Cuando me despierto es de noche. Estoy sola en una cama, con montones de mantas encima que casi me asfixian. Empiezo a abrirme paso como puedo a través de ellas y noto que unos dedos me acarician la mejilla. Cierro los ojos ante esa sensación tan familiar.
—Lo conseguiste —susurro levantando la mano para colocarla sobre la de él.
Percibo cómo mi cuerpo vuelve a hundirse en la cama con alivio.
Y entonces me acuerdo:
—La pierna… —digo a la vez que trato de sentarme.
Travis me empuja en el hombro, con suavidad pero con insistencia, para obligarme a regresar al cálido nido de mantas. Sin embargo, me resisto y continúo incorporada en la cama.
—Está bien —me asegura—. Solo fueron unos rasguños. —Chasquea la lengua en voz baja—. Menudas uñas tenía…
A pesar de la luz tenue, veo cómo sacude esos pensamientos para quitárselos de la cabeza. Su rostro parece un poco tirante, le brillan los ojos con el titilar de la desesperación.
—Pero lo conseguiste —le digo.
—Sí.
Permanecemos un momento en silencio. Prestamos atención al despertar del mundo. A los gemidos de los Condenados que hay debajo.
—¿Cuánto tiempo sobreviviremos aquí? —le pregunto por fin.
Se encoge de hombros. Ahora tiene las manos apoyadas sin fuerza sobre el regazo.
—Se están planteando utilizar el mismo sistema que empleamos nosotros para conducirnos a otro camino. Para salir del pueblo y escapar de estas plataformas. —Se detiene, se levanta del lateral de la cama y mira por la ventana—. Pero, para que funcione, tiene que haber alguien al otro lado.
Se vuelve para mirarme.
—Uno de nosotros tendría que llegar hasta el Bosque. Tendría que estar allí para atar la cuerda.
—Pero ¿cómo? ¿Cómo va a poder llegar allí cualquiera de nosotros? La alambrada está demasiado lejos, hay demasiados…
El resto de la frase pende del aire entre los dos. Travis no asiente ni dice nada, sino que se limita a agarrar una silla que estaba apoyada en la pared para acercarla a la cama. Arrastra las patas de la silla sobre los maderos de la plataforma. Se sienta, cruza una pierna encima de la otra. Me fijo en que lleva una tira de tela envuelta alrededor del tobillo izquierdo, con la que juguetea ensimismado.
—¿Cuándo? —le pregunto—. ¿Cuándo van a intentarlo?
No me mira a los ojos. En lugar de eso, sus ojos parecen perderse por la habitación, posándose en todo salvo en mí.
—Ahora mismo la idea es esperar hasta que llegue el invierno. Con la esperanza de que sea un invierno duro que detenga o congele a los Condenados. Jed y Harry han ido recopilando provisiones. Siempre que llueva lo suficiente para llenar los barriles de agua, seremos capaces de aguantar hasta entonces.
—Meses —digo en un susurro.
—Sí, la espera podría ser larga —dice.
Tira otra vez de la venda que lleva alrededor del tobillo, como si le apretara demasiado, así que alargo una mano para ponerla sobre la suya. Los músculos de su brazo reaccionan al contacto.
—Me pregunto qué significa eso para nosotros dos —comento.
No me contesta. Noto su piel fría debajo de la mía, vacía. Sigue sin mirarme a la cara y me aparto de él, tirando de las mantas para taparme los hombros.
Algo no marcha bien entre Travis y yo. Algo ha cambiado, pero todavía no sé qué es.
—Dímelo —susurro. Temo lo peor.
Cambia de posición en la silla y veo que hace una mueca al colocar el pie vendado otra vez en el suelo. Se pone de pie, camina hasta la ventana y después vuelve a la silla.
—Ayer no podía pensar en otra cosa más que en salvarte; en salvarnos.
Hace una pausa, como si tratara de decidir cómo continuar, cómo ordenar sus pensamientos para transformarlos en palabras.
—Pero ¿fue ayer? —le pregunto.
Me sonríe y rompe la tensión por un instante.
—Mary —continúa—, cuando te vi en el pasillo con los Condenados volcados sobre ti… —Sacude la cabeza como si quisiera desplazar el recuerdo—. Una parte de mí quería morirse en ese preciso instante. Cambiarte el puesto para que tú pudieras sobrevivir, para que tú lo lograras.
Agarra el respaldo de la silla y sus nudillos empiezan a ponerse blancos.
—Entonces me di cuenta de una cosa, Mary.
Suelta el respaldo, repiquetea con los dedos contra la madera. Vuelve a dirigirse a la ventana, como si tratase de posponer lo que va a decir a continuación. Me acerco las rodillas al pecho, intentando prepararme para cualquier cosa.
—No he sido sincero contigo —dice al fin.
Se me eriza la piel y todos mis sentidos se agudizan. Oigo cómo respira, noto el aire entrar en sus pulmones, el corazón palpitar en su pecho. Todavía huelo su miedo.
—Tendría que haberte dicho antes lo que me contó Gabrielle. Sobre el océano.
Ahora me mira, con los ojos llenos de dolor y súplica. Es como si todo lo que me rodea cayera al vacío hasta quedar solos Travis y yo, juntos en este diminuto cuarto en lo alto de los árboles.
—¿A qué te refieres? —le pregunto, y mi voz llega con debilidad a mis oídos. Me late el corazón con furia—. Me dijiste que no te había contado nada. Que no habíais hablado siquiera.
Él repiquetea con un dedo contra la madera que enmarca la ventana abierta. Una brisa matutina le levanta el pelo un instante, gira por la habitación y después se marcha sigilosa. Cierra los ojos como si quisiera saborear la sensación del aire fresco sobre la piel reseca.
—Gabrielle había estado en el océano —dice al fin.
Me trago el aliento; el mundo parece vibrar por unos segundos.
—¿Cuándo? —pregunto mientras suelto el aire—. ¿Cómo?
En medio del silencio, se me ocurre que, si ha viajado hasta allí, debe de estar cerca. Significa que existe y que yo también puedo llegar a él.
Aparto las mantas con brusquedad y se me enredan las piernas en el tejido, cosa que me hace estremecer cuando se me levantan las finas costras que se han formado en los arañazos del ataque de ayer. Me tambaleo hacia delante pero Travis no se mueve para agarrarme. Cuando recupero el equilibrio, corro hacia él, junto a la ventana, y le cojo de las manos.
—¿Es que no sabes lo que eso significa? —le pregunto.
Mi cuerpo flota. De repente, siento que es el momento más feliz que he vivido desde que murió mi madre.
—Podemos ir allí —le digo—. Si ella fue, nosotros también podemos.
Empiezo a dar vueltas, la energía me hierve por las venas.
—¿Te dijo si estaba muy lejos? ¿Te dijo cómo se llegaba al océano? —Me detengo y camino de nuevo hacia Travis hasta quedar frente a él, rozándolo ligeramente con el pecho—. ¿Te dijo cómo era? ¿Te habló de las olas? ¿Del olor?
Travis me agarra de los brazos, me los aprieta contra el cuerpo y casi me levanta del rugoso suelo de madera de la plataforma.
—¡Me dijo que es peligroso, Mary! —Noto que se le hincha el pecho, acelera la respiración, con la cara enrojecida y la mandíbula tensa. Me sacude levemente—. Me dijo que es peligroso —repite con voz más dulce.
Como si pudiera hacérmelo entender a fuerza de repetírmelo una y otra vez.
Noto cómo mi cara se contrae por la confusión.
—¿Peligroso, por qué? —pregunto.
Libero los brazos de sus dedos y los cruzo por encima del pecho.
—Me dijo que los Condenados surgen de las aguas y deambulan por las playas. Que no hay forma de ponerle límites… No hay forma de protegerse. Me dijo que los piratas saquean las costas y que allí nadie puede estar del todo a salvo.
Quiero protestar, decirle que se equivoca. Pero, en lugar de eso, miro por la ventana hacia los árboles, hacia las hojas que se ondulan dentro del Bosque. El único océano que conozco.
—No puede ser cierto —susurro.
—Lo es —me dice—. Sabes que lo es. El océano del que solía hablarte tu madre era el anterior al Regreso. Todo ha cambiado desde entonces. Absolutamente todo.
—Pero el océano es demasiado grande para que ocurra eso —protesto—. Demasiado inmenso, demasiado profundo. No me cabe en la cabeza cómo el Regreso puede haber terminado también con eso.
Espera un momento antes de contestar.
—Nada en este mundo es lo bastante profundo para resistir contra los Condenados.
Me mira a los ojos, me acaricia la cara con un dedo.
—Ni siquiera nosotros.
Estoy a punto de creerlo, pero entonces sacudo la cabeza, con la rabia anidada en lo más profundo de mí.
—Te equivocas, Travis. Te equivocas. —Cierro las manos hasta convertirlas en puños y le golpeo el pecho—. No sé por qué me cuentas estas historias, pero te equivocas.
Atrapa mis manos en las suyas, cerrando sus dedos sobre los puños apretados.
—Me advirtió que si te dejaba ir al océano, no volvería a verte nunca más.
—¡Pues también ella se equivocaba! —le chillo. Me zafo de él y retrocedo hacia la puerta, de modo que dejamos de mantener contacto físico—. Si lo que me estás diciendo es verdad, ¿por qué no me lo contaste antes? ¿Por qué me diste esperanzas para luego pisotearlas así?
—Porque pensaba que podría protegerte —responde—. Porque confiaba en ser suficiente para ti.
—No. —Sacudo la cabeza con vehemencia—. Yo pensaba que tú también querías ver el océano. Yo pensaba que era tu ilusión. Yo pensaba… —Trago saliva y respiro hondo—. Yo pensaba que irías a buscarme.
No me mira a la cara mientras niega con un movimiento de cabeza. Tengo la impresión de que el mundo se aparta de mí. Asimilar lo que está diciendo, y lo que no está diciendo, me aguijonea por dentro. Las palabras resuenan en mi cabeza: «No pensaba ir a buscarme; no pensaba ir a buscarme».
Todo da vueltas; todo se vuelve insoportablemente luminoso y después se oscurece. Mi mundo se tambalea, así que empiezo a caminar hacia atrás hasta que la parte posterior de mis rodillas golpea el borde de la cama y me quedo sentada en ella.
Me duele tanto el cuerpo que tengo ganas de vomitar.
—No pensabas ir a buscarme, ¿verdad? —le pregunto.
—Lo siento, Mary —me dice, algo que equivale a una negación.
Todo se despedaza dentro de mí, hecho añicos.
—No lo entiendo. ¿Por qué me dices todo esto ahora? ¿Por qué me haces esto?
Me llevo las manos a la cabeza y me acurruco.
—Porque yo… —Se detiene en mitad de la frase y se queda callado. Un músculo se le tensa en la mandíbula—. Mary, te deseaba muchísimo. Y aquel día, en la colina, lo significó todo para mí. Me demostró cómo podía ser la vida, cómo podía ser la esperanza. Quería creer que nosotros podríamos estar juntos. Quería creer que podríamos romper nuestros votos y que, de algún modo, todo se arreglaría. —Tiene la mirada perdida y sacude la cabeza—. Pensaba ir a buscarte, Mary. A pesar de que sabía que nunca podría ser la clase de marido que habría sido Harry. A pesar de que era un hombre tullido, pensaba ir a buscarte. Iba a dejar que mi pasión se antepusiera a mi sentido común. Pero, entonces, ver a Gabrielle lo cambió todo. Vi lo que les ocurría a quienes se apartaban del camino marcado por las Hermanas. Vi lo que nos pasaría a nosotros… a ti. Y no pude soportarlo.
»Lo único que veía era tu imagen con ese chaleco rojo, a ti golpeando contra las verjas. No podía dejar que te ocurriera algo así.
Deja caer la cabeza sobre el pecho.
La agonía de ver lo que podría haber ocurrido hace que se me atraganten las palabras.
—Habríamos salido adelante —le digo—. Juntos habríamos podido escapar.
Cuando me mira a la cara, sus ojos están empapados de lágrimas.
—No, no habríamos podido —me dice con dulzura—. Jamás habríamos podido escapar. —Apoya una mano en la pierna—. Estoy tullido. Nos habrían encontrado… jamás habríamos podido escapar.
Se arrodilla delante de mí, me coge de las manos y las sostiene entre las suyas.
—¿Es que no lo ves, Mary? Desde que conocí a Gabrielle no he hecho otra cosa que intentar mantenerte a salvo porque tenía demasiado miedo de perderte.
Sacudo la cabeza, mis pensamientos nadan y dan vueltas, giran desbocados.
—¿Por qué no me habías contado todo esto antes? ¿Y por qué me estás contando todas estas cosas ahora?
—Porque llevo demasiado tiempo protegiéndote. Gabrielle me dijo que el océano era peligroso y yo pensé que podría evitar que fueras allí. Pero entonces, cuando te vi ayer, hundiéndote entre los Condenados, me di cuenta de que ya no puedo seguir haciéndolo. No puedo seguir siendo quien decida por ti.
»Ayer me di cuenta de que el océano ya no importa. Porque aunque no lo encontrásemos, seguirías sin necesitarme. En otro momento pensé que podría protegerte, cuidar de ti. Pero eres lo bastante fuerte para cuidarte sola. Nunca he visto nada parecido a lo que hiciste ayer. Nunca he visto a nadie sobrevivir como lo has hecho tú. ¡Luchar contra los Condenados y salir viva! —Sacude la cabeza, con los ojos brillantes y abiertos como platos—. Me dejaste admirado.
Es como si hubiera quitado un tapón que cerraba mi cuerpo y ahora todo el dolor y toda la rabia empiezan a colarse por el agujero, dejando un vacío detrás.
—Siempre te necesitaré —le susurro—. Te esperé durante mucho tiempo. Pero tú no pensabas ir a buscarme. ¿Por qué dejaste que te esperara?
Travis suspira, dobla los dedos contra el alféizar de la ventana.
—Creo que incluso entonces sabía que no sería suficiente para ti, Mary. El océano ya no importa. Lo único que importa eres tú y lo que tú deseas y necesitas. A lo mejor puedes ser feliz conmigo unos cuantos años…
Hace una pausa y veo que las lágrimas inundan sus ojos otra vez.
—No quiero ser un sustituto de tu sueño.
Quiero gritar ante lo que me está diciendo, calmarlo y obligarle a retirar sus palabras. Sin embargo, en lugar de eso lo rodeo y me acerco a la ventana. Me asomo, con las caderas clavadas en el alféizar. Por un momento me pregunto si sería capaz de oler la sal del océano desde aquí. Si cerrase los ojos y me concentrase lo suficiente, ¿acaso podría distinguir el romper de las olas en la orilla? ¿Podría saborear el aire, saborear el océano?
Desde aquel día en la colina, desde que me prometió que iría a buscarme, siempre supuse que este era nuestro sueño, el de los dos. Nunca pensé que al final tendría que elegir entre uno y otro.
—Mary —me dice Travis mientras se acerca a mí.
Me coloca una mano sobre el hombro, pero yo me sacudo para quitármela de encima. No quiero que tenga razón. No quiero creer lo que dice, no quiero creer que yo pueda ser tan cruel y egoísta. Irradia calor contra mi cuerpo, intenta llenar el vacío que siento dentro, pero yo me abrazo fuertemente con los brazos a modo de escudo.
Me doy la vuelta y me aparto de él, camino hacia la puerta. Mientras cruzo el umbral, me pregunta:
—¿Estarías dispuesta a renunciar al océano por mí?
Vacilo un momento, coloco una mano en el marco de la puerta. En otra época pensaba que, si lo consiguió con mi madre, en mi caso el amor también conseguiría apartar todos los demás sueños. De pronto me doy cuenta de que no será así, y con esa losa sobre mi cuerpo, atravieso la puerta y dejo a Travis sin respuesta.