TOC TOC TOC

Toc toc TOC TOC. Están fuera, en mi puerta, mirando por el buzón, oyéndome teclear. Sé que están ahí.

La abuela Noo estará cogida del brazo de mamá, le estará diciendo que no se preocupe, que todo se arreglará, que él está escribiendo sus cosas. Papá estará dando vueltas por el pasillo de hormigón, recogiendo basura, enfadado, sin saber de dónde le viene esa rabia. Y mamá seguirá llamando y llamando y LLAMANDO con los nudillos hasta que abra la puerta. Abriré la puerta. Siempre abro.

La abuela Noo vendrá a abrazarme, pero será a mamá a quien yo me dirigiré primero. Sé que está desesperada.

—¿Quieres pasar? —le diré.

—Sí, por favor.

—Me he quedado sin té.

—Da igual.

—Hace tiempo que no hago la compra.

—Da igual.

Pasaré por encima de la máquina de escribir, por encima de todas las cartas a las que no he hecho caso. Mis padres y mi abuela me seguirán. Nos sentaremos en el cuarto de estar, pero papá se quedará de pie, muy erguido, mirando por la ventana, contemplando la ciudad.

—Hemos recibido la carta del doctor Clement —dirá mamá.

—Lo suponía.

—Decía que…

—Ya sé lo que decía.

—No puedes hacer esto, cariño.

—¿No puedo?

—Te pondrás mal y volverán a llevarte al hospital.

Miraré a la abuela Noo, pero ella no dirá nada. Es demasiado lista para tomar partido.

—¿Tú qué crees, papá?

Él seguirá dándome la espalda. Seguirá mirando por la ventana.

—Ya sabes lo que pienso.

Les dejaré entrar. Como siempre.

Y también iré al Centro de Día: al grupo de arte, al grupo de terapia, al grupo de relajación, y haré lo que me digan.

Tomaré mi medicación.