Mamá me lavó la herida, me la vendó y después me gritó por haber puesto a Simon en una situación tan peligrosa. Papá también me gritó. Hubo un momento en que los dos me gritaron a la vez y no sabía muy bien a quién mirar. Así fue. Aunque mi hermano era tres años mayor, yo siempre era el responsable de todo. A veces le guardaba rencor por eso. Pero esta vez no. Esta vez era mi héroe.
Bueno, ésta es mi historia para presentar a Simon. Y también es la razón por la que mamá seguía enfadada conmigo cuando llegué, sin aliento, a nuestra caravana, tratando de explicarme lo que acababa de ocurrir con la niña y su muñeca de trapo.
—Estás pálido, cielo.
Siempre dice que estoy pálido, mi madre. Últimamente lo dice a todas horas. No recuerdo si en ese momento también lo dijo. Se me ha olvidado por completo que siempre me decía que estaba pálido.
—Siento mucho lo del otro día, mamá. —Lo sentía de verdad. Le había dado muchas vueltas a cómo tuvo que llevarme Simon y a lo asustado que estaba.
—No pasa nada, cielo. Estamos de vacaciones. Pásalo bien. Tu padre ha bajado a la playa con Simon. Se han llevado la cometa. ¿Vamos con ellos?
—Creo que prefiero quedarme aquí. Hace mucho calor. Voy a ver la tele.
—¿Un día tan bonito como hoy? ¡Ay, Matthew! ¿Qué vamos a hacer contigo?
Lo dijo con cariño, como si en realidad no hubiese ninguna necesidad de hacer nada conmigo. A veces era así de buena. Definitivamente era capaz de ser así de buena.
—No lo sé, mamá. Siento lo del otro día. Lo siento mucho.
—Ya está olvidado, cielo.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. Anda, vamos a volar la cometa.
—No me apetece.
—No vas a ver la tele, Matt.
—Estoy en mitad de un juego de escondite.
—¿Te estás escondiendo?
—No. Me la ligo yo. Tendría que estar buscándolos.
Pero los demás se habían hartado de esperar que los encontrase y se habían dividido en grupos más pequeños para jugar a otras cosas. Yo no tenía ganas de jugar y estuve dando vueltas hasta que volví al sitio donde había visto a la niña. La niña ya no estaba. Sólo quedaba el montón de tierra, decorado con un ramo de margaritas y botones de oro, y dos palos en forma de cruz para marcar la tumba.
Me dio mucha pena. Todavía me da pena cuando me acuerdo. De todos modos, tengo que irme. Jeanette, la del grupo de arte, me está haciendo esos gestos de pájaro nervioso: está revoloteando al final del pasillo para llamar mi atención.
El papel maché no se hace solo.
Tengo que irme.