una historia diferente

Hoy sólo quince minutos antes del pinchazo. Tengo algunos problemas con las pastillas, y la solución es una aguja larga y afilada.

Cada dos semanas, en lados alternos.

Prefiero no pensarlo. Es mejor no pensarlo hasta el preciso instante en que me ponen la inyección.

Quiero contar una historia. Cuando Steve Clic-Clic-Guiño me enseñó a utilizar el ordenador, me dijo que también podía usar la impresora.

—Para que puedas compartir con nosotros lo que escribes, Matt. O llevarlo a casa y conservarlo.

Pero el otro día la impresora no funcionaba. Yo había estado pensando en esa vez que mamá me llevó a que me viera el doctor Marlow, pero nos atendió otro médico. No recordaba los detalles: por qué exactamente mamá creía que me pasaba algo, o por qué el doctor Marlow no estaba allí. Me había estado toqueteando el lunar que tengo al lado del pezón, y el doctor Marlow estaba de vacaciones. Puede que incluso fuera verdad, aunque no es importante. Lo importante es que la médico suplente quiso hablar con mamá en privado y esa conversación fue el comienzo de un nuevo capítulo en nuestras vidas. Cuando fui a imprimir lo que había escrito, apareció en la pantalla un mensaje de error y el papel no salía.

Así fue.

Hasta esta mañana en la sesión del grupo de arte, donde la susurrante Jeanette nos da pintura, pegamento, rotuladores viejos y papel de seda, para que nos expresemos. Me senté al lado de Patricia, que debe de tener sesenta años, puede que más, pero lleva una peluca rubia y se hace pasar por una chica de veinte. Usa gafas de sol oscuras, se pinta los labios de rosa y hoy se ha puesto un mono ceñido de color rosa. Suele hacer dibujos de muchos colores y Jeanette dice que son preciosos. Esta mañana, sin embargo, estaba haciendo otra cosa, muy concentrada, recortando trozos de papel con unas tijeras de punta redonda y pegando a continuación los recortes con mucho cuidado en un tablero de cartón.

Supongo que la impresora al final escupió mis páginas y éstas terminaron en el montón de papel para reciclar. Fue una sensación extraña y al principio me entraron ganas de gritar, pero me aguanté porque Patricia es una persona encantadora, y estoy seguro de que si supiera que lo que estaba recortando era mi relato, no habría cogido ese papel. Movió la cabeza y se apartó de mí ligeramente. POR FAVOR, DEJA DE LEER POR ENCIMA DE MI HOMBRO. ¿Te das cuenta de que esto era distinto? Yo no quería molestarla, así que seguí dibujando mientras ella reordenaba mi vida y la pegaba con pegamento de barra.

Esperé hasta el final de la hora, cuando nos daban unos minutos para compartir con el grupo lo que habíamos hecho, pero yo sabía que Patricia no diría nada porque, a pesar de cómo se viste, en realidad es muy tímida.

—Voy a limpiar los pinceles —me ofrecí.

—¿Ya es la hora? —preguntó Jeanette.

Quiero contar una historia diferente, una historia que no me pertenezca. No será igual que la mía, y, aunque pueda tener momentos tristes, también será feliz, porque al final hay dibujos de colores preciosos y una mujer con el pelo largo y rubio que tiene eternamente veinte años.

Fui pasando alrededor de la mesa para recoger los pinceles y miré por encima de su hombro. Lo que podemos saber de la historia de Patrica es que está