XXVIII

Sin perder ni un momento, Travis entra como un rayo en el ático. Oigo un estruendo cuando le da la vuelta a un barril que estaba lleno de harina y lo vacía, formando una nube de polvo fino que lo hace desaparecer de mi vista. Arrastra el barril hasta el borde de la plataforma, con todo el cuerpo cubierto de polvillo blanco. Me entran ganas de reír al verlo con ese aspecto fantasmal, pero su piel tiene el color de la muerte.

El color de los Condenados.

Deslizo mi mano en la suya y aprieto. Intenta sonreír como respuesta.

Mientras convenzo a Argos para que se meta en el barril, Travis utiliza la cuerda sobrante para fabricar un asa, que ata a la soga tirante que se extiende entre ambas plataformas. Así, el barril podrá viajar desde nuestro porche hasta el suyo. Argos gimotea, araña los laterales, y necesito Dios y ayuda para conseguir que no se escape de un salto.

—Tienes que ir con él —me dice Travis.

—Pero ¿y tú?

—Por favor, Mary, no discutas. Por favor, hazlo por mí.

El sudor deja marcas en el polvillo de harina que le cubre la cara, y veo lo tensos que tiene los músculos. Lo asustado que está. Así que asiento y me meto a gatas en el barril, sujetando al escurridizo Argos contra el pecho.

—Agacha la cabeza —me grita Travis, así que meto la cabeza en el barril justo antes de oír un fuerte impacto.

Levanto la vista un milímetro por encima del borde de madera y veo una flecha que pasa rozando el barril justo donde mi cara estaba hace un instante. Argos suelta un ladrido enfadado, como si estuviera ofendido por la pésima puntería de Harry. Atada a la flecha está la cuerda que yo he trenzado y Travis me la coloca en la palma después de atar el otro extremo tirante al porche.

—Agárrate fuerte —me dice, y entonces empuja el barril para alejarlo del porche, y Argos y yo nos balanceamos en el aire antes de que tenga tiempo de gritar o protestar o darle un beso de despedida.

Tengo que forcejear con Argos, pues patalea, gime y se retuerce contra mí. A punto estoy de soltar la soga sin querer cuando Harry tira de la cuerda trenzada y nos desliza a través del espacio entre ambas plataformas.

En cuanto llegamos al otro lado, Harry me levanta del barril y Argos salta corriendo a nuestro lado, y cada vez que apoya una pata, forma nubes de harina que se extienden por el aire. Sigo tosiendo y unos enormes espasmos me recorren todo el cuerpo, cuando oigo que Cass suspira mientras mira hacia la casa de la que acabo de salir.

Me doy la vuelta para mirar. Travis se ha subido a la cuerda de una forma extraña y poco equilibrada.

Lucha por agarrarse con la pierna malherida para que le sirva de punto de apoyo y entonces se resbala, con ambas piernas colgando en el vacío, de modo que ahora está sujeto solo por los brazos.

Y en ese momento se le resbalan los dedos y vuelve a caer al porche. Se seca las manos en los pantalones y vemos aparecer nubes de harina.

—Tenemos que mandarle el barril —digo.

—No hay tiempo —dice Jed.

Incluso desde allí, en el borde de la plataforma, oigo la insistencia de los Condenados que aporrean las paredes que constituían nuestro santuario. Observo cómo Travis mira por encima del hombro y veo cómo el color desaparece de su rostro y todo su cuerpo tiembla.

Se me cierra la garganta cuando alarga una mano hacia la cuerda, cuando se agarra con fuerza con los dedos por segunda vez.

Harry me coge de los hombros, como si quisiera consolarme o protegerme o evitar que me desmaye, y me entran ganas de sacudírmelo de encima como si fuera una distracción innecesaria, como si fuera algo que me apartase de la tarea que tengo entre manos y que es centrar toda mi atención en Travis, como si, gracias a mi voluntad, fuera a conseguir acercarlo a nosotros.

Se tambalea y, al instante, empieza a deslizarse por la cuerda para cubrir el espacio, pataleando y retorciendo ambas piernas. Detrás de él, los Condenados emergen de la puerta del ático, abriéndose paso hacia el porche. Travis se muerde el labio y noto como si ambos contuviéramos la misma respiración.

Uno de los Condenados, una mujer joven pelirroja, alarga la mano hacia Travis mientras él se retuerce como un cebo. La mujer coloca un pie fuera del porche en su intento de atraparlo y sus manos se deslizan por las piernas de él y lo agarran de los pies, y de pronto, vemos que Travis queda agarrado de la cuerda con una sola mano.

La mujer Condenada empieza a estirarse, con la cara cada vez más cerca del pie de Travis. Ya puedo ver las gotas de sangre en los puntos en que sus uñas descarnadas se hunden en la piel de mi amado. Acerca la boca aún más. A Travis se le resbalan los dedos y varios se sueltan de la cuerda.

Sin darme cuenta doy un brinco y me acerco a la cuerda. Quiero gritar, pero el chillido se me queda atrapado en la garganta, me estrangula. La sangre empieza a gotear por las manos de la mujer Condenada y hace que se le resbale la zarpa, cosa que la obliga a duplicar sus esfuerzos.

Otro Condenado intenta acceder a Travis y también se cae del porche, pero al hacerlo arrastra a la mujer que había colgada de los pies de Travis. Con esa ligereza recién recuperada, Travis columpia el cuerpo hacia delante y se agarra con ambas piernas a la cuerda. Deja caer la cabeza un poco y sé que está mirando a la horda de Condenados, a una distancia apenas más grande que una brazada.

«¡Vamos!», quiero gritarle, pero de nuevo, me quedo callada. Noto que Jed y Harry corean en silencio la misma palabra.

Con una mano primero y después con la otra, Travis va avanzando hacia nosotros. El gemido de los Condenados nos envuelve, nos inunda a todos mientras la cuerda se comba debido a su peso, cosa que lo acerca todavía más a la muchedumbre que hay debajo de él.

Pienso que el barril que nos ha transportado a Argos y a mí pesaba demasiado. Seguro que hemos forzado los nudos o hemos sometido las fibras de la cuerda a más presión de la que podían aguantar.

El mundo resplandece demasiado en ese momento, la luz del día que se acaba me golpea en los ojos mientras observo cómo Travis se abre paso hacia la plataforma.

La cuerda se hunde un poco más, cede ante su peso, y de repente oigo un sonido nuevo. Un crepitar que indica que la soga vieja está empezando a deshilacharse.

Empiezo a caminar, pero las manos de Harry me sujetan.

—No podemos hacer nada —me dice mientras me zafo de su mano.

Me deslizo hacia el borde de la plataforma, arrastrándome sobre el estómago hasta que me asomo al vacío tanto como me atrevo.

—Travis —le llamo—. Travis, date prisa.

Sacude la cabeza, con las manos congeladas. Uno de los Condenados sale a trompicones del ático, aparece en el porche y se abalanza sobre él. Se desvía pero golpea la cuerda, que empieza a bambolearse mientras emite todavía más crujidos de las fibras.

Las cuerda se hunde todavía más, tanto que parece imposible. Los Condenados que hay debajo de Travis están enfebrecidos. Estiran los brazos hacia arriba y sus dedos parecen acercarse más y más a él con cada respiración.

—Travis, tienes que escucharme.

Vuelve a negar con la cabeza. Noto que las lágrimas ahogan mis palabras y me cierran la garganta.

—La cuerda se está rompiendo —me dice Jed en voz baja para que Travis no lo oiga—. No lo conseguirá.

—Mary, no deberías ver esto.

Es Harry, que habla también en voz baja, casi con un murmullo amable, mientras se acerca para ponerse de pie delante de mí.

—¡No, no voy a dejarlo solo!

Me pongo de pie y cojo la cuerda con las manos, como si así pudiera tirar de él, levantarlo y alejarlo de la muchedumbre que lo acecha abajo.

La cuerda tiembla entre mis dedos, las vibraciones de los saltos musculares de Travis se hacen eco por todos los hilos que la componen. Quiero cerrar los ojos y lanzarme hacia Travis, estar allí a su lado y arrastrarlo con mis propias manos.

Sin embargo, sé que sería inútil que fuera a buscarlo. La cuerda se rompería por culpa de la combinación de pesos y moriríamos los dos.

Me lo quedo mirando: se retuerce como un cebo cuando lo metes en el agua.

—Travis. —Mi voz sale como un rugido, no admite réplicas—. Travis, ¡tienes que escucharme! Olvídate de los Condenados, olvídate de la cuerda. Olvídate de todo menos de mi voz. Cierra los ojos y escucha mi voz.

No me obedece, así que golpeo la cuerda con los dedos.

—¡Hazlo! —chillo, con el volumen más alto que he emitido en mi vida.

Cierra los ojos inmediatamente.

—Ahora quiero que alargues la mano hacia mí y te agarres a la cuerda.

Observo cómo sus manos empiezan a moverse lentamente. Al principio se desplazan de forma casi imperceptible, pero después adquieren más confianza.

—Vamos, muy bien, sigue así. —Le doy aliento mientras desplaza la otra mano y la acerca a nosotros.

La cuerda empieza a balancearse con su movimiento, y bajo mis dedos noto que cede un poquito más cuando se deshilachan otras fibras, pierde tensión.

—Más rápido, Travis. Muévete un poco más rápido.

Ha empezado a sudar, pero asiente y al cabo de poco remonta el valle de la cuerda.

Los Condenados manifiestan su fervor cuando la sangre se le resbala por el tobillo, baja por la pantorrilla y le gotea desde la rodilla. Los gemidos son como una fuerza física que gira a nuestro alrededor, pero, aun con todo, Travis sigue acercándose.

Detrás de mí, percibo la tensión en Harry y en Jed mientras observan, mientras animan a Travis a avanzar con su respiración, temerosos de emitir en voz alta sus esperanzas y hacerle perder la concentración.

—¡Ayudadle! —les ordeno, y ellos se mueven como un solo hombre hasta el punto en el que la cuerda entra en la plataforma, y allí están cuando Travis se acerca lo suficiente para recogerlo.

Por fin, Travis está a salvo a nuestro lado del abismo y yo me derrumbo de tanto alivio.