El camino que nace junto a la puerta es lo bastante ancho para que los cuatro podamos colocarnos en una sola fila (Harry y yo, Travis y Cass), aunque de vez en cuando nuestros hombros se tocan mientras contemplamos cómo se levanta la niebla y asimilamos plenamente el caos que reina en nuestro pueblo.
La característica más curiosa de una invasión de Condenados es que no hay víctimas fallecidas en el suelo; todos se levantan y se suman a las filas del enemigo o acaban devorados. Veo a amigos y vecinos que caen derribados uno detrás de otro, pero al instante regresan y, a su vez, derriban a más a amigos y vecinos.
Me hallo entre Harry y Travis. Al otro lado de Harry está Cass. Detrás de nosotros, Jacob se ha quedado en el suelo, agazapado como un ovillo, con los brazos alrededor de las rodillas. Oigo cómo sacude el cuerpo mientras intenta contener los sollozos por todos los medios. Argos se acerca a Jacob cada cierto tiempo, se agacha y le lame la cara. Pero Jacob no se da cuenta, así que Argos regresa junto a nosotros y me coloca el hocico en la mano mientras gimotea.
A mi lado, noto que Travis se mueve y la piel de sus nudillos me roza la mano. Extiendo los dedos como respuesta y entrelazamos los meñiques. Tira de mi mano hacia la suya y yo me balanceo, aliviada. Olvido los pensamientos que se habían colado en mis sueños la noche anterior: que Travis no había ido a buscarme; que nunca le había importado; que no me deseaba.
Acaricia con el dedo pulgar el pulso de mi muñeca y entonces noto cómo se le tensa el cuerpo. Con los dedos resigue la cuerda que continúa atada a mí, ahora ya deshilachada y sucia. Es la cinta que nos unió a Harry y a mí la noche anterior.
La mano de Travis se desliza hasta separarse de la mía. Percibo su ausencia igual que si hubiera perdido una extremidad. Desesperado, el fantasma de su presencia todavía me ronda.
Quiero volverme hacia él, hablar con él. Pero no puedo hacer que las palabras salgan de mi boca con Harry tan cerca de mí. Con nuestro pueblo muriendo ante nosotros.
—¿Creéis que deberíamos ir a ayudarlos? —pregunta Harry.
Por el rabillo del ojo veo que su mano aprieta y afloja la empuñadura del hacha que encontró en la cabaña. Su voz está inundada por la misma indefensión que sentimos todos.
Ninguno de los cuatro se mueve. En lugar de eso, nos limitamos a quedarnos de pie observando lo que pasa. Incapaces de comprender bien lo que ocurre, de asimilar que el mundo que habíamos conocido hasta ahora se está desmoronando.
Supongo que era inevitable que ocurriera una cosa así, pero, aun con todo, ninguno de nosotros creía que fuera a pasar jamás. Nunca llegamos a plantearnos de verdad que pudiera ocurrir. Por supuesto, sabíamos que se habían producido algunas incursiones, y siempre habíamos vivido con la amenaza de los Condenados. Pero el Regreso se produjo hace varias generaciones. Íbamos sobreviviendo. Nuestro pueblo es un testimonio de la vida constantemente asediada por la amenaza de la muerte.
Y ahora todo eso se ha esfumado. Todas las personas que conocíamos, el único lugar en el que habíamos vivido, todas nuestras posesiones… todo ha terminado.
En poco tiempo, los muertos se arrastran por la aldea y, uno a uno, empiezan a acercarse a la verja. Como si nosotros fuésemos los últimos ejemplares vivos que les quedasen por devorar. Conforme avanza el día, vemos desde nuestra posición cómo los Condenados se van congregando al otro lado, observamos cómo empujan contra la alambrada. Escuchamos con atención los gritos de los supervivientes mientras intentan en vano vencer a sus atacantes, mientras luchan desde las plataformas con el fin de reconquistar el pueblo.
Empiezo a reconocer a quienes se aferran con uñas y dientes a las verjas. Algunos de ellos son (eran) mis vecinos. Eran mis amigos y compañeros de clase. Otros eran sus padres. Las manchas de sangre de su ropa todavía no se han secado; en algunos casos, la sangre les gotea de la boca.
Me pregunto qué será de quienes continúan en las plataformas, luchando contra estos Condenados recién convertidos. Me pregunto si se han dado cuenta de que, al subir las escaleras de mano invadidos por el pánico, no han hecho más que incrementar el caos, no han hecho más que multiplicar las víctimas que los Condenados pueden contagiar. No han hecho más que crear más enemigos… cientos de enemigos.
Al cabo de un rato la estampa resulta demasiado insoportable para Cass, de modo que se aparta de nuestro grupo, se acerca a Jacob, quien sigue tumbado en el suelo igual que si estuviera en coma, y lo coloca sobre su regazo. Oigo que le canta una nana y tararea en las estrofas cuyas palabras ha olvidado.
En cierto modo, oír su voz sirve de leve consuelo. Alivia tener un recordatorio de que puede existir la normalidad. Aunque sea mientras todos los demás aspectos de nuestro mundo se desmoronan.
—Me preocupa el cerrojo de la puerta metálica —dice Harry en el momento en que el sol empieza a deslizarse por el horizonte al caer la tarde—. Su finalidad no era contener a los Condenados. Solo tenía que servir para cerrar este camino.
Siento un escalofrío al mirar el seguro metálico, que es todo lo que nos protege de la horda hambrienta. Miro a ambos lados de la verja, observo que aquí el camino es ancho, pero se estrecha conforme se aleja del pueblo.
La malla metálica de la alambrada está enrojecida por el óxido y las parras de uva se entrelazan en ella. Como el camino queda fuera de los límites de la aldea, las verjas de esta parte no han recibido mantenimiento, y me pregunto cuántos Condenados empujando harían falta para derribarlas.
—Deberíamos adentrarnos un poco más en el camino —dice Travis—. Lo suficiente para que dejen de interesarse por nosotros y vuelvan a entrar en la aldea. Para que dejen de sacudir la verja. Tal vez… —Se detiene y entonces parece recuperar la voz—. Tal vez por la noche consigan reducirlos, tal vez recuperen el control del pueblo. —Nadie responde a su atisbo de esperanza, así que se siente medio obligado a añadir—: Por lo menos deberíamos darles el margen de la noche; ver qué aspecto tiene todo por la mañana.
Harry asiente, con la mano todavía aferrada al hacha y los hombros tensos.
Yo no digo nada. No puedo confiar en mis emociones, en el cosquilleo que vibra por mis brazos y piernas. Me doy la vuelta y miro el sendero, mientras los demás siguen concentrados en la portezuela y la atención de Cass está fija en Jacob. Doy unos cuantos pasos más, a caballo entre el miedo y la exaltación.
El camino está lleno de maleza y las zarzas se me enredan en la falda, de modo que tengo que luchar contra ellas a cada paso.
A mi espalda oigo a Travis y a Harry discutiendo acerca de la comida y las armas. Debatiendo si el pueblo será capaz de controlar la invasión o si el camino es nuestra única esperanza.
En silencio, empiezo a alejarme del poblado. Tomo la distancia suficiente para dejar de ser la víctima en potencia de los Condenados agolpados contra la puerta. Cuando el camino se estrecha, extiendo los brazos cuan largos son y casi rozo las barras de la verja con las yemas de los dedos. Aquí el Bosque está despejado, sin Condenados, y por un momento imagino que me llega el sonido de un pájaro piando en la distancia.
Al final, tomo una decisión: les daré el margen de la noche para ver si los aldeanos controlan la invasión. Pero después, recorreré este camino. Sola, si hace falta.
En algún momento de la noche empieza a llover. Siguiendo el consejo de Travis, hemos desplazado nuestro grupo camino adentro, y en este punto el sendero es tan estrecho que no podemos abrazarnos todos juntos para resguardarnos del frío y la humedad. Travis y Harry están sentados el uno delante del otro, con Harry más próximo a la compuerta, pues es el único que va armado.
Yo estoy sentada en el otro extremo de la fila india, y Argos descansa la cabeza en mi rodilla mientras le acaricio las orejas y hundo la mano en su suave pelaje. Cass se halla entre los chicos y nosotros, con Jacob acurrucado en tensión sobre su regazo. Tiene el pelo revuelto, se le ha salido de la trenza y ha creado un halo alrededor de su rostro que destaca en la oscuridad. Jacob lleva un buen rato sumido en un sueño agitado, pero Cass continúa meciéndolo y canturreando una nana, para consolarse ella tanto como para consolarlo a él.
Travis y Harry no dejan de cuchichear. Entre susurros, Travis inclina la cabeza rubia hacia la de Harry, más oscura. Intentan decidir qué debemos hacer a continuación. La lluvia impide que los Condenados sean capaces de olfatearnos (el aire cargado de agua diluye nuestro olor). Algunos de ellos se han alejado del otro lado de la verja para adentrarse de nuevo en el Bosque. Recibimos con alivio esa pausa entre el crepitar de sus gemidos, aunque, cuando el viento cambia de dirección, siguen llegándonos todavía los últimos espasmos de la batalla que se está librando en el pueblo, justo donde termina el camino.
Los Condenados son un enemigo tenaz que no duerme nunca. Sé que los aldeanos deben aprovechar la lluvia para intentar tomar ventaja, ahora que el olor a carne humana ha quedado amortiguado por la humedad del aire y resulta más difícil de distinguir para los Condenados.
De vez en cuando, Harry o Travis levantan la voz y los Condenados se remueven en el Bosque. Cada vez que lo hacen, Cass les indica que bajen el tono y, en una ocasión, cuando uno de los Condenados desliza sus dedos agarrotados por la verja justo detrás de ella y unas volutas oxidadas caen al suelo, mi amiga empieza a gimotear.
Desearía abrazarla, pero el espacio que tenemos es demasiado reducido, nuestros cuerpos se encuentran en posiciones muy extrañas, y además ella tiene a Jacob en el regazo.
—El Bosque tiene un final, Cass —le digo para intentar animarla—. Hay un mundo Exterior… Hay algo más ahí fuera.
—¿Y qué? —contesta con la voz temblorosa.
—¿No quieres saber lo que hay al otro lado? —le pregunto—. ¿No quieres ver el océano? ¿Saber qué más existe? ¿Encontrar un lugar que no esté contaminado por todo esto?
Sacudo los brazos mientras un escuálido Condenado araña la verja, pero la noche es tan cerrada que dudo que Cass pueda ver mi gesto.
—Tú siempre has soñado con el océano, Mary, pero yo no.
Se queda callada un momento y de pronto noto una mano en la mejilla. Me aparto, pues no me lo esperaba, pero ella mantiene sus dedos fríos contra mi piel. La lluvia le ha arrugado las yemas.
—Es nuestra única oportunidad de salvarnos —le digo—. La única forma de que Jacob tenga una opción en la vida.
—Nuestro sitio está en el pueblo. El sitio de Jacob está con sus padres —contesta.
Me entran ganas de sacudirla, pero, en lugar de eso, mantengo los dedos hundidos en el pelaje de Argos.
—¿No lo ves? Todo ha cambiado —le digo—. Puede que los padres de Jacob no hayan sobrevivido. Nada volverá a ser igual.
Aparta la mano de mi mejilla y me tapa con ella la boca.
—No quiero oír esas cosas —dice, con la voz serena y seria—. ¿Es que no ves que creer que el pueblo se ha destruido es dar por supuesto que todas las personas que conocemos han muerto? No pienso perder la confianza en ellos tan rápido. Y tú tampoco deberías hacerlo.
Su mano resbala por mi mejilla. Oigo cómo vuelve a colocar bien al niño sobre su regazo, y Jacob emite un gemido pero luego vuelve a sumirse en su sueño agitado. La lluvia es ahora muy fina. Otro Condenado se ha unido al primero en la verja, junto a nosotros, animado por los gruñidos. La oscuridad me impide ver, pero los oigo rascando contra el metal. Oigo su desesperación.
Me pregunto a quién pertenecían esas manos. Cuántas de esas manos acariciaron en otro tiempo la cabeza de un niño enfermo, cuántas tocaron los labios del ser amado, cuantas se unieron para rezar. Me pregunto si alguna de esas manos pertenecerá a mi madre.
—Adentrarnos en el camino será la muerte de todos nosotros, Mary —me dice Cass—. Eres una egoísta, porque quieres sacrificarnos a cambio de perseguir tus quimeras.
Sus palabras se hacen eco y resuenan en mi cuerpo. Por un momento, me imagino regresando al pueblo para ayudar a contener la invasión. Me imagino volviendo a la cabaña con Harry y continuando con nuestras vidas, terminando la ceremonia, engendrando sus hijos en lugar de los de Travis.
Intentando estar satisfecha.
—Cass —susurro. El agua me resbala por la cara y se me mete en la boca—. Ya estamos muertos. Estamos rodeados de muerte todos los días. Y nos arrastramos por nuestras vidas igual que ellos se arrastran por las suyas. Es inevitable que la muerte invada nuestras vidas en algún momento, igual que invadió nuestro pueblo esta mañana. No formamos parte de ningún ciclo vital, Cass.
No me responde. En otra época le habría contado a Cass todo lo que sé sobre Gabrielle. Habría compartido con ella mis miedos a que las Hermanas fueran quienes hubiesen provocado la destrucción de todos nosotros. Le habría dicho a Cass que tenía pruebas de que existía un mundo más allá del Bosque.
Sin embargo, en lugar de decirlo, permanezco en silencio. Escudriño la oscuridad, intentando vislumbrar el camino que se aleja del pueblo. El lugar del que provenía Gabrielle. Coloco la mano contra la tierra mojada y me pregunto si Gabrielle se detuvo aquí un momento justo antes de entrar en la aldea. Me pregunto qué la llevaría a recorrer ese camino y si emprendió la marcha sola o si tenía acompañantes que murieron o que la abandonaron durante el trayecto.
Quiero contarle a Cass la historia de Gabrielle, para que pueda sentir la misma esperanza que yo siento. Pero temo que Cass no haga más que pronunciar en voz alta los miedos que se cuelan por mis pensamientos: que la historia de Gabrielle no es una historia de esperanza, y que ninguno de nosotros podemos aspirar a un final feliz.
Tiro de los nudos de la cuerda del Enlace que me cuelga de la muñeca, los retuerzo, busco los cabos, intento soltarlos. Pero están muy apretados.
Quiero saber por qué Travis y Cass ya no llevan la cinta del Enlace. Si alguna vez llegaron a ponérsela. Las normas de la Ceremonia de los Sacramentos indican que, una vez que los desposados quedan unidos por la cinta, no pueden deshacer su Enlace hasta que se complete la ceremonia de los votos definitiva. Hasta que estén unidos ante los ojos de Dios… unidos espiritualmente de modo que los lazos físicos ya no sean necesarios.
Sé que es razonable pensar que, igual que Harry y yo, Cass y Travis también cortaron el cordel para poder escapar con más facilidad de la invasión. Sin embargo, el pensamiento, la mera idea de que puede que jamás hayan llegado a estar enlazados me carcome por dentro. La idea de que tal vez rechazaron la ceremonia de la hermana Tabitha, o de que uno de los dos pudiera haber cortado la cinta durante la noche me hierve por las venas.
Subo las rodillas hasta acercarlas al pecho y coloco la frente contra la tela mojada de mi falda. A continuación cierro los ojos con fuerza. Tengo la impresión de que va a explotarme el corazón cuando me pregunto si Travis y Cass llegaron a celebrar el Enlace. Cuando me pregunto si he malgastado la última oportunidad que Travis y yo teníamos de estar juntos porque no lo esperé hasta el final.
Porque elegí Enlazarme con Harry. Porque perdí la esperanza en Travis. En el amor.
Me entran ganas de llorar y reír al mismo tiempo, pero, en lugar de hacerlo, aprieto los dientes.
Intento no dejar que la idea del mundo exterior se me cuele por las venas. Pero no puedo evitarlo. A punto de conciliar el sueño, cuando mis pensamientos dejan de pertenecerme y están controlados por su propia voluntad, el sonido del océano viene a mí: el susurro de las hojas de los cien mil árboles que me rodean, meciéndose con el viento como las olas que chocan por encima de mi cabeza, que me empujan hacia abajo, que bambolean mi cuerpo como si ya no necesitara los huesos.
Todas las noches me ahogo y todas las mañanas me despierto luchando por seguir respirando.