AL EXCMO. SEÑOR
DON JUAN VALERA
Aunque diga el refrán: «¿Quién es tu enemigo? —El de tu oficio», y aunque usted y yo tenemos el oficio de escribir novelas, llevamos ya cinco lustros de querernos entrañablemente, y así hemos de comparecer a la presencia de Dios, por muchas más novelas que escribamos en lo que nos resta de vida. Somos, pues, dos hermanos ejemplares, bien que usted el mayor en edad, saber y gobierno (sobre todo en saber; que en lo demás allá nos vamos, por desdicha), y a título de tal hermano dedico a usted, señor don Juan, estas inocentes historietas nacionales, harto necesitadas, para volver a presentarse en público, de que las ampare y patrocine el insigne autor de Doña Luz y de Pepita Jiménez.
Las escribí, como usted sabe, entre los veinte y los veinticinco años de edad, y ya que no otro mérito, tienen el de haber sido las primeras de su índole y forma publicadas en España; razón por la cual les tengo algún cariño de padre o, por mejor decir, de abuelo. Acéptelas usted, no sólo en señal de mi afición a su persona y de mi admiración a su talento, sino también como signo rememorativo, que decíamos en las antiguas aulas, de lo mucho que agradecí su generosa epístola cuando publiqué El Niño de la Bola; epístola que, dicho sea con perdón, me interesó y conmovió infinitamente más que cuanto por aquel entonces se dijo de mí en letras de imprenta.
Adiós, señor don Juan. Abraza a usted con toda el alma su mejor amigo,
DON PEDRO.