IX

Repiqueteo con los dedos encima del escritorio que hay en mi habitación, debajo de la ventana. Estoy impaciente. No puedo dejar de dar golpecitos contra el suelo con los pies. Tengo la mirada fija en la verja metálica y busco el rastro de mi madre. Hacer esto es lo único que ha conseguido que aparte mi mente de la Intrusa, Gabrielle, y que deje de maquinar formas de escaparme para encontrarla.

Tras nuestro reciente encontronazo, sé que la hermana Tabitha me vigila continuamente y, aun con todo, soy incapaz de quedarme quieta, no puedo poner fin a mi curiosidad. En un intento de burlar su vigilancia, me he deslizado por la ventana y he bajado al cementerio para quedarme plantada debajo de la habitación de Gabrielle, con la esperanza de que se me ocurra una manera de trepar los dos pisos que la separan del suelo y colarme dentro. Sin embargo, la ventana siempre está a oscuras, las cortinas totalmente opacas.

Desde aquel primer día en el que se puso de pie junto a la ventana con ese extraño chaleco rojo no he vuelto a verla, y empiezo a preocuparme porque temo que no se encuentre bien. De todas formas, sé que sigue aquí en la Catedral. Lo noto en la manera en que las Hermanas cuchichean entre ellas y controlan sin cesar a todos los no iniciados en el sanctasanctórum. El ambiente es tenso, igual que una cuerda tirante.

He cometido más de una imprudencia en mi intento de hablar con Gabrielle y sé que estoy tentando la ira de la hermana Tabitha, que me castigará si se entera. Pero no puedo evitarlo. Es como una fijación. Ahora que ya no tengo permitido ver a Travis, Gabrielle es lo único en lo que puedo pensar.

He decidido que merece la pena enfrentarme a la hermana Tabitha y a los Condenados si por lo menos puedo descubrir qué se esconde más allá del Bosque.

Unos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos. Es una Hermana más joven que viene a buscarme para que vaya a ver a la hermana Tabitha. Me conduce una vez más al Santuario, en el corazón de la Catedral, y desde allí hacia otra ala que está prohibida salvo para las Hermanas de la élite.

Me pregunto si ha llegado mi hora. Si estos peldaños serán los últimos que suba jamás. Si finalmente van a hacerme pagar por mi curiosidad, mi tozudez y mi imprudencia. Me pregunto si le suplicaré a la hermana Tabitha que me perdone cuando me conduzca otra vez por el túnel hacia la antigua bodega y me abandone en el Bosque.

Sin embargo, la hermana Tabitha no está sola cuando entro en su despacho, en el que la brillante luz del sol me ciega los ojos, pues entra a bocajarro por tres grandes ventanales que dan al pueblo. Con ella está Harry, con los brazos estirados a ambos lados del cuerpo y los puños apretados. De repente pienso: «Travis ha muerto». Me dijeron que había empeorado y aquí está su hermano, con esa expresión solemne y triste. Estoy a punto de caer de rodillas.

—Tengo noticias que darte —me dice la hermana Tabitha, y me limito a hacer un gesto afirmativo con la cabeza porque mis cuerdas vocales están disolviéndose por culpa de unas lágrimas ácidas—. Harry ha pedido tu mano, Mary —me informa.

Vuelvo la cabeza para mirar cara a cara a Harry. Noto cómo mis cejas se juntan en una mezcla de conmoción y rabia. No puedo creer que esto sea verdad. ¿Por qué iba a pedir mi mano ahora si no lo hizo antes, cuando podría haber tenido algún sentido y cuando yo le habría dicho que sí de corazón? ¿Por qué no lo hizo cuando yo no conocía el amor y podría haber sido feliz con la admiración y la aceptación?

—Pero la Hermandad… —me faltan las palabras. No puede pasarme esto.

—Le he dado mi bendición. Y tu hermano Jed también —afirma la hermana Tabitha—. Haces más falta ahí fuera como esposa y madre que aquí dentro como Hermana. —Sus ojos afilados me penetran—. Las dos sabemos que no tienes madera para la Hermandad.

El mundo da vueltas a mi alrededor y no tengo nada a lo que aferrarme para detenerlo. En lo único en lo que puedo pensar es en Travis y en la sensación de apretar mi cuerpo contra el suyo aquella noche. ¿Cómo voy a poder vivir con su hermano después de eso?

—Os casaréis en la Ceremonia de los Sacramentos en primavera —continúa—. Junto a Travis y Cassandra —añade, como si no supiera que esas palabras me rompen el corazón.

—Mis obligaciones hacia Dios… —empiezo a decir, aunque no creo en Dios.

—Se completarán si cumples Su voluntad y te aseguras de que nuestro pueblo sobreviva otra generación —termina la Hermana.

Se refiere a que tenga hijos con Harry. Se me hace un nudo en el estómago al pensarlo. Recuerdo la estampa de su mano cogiendo la mía bajo el agua el día en que mi madre se contagió. Pienso en la impresión que me causó su piel, blanda, pálida y poco atractiva.

Abro la boca, preparada para rechazar este cortejo. Pero entonces me doy cuenta de que, si lo hago, ataré mi destino a la Hermandad para siempre, me condenaré a una vida dentro de estos muros, al servicio de Dios y de la hermana Tabitha.

Mis pensamientos se agolpan e intento decidir qué opción es mejor, qué destino es más acertado: la vida como esposa de Harry o la vida como Hermana. Ninguna de las dos opciones me acercará a Travis.

—¿Os gustaría que os dejara un momento a solas a los dos para hablar? —nos pregunta.

Miro a Harry, sin importarme que el dolor, la rabia y la desolación irradien de mi cuerpo. Él me devuelve la mirada, con una expresión cálida y las manos abiertas, sin rastro de los puños anteriores. Parece que quiere inclinarse hacia delante, dar un paso para acercarse a mí. Noto los músculos tensos y me estremezco como respuesta.

Me sorprende que todavía no me haya puesto a gruñir como si fuera un animal herido acorralado por una jauría de perros. Empieza a levantar la mano; no sé, y tampoco me importa, si lo hace para indicarme que me acerque o para rechazarme. Noto cómo todo mi cuerpo se aparta de él, pone espacio físico entre nosotros sin dar siquiera un paso.

Sus ojos se vuelven más duros, más profundos, y niega con la cabeza.

—No —contesta.

Entonces se marcha y las Hermanas me acompañan de vuelta a mi habitación, donde me derrumbo y empiezo a llorar. Me tiro del pelo y me golpeo con los puños en los muslos, y luego me tiro al suelo delante del fuego casi apagado.

En el pasado, la vida con Harry habría sido aceptable. En el pasado, las historias de mi madre eran solo fantasías y mi mundo era soleado y cálido, y estaba lleno de cariño y amistad. Pero no había nada emocionante. No existía el concepto de la vida más allá de la aldea. Antes podría haberme encaprichado de Travis, pero no era más que un deseo infantil que habría borrado fácilmente con la satisfacción de que Harry hubiera pedido mi mano.

Pero ahora todo eso ha cambiado. Tanto mi madre como mi padre están Condenados, Travis está malherido, Cass está ausente, a Jed le importo tan poco que ni siquiera se digna a hablar conmigo cuando va a rezar a la Catedral.

Y hay vida fuera del Bosque.

Oigo los gemidos de los Condenados. El sonido se propaga por la nieve sucia y deslucida y llega a mi ventana. Vuelvo a pensar en lo poco complicada que es su vida, mucho más sencilla que la nuestra. Me pregunto por qué luchamos contra esto, por qué nos hemos rebelado contra estos seres durante tanto tiempo en lugar de aceptar nuestro destino.

Sin que me importen ya las consecuencias, me escabullo de mi habitación, recorro el pasillo y subo las escaleras hacia el lugar donde tienen encerrada a la Intrusa. Estoy a punto de apartar de un empujón a alguien que se entromete en mi camino cuando me doy cuenta de quién es: Cassandra.

Viene de la antigua habitación de Travis.

—¿Cass? —pregunto—. ¿Qué haces aquí?

Extiendo los brazos para darle un abrazo y ella me corresponde, pero sus brazos están flácidos y quedan sueltos alrededor de mi cuerpo. Hace semanas que no nos vemos, meses desde la última vez que pasamos un rato juntas como amigas, igual que solíamos hacer antes de que mi madre se volviera una Condenada. Por primera vez me doy cuenta de que nos hemos alejado una barbaridad y de que he echado mucho de menos su amistad, he echado de menos tener a alguien a quien confiarle mis miedos, mi dolor y mi confusión.

Ella es la primera en deshacer el abrazo y, a continuación, cierra la puerta que tiene detrás hasta que se oye el clic, con lo que elimina la única fuente de iluminación del estrecho distribuidor.

—He venido a ver a Travis —me dice.

Se me atasca la respiración en la garganta, y los pensamientos sobre la Intrusa se ven eclipsados de repente.

—¿Está bien? ¿Han vuelto a traerlo a esta planta?

Ella asiente, se atusa la larga trenza rubia y se muerde el labio con los dientes superiores.

—Mary, ahora Travis es mío. Igual que Harry es tuyo.

—Pero… —Quiero decirle que se equivoca, porque Travis me ama a mí y siempre será mío.

Aunque por supuesto, eso no es cierto. Travis nunca ha sido mío. Incluso durante aquellas largas noches en las que rezábamos juntos, yo sabía que Travis pertenecía a otra persona. Siempre ha sido de Cass. Del mismo modo que ahora yo pertenezco a Harry.

Se suelta la trenza y coloca una mano sobre mi brazo. Tengo que concentrarme para no estremecerme.

—Déjalo en paz, Mary —me dice con los dedos clavados en mi piel—. Él no te seguiría a ninguna parte, y tampoco puede hacerlo. Simplemente, no puede.

—Pero…

—¿Sabes una cosa?, me he enamorado de Harry. Durante estas últimas semanas, cuando el sufrimiento por Travis me superaba. —Mira por encima de mi hombro, como si estuviera en otro lugar, en vez de en un pasillo estrecho dentro de las profundidades de la Catedral—. Hemos pasado mucho tiempo juntos. Muchas veces me ha cogido de la mano. Estaba segura de que iba a pedirme en matrimonio. —Vuelve a tocarse la trenza—. Estaba segurísima de que me amaba. —Su mirada aterriza en mí, punzante y desconfiada—. Pero entonces pidió tu mano en lugar de la mía.

Infinidad de pensamientos giran en mi mente.

—Creía que Travis te estaba cortejando. Creía que había pedido tu mano en la Celebración de la Cosecha. —Recuerdo todas las veces que Cass visitó a Travis, todas las veces que se arrodilló junto a su cama y lo consoló, todas esas veces en que yo interpreté su dedicación como amor y posesión—. ¿Cómo iba Harry a pedir tu mano si ya estabas comprometida?

Inclina la cabeza hacia un lado y me mira como si hiciera siglos que no me veía.

—La hermana Tabitha me dio la opción de interrumpir el cortejo —me cuenta—. No estábamos seguros de que Travis pudiera sobrevivir a la infección e, incluso si lo hacía, las Hermanas daban por hecho que quedaría lisiado y, por lo tanto, no sería un buen marido, capaz de mantener físicamente a su esposa. Fui a visitarlo por lealtad y amistad. Igual que tú.

Por supuesto, era lógico que Cass fuera a ver a Travis en un momento de necesidad como ese, tanto si estaban juntos como si no. Todos nos conocemos desde que nacimos, hemos crecido juntos, casi como si fuésemos de la misma familia.

—Entonces, ¿qué pasó? —le pregunto.

Sus ojos se endurecen.

—Harry pidió tu mano en lugar de la mía.

—Pero ¿por qué? —Mi voz suena hueca, desesperada.

Un músculo se tensa en la mandíbula de Cass. Poco a poco, se encoge de hombros, a la vez que inclina la cabeza hacia uno de ellos.

—No tiene por qué ser así —le digo.

Nunca he visto a Cass de esta forma: tan seria, decidida y sombría.

—Es así —me contesta.

—Pero si tú amas a Harry y yo… —Me detengo, pero ambas sabemos lo que estoy a punto de decir.

—Tú amas a Travis —termina la frase en mi lugar.

Lo único que puedo hacer es permanecer en silencio, con las manos colgando a los lados. Dejo caer la cabeza. No es la primera vez en el día de hoy que me fallan las piernas y me siento vacía por dentro. ¿Cómo puede haberse torcido todo tanto y tan rápido?

—Lo siento —susurro al fin.

—Ya sé que no pudiste evitarlo —me dice mientras me coloca una mano sobre el brazo—. Del mismo modo que yo no pude evitar enamorarme de Harry.

No puedo mirarla a los ojos, no puedo dejar que vea mi duda. Porque sé que sí podría haberlo evitado. Nunca dejé de alimentar mi deseo por Travis, ni siquiera cuando vi a Cass con él y contemplé cómo lloraba junto a su lecho. Todo este tiempo yo he sabido que estaban comprometidos. Sabía que estaba tentando a Travis a faltar a su palabra, a rechazar a mi mejor amiga para estar conmigo, y sabía que él me quería lo suficiente para hacer justamente eso.

Coloco la mano sobre la suya, pero ella la aparta; su piel fría se desliza bajo mi palma.

—Es que no comprendo por qué no podemos cambiarlo. Si no es así como tendrían que ser las cosas, si no es esto lo que queremos…

—Harry pidió tu mano, Mary —me dice entre dientes—. Él ya ha elegido. Te ha preferido a ti en lugar de a mí. Y si lo que quiere es que me case con Travis, entonces es lo que haré.

Cass muestra tanto fervor en su aseveración que me da miedo. Siempre ha sido una chica despreocupada, una persona feliz que apartaba las preocupaciones y los problemas.

—Pero todavía estamos a tiempo de cambiar las cosas, Cass. —Me inclino hacia ella—. Hablaré con Harry, le diré que no quiero estar con él…

Rápida como una serpiente, alarga la mano, me agarra del hombro, me empuja hacia su cuerpo hasta que nuestras caras están a punto de tocarse. En la penumbra del distribuidor, ella no es más que un conjunto de sombras, sus cejas juntas formando un gesto feroz.

—Ni se te ocurra hacer algo semejante. Ni se te ocurra romperle el corazón así.

—Pero las cosas no tienen por qué ser de esta manera. Si yo quiero estar con Travis…

Vuelve a impedirme que continúe hablando sacudiéndome el hombro, empujándome contra la pared del distribuidor.

—Si le rompes el corazón a Harry, te prometo que nunca dejaré libre a Travis. Te quedarás sola. Volverán a mandarte con las Hermanas. —Hace una pausa, como si me leyera la mente—. Y no creo que Travis me rechace para estar contigo. Nunca le haría algo así a su propio hermano. Debes asimilar que todo lo que pudo haber sentido en otro momento se ha esfumado ahora que Harry ha pedido oficialmente tu mano. Ahora que vas a ser la esposa de su hermano.

Sus palabras me perforan el cuerpo. Nunca la había visto así, tan amarga, tan hiriente y combativa.

—Cass, ¿es que no lo ves? No amas a Travis. ¡Y él no te ama a ti!

Estoy siendo dura y cruel, pero debe enfrentarse a la verdad.

Me mira como si no entendiera lo que digo y se echa a reír.

—El matrimonio no tiene que ver con el amor, Mary —me contesta, igual que un maestro que adoctrina a su alumno—. Tiene que ver con la responsabilidad, el compromiso y el cuidado. Aquí no estamos hablando de amor.

Meneo la cabeza negándome a creerla.

—Pero has dicho que amabas a Harry y aun así estás dispuesta a renunciar a él. ¿Por qué?

Una vez más, se encoge de hombros.

—Hago lo que es mejor para él. Y para el pueblo. Así es como tiene que ser, Mary. Y así es como será.

Tengo ganas de sacudirla con fuerza, de hacerla entrar en razón. Suena exactamente igual que la hermana Tabitha, es como si no entendiera las cosas que está decidiendo por todos nosotros. Ahora me doy cuenta de lo fuerte que es la influencia de la Hermandad, de lo mucho que nos han atado con sus creencias.

Abro la boca para continuar discutiendo con Cass, pero la mirada que me dirige, la ferocidad que expresa, es demasiado inquietante. Por primera vez en mi vida, mi mejor amiga me aterroriza.

Sin embargo, tiene razón. Aunque yo rechace a Harry, Travis nunca pedirá mi mano en su lugar. Nunca le provocaría semejante vergüenza y sufrimiento a su hermano. Es como si alguien hubiera cerrado de un portazo todas las puertas de mi vida, como si alguien hubiera barrado todas las ventanas hasta dejarme únicamente un camino por el que puedo continuar. Mi elección está entre Harry y la Hermandad.

Así pues, dejo caer los hombros abatida y me rindo.

—De acuerdo —le digo.

Asiente con la cabeza una vez y entonces dice:

—Debes olvidarte de Travis hoy mismo. Aquí y ahora.

Una protesta se fragua en mis labios, pero sus ojos me asustan y me obligan a callar. Me pregunto si alguna vez volveremos a ser amigas o si este será el fin de nuestra relación. Claro que siempre continuaremos siendo cordiales (el pueblo es demasiado pequeño para guardar enemistades), pero ¿volveremos a abrirnos plenamente la una a la otra igual que hacíamos antes?

De repente, me siento como si me fallase el suelo, como si se hubiese barrido de un plumazo todo lo que me quedaba y necesitase algo para sujetarme y no caer al vacío. Veo pasar mi vida al vuelo, con Cass siempre a mi lado, escuchando mis historias y riendo conmigo mientras compartíamos nuestras vidas. Los recuerdos de nuestra amistad me llenan y las lágrimas anegan mis ojos. Necesito a Cass ahora; no puedo perder este último vínculo con todo lo que he sido.

—Prométeme… prométeme que seguiremos siendo amigas —le pido—; que seguiremos estando ahí la una para la otra.

Sonríe, un retazo de la antigua Cass, con el aroma de los rayos de sol flotando de nuevo en el ambiente.

—Sí —contesta.

Y lo único en lo que puedo pensar es en que ojalá fuera tan sencillo, a la vez que recuerdo que todas las veces que ha venido a la Catedral ha sido para ver a otra persona, nunca a mí.

Desvío la mirada hacia el pasillo, más allá de la habitación de Travis, hacia donde tenían encerrada a la Intrusa. La puerta está abierta apenas una rendija, un hilillo de luz se cuela por ella. Me abro paso empujando a Cass, corro hasta la habitación, pero está vacía, no hay sábanas en la cama ni ninguna otra pista de que haya tenido algún ocupante en los últimos tiempos. Tendría que habérmelo imaginado. La ventana lleva varios días a oscuras.

Cass permanece en el pasillo, detrás de mí, claramente confundida. Sin embargo, en lugar de explicarle nada, camino hasta la ventana e inclino la cabeza el ángulo necesario para ver unas huellas dactilares, las marcas de sus dedos perfectamente visibles. Me acerco todavía más y mi respiración empapa el cristal, y entonces, de repente, unas palabras aparecen en el vaho que se forma.

«Gabrielle —leo, seguido de una serie de letras—: XIV». Aparte de este eco, no hay ni una sola prueba más de que la muchacha haya existido. Repaso las letras con mis dedos, borrándolas a conciencia.

—¿Qué has visto? —me pregunta Cass, que se ha acercado a mí.

—¿Alguna vez te has planteado si el Bosque tiene fin? —le pregunto.

Ya se lo he preguntado otras veces y ya sé cuál será su respuesta.

Suelta una risilla y vuelve a ser la de siempre:

—¡Ay, Mary! Nunca vas a abandonar tus fantasías, ¿verdad? —comenta—. ¿Sabes?, como la del océano…

Sonrío tímidamente. Sigo sintiéndome incómoda junto a mi amiga. Sigo teniéndole miedo.

—Supongo que no —le contesto.

Pero si el Bosque no tiene fin, entonces, ¿de dónde venía Gabrielle?

Aunque estoy comprometida, continúo viviendo con las Hermanas en la Catedral. La hermana Tabitha me explica que mi hermano no desea acogerme en su casa debido al delicado estado de salud de su esposa durante el embarazo. Pero una parte de mí se pregunta si no es más que un pretexto y si tal vez la hermana Tabitha prefiere tenerme cerca para controlarme; para ver si he calmado mi sed de respuestas.

No lo he hecho. A lo largo de la semana siguiente, busco excusas para entrar en todas las habitaciones de la Catedral. No hay ni rastro de Gabrielle. Es como si no hubiera existido jamás.