—¡Fuego!
Me despierto sobresaltada y extiendo los brazos hacia un lado, sacando las manos de las sábanas con la esperanza de encontrar a Travis o a Harry… a quien sea. Pero estoy sola y cada bocanada de aire me quema en los pulmones mientras lucho por recordar qué es lo que me ha sacado de mis sueños.
—¡Fuego!
Vuelvo a oír la palabra y veo que es mi hermano quien está en el vano de la puerta, con Jacob subido al hombro. Lo veo a través de una neblina. Todo lo que me rodea está cubierto de esa neblina. Entonces es cuando empiezo a toser.
—Mary, tienes que levantarte ahora mismo —me dice y al instante la puerta está vacía. Unos zarcillos de humo revolotean en su estela, como si ellos también se vieran perturbados por la conmoción nocturna.
Sujetándome la falda con una mano sobre la boca, salgo de la cama y deslizo los pies desnudos por el suelo, con el fin de encontrar los obstáculos sin chocarme. Alguien me agarra cuando me acerco a la puerta y me catapulta al aire libre, y antes de que tenga tiempo de orientarme, me veo empujada hacia las plataformas, donde encuentro a los demás apiñados.
A mi espalda noto el ardor, esas llamas hambrientas que van consumiendo nuestro refugio poco a poco. Destrozan las demás casas de los árboles, ganan resplandor y fuerza cuando devoran las provisiones y corren por las ramas.
Estamos todos en el borde de la plataforma en la que pasé aquella tarde contemplando las nubes con Cass. Ahora ella intenta sujetar a Jacob, quien no deja de tiritar, sollozar y pedir perdón. Jed, Harry y Travis están de pie con las mangas recogidas. Les brilla la frente por el sudor cuando dirigen la mirada hacia las llamas.
El aire está tan seco que crepita y ahoga los gemidos de los Condenados.
Estamos atrapados, es una trampa mortal. A nuestros pies no hay nada: la amplia franja de casas está salpicada por charcos de Condenados. A nuestra espalda está el fuego, que poco a poco va abriéndose camino y devorando las plataformas.
De vez en cuando unas llamas caen como si fueran un líquido sobre los Condenados, quienes se convierten en hornos andantes que incendian a los demás, con lo que propagan este infierno a las estructuras de la aldea.
—A lo mejor las llamas los matan y entonces podemos bajar —dice Cass, con la barbilla apoyada en el cuerpo convulso de Jacob.
Los hombres no responden. En lugar de eso, se quedan petrificados, como si actuar fuera demasiado peligroso. Empiezo a ver cómo las ampollas se extienden por el brazo derecho de Jed.
Nuestro mundo se llena de calor y luz, hasta que al final Travis pronuncia en voz tan baja que sus palabras casi no se oyen:
—Uno de nosotros tendrá que pasar entre ellos. Uno de nosotros tendrá que llegar al camino para atar la cuerda. Tenemos que salir de las plataformas y entrar en el camino.
Cass aprieta con fureza a Jacob, deslizando las manos sobre las orejas del niño mientras Jed y Harry asienten.
—Tú no puedes —le dice Harry a Travis—. Con esa pierna…
Doy vueltas a sus palabras mentalmente, buscando el carácter acusador, pero no lo encuentro.
—Podría ir yo —susurro. Espero que objeten, rezo para que objeten, y al cabo de demasiados latidos, llegan sus observaciones. Simples y directas.
—No, tú no vas a ir —dicen al unísono—. Irá uno de nosotros.
Jed y Harry no se miran a la cara mientras barajan cuál de los dos se sacrificará por el resto del grupo.
—Por lo menos dejadme ir a buscar la cuerda —murmura Travis mientras se marcha cojeando por la plataforma, en dirección al incendio que se acerca cada vez más.
Jed coloca el brazo sobre el hombro de Harry, y Harry coloca el brazo alrededor de la cintura de Jed; juntos se alejan unos pasos y unen sus cabezas para meditar.
Parece que estén rezando y me pregunto si será todo culpa mía por haber dejado de creer en Dios hace tantos meses. Me pregunto si, suponiendo que dejara de creer en el océano, suponiendo que renunciara a Travis y a todo lo que se interpone entre Dios y yo, si así podría salvarnos.
Mejor dicho, si así podría salvarlos.
Travis esquiva a Jed y a Harry, que siguen formando una piña, y camina a gatas de una forma muy rara hasta el borde de la plataforma más cercano al Bosque de Manos y Dientes y al camino que podría ser nuestra salvación.
Me coloco de cuclillas a su lado y le ayudo a atar los nudos.
—No entiendo cómo va a funcionar esto —le digo con los dedos temblorosos y torpes.
—Funcionará igual que funcionó la otra vez con nosotros. Pero tiene que haber alguien al otro lado para atar la cuerda —afirma.
Coloca las manos sobre las mías, y roto ese tacto tan cálido y familiar…
—Esos días que pasamos allí, en la casa. Ese es mi mundo. Esa es mi verdad —me dice—. Ese es mi océano.
En sus ojos veo el amasijo de palabras que se atropellan en su corazón, pero cuando abre la boca solo me dice:
—Ojalá hubiera podido mantenerte a salvo.
Me acaricia los labios con un dedo y después se pone de pie para acercarles la cuerda a Harry y a Jed, con el fin de que se preparen para cruzar.
Se me hunden las piernas hasta que acabo sentada en el suelo y, antes de que pueda comprender qué pasa, una figura cruza corriendo a mi lado, con pasos desquilibrados, y se lanza por el borde de la plataforma, volando por encima del anillo de Condenados que hay debajo de nosotros, para aterrizar con un golpe seco y un revuelo. En cada mano lleva un cuchillo y la luz del incendio hace brillar las hojas de metal.
Se recupera, se pone de pie y empieza a arrastrarse hacia el Bosque, hacia la portezuela y el camino, con la cuerda de colores vivos que trencé atada alrededor de la cintura y describiendo una estela tras él.
Al principio está solo y los Condenados no se percatan de su presencia. Pero luego avanzan hacia él. Lo notan, lo ansían.
—¡Nooo! —chillo mientras gateo y me agarro al borde de la plataforma, como si pudiera atrapar las telas trenzadas entre las manos y tirar de ellas para devolverlo a un lugar seguro.
Los sollozos me destrozan el cuerpo, pero no dejo que surjan. En lugar de eso, las plegarias se apresuran a salir de mis labios mientras repito una y otra vez, una y otra vez:
—Por favor, por favor, por favor, por favor.
Tropieza, cae al suelo, se levanta pero no puede seguir corriendo a ese ritmo tan rápido. Tiene la pierna demasiado débil. Sus pasos son demasiado asimétricos. Su cuerpo está demasiado castigado.
—Por favor, por favor, por favor, por favor…
Los Condenados alargan las manos hacia él, sus dedos se acercan y los pies de Travis tropiezan con la cuerda trenzada. Tiran de él hacia atrás continuamente, y cae de rodillas cada vez que la cuerda se tensa cuando uno de ellos la pisa.
—Por favor, por favor, por favor, por favor…
Lo oigo gritar cuando lo atrapa el primero. Se defiende de ellos con uñas y dientes, pero son demasiados. Clava el filo del cuchillo en uno y, antes de que pueda sacarlo del cuerpo, vuelven a abalanzarse sobre él, le hacen tropezar. Veo que la sangre se extiende por su camisa. Mi hermano empieza a tirarme del hombro, intenta apartarme de la escena, pero lo único que sé es que, mientras no separe mis ojos de Travis, estará a salvo y conseguirá llegar a la alambrada ileso, sin contagiarse.
Vuelve a tropezar y los Condenados empiezan a apilarse sobre él.
—Por favor, por favor, por favor.
Vuelco mi vida en cada palabra, estoy dispuesta a cambiar la mía por la suya.
Una flecha pasa siseando junto a mi cabeza, y al instante cruza otra y otra y otra más. Cada una de ellas abate a un Condenado. Empiezan a desplomarse y por fin Travis emerge de debajo de la pila, avanzando con pasos temblorosos hacia la puerta.
Harry está de pie detrás de mí, moviendo frenéticamente el arco. Tiene las mejillas pálidas y mojadas, pero sus tiros son seguros y certeros. Jed se aleja de mí y se une a él, coge un segundo arco, y entre los dos empiezan a diezmar la masa de Condenados.
El gozo irrumpe dentro de mí; la fe y la salvación son tan puras que noto como si la luz manara de cada centímetro de mi cuerpo.
Por un instante, por un instante exquisito y cegador, tengo una fe total y absoluta en que Travis va a llegar a las verjas ileso. Que viviremos juntos y veré lo que hay más allá del Bosque. El océano. Cierro los ojos con fuerza, con la esperanza de contener ese sentimiento.
Y entonces es cuando Travis vuelve a tropezarse. Entonces es cuando sus gritos me llegan a los oídos y me derrumbo, mis brazos dejan de ser lo bastante fuertes para soportar el peso de mi cuerpo vacío.
—Por favor —susurro por última vez.
Travis se pone de pie, se tambalea, llega a la verja y abre de par en par la compuerta. Unos cuantos Condenados se cuelan por ella antes de que pueda cerrarla, pero Harry y Jed acaban con ellos enseguida, con una flecha tras otra consiguen abatirlos a todos.
Travis está por fin solo y a salvo. La sangre le cubre la ropa e, incluso a pesar de la distancia, veo que le falta el aliento. Y entonces levanta una mano y saluda, y noto cómo tiembla la plataforma cuando Harry y Jed caen de rodillas detrás de mí.
—No —susurro, sin querer aceptar todo esto.
Necesita diez intentos para conseguir atar el cabo de la cuerda trenzada en una rama alta y sólida de un árbol robusto que crece junto al camino.
Notamos que las llamas cobran más fuerza a nuestras espaldas mientras él empieza a tirar de la cuerda por el vacío que nos separa.
Todos contenemos la respiración a la vez. El calor nos abrasa. Argos gimotea y Jacob se estremece durante el tiempo que tarda la cuerda en avanzar centímetro a centímetro por el vacío, hasta que por fin Travis tira de la soga y la ata con fuerza.
Se bambolea adelante y atrás. Nuestra salvación. Travis se desploma contra el árbol y, antes de que nadie pueda detenerme, abrazo la cuerda con las piernas, cruzo los tobillos y empiezo a deslizarme dándome impulso con las manos para alejarme de las plataformas en llamas. Oigo que Harry grita mi nombre, noto que intenta atraparme por los pies, pero me zafo de él y me niego a que me obligue a retroceder.
—¡Todavía no es segura! —grita Harry—. ¡Deberías dejar que fuera uno de nosotros primero, por si acaso!
Sacudo la cabeza. Me concentro primero en una mano y luego en la otra. Hago caso omiso de la piel que me quema en la parte anterior de las rodillas.
—¡Ni siquiera te has atado una cuerda de seguridad! —me grita.
Me agarro a la soga con más fuerza y dejo que mi cabeza caiga un poco, lo justo para ver a Travis, con el mundo del revés. Está apoyado contra el árbol y, lentamente, mientras lo observo, deja caer la cabeza sobre el pecho.
—¡No! —chillo.
—¡Ni siquiera llevas un arma por si se convierte! —grita Harry.
Sin embargo, no dejo que sus palabras me distraigan… Solo me concentro en poner una mano delante de la otra; en la tensión de los músculos; en la cuerda que me rasga la piel. Me concentro en Travis y en mi necesidad de tocarlo, de sentirlo, de curarlo.
Cuando llego al otro lado, dejo caer las piernas. La sangre empieza a encharcarse junto a mis pies. Miro hacia la plataforma, con Jed, Harry, Cass y Jacob enmarcados por las llamas.
Miro hacia abajo y estiro el cuello entre los brazos. A mi izquierda tengo el Bosque de Manos y Dientes, donde los Condenados empiezan a agruparse, empiezan a arrastrarse hacia nosotros. A mi derecha está el camino que conduce a la oscuridad.
Justo debajo de mí está Travis, con el cuerpo ensangrentado, los brazos extendidos hacia arriba. Y de pronto, me paraliza el miedo. El miedo al ver cómo se pone de pie, cómo alarga las extremidades hacia mí, cómo la sangre recubre su piel, cómo me espera allí abajo… como si fuera a devorarme.