítidos bordes, y las estrellas recobraron la cordura… las que aún podían verse.
Entre las estrellas y el tráfico local apareció una enorme y elegante silueta, frenando rápidamente: el casco primario del platillo en la parte superior, el secundario del cilindro más abajo, las dos esbeltas barquillas sobre sus soportes inclinados hacia fuera que se alzaban sobre el casco secundario. Allí estaba, ya no un fantasma, sino casi demasiado real para soportar su visión: un resplandor de plata, cegadoramente bañado por la ardiente luz oro anaranjado de alfa Arietis, una estrella gigante clase K0. La única parte de la nave que no relumbraba eran los caracteres negros que había en las caras superior e inferior del casco primario. Las letras eran gruesas y cuadradas, de tipo romano terrícola… pues la nave era uno de los veintidós «cruceros pesados» con matrícula de la Tierra, el buque insignia de la flota terrícola y el orgullo de los seres que respiraban oxígeno en esa zona de la Galaxia. Aminorando la velocidad, deslizando su majestuoso casco en una órbita cómoda alrededor de alfa hasta que el control orbital de la base pudiera darle un vector de atraque, la Enterprise descendió sobre Hamal/alfa Arietis, en un incendio de fuego amarillo.
Y fuera del alcance de cualquier sensor, no detectado en los yermos fríos y oscuros, algo se estiró y tensó de modo intolerable… y lentamente comenzó a desgarrarse…