TOC TOC TOC toc toc toc toc. Otra vez estuvo allí diez minutos, llamando a la puerta, abriendo el buzón, asomándose a mirar por él. Toc toc toc. Hola, Matt. ¿Estás en casa? Toc TOC TOC.
La oía respirar.
Ella no me veía, porque estaba sentado aquí, de espaldas a la puerta, aguzando el oído. Ya que lo preguntas, Denise Lovell, no, no he pasado un buen fin de semana. La verdad es que he sentido un poco de lástima de mí mismo.
La abuela Noo me riñe cuando hago eso. Dice que dar vueltas a las cosas no sirve de nada, que lo importante es dar gracias por lo que uno tiene todos los días, que la felicidad está en una buena comida o un paseo al aire libre. Sé que tiene razón. Sólo que es más fácil encontrar la felicidad en una buena comida cuando hay alguien más para pasarte el kétchup. A pesar de todos nuestros planes, Jacob no vivió mucho tiempo conmigo. No más de cuatro o cinco meses.
No llegamos a pasar las Navidades aquí juntos, ni a cumplir los dieciocho. Ya sé que es absurdo preocuparse demasiado por cosas así. Además, la culpa es mía.
Tengo que contar por qué se fue Jacob.
Aunque hay distintas versiones de la verdad. Si nos encontrásemos en la calle, nos viéramos de pasada y volviéramos a mirarnos, probablemente tendríamos el mismo aspecto, sentiríamos lo mismo y pensaríamos lo mismo, pero las partículas subatómicas, las partes más pequeñas de nosotros que componen todas las demás, habrían huido a velocidades imposibles y habrían sido sustituidas por otras. Seríamos personas completamente distintas. Todo cambia continuamente.
La verdad cambia.
He aquí tres verdades.
Toc
TOCTOC