XVII

Me despierto en medio del caos. Alguien grita, Cass chilla, Argos ladra. Desentumezco las piernas, intento levantarme y doy algunos pasos vacilantes hasta detenerme poco antes de llegar a la verja. Unos dedos fríos se resbalan sobre mi piel y suelto un chillido mientras caigo de espaldas, para quedar acurrucada en el centro del estrecho camino.

Cass protege a Jacob detrás de su cuerpo mientras señala hacia la aldea.

—Se acercan —dice, y entre la turbia niebla puedo ver a Harry de pie con las piernas extendidas, el hacha tensa entre las manos. Travis está de plantado detrás de él, con una rama gruesa a modo de arma. Argos se agacha y gruñe, preparado para atacar. La alambrada que recorre el camino a ambos lados se extiende como una torre protectora, la luz previa al amanecer se refleja en el entramado metálico y produce sombras sobre todos nosotros.

Oímos unos pasos que se arrastran hacia donde estamos, cada vez más próximos. Alargo el brazo y cojo de la mano a Cass, quien me responde apretando la mía con tanta fuerza que noto el choque de unos huesecillos contra otros.

—Deberíamos alejarnos más, buscar un lugar seguro —digo mientras tiro de ella—. A menos que sea la Veloz, podremos sacarles ventaja.

No obstante, antes de que nos dé tiempo de avanzar apenas, oigo que Harry grita y luego se echa a correr, soltando el hacha de entre los dedos. Travis lo sigue a trompicones y entonces, al doblar una curva del camino, veo dos figuras que se acercan a nosotros: un hombre y una mujer.

Harry coge a la mujer en brazos y en ese momento es cuando me doy cuenta de que son mi hermano y su esposa. Retrocedo a toda prisa por el camino hacia ellos y me detengo a unas cuantas brazadas de distancia de Harry y Travis, quienes rodean a su hermana y me impiden llegar hasta mi hermano.

Jed se aparta y me mira a la cara.

—Hola, Jed —le digo mientras me acerco a él como si el hijo pródigo fuera yo y no él.

Me fijo en que desvía la mirada un instante hacia la cinta anudada que todavía llevo colgando de la muñeca y después sus ojos buscan mi rostro. Por un momento tengo miedo de que no diga nada, pero entonces abre los brazos y por fin me veo abrazando a mi hermano, que ha estado tanto tiempo alejado de mi vida. No puedo evitar pensar en el vínculo de amistad que solíamos tener y en lo mucho que lo he echado de menos.

Retrocedo un paso y Jed desliza un brazo protector alrededor de su esposa. Ella se abriga los hombros todavía más con un chal empapado y mugriento, y apoya la cabeza sobre mi hermano, de modo que la melena castaña y rizado se le suelta de la diadema.

—El pueblo está destrozado —nos dice Jed.

Nos apretamos todo lo que podemos unos contra otros en el estrecho camino. Beth está en un extremo, reclinada sobre mi hermano, después van Harry y Travis, y por último Cass, Jacob y yo en el otro extremo de la fila. Las verjas se extienden como una costura a ambos lados de nosotros y hacen que me sienta atrapada, cosa que me obliga a respirar profundamente para mantener la calma.

—La mayoría de ellos se ha convertido —continúa Jed—. Ya no es seguro caminar a ras de suelo. —Tira de Beth hacia su cuerpo y con la mano libre le guía la cabeza para que la coloque sobre su hombro—. Aprovechamos la lluvia para venir a buscaros. Este camino era nuestra única esperanza.

Beth se estremece al oír sus palabras y siento como si el escalofrío se desplazara desde su cuerpo al mío.

—Pero ¿cómo es posible? —pregunta Harry—. Los Guardianes están entrenados para combatir esto.

La mandíbula de Jed se tensa.

—Los Guardianes están entrenados para reparar las verjas, para repeler el avance de unos Condenados lentos y sin reflejos. Pero fue la Veloz —nos dice—. La que lleva esa extraña prenda roja. Nos superó. Llegó demasiado rápido, mató a demasiados. Y entonces, los muertos empezaron a convertirse y, aunque eran lentos, eran muy numerosos. Fue demasiado para los Guardianes. Para todos nosotros.

—Pero ¿es que han dejado de luchar? —pregunta Harry.

Percibo la frustración que cae rodando desde sus hombros. Aprieta las manos como si buscara el hacha.

Jed se limita a bajar la cabeza hacia el pecho, roza con un beso tierno la frente de su esposa y las lágrimas empiezan a brotar por el rostro de ella.

Noto como si la respiración abandonase mi cuerpo; el estómago me arde al enterarme de la noticia de que esto es el fin. Nuestra aldea ya no existe. Es como si a todos nos hubieran colocado un enorme peso encima. Los hombros se nos hunden. Las piernas nos fallan.

Una centena de caras cruzan mi mente: profesores, amigos, Hermanas, Guardianes, vecinos… Todos se han vuelto Condenados. Los padres de Beth, Harry y Travis: fulminados. Cass no volverá a recibir el abrazo de su madre. Jacob no volverá a jugar con su hermana.

Pienso en lo que sentí cuando perdí primero a mi padre y después a mi madre. Recuerdo el dolor punzante. Y, por los rostros de quienes me rodean, sé que esa realidad está empezando a aposentarse, a ser asimilada por los demás.

Jacob es el único que parece no entenderlo, su expresión enigmática se pasea entre nosotros mientras alterna la mirada entre unos y otros.

A nuestro alrededor, los Condenados siguen gimiendo, siguen arañando y empujando las verjas. Harry se aclara la garganta, agarra a Jed del brazo.

—¿Estás seguro?

—No queda nada —es cuanto dice Jed—. No hay vuelta atrás.

Veo cómo se le tensa la mandíbula a mi hermano y percibo en él esa mirada que tan bien recuerdo de cuando éramos niños, cuando solía observar a los chicos mayores peleando y jugando a ser Guardianes. Sé que se pregunta si su presencia en la aldea habría cambiado en algo las cosas; si es un cobarde por haber escapado por la compuerta.

—Entonces el camino es nuestra única opción —dice Travis.

Nos mira a todos uno por uno, pero, sin querer, tengo la sensación de que su mirada se detiene en mí más que en el resto.

Los demás permanecemos en silencio hasta que Harry abre la boca.

—Tenemos un poco de comida que Mary y yo nos llevamos del pueblo. Y dos cantimploras de agua. Las cogimos cuando oímos las sirenas ayer por la mañana.

—Pero ¿será suficiente? —pregunta Cass.

Ha apretado la cabeza de Jacob contra su pecho y le ha tapado los oídos para que no oiga nuestra conversación.

—Hay víveres y armas en el camino —informa Jed. Su voz resulta tranquila y serena.

Harry es el primero en responder.

—¿Cómo? Pero ¿por qué…? No lo entiendo —dice al fin.

Jed respira hondo antes de decir:

—La Hermandad. Desde el principio, desde el Regreso, han instruido a los Guardianes para que aprovisionen el camino. Para mantener víveres de emergencia por si acaso se producía una invasión. Cabía la posibilidad de que ocurriera algo así. Que nos viéramos obligados a salir de la aldea. Los Guardianes estaban preparados para esa situación.

—Pero yo soy Guardián y no sabía nada de eso.

—Eres aprendiz de Guardián —contesta Jed.

Las mejillas de Harry se sonrojan.

—¡Mi padre era el jefe de los Guardianes y nunca me dijo nada de eso!

Los gritos de Harry agitan a los Condenados, que presionan contra la verja a ambos lados del camino, y provoca que sus gemidos se intensifiquen.

Harry levanta la mirada hacia mí con el pecho hinchado.

—Tú formaste parte de la Hermandad. ¿Sabías todo esto?

Sus ojos despiden fuego y doy un paso atrás.

—Las Hermanas tenían secretos —reconozco—. Y, al parecer, resulta que los Guardianes también.

No soy capaz de mirarlos a la cara mientras digo esto. Todos tenemos secretos.

Harry entierra los dedos en el pelo castaño; sus pómulos parecen todavía más marcados con la luz matutina.

—Teníamos prohibido entrar en este camino, y, a pesar de todo, ¿guardaban aquí provisiones? ¿Me lo habrían dicho en algún momento?

Jed se encoge de hombros.

—¿Qué importa eso ahora? —pregunta.

Harry se queda callado un momento.

—Entonces, ¿hacia dónde conduce el camino? Si sabes lo de las provisiones, ¿por qué no sabes adónde lleva?

—Porque a pesar de que me nombraron Guardián, no formaba parte de la Corporación. E incluso dudo si la Corporación lo sabía. Es la Hermandad la que tiene el conocimiento. Nosotros solo cumplimos su voluntad. —Jed se dirige a mí—: Aquí era donde estaba el día en que mamá se… contagió. Estaba por los caminos, comprobando las provisiones, asegurándome de que las verjas seguían en buen estado. Por eso no pude regresar antes de que ella se… convirtiera.

Mis pensamientos viajan al primer día que pasé con las Hermanas, al túnel escondido debajo de la Catedral que conducía al claro situado en el centro del Bosque. Pienso también en la reducida habitación en la que las hermanas encerraron a Gabrielle. Me pregunto una vez más qué podía haber detrás de todas las demás puertas pesadas, si el resto de ellas también escondían dormitorios o si algunas protegían otros túneles que conducían a otros caminos. Me pregunto si ahora mismo las Hermanas y los Guardianes encerrados en la Catedral habrán encontrado una escapatoria para salir del pueblo y habrán vuelto a empezar.

Si se habrán marchado dejando que todos los demás muramos.

—Las Hermanas y los Guardianes ya no importan. Lo importante —dice Jed interrumpiendo mis pensamientos— es que nosotros podemos sobrevivir en este camino. Por lo menos, durante un tiempo. Pero tenemos que empezar a movernos ahora mismo.

Harry todavía tiene el entrecejo fruncido. Distribuye las escasas bolsas de comida que tenemos, se inclina para recoger el hacha y después dice:

—Como soy el único que va armado, iré en primer lugar.

Llama a Argos para que lo acompañe y juntos echan a andar por el camino, con Cass y Jacob a poca distancia de ellos. Travis coge de la mano a Beth y camina a su lado, ambos sirviéndose de apoyo mutuo mientras intentan andar por el centro del camino para evitar las verjas, cada vez más próximas. Jed y yo nos quedamos rezagados.

Viajamos en silencio durante toda la mañana mientras nos abrimos camino por entre los arbustos y las ramas caídas de los árboles. Finalmente, Jed deja de andar y yo hago lo mismo. Los demás continúan recorriendo el sendero, trazan una curva que los separa de nosotros hasta que ya no podemos verlos y nos quedamos a solas. Jed parece inquieto, nervioso. Pasa el peso del cuerpo de un pie a otro como si no encontrara ninguna posición cómoda.

Por fin, empieza a hablar en voz baja:

—Mary, yo… —Titubea y observo que los músculos de su mandíbula se contraen. Las lágrimas empiezan a resbalarle por las mejillas, su cara se desfigura—. No sé qué hacer.

Nunca he visto llorar a mi hermano y mi corazón empieza a acelerarse. Doy un paso hacia delante para consolarlo pero él extiende una mano y me mantiene a cierta distancia.

—¿Qué pasa, Jed? —le pregunto—. ¿Algo va mal?

Se da la vuelta y mira la alambrada que tiene más cerca mientras menea la cabeza.

—Jed… —insisto.

—Se ha contagiado. Beth… —Las palabras se le atragantan. Se frota la cara con una mano, como si fuera lo único que pudiera hacer para que su cuerpo no se desmoronase.

Doy un tembloroso paso atrás para alejarme de Jed. Durante todo este tiempo ella ha estado entre nosotros. Durante todo este tiempo él no nos ha dicho nada.

—¡Tienes que matarla! —exclamo antes de pensármelo dos veces.

Estoy a punto de pedirle perdón cuando Jed cae de rodillas delante de mí. Me agarra de la falda, suplicante, y me quedo tan anonadada que no puedo hablar.

—No lo entiendes —me dice—. No sabes lo que pasó. Es un mordisco muy pequeño. No es nada. A lo mejor no está enferma… a lo mejor… —Se le quiebra la voz.

Me acuclillo delante de él para que quedemos frente a frente.

—Jed —le digo, intentando que mi voz suene suave y tranquilizadora—. Eres un Guardián. Sabes lo que significa un mordisco. Sabes lo que significa el contagio.

Asiente con la cabeza, pero no estoy segura de si mis palabras han penetrado de verdad en él.

Respiro hondo.

—Sabes que no hay esperanza.

—No puedo matar a mi mujer —me suplica con una voz ronca, indefensa, y cae desplomado sobre los talones.

Aporrea el suelo y ruge por la impotencia, lo que provoca que los Condenados, hasta ahora tranquilos, se levanten y se percaten de nuestra presencia. Oigo sus gemidos mientras empiezan a olfatearnos. El primero golpea la verja, a menos de dos brazadas de distancia de nosotros, y luego se le une otro y otro más.

Escucho un momento cómo hacen repiquetear la verja a nuestro alrededor y entonces sugiero:

—También puedes dejarla marchar. Puedes soltarla en el Bosque de Manos y Dientes.

Jed se echa a reír y el sonido de su risa resulta grave y amargo. Se me echa encima antes de que tenga tiempo de reaccionar, con los dedos alrededor de mi garganta, mientras me empuja furioso hacia atrás sin cesar. Se me enredan las piernas en la falda y me caigo contra la alambrada, noto sus barras de metal oxidadas clavándose a través de mi ropa.

—Ya lo entiendo, Mary. Es tu venganza, ¿verdad? —Su pelo negro le cae totalmente alocado sobre la cara. Aprieta los dientes—. Yo me pongo hecho una furia contra ti porque dejas que nuestra madre se convierta en uno de ellos y por eso ahora tú puedes ningunearme sugiriendo que mi mujer se convierta también en uno de ellos…

Noto los dedos de algunos Condenados en el pelo y aparto la cabeza de la verja mientras intento gritar, pero Jed impide que emita sonido alguno. Forcejeo contra él, pongo los ojos en blanco al notar el olor a muerte y podredumbre, y me siento desesperada. De repente, parece que se percata de lo que está haciendo, de lo que ha hecho, y deja caer las manos.

Me alejo de él de un empujón, me alejo de la verja, y voy dando traspiés por el camino mientras me agarro la piel de la garganta, que me ha dejado magullada. Poco a poco, recupero la respiración entre jadeos irregulares, las lágrimas me arden en los ojos y mi cuerpo se sacude por la rabia nacida del terror que acabo de experimentar.

Apenas he conseguido dar unos pasos cuando lo oigo.

—Mary, por favor. —Su voz ha perdido el punto agresivo—. Por favor, lo siento. Lo siento mucho.

Habla entre sollozos y me recuerda al niño pequeño con el que crecí. Me detengo pero no me doy la vuelta.

—No puedo perderla —me dice—. Si te hubieras enamorado alguna vez lo entenderías.

Me doy la vuelta como un resorte.

—¡No me hables de amor! —rujo—. ¡Ni se te ocurra volver a decirme lo que sé y lo que no sé sobre el amor! Tu situación no tiene que ver con el amor. Eres un Guardián. Matar a los Condenados es la labor para la que te has formado. Nos has puesto a todos en peligro al dejarla con vida. Ya conoces las reglas.

Se pasa una mano por la cara. Está sentado en medio del camino, con las rodillas dobladas, un brazo colocado alrededor de las piernas.

—A nuestro pueblo nunca le ha interesado el amor —dice con la mirada perdida en el Bosque—. Lo único que importaba eran los lazos de sangre, el preservar la especie y tener cuidado de no casarnos entre miembros de la misma familia. —Sacude una mano en dirección a los Condenados que arañan la verja—. Lo único que importaba era sobrevivir a ellos.

Pienso en Harry y en el edicto de la Hermanad de que yo debía casarme con él, y cruzo los brazos sobre el pecho.

—La Hermandad se equivoca —me dice—. Lo importante no es sobrevivir. Debería ser amar. Cuando conoces el amor… eso es lo que hace que la vida merezca la pena. Cuando vives con el amor a diario. Cuando te levantas con él, cuando te aferras a él durante la tormenta y después de una pesadilla. Cuando el amor es tu refugio de la muerte que nos rodea a todos y cuando te llena tan plenamente que no puedes expresarlo.

Se mece hacia delante y hacia atrás mientras las lágrimas descienden como dos ríos por su rostro. A nuestro alrededor, los Condenados continúan gimiendo.

Pienso en Travis. En cuando me dijo que iría a buscarme.

—Sé muy bien lo que es el amor —susurro, tanto para mí misma como para mi hermano.

Levanta la comisura de los labios, casi sonriendo.

—Es imposible que hayas experimentado el amor. —Estoy a punto de protestar cuando levanta una mano para detenerme y continúa—. Porque, si lo hubieras hecho, no me estarías pidiendo que matara a mi esposa como si fuera algo fácil de decidir. Te darías cuenta de que no se puede dejar escapar el amor así como así. Y te darías cuenta de que, por encima de todo, jamás se puede aniquilar al amor. Jamás.

Doy un paso hacia delante, pero continúo mostrando cautela ante este hombre herido, temerosa de que pueda decir algo que no le guste y vuelva a despertar su ira. Estoy dividida entre el miedo hacia él y el deseo desesperado de consolarlo.

—Jed, no te queda otra opción —le digo—. Supone un riesgo para todos nosotros.

Es como si no me oyese, no me comprendiese.

—Solo quería pasar otro día más con ella —suplica—. Un día para olvidar. Para fingir que no existe la infección, que no existe esa cosa que llamamos los Condenados. Un día para guardar su recuerdo para siempre.

—Pero el contagio…

—Es un mordisco muy pequeño, Mary —me dice, y repliega la cara mientras dice estas palabras—. Le quedan por lo menos dos días más, si no son tres. —Su voz se vuelve lúgubre—. La infección se va extendiendo lentamente por su cuerpo. Si algo he aprendido durante mis años de Guardián es cómo se convierten los vivos en Condenados. Conozco bien los síntomas. Sé en qué me tengo que fijar. —Traga saliva—. Todavía le queda tiempo.

Dejo que mi mirada se pierda en el Bosque. No puedo imaginarme a Beth convertida en una de ellos. Convertida en una Condenada.

—Por favor, Mary. Deja que pase este día y esta noche con mi esposa. Si conoces lo que es el amor, tienes que entender lo mucho que esto significa para mí.

Asiento antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo. Se acerca apresurado hacia mí y me rodea con sus brazos. Sin embargo, yo sigo dándole vueltas a lo que acaba de decir sobre el amor. Incluso cuando él ya corre por el camino para reunirse con los demás, para reunirse con su mujer.

Entierro la cara en las manos, con las palabras de Jed martilleando en mi cabeza. La culpabilidad me corre por las venas y me pregunto si alguna vez he amado de verdad a Travis, puesto que me he permitido perder la confianza en él. Puesto que me he unido a Harry. Mi traición se hunde con fuerza en mi piel.