Día 13, por ejemplo

7.00 h.

Me despierta un golpe en la puerta de mi habitación y la llamada a la ronda de medicación de la mañana. Tengo en la boca un regusto metálico, efecto secundario de las pastillas para dormir.

7.01 h.

Me duermo.

7.20 h.

Vuelve a despertarme un segundo golpe. Esta vez la puerta se abre y una enfermera entra y abre las cortinas. Se queda a los pies de mi cama hasta que me levanto. Dice que hace un día precioso. No hace un día precioso.

7.22 h.

Echo a andar por el pasillo, en bata. Me pongo en la cola para que me den la medicación que no quiero tomar. Evito el contacto visual con los demás pacientes y ellos hacen lo mismo.

7.28 h.

Me dan un surtido de pastillas de distintos colores y formas en un vaso de plástico. ¿Le pregunto a la enfermera para qué son?

—La amarilla es para relajarte, y las dos blancas, para ayudarte con esas ideas que te agobian. La otra blanca es para paliar los efectos secundarios. Ya lo sabes, Matt.

—Sólo quería asegurarme.

—¿Todas las mañanas?

—Sí. Lo siento.

—Sabes que puedes confiar en nosotros.

—¿De verdad?

Me miran hasta que están seguros de que me las he tragado. Siempre me las trago. Siempre me miran.

7.30 h.

Desayuno un cuenco de cereales Weetabix con mucho azúcar y una barrita de chocolate Mars que me trajo mamá. El café es descafeinado. Las tazas las regalan las compañías farmacéuticas. Llevan impresas por todas partes las marcas de la medicación que detestamos.

7.45 h.

Me siento con otros pacientes en el jardín de fumadores, rodeado por una valla alta. Algunos hablan. Los maníacos hablan. Pero sólo dicen gilipolleces. La mayoría guarda silencio.

Los que no tienen tabaco gorronean a los que sí tienen y prometen pagarlo cuando reciban sus giros.

Nos pasamos siglos fumando. No hay otra cosa que hacer. Nada. Algunos tienen los dedos amarillos. Uno los tiene marrones. Tosemos mucho todos. No hay literalmente nada que hacer.

8.30 h.

Un enfermero asoma la cabeza por la puerta y dice que le toca el turno conmigo. Me pregunta si me apetece pasar un rato de tú a tú. No me siento cómodo hablando con él. Parece aliviado.

8.31 h.

Voy a hacer un pis.

8.34 h.

Sigo fumando.

9.30 h.

Me fumo el último cigarrillo. Me entra el pánico. Pruebo a hacer los ejercicios de respiración que me ha enseñado el terapeuta ocupacional. Una chiflada apaga su cigarrillo y se pone a jugar a las enfermeras. Me dice que los ejercicios de respiración a ella también le ayudan mucho. Me dice que enseguida se me pasará. Me pregunta si me apetece una taza de té, pero enseguida se distrae y se pone a hablar con otro de sus tés favoritos. No se da cuenta de que me voy.

9.40 h.

Preparo un baño. La bañera está salpicada de vello púbico. Dejo correr el agua para limpiarla. Siento opresión en el pecho. Me tiemblan las manos. El pánico va en aumento y me cuesta respirar. Me olvido del baño. Salgo del cuarto de baño.

9.45 h.

Llamo a la puerta de la sala de enfermeros. Todos los empleados del turno de mañana están ahí, tomando una taza de té, charlando, compartiendo un bizcocho que han dejado los del turno de noche.

Tengo la sensación de interrumpir.

—Necesito PRN —digo.

PRN es como llaman a la medicación que podemos tomar en momentos críticos. Todos los pacientes lo saben.

—Necesito la que me tranquiliza.

—¿Diazepam? Ya te la hemos dado esta mañana, Matt. Tarda un rato en hacer efecto. Te daremos otra con la comida. ¿Por qué no haces los ejercicios de respiración?

—Ya los he hecho.

—¿Por qué no te distraes con algo? Podrías vestirte.

Eso hacemos para distraernos. Cosas divertidas. Como vestirse.

9.50 h.

Me pongo los pantalones de combate y la camiseta verde. Me ato los cordones de las botas. Me acuesto en la cama hecho un ovillo. Duermo.

12.20 h.

Me despierta un golpe en la puerta. Está pasando el carrito con la comida. Me levanto. Hago un pis.

12.25 h.

Me siento en el comedor con los demás y como la comida de hospital. No está mal. Tomo doble ración de bizcocho con mermelada.

12.32 h.

Una enfermera entra en el comedor y me da un diazepam. No espera a ver si me lo tomo. Sabe que esto sí me lo voy a tomar.

12.33 h.

Me ofrecen tres cigarrillos a cambio del diazepam.

12.45 h.

Me fumo el primer cigarrillo.

12.52 h.

Me fumo el segundo cigarrillo.

13.15 h.

Una mujer a la que no conozco sale al jardín de fumadores y me pregunta si soy Matt.

—Sí.

—Hola, soy la enfermera suplente y me gustaría que hablásemos un rato y que me contaras cómo te van las cosas.

—No te conozco.

—Pues así empezamos a conocernos.

—¿Vas a seguir trabajando aquí?

—No lo sé, espero que sí.

—¿Podemos ir a dar un paseo?

—No estoy segura. Tendré que comprobar si estás autorizado a salir acompañado.

—Lo estoy.

—Tengo que comprobarlo. Enseguida vuelvo.

La mujer a la que no conozco se retira.

13.35 h.

Me fumo el último cigarrillo.

13.45 h.

La mujer a la que sólo he visto una vez regresa.

—Perdona que haya tardado tanto. No encontraba tu expediente.

—Da igual.

—Estaba justo al final del archivador.

—Da igual.

—Estás autorizado a salir acompañado, pero la enfermera jefe dice que hoy andamos escasos de personal, hay gente enferma. Esta tarde no podemos salir a pasear. ¿Has salido esta mañana?

—No.

—Ah. Lo siento, Mark.

—Me llamo Matt.

—Perdona. La enfermera de guardia dice que tu madre viene a las cuatro. Podrás salir con ella. ¿Te parece bien?

—Sí.

—Vamos de cabeza cuando estamos faltos de personal. Lo siento, Mark.

14.00 h.

Sala de televisión. Dos pacientes discuten. No se ponen de acuerdo en lo que quieren ver. Pienso en degollarme. Oigo a Simon. Me pregunto si la tele puede estar conectada con Simon. Me pregunto si Simon puede trasmitirme mensajes a través de la tele. Pienso con qué puedo degollarme. Pienso en romper una taza de café. Oigo a Simon. Me siento encima de las manos. Los otros dos siguen discutiendo. Pienso en muñecas de trapo. Oigo a Simon. Pienso en átomos. Oigo a Simon. Miro la taza de café en la mesa de las revistas. Oigo a Simon. Simon se siente solo. Pienso. Pienso. Pienso.

16.00 h.

—Hola, cariño.

—Quiero irme a casa, mamá.

—Ay, mi niño.

—¡No me llames así!

Miro lo que me ha traído. Barritas de chocolate Mars, un paquete de Golden Virginia, bricks de zumo Ribena y Kia-Ora, un cuaderno de dibujo, lápices y una cazadora de camuflaje del almacén de excedentes militares de Southdown Road. Le doy las gracias y hago un esfuerzo por sonreír.

—Matthew, cariño. ¡Cómo tienes ese diente! Deja que te lleven al dentista. Hazlo por mí, por favor. O déjame que te lleve yo. El médico ha dicho…

—No me duele. No armes tanto lío.

—Quiero volver a ver mi sonrisa.

—No es tu sonrisa.

16.10 h.

Salimos a dar un paseo por los jardines del hospital. Le digo a mamá que estoy mejor. Le digo que no me pasa nada. Le pregunto si los muertos pueden transmitir mensajes a través de la tele. Intento aceptar lo que dice para tranquilizarme. Intento recordar que está de mi parte. Le digo que estoy mejor. Le pregunto si estoy mejor.

17.30 h.

Mamá se va. Es hora de cenar. Ceno.

17.50 h.

Me siento en el jardín de fumadores con otros pacientes. Algunos hablan. Los maníacos hablan. Pero sólo dicen gilipolleces. La mayoría guardamos silencio. Los que no tienen tabaco me gorronean y me prometen que me pagarán cuando reciban los giros. No hay nada que hacer.

18.30 h.

Cago, me acuesto e intento masturbarme. No lo consigo.

18.45 h.

Vuelvo al jardín de fumadores. Empieza a hacer frío.

19.05 h.

Doy vueltas por el pasillo. Hay otro paseante, un negro, con rastas largas y grises y la camisa desabrochada. Nos cruzamos siempre en el centro. Nos sonreímos. Es divertido. Pasillo arriba, pasillo abajo y a sonreír cuando nos cruzamos. A decir hola y adiós. Empezamos a acelerar el paso para cruzarnos antes. Empezamos a correr. Nos reímos cada vez que nos cruzamos y chocamos los cinco. Una enfermera sale de la sala de enfermeros y nos pide que nos tranquilicemos.

19.18 h.

Vuelvo al jardín de fumadores. En realidad no es un jardín. Es un recinto cuadrado, claustrofóbico, con unas cuantas sillas y el suelo de baldosas sembrado de colillas. No hay literalmente nada que hacer.

19.45 h.

Voy a la cocina a prepararme un té. Hay dos pacientes besuqueándose. Me preguntan qué estoy mirando. Me marcho antes de que el agua empiece a hervir.

19.47 h.

Vuelvo al jardín de fumadores. Nada.

21.40 h.

Está oscuro, es de noche y tengo barro en la boca y en los ojos. No deja de llover. Intento cogerlo en brazos, pero la tierra está mojada. Lo levanto y me caigo, lo levanto y me caigo, y él no dice nada. Tiene los brazos caídos, sin vida. Le suplico que diga algo. ¡Por favor! ¡Di algo! Me vuelvo a caer y lo abrazo, acerco su cara a la mía, lo abrazo con todas mis fuerzas y noto que su cuerpo está perdiendo calor. Le suplico que diga algo. Por favor. Por favor. Háblame.

22.00 h.

Me llaman para darme la medicación de la noche. Me pongo en la cola para que me den la medicación que no quiero tomar. Evito el contacto visual con los demás pacientes y ellos hacen lo mismo.

22.08 h.

Me dan un surtido de pastillas de distintos colores y formas en un vaso de plástico. Le pregunto a la enfermera para qué son.

—Son tus pastillas, Matt. Tienes que tomártelas.

—Las otras enfermeras me dicen para qué son.

—Entonces ya lo sabes.

—Dímelo, por favor.

—Está bien. Estas dos son para ayudarte con las voces y los pensamientos que te agobian.

—Yo no oigo voces.

—Bueno…

—Yo no oigo voces, ¿está claro? ¡Es mi hermano, joder! ¿Cuántas veces voy a tener que decir lo mismo?

—Por favor, no me hables así, Matt. Me intimidas.

—No pretendo intimidarte.

—Entonces no me grites, por favor.

—No quería intimidarte. No era mi intención.

—¿Te digo para qué son las otras pastillas?

—Sí, por favor.

—Ésta es porque tienes algunos efectos secundarios, para que no babees de noche. Y ésta es para dormir. Ésta puedes no tomarla si quieres.

—¿Cuál?

—La de dormir. Es PRN. No es obligatorio que la tomes.

—Voy a probar a pasarme sin ella. Me deja mal sabor de boca.

—¿Sabor metálico?

—Sí.

—Es muy común. A ver qué tal te va sin tomarla.

—No pretendía intimidarte, lo siento.

22.30 h.

Me acuesto. Espero que venga el sueño.

22.36 h.

Llaman a la puerta y alguien dice que me llaman por teléfono.

La enfermera del turno de noche está leyendo una revista en recepción. Me mira mientras cojo el teléfono.

—Hola.

—Perdona, no he podido llamar antes.

—Da igual.

—Es por mi madre, está…

—Da igual.

—¿Qué tal estás?

—Eres Jacob, ¿no?

—Claro, tío, ya lo sabes.

La enfermera finge leer la revista. Me pego el teléfono a la mejilla y susurro:

—Gracias por llamar.

Silencio al otro lado de la línea.

—No te oigo, Matt.

—¿Cómo está tu madre?

—Está bien. Hoy le han traído una silla nueva. Está cabreada… Dice que con el reposacabezas parece una discapacitada. ¡Hay que joderse! ¡Como si no lo estuviera!

Alguien se ríe. Hay alguien con él. Le pregunto qué está haciendo.

—¿Cómo estás tú? —dice.

—¿Qué estás haciendo? —vuelvo a preguntar.

—Fumando con Hamed.

—¿Sí?

—Sí, tío. Tiene una hierba que es la hostia. Te llevaré un poco la próxima vez, si quieres. Pensaba haber ido hoy, pero ya sabes cómo…

—No te preocupes.

Me molesta que esté fumando con Hamed. No conozco a Hamed. Me molesta que el mundo siga girando sin mí.

—¿Cómo estás? —pregunta.

—Pregúntaselo a tu puto hermano.

—No te oigo.

—Estoy encerrado.

Silencio.

—¿Qué has dicho?

—He dicho que estoy encerrado.

—No, antes de eso. ¿Qué has dicho de mi hermano?

No contesto. La enfermera pasa una página de la revista y me mira a los ojos.

—Ven mañana, si quieres.

—Mañana no sé si puedo, tío. Es que…

—Pues pasado mañana. —Estoy apretando el auricular con tanta fuerza que me duelen los nudillos. Oigo la melodía de encendido de su X-Box 360.

—Tío, tengo que irme. Me está llamando mi madre. Te daré un toque pronto. Nos vemos.

22.39 h.

Oigo la grabación telefónica. La persona con la que estaba hablando ha colgado. La persona con la que estaba hablando ha colgado. La persona con la que estaba hablando ya está bastante jodida para encima tener que preocuparse por ti.

22.41 h.

Cuelgo el teléfono.

22.45 h.

Me tumbo en la cama. Me retuerzo la camisa.

00.30 h.

Me levanto y pido una pastilla para dormir. Me fumo otro cigarrillo. Vuelvo a la cama. Espero a que venga el sueño.

1.00 h.

La solapa de mi puerta se levanta. Una linterna me ilumina el pecho un momento. La solapa vuelve a cerrarse.

2.00 h.

Lo mismo que antes.

3.00 h.

Lo mismo que antes.

7.00 h.

Me despierta un golpe en la puerta de mi habitación y la llamada a la ronda de medicación de la mañana. Tengo en la boca un regusto metálico, efecto secundario de las pastillas para dormir.

(Repetición)