Hoy sólo quince minutos antes del pinchazo. Tengo algunos problemas con las pastillas y la solución es una aguja larga y afilada.
Cada dos semanas, en lados alternos.
Prefiero no pensarlo. Es mejor no pensarlo hasta el preciso instante en que me ponen la inyección.
Soy repetitivo, ¿eh?
Llevo una vida de corta y pega.
Hay un ambiente raro hoy. Es difícil de explicar. Se puede cortar con un cuchillo, como diría la abuela Noo. Los enfermeros desaparecen en cuanto pueden, se encierran en su sala y se ponen a cuchichear, muy serios. Se creen que no los vemos, pero hay una puñetera ventana. Al cabo de un rato salen y se muestran supercontentos y supersonrientes, como si no pasara nada. Pero se les ve hechos mierda. No quiero ser desagradable. Quiero decir que parecen muy cansados. O estresados. La verdad es que me dan un poco de pena. Ahora mismo, Jeanette, que es la encargada del grupo de arte, está cuchicheando con Patricia con el mismo entusiasmo de siempre, pero se nota que está fingiendo, que sigue un guión mecánicamente.
Tal vez estoy viendo cosas donde no las hay. Anoche estuve bebiendo con El Cerdo y me acosté muy tarde. Esta mañana también nos hemos tomado un par de birras. El Cerdo no es un nombre. El Cerdo es una etiqueta.
En eso he estado pensando.
Es una etiqueta que él mismo se ha puesto, para tapar las que le ponen los demás. Se la ha puesto encima de MENDIGO y de ARTISTA FRACASADO. Es listo de cojones. Le patina un poco la lengua y se distrae con facilidad, pero si te tomas la molestia de escucharlo, es de esas personas que tiene millones de datos almacenados en la cabeza. Fue El Cerdo quien me explicó lo que era el comportamiento literario. Me habló de eso la primera vez que nos emborrachamos juntos, en un momento en que yo había bajado la guardia y estaba dando vueltas a la bronca que me habían echado Denise, Clic-Clic-Guiño, el doctor Clement y los demás peces gordos a los que pagan por controlar mi vida.
Ahora me habla mucho de eso. El Cerdo se repite bastante cuando ha bebido, y bebe bastante. Creo que él también lleva una vida de corta y pega.
Bebió un trago de Special Brew.
—Eso fue en los setenta, chaval. Antes de que tú nacieras. Pero que no te engañen. Las cosas no cambian.
Esto fue lo que ocurrió
En la década de 1970, un grupo de investigadores ingresaron voluntariamente en distintos manicomios de Estados Unidos. Para poder ingresar, fingieron que oían voces. Fingieron que oían una voz que decía: ruido sordo y hueco.
Pero cuando por fin los ingresaron, dejaron de fingir y nunca más volvieron a hablar de esa voz.
Y aquí viene la locura
El personal del hospital se negó a creer que habían mejorado, los dejaron encerrados —en algunos casos muchos meses— y los obligaron a reconocer que tenían una enfermedad mental y a seguir una medicación si querían salir de allí. Es lo que pasa con las etiquetas. Que se pegan.
Si la gente piensa que estás LOCO, entonces todo lo que hagas, todo lo que pienses llevará grabado la etiqueta de LOCO.
Uno de los investigadores escribió en un cuaderno cómo resistió, cómo era la comida, esas cosas. Cuando concluyó el experimento, pudo leer las otras notas, las que habían tomado sus médicos y sus enfermeros. Lo veían garabatear en su cuaderno y registraban: «el paciente adopta comportamientos literarios».
¿Qué narices significa eso?
No me estoy haciendo el tonto. Sinceramente no tengo la más remota idea de lo que puede significar. ¿Es lo que estoy haciendo yo? ¿Estoy adoptando comportamientos literarios? También dibujo. ¿Eso es comportamiento artístico? En confianza te lo digo, dentro de un rato es posible que vaya a cagar. ¿Eso es comportamiento escatológico?
Yo sólo sé lo que dice El Cerdo. Lo repetimos juntos, como un mantra, como un saludo especial. Abrimos una lata y mientras se nos llenan los dedos de espuma, El Cerdo gruñe:
—Puede que no consigas vencer a esos capullos.
Luego entrechocamos las latas y gritamos a pleno pulmón, le gritamos a la noche, a los coches que pasan: «¡Pero no puedes dejar de luchar!».
Vale que es una chorrada, pero me ayuda un poco.
Ahora tengo que irme.
Denise acaba de aparecer al final del pasillo.
—Cuando puedas, Matt.
Normalmente le hago esperar. Me resisto. Pero hoy parece estresada y, si soy sincero, me da un poco de lástima, no lo puedo evitar. De verdad que hoy el ambiente se puede cortar con un cuchillo. Hasta se podría cortar con las tijeras de punta redonda que nos dan en el grupo de arte. Definitivamente algo no va bien.