Denise no estaba de buen humor cuando fui a ponerme la inyección el otro día, sin ducharme y con resaca.
—Hueles a cerveza, Matt.
—No es ilegal.
Movió la cabeza y soltó un suspiro cansado.
—No, no es ilegal.
Ya habíamos pasado por la típica conversación clínica de cuéntame-cómo-te-sientes-en-tu-habitación al final del pasillo de arriba; ese que apesta a desinfectante. El olor no ayuda. A veces me entra el pánico cuando van a ponerme la inyección, y el olor a desinfectante definitivamente no ayuda.
Mientras abría la bolsa donde guardaba sus artilugios, le pregunté si podía beber un poco de agua.
—Sírvete —dijo, señalando el lavabo.
Cogí una taza que llevaba impreso el nombre de un fármaco muy complicado y un eslogan: Tratamos hoy para mañana. Esas tazas las llevan a los hospitales los visitadores médicos. La primera vez que entré en la sala de enfermeros a pedir el Diccionario de Enfermería, conté tres tazas, una alfombrilla de ratón, un montón de bolis, dos tacos de post-it y el reloj de pared con anuncios de distintas marcas de medicamentos. Es como estar en una puta cárcel rodeado de anuncios de cerrojos. Tendría que haberlo dicho, porque me parece una buena comparación. Pero estas cosas siempre se me ocurren después.
Me bebí el agua y rellené la taza. Denise me observaba con mucha atención.
—He estado bebiendo con El Cerdo —expliqué—. Hemos tomado un par de birras también esta mañana.
—La verdad, Matt. Eres tu peor enemigo.
Es raro hacerle un comentario así a alguien que tiene una enfermedad mental grave. Pues claro que soy mi peor enemigo. Ése es el problema. Eso también tendría que habérselo dicho. Aunque puede que no, porque parecía cansada. Y también parecía disgustada. Normalmente me habría dado la charla, pero esta vez no dijo nada. No me sermoneó. Por cómo volvió a suspirar vi que no iba a darme la charla. Fue un suspiro que quería decir: hoy no. Hoy hacemos lo que hay que hacer y nada más.
—Me temo que tengo malas noticias —dijo.
Ya te había contado que había un ambiente muy raro, ¿verdad? Que se podía cortar con un cuchillo. Que incluso se podía cortar con esa porquería de tijeras redondas que nos daban en el grupo de arte.
Denise es una mujer, y eso significa que es multitarea. Eso dicen, ¿no? Es el típico blablablá que dice la gente.
—Tiene que ver con Hope Road. Por lo visto vamos a tener que reducir los grupos, puede que tengamos que reducirlo todo.
—Ah.
—Llevamos un tiempo tratando de evitarlo, pero la junta del hospital está recortando servicios. Se están haciendo recortes en todo el Sistema Nacional de Salud. Y parece ser que no hay excepciones.
Me estaba mirando, para ver qué decía, así que pregunté:
—¿Tu trabajo está asegurado?
Entonces sonrió, aunque parecía triste.
—Eres un encanto. Puede que sí, que esté asegurado. Pero, como te digo, tenemos que hacer recortes. La verdad es que nos ha pillado desprevenidos. Esta semana habrá una reunión, pero no tiene pinta de que… El caso es que hemos decidido contárselo a los usuarios, para evitar sorpresas.
—¿A quiénes?
—A los usuarios del servicio, a los pacientes.
—Ah. Ya entiendo.
Nos llaman de distintas maneras. Usuarios del servicio puede que sea la más reciente. Seguro que hay gente a la que pagan para inventarse estas gilipolleces.
Pensé en Steve. Él es de los que dirían usuarios del servicio, seguro. Lo diría como si mereciese que lo nombraran caballero por ser tan sensible y complaciente. Me imaginé entonces que perdía su trabajo y, para ser sincero, me pilló desprevenido. No odio a la gente que trabaja aquí. Lo que odio es no tener la opción de librarme de ellos.
—¿Y qué hay de Steve? —pregunté.
—Bueno, no quiero entrar en detalles. No me corresponde. Sólo quería que supieras…
No terminó la frase y no supe si era porque estaba disgustada o porque intentaba concentrarse. Quizá tuviera que concentrarse para no disgustarse.
—¿Estás bien? —pregunté—. ¿Quieres un poco de agua?
—No, no. Estoy bien. Pero ha sido un golpe muy duro para todos.
Tomó aire y lo soltó despacio, como cuando hacíamos ejercicios de respiración. Y después soltó un discurso, como si siguiera un guión aprendido de memoria. Se notaba que me estaba diciendo lo mismo que le decía a todo el mundo. Que pasara lo que pasara seguiría trabajando conmigo. Que iría a verme a casa y me ayudaría a rellenar los formularios y a administrar el presupuesto y todas esas cosas. Y que podríamos quedar en el café al que íbamos a veces. O ir juntos al supermercado. Y terminó diciendo que sabía que yo era una persona muy capaz y muy independiente, y confiaba plenamente en mí. No digo que no fuese un buen guión. Sólo digo que era un guión.
Pero creo que luego se equivocó de página, porque, desde que conocía a Denise, nunca le había oído soltar un taco. Es una persona muy tranquila. Supongo que no le queda más remedio. Nunca la he visto ponerse nerviosa o perder los papeles, pero al coger la jeringuilla, con las manos un poco temblorosas, oí que decía entre dientes: «Este gobierno de los cojones».
Eso digo literalmente: de los cojones. Yo nunca había oído a nadie que dijera eso en serio. Y en cierto modo me entristeció todavía más. No me gustó verla así. No me gusta ver a nadie disgustado. No se me da bien consolar a los demás. Pensé acariciarle un brazo, pero ¿y si se apartaba? Pude haberle dicho que todo se arreglaría, pero ¿cómo lo sabía yo?
Además, no estamos en el mismo bando, ¿o sí? Supongo que por eso pensó que me importaba una mierda y por eso sonrió. Fue una sonrisa torpe, pero uno sólo sabe lo que significa una sonrisa cuando es él quien sonríe. Los demás sólo ven la sonrisa que esperan.
—Mira —dijo de pronto—. Ya sé que a ti no te gusta estar aquí.
—No me disgusta.
—A veces no te disgusta, y eso está bien. Pero éste es un buen servicio y ayuda a mucha gente.
No estuvo bien que me señalara como el chico malo. No sé de qué lado piensa ella que estoy, pero no soy yo quien está amenazando con cerrar el servicio. Curiosamente, esas decisiones no las consultan con nosotros, con los usuarios del servicio.
—Da igual —dijo, recobrando su calma habitual—. Sólo quería ponerte al corriente. Está todo un poco en el aire, pero estas cosas a veces se precipitan. Por lo visto es el dinero lo que cuenta hoy a la hora de tomar las decisiones. Eso se nos escapa de las manos.
Miré la jeringa y la aguja brillante.
—¿Cuánto cuesta eso?
—Esto es distinto, Matt. Gracias a esto estás fuera del hospital y estás bien. Y será aún más importante si se retiran otras ayudas.
—¿Tienes algún inconveniente en verme el trasero, Denise?
Eso le hizo reír. La situación se estaba poniendo un poco tensa, y esta tontería rebajó la tensión. A veces nos llevamos bien. Fingió un gesto remilgado y coqueto, y cogió un papel para abanicarse como antiguamente, como hacen las damas en las series de época.
—Señor Homes. ¿Qué muchacha podría resistirse?
Me desabroché el cinturón, me bajé los pantalones hasta los tobillos y tiré de los calzoncillos hacia abajo mientras ella se arrodillaba detrás de mí. Supongo que eso no se ve en las series de época. Tengo algunos problemas con las pastillas y la solución es una aguja larga y afilada. Cada dos semanas, en lados alternos. Prefiero no pensarlo. Es mejor no pensarlo hasta el preciso instante en que me ponen la inyección.
—Allá vamos. Sólo un pinchazo fuerte.
Tuve que apoyar una mano en la mesa para sujetarme, tragar saliva y aguantar las ganas de vomitar.
—Ya casi está —dijo.
Me limpió la zona del pinchazo con un algodón y me puso una tirita.
Es difícil decir nada después del pinchazo, pero esta vez tenía una pregunta.
—¿Podré seguir usando el ordenador?
Denise tiró la aguja en un cubo de plástico y cerró la tapa de un manotazo.
—Sinceramente, no lo sé, Matt. Está todo en el aire. ¡Lo último que he oído decir es que quieren alquilar la mitad del edificio a una empresa de diseño gráfico! Lo utilizas mucho, ¿verdad?
—¿Qué?
—El ordenador.
—Un poco. Sólo cuando está libre.
—No te estaba criticando. Me parece estupendo que le saques provecho. Me encantaría leer algo de lo que has escrito si me lo permites…
—¿Puedo quedarme con eso?
—¿Perdón?
Señalé el papel con el que había simulado un abanico.
—Humm. Claro que sí, si lo quieres. No es más que la hoja de instrucciones. En realidad es para los enfermeros. Puedo conseguirte una hoja de información para el paciente si lo prefieres.
—¿Paciente? Creía que éramos usuarios del servicio.
—Bueno… sí.
—¿Diseño gráfico has dicho?
Se encogió de hombros.
—Se ha propuesto. No hay nada definitivo. Como he dicho, esta semana habrá más reuniones y te pondré al corriente en cuanto sepamos algo más. Lo importante es que seguirás recibiendo apoyo, ¿de acuerdo?
Al salir desdoblé el papel y señalé los dibujos simples y claros que indicaban los pasos a seguir.
—Supongo que nosotros también necesitamos diseñadores gráficos, ¿no?
Denise puso cara de desesperación, pero lo hizo en broma. A veces nos llevamos bien.
—Es una forma de verlo —dijo—. Ahora vete a casa y descansa un poco.