Han pasado tres días y estoy desesperada. No he oído ni una sola palabra sobre el Intruso, ni una sola mención a él. Al final, frustrada, voy a ver a Travis, pero la hermana Tabitha está en el pasillo, justo delante de su puerta, y me dice que ha vuelto a subirle la fiebre y lo han trasladado a otro dormitorio, en el que no permiten que tenga visitas por miedo a que no sea capaz de combatir otra infección. No me dejarán que lo vea hasta que estén seguras de que se ha recuperado.
—No podemos dejar que él y tú seáis los culpables de que todos enfermemos este invierno, Mary —me dice.
Miro por encima de su hombro hacia la habitación vacía de Travis.
—¿Dónde está? —pregunto.
Creo que tengo derecho a saberlo.
—Está en buenas manos —me contesta—. Además, no es asunto tuyo. —Me mira por debajo de la nariz, achinando los ojos—. Mary. —Su voz es firme, autoritaria. Hace una pausa y se lleva un dedo a la boca, como si intentara decidir qué va a decirme a continuación—. Mary, haces demasiadas preguntas, y esa manía puede ser peligrosa. ¿Qué crees que nos ha abocado a la situación actual? ¿Qué crees que ocasionó el Regreso y atrajo a los Condenados?
Respiro sin tomar apenas aire. Incluso antes de que me llevara al claro del Bosque, ya tenía miedo de la hermana Tabitha, la más anciana, la dirigente de la Hermandad.
—Yo…, yo… —tartamudeo—. Creía que no sabíamos qué había provocado el Regreso.
Una vez más, me pregunto qué otros conocimientos poseerán las Hermanas que el resto de aldeanos ignoramos. Al fin y al cabo, ellas han sido la única constante desde el Regreso, o eso nos han contado. Ellas han sido la fuerza motriz del pueblo; las que fundaron el cuerpo de los Guardianes y la razón por la cual todavía existimos y seguimos todos vivos.
Suya es la palabra de Dios, que no puede ser puesta en duda. Ellas son quienes nos adoctrinan en el colegio, quienes nos inculcan que somos lo único que queda en el Universo, y que la época del Regreso pertenece al pasado y no tiene importancia en nuestro nuevo mundo. Ellas son quienes nos enseñan que no debemos cuestionarnos sus aseveraciones, ni nuestra supervivencia después del Regreso, ni el nuevo mundo que han construido para nosotros.
La hermana Tabitha sonríe de una forma que supongo que podría usar una madre para perdonar a un hijo fantasioso.
—Sabemos más que suficiente.
Me agarra de los brazos y me empuja a la antigua habitación de Travis con ella. Me sujeta con firmeza pero no me hace daño. Me conduce hacia la ventana, hasta que quedamos las dos delante del cristal, mirando hacia la verja que marca la frontera entre el pueblo y el Bosque.
—Puede que la causa exacta del Regreso esté cubierta de misterio, pero lo que sí sabemos es que ellos intentaron engañar a Dios. Intentaron engañar a la muerte. Intentaron cambiar Su voluntad. —Extiende la mano y señala el Bosque. Como siempre, los Condenados empujan el entramado metálico de la verja—. Esto es lo que pasa cuando uno va en contra de la voluntad de Dios. Este es Su castigo. Esta es nuestra penitencia.
Habla con increíble autoridad y fervor. Ha cerrado la mano en un puño apretado y golpea con él el alféizar de la ventana para dar más énfasis a su argumento.
—Debes recordar, Mary, que ahora vives para Dios. Todos vivimos para Dios. Lo único que nos permite sobrevivir es Su gracia. —Se dirige a mí con una expresión feroz, casi frenética—. Recuerda de dónde venimos, Mary. De dónde venimos todos nosotros. No surgimos del Jardín del Edén, sino de las cenizas del Regreso. Somos supervivientes. —Me agarra otra vez por los hombros y me zarandea—. Tenemos que seguir sobreviviendo. Y no dejaré que nada ponga en peligro eso.
Cuando la miro a los ojos, entiendo que no dudaría ni un momento en sacrificarme y entregarme al Bosque si eso significase salvar este pueblo, o simplemente salvar su puesto dentro de él. Es una fanática, está embargada por la pasión de Dios. Por primera vez, comprendo el mundo en el que vivo. No me refiero al mundo que está siempre amenazado, el mundo al borde del colapso, que vive bajo el peso constante del Bosque. Me refiero al mundo que hay más allá, el que rigen la Hermandad y su obligación de protegernos y conservarnos.
Cuando interiorizo esto es cuando de verdad asimilo nuestra fragilidad.
La hermana Tabitha espera que yo diga algo, pero no sé qué decirle. No sé cómo responder. Seguro que entiende lo que por fin acabo de descubrir: que nunca encajaré aquí plenamente. Ni como hermana, ni como esposa, ni como aldeana.
Puede que la Hermandad posea el conocimiento y el poder, pero la hermana Tabitha ha dejado claro que esas cosas nunca estarán a mi alcance. Para ella, no soy de fiar porque no llegué a la Hermandad por voluntad propia y porque hago demasiadas preguntas y busco demasiadas respuestas.
Nunca seré admitida dentro de la élite, nunca me contarán sus secretos: por qué tienen un túnel que se adentra en el Bosque y para qué se utilizan las habitaciones que nacen en ese túnel. Mis obligaciones en el seno de la Hermandad nunca serán más que atender a los enfermos, limpiar el Santuario, leer las Escrituras y rezar por nuestras almas.
Mi vida nunca me pertenecerá.
Es una revelación aterradora, tanto que lo único que deseo es tener cerca a mi madre, correr hacia ella y enterrarme en sus brazos, en su seguridad.
Pero ahora mi madre forma parte del mundo al que se refiere la hermana Tabitha. Forma parte de aquello contra lo que luchamos a diario.
Como si me leyera el pensamiento, dice:
—Debes encontrar tu lugar aquí dentro. Debes entregarte a Dios y dejar de buscar algo más. —Se abalanza sobre mí mientras me dice esas palabras, de modo que me veo obligada a inclinarme hacia atrás para apartarme de su aliento caliente cuando dice—: Crees que quieres respuestas a tus preguntas, pero en el fondo no las quieres. Y no las tendrás. Porque es nuestra obligación jurada como Hermanas el asegurarnos de que esas preguntas no se enuncien siquiera. Debes comprenderlo: no hay respuestas a tu alcance.
Coloca uno de sus largos dedos sobre mi mejilla y su uña áspera se me hinca en la piel.
—¡Serás nuestra perdición si sigues por ese camino! Lo noto, lo veo dentro de ti.
Una chispa de alarma se enciende en mi interior. Sus palabras resuenan como un eco dentro de mi cabeza, que yo seré la perdición del pueblo. Es como una pieza del puzle que finalmente se coloca en su lugar, la comprensión repentina de por qué la hermana Tabitha me ha vigilado tan de cerca, por qué no me permite ni siquiera salir de la Catedral.
—¿Qué queréis que haga? —susurro.
Pienso en Cass y en sus trenzas rubias, y en cómo huele a rayos de sol y en cómo sollozó encima de Travis cuando él estaba malherido. No puedo ser su perdición, no puedo acabar con tanta dulzura y luminosidad.
—¡Deja de buscar respuestas para preguntas que no deberías siquiera formular! Abraza tu vida en la Hermandad. ¿Por qué crees que este pueblo ha sobrevivido cuando el resto del mundo perecía? ¿Por qué crees que hemos vivido tantos años sin sufrir una sola invasión? ¿Por qué crees que estamos a salvo de los Condenados? Es porque no tentamos a la ira divina. No tentamos a los Condenados. No corremos riesgos absurdos, sino que nos dedicamos a Dios y a los demás.
Su rostro está muy cerca del mío, con los ojos muy abiertos y blancos.
—Hemos sobrevivido porque la Hermandad ha hecho todo lo que era necesario. Mantenemos el orden dentro del pueblo. —Mira hacia la ventana, perdiendo la vista en el interminable paisaje del Bosque—. Imagínate esta aldea sin disciplina. —Vuelve a golpear el alféizar con la mano—. Imagínate a las personas saltándose los votos y juramentos. Robándose los unos a los otros. Así era el mundo antes del Regreso. Y mira el resultado.
Pasea la mano en dirección al Bosque y después se da la vuelta, con los ojos puestos otra vez en mí.
—Por eso debes dejar en paz a Travis. He visto el modo en que lo deseas. Pero no es para ti.
Todo se desmorona a mi alrededor, me tiemblan las rodillas y apenas son capaces de soportar mi peso. No sé qué decir o cómo responder, así que asiento, pues el dolor que siento dentro es demasiado intenso. Me está pidiendo que abandone lo único que me queda.
Me agarra otra vez por los hombros, con sus dedos huesudos clavándose a través de la túnica.
—Cuando salgas de esta habitación, reconducirás tu vida al servicio de la Hermandad y de este pueblo. Te dedicarás a todas las personas que viven aquí y a perpetuar nuestra supervivencia. ¡Te arrepentirás!
Su cuerpo se estremece cuando toma aire, con los dedos aún apretados y los músculos tensos. Da un paso atrás para alejarse de mí y se queda mirando por la ventana. Durante un instante, creo ver dolor en el reflejo de su rostro en el cristal, en la pesada piel que le recubre el cráneo.
—Sé que puedo sonar dura, Mary —me dice, con la voz repentinamente calmada, comedida—. Que las normas de la Hermandad son duras. Pero ¿qué sería de este pueblo sin disciplina? ¿Sin normas y personas que obligaran a cumplirlas?
Coloca la palma de la mano sobre el cristal con los dedos extendidos, y me percato de que está temblando, aunque muy ligeramente.
—La Hermandad soporta una carga sagrada. La soportamos nosotras para que no tengan que soportarla los demás habitantes. Para que podamos olvidar lo que había antes, para que podamos sanar, renacer sin el peso de nuestros pecados, cometidos antes del Regreso.
Me arde el cuerpo por dentro: todo este tiempo hemos permanecido en la oscuridad y las Hermanas lo sabían.
—¿Por qué guardáis tantos secretos? —le pregunto—. ¿Por qué no confiáis en nosotros?
Vuelve la cara hacia mí y por un instante sus ojos me penetran, como si su mirada retrocediera en el tiempo, dentro de sí misma. Como si recordara. Veo un resquicio de sonrisa en sus ojos, las arrugas de su antigua risa se dibujan de nuevo un segundo.
Empiezo a darme cuenta de que tal vez la esté forzando demasiado. Tal vez la esté provocando tanto que al final me arrojará al Bosque para evitar que desvele las cosas de las que acabo de enterarme: que la Hermandad nos esconde secretos a todos. Doy un paso atrás, pero su voz me detiene.
—Tu madre solía contarte historias sobre la vida antes del Regreso —me dice—. Pero ¿acaso te habló alguna vez del asesinato? ¿Del dolor y la angustia? ¿De la herejía y la hipocresía? ¿Te habló de las guerras, la traición y el egoísmo? ¿De las personas que permitían que otros seres humanos murieran de hambre y frío en la calle mientras ellas tenían calor y comida? Incluso durante el Regreso, cuando luchábamos por mantener viva a la humanidad, las personas se atacaban las unas a las otras, se hacían daño, ¡se robaban!
»Por eso estamos aquí, así es como sobrevivimos: aislándonos y poniendo límites. Dejando que el resto de la humanidad pereciera. Aquí todo el mundo recibe alimento. Todo el mundo tiene un techo y está seguro, y recibe amor y cuidados. Nosotras lo hacemos posible, Mary. Es la Hermandad la que ha traído el cielo a este infierno. Las personas siempre quieren que se confíe en ellas, pero ¡mira a lo que las lleva la confianza! Yo he confiado en ti y mira cómo te escabulles entre los pasillos por las noches cuando crees que no me doy cuenta. Mira cómo te saltas las normas cuando te conviene.
»Aunque eso signifique hacer daño a tu amiga. Deseas ardientemente a Travis, lo tientas a pesar de que sabes que está comprometido con Cass. Antepones tus propios deseos a los de tu amiga, a los de tu comunidad y a los de Dios.
Hace una pausa, parece que se recompone un momento antes de continuar:
—Crees que deseas sentir amor, Mary. Crees que el amor es ese bello don que no hace nada más que llenarte y hacerte sentir pletórica. Pero te equivocas. El amor puede ser cruel y horrible. Puede volverse oscuro y ocasionar el dolor más profundo. Mira lo que ha hecho con tus padres. —Se lleva una mano al pecho como si se aferrara al mismo corazón—. ¿Es que no comprendes que la vida en este pueblo no tiene que ver con el amor sino con el compromiso?
Doy otro paso atrás, con las manos puestas sobre la boca. Me ruborizo. Todo este tiempo la hermana estaba al corriente de lo que había entre Travis y yo.
—¿Cómo sabéis todo eso? —le pregunto.
Pienso en todas las noches en que me he escabullido por la Catedral hasta la habitación de Travis. En todas las veces que he creído que estaba sola, que había escapado del escrutinio de la hermana Tabitha. Pero lo único que hacía ella era ponerme a prueba. Ver hasta dónde estaba dispuesta a traicionar su confianza en mí y la lealtad a mí misma.
Al principio creo que no va a responderme.
—La vida no es fácil —me dice al fin— cuando se es una de las salvaguardas del conocimiento de la Hermandad. Es mucho más sencillo vivir en la ignorancia, como tú. ¿Es que no ves que intento salvarte? ¿Que intento evitarte el sufrimiento y la angustia? Por eso debes arrepentirte. Porque, si no lo haces, eliminarás las opciones que me quedan para tratar contigo. Y si desaparecen las opciones, ya sabes cuál será tu destino.
Mi corazón palpita con fuerza mientras pienso en el túnel subterráneo que hay debajo de la Catedral y en el claro del Bosque, de modo que asiento. La hermana Tabitha me retira un mechón de pelo de la cara, y deja la mano apoyada en mi mejilla como solía hacerlo mi madre.
—Estoy intentando mantenerte a salvo, pero debes ayudarme. Ahora veo que no basta con tenerte atrapada aquí dentro en la Catedral. A lo mejor me equivoqué al apartarte del pueblo. El voto de soledad ha terminado. Puedes salir del edificio. Pero recuerda que siempre tendré los ojos puestos en ti.
Mantiene la mirada fija en la mía de tal modo que me resulta imposible apartarla. Y entonces se da la vuelta, su larga túnica negra empieza a arrastrarse por el suelo, y me deja sola junto a la ventana, después de cerrar la puerta tras de sí. Me quedo a solas con la estampa del Bosque.
Fuera, la nieve blanca y virgen cubre los árboles y la verja metálica, extendiendo un manto sobre los Condenados. El día es claro y despejado, el sol se refleja en los cristales helados. Es uno de esos días en los que es imposible comprender por qué existe tanta belleza en un mundo que no contiene nada más que fealdad.
El contraste es tan grande que resulta casi insoportable.
Me arrastro hasta llegar a la cama y me arrodillo como solía hacerlo cuando Travis estaba allí. Presiono la cara contra su almohada, intentando oler su fragancia, intentando recordar. Es la prueba para convencerme de si realmente puedo renunciar a él.
Sé que nunca lo haré. Ni siquiera para salvarlo. Soy demasiado egoísta.
Antes de ser consciente de lo que hago, empiezo a aporrear la almohada, a arrancar las sábanas de la cama, con un gruñido ronco atascado en la garganta. Estoy a punto de aumentar el grado de destrucción cuando oigo que alguien llama suavemente.
Me quedo petrificada.
Vuelven a llamar. El repiqueteo no proviene de la puerta, sino de la pared. Me subo a gatas en la cama y coloco la oreja contra el muro. Con un dedo, doy un golpecito para devolver el saludo.
—¿Hola? —pregunto en voz baja.
Parte de mí se pregunta si será una trampa ideada por la hermana Tabitha para tentarme, para probar si me he tomado en serio sus palabras.
—¿Quién hay ahí? —oigo desde el otro lado.
—Mary —respondo—. ¿Quién eres tú?
—Me llamo Gabrielle —contesta—. Entré por la puerta metálica. ¿Dónde estoy?
—Estás en la Catedral —le informo.
Mi corazón late desbocado. Me gustaría decirle a esta chica que está a salvo; sin embargo, ya no estoy del todo segura. Tengo infinidad de preguntas que hacerle, pero sé que la hermana Tabitha volverá en cualquier momento, y si me pilla así, me mandará directa al Bosque.
A pesar de eso, hay una cosa que debo saber sin falta.
—¿Estás bien? ¿Te…? —me cuesta decir esas palabras—. ¿Te mordieron? ¿Te contagiaron?
Tengo que saber si consiguió llegar a la aldea sin que le hicieran daño; si el camino es seguro.
Mi respiración sobresaltada resuena tanto en mis oídos que apenas oigo su respuesta.
—No —me dice—. Estoy bien. No estoy Contagiada.
Dejo caer la frente contra la pared en cuanto lo oigo, y el alivio empieza a invadirme por un motivo que no soy capaz de identificar ni de explicar.
Abro la boca. Estoy a punto de preguntarle de dónde viene, si existe un mundo más allá del Bosque y cómo es ese mundo, si hay otros pueblos allá fuera y si son seguros. ¿Ha visto alguna vez el océano y sabe por qué estamos todos aquí? ¿Por qué ocurrió esto y por qué estamos atrapados en este lugar?
Pero antes de poder decir nada, noto cómo las lágrimas corren por mis mejillas y luego oigo un ruido en el distribuidor. Me bajo de la cama en un abrir y cerrar de ojos y recojo entre los brazos las sábanas que acabo de arrancar del colchón. Corro hacia la puerta para que, cuando se abra, la hermana Tabitha no sepa que estaba apostada contra la pared, hablando con la chica de la otra habitación.
Me escabullo rápidamente y voy a la lavandería, donde permito que el vapor de las cubas de agua hirviendo se impregne en mi cuerpo y me deje la piel brillante, para que nadie sepa que lo que me cubría las mejillas hace un momento eran lágrimas y no sudor.
Cuando termino de eliminar el olor de Travis que quedaba en las sábanas, me deslizo bajo mi grueso abrigo y me pongo los guantes antes de salir al exterior para perderme por el cementerio, encaminándome hacia la línea de la alambrada. En las profundidades del invierno, la soledad está garantizada en este punto; ningún vecino del pueblo se atreve a alejarse demasiado del calor del hogar, ni siquiera para honrar a sus muertos.
Aquí yacen mis antepasados, todos excepto mi padre y mi madre, cuyas muertes no están marcadas por ninguna lápida porque son dos Condenados.
Vuelvo la cabeza por encima del hombro hacia la Catedral, preguntándome si conseguiré ver a Gabrielle junto a la ventana a pesar de la creciente oscuridad.
Allí está, de pie entre las cortinas. Me detengo y levanto la mirada hacia ella, hasta que nuestros ojos se encuentran. Me quedo sin respiración: es como contemplar mi reflejo en el agua. La misma edad, el mismo pelo oscuro, los mismos interrogantes en los ojos. Da la impresión de que ella es un poco más alta y más esbelta que yo. Y lleva un chaleco de un color rojo tan brillante y tan artificial que me resulta extraño y casi me hace daño a la vista. Levanta la mano y la coloca contra la ventana, con la palma extendida sobre el cristal. Yo también levanto la mano y empiezo a caminar hacia ella, pero entonces veo que se da la vuelta y mira por encima del hombro, y al cabo de un instante corre las cortinas y desaparece.
Me alejo correteando y agacho la cabeza detrás de un ángel de piedra, por miedo a que me pillen mirando hacia el cuarto de la Intrusa, cuando es evidente que su presencia debía mantenerse en secreto. Cuando estoy segura de que las sombras del ocaso camuflarán mis movimientos, camino hasta la puerta que protege la ruta hacia el Exterior. Me percato de que la nieve está blanda e intacta. No hay prueba alguna de que una Intrusa haya atravesado esa compuerta hace apenas unas noches. Nada que pueda dar pistas de que hay una Intrusa entre nosotros.
Rodeo la parte de viviendas, apretando los brazos contra los laterales del cuerpo para entrar en calor, y me encamino hacia la colina del pueblo. Trepo hasta la torre de vigilancia, aunque los maderos están resbaladizos por el hielo. Cuando alcanzo el punto más alto del pueblo, miro hacia lo lejos, hacia el Bosque. Me esfuerzo por ver si consigo encontrar el final, adivinar dónde empieza el resto del mundo.
Pero lo único que veo es la oscuridad.
Toda mi vida ha girado en torno al mundo que hay al otro lado de la valla protectora, en torno al Bosque. Por supuesto, en ocasiones me he preguntado si hay algo más después del Bosque, si algún elemento más sobrevivió al Regreso, e incluso si las historias de mi madre eran ciertas y antes del Regreso existía todo un mundo. Ni siquiera nos han contado si hay otra alambrada en el lado opuesto de la extensión de árboles: si existe el final de todo esto. ¿Somos simplemente la yema de un huevo, cuya clara es el Bosque, y cuya cáscara es otra alambrada protectora? ¿O es que el Bosque se extiende hasta el infinito, moteado únicamente por algunos Condenados? Una parte de mí se imaginaba que no podía haber nada más en nuestro mundo aparte del Bosque.
El Bosque y los Condenados.
A menudo he pensado en el océano y en el mundo Exterior. Pero nunca se me había ocurrido salir para averiguar cómo era. Dejar este pueblo y la única vida que conozco. De niños, nos cuentan que no hay nada más allá de las verjas por lo que merezca la pena vivir. Que el mundo terminó con el Regreso y que nosotros somos el último bastión que queda.
No obstante, está claro que no lo somos. Gabrielle es la prueba. Aunque el suelo esté cubierto de nieve y yo me encuentre en la torre de la colina, azotada por el viento, no tengo frío. Estoy demasiado emocionada para sentir frío. Hay pruebas de que existe vida más allá de nuestras fronteras. Y no puedo evitar preguntarme cómo modificará esto nuestras vidas.
Existe un mundo allá fuera, donde termina el nuestro. Y ahora formamos parte de ese mundo. Es aterrador y magnífico a la vez.