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En el «camerino» del habisferio, Rachel Sexton se sentía como un astronauta después de haberse metido en uno de los trajes Mark IX de supervivencia en microclima de la Nasa. El mono negro, de una sola pieza y con capucha, parecía un equipo de buceo hinchable. La tela de doble pliegue y adaptable al cuerpo estaba dividida por canales poco profundos por los que circulaba un denso gel que ayudaba a regular la temperatura corporal de quien lo vestía tanto en entornos fríos como calurosos.

Mientras Rachel se colocaba la apretada capucha sobre la cabeza, sus ojos se toparon con el director de la NASA. Parecía un silencioso centinela en la puerta, obviamente disgustado con la necesidad de llevar a cabo esa pequeña misión.

Norah Mangor no dejaba de murmurar obscenidades mientras se aseguraba de que los demás se vistieran.

—Aquí tienes una talla extra-rechoncho —dijo, tirándole a Corky su traje.

Tolland ya casi había terminado de ponerse el suyo.

En cuanto Rachel hubo cerrado la cremallera del traje, Norah conectó la llave de paso del traje de Rachel a un tubo que serpenteaba desde un cilindro con aspecto de una gran bombona de buceo.

—Inspire —le dijo Norah, abriendo la válvula.

Rachel oyó un siseo y notó que le inyectaban gel en el traje. La espuma adaptable se expandió y el traje se comprimió sobre su cuerpo, apretando la capa de la ropa interior. La sensación le recordó a la de meter la mano bajo el agua con un guante de goma. A medida que la capucha se inflaba alrededor de su cabeza, empezó a presionarle los oídos, con lo que todo lo oía amortiguado. «Estoy en un capullo».

—Lo mejor del Mark IX —dijo Norah— es el relleno. Podéis caeros de culo y no sentir nada.

Rachel lo creyó. Se sentía como si estuviera atrapada dentro de un colchón.

Norah le dio luego una serie de herramientas: un hacha de hielo y mosquetones, que colgó del cinturón que le rodeaba la cintura.

—¿Y todo esto —preguntó Rachel, mirando el equipo— sólo para recorrer cien metros?

Norah entrecerró los ojos.

—¿Quiere o no quiere venir?

Tolland dedicó a Rachel una tranquilizadora inclinación de cabeza.

—Norah sólo pretende ser cauta.

Visiblemente divertido, Corky se conectó a la bombona e infló su traje.

—Tengo la sensación de haberme puesto un condón gigante.

Norah soltó un gimoteo de fastidio.

—Como si fueras a darte cuenta de que lo llevas, virgencillo.

Tolland se sentó al lado de Rachel. Sonrió débilmente mientras ella se calzaba las pesadas botas con sus crampones.

—¿Está segura de que quiere venir?

Había en sus ojos una preocupación protectora a la que Rachel no pudo resistirse.

Ella esperaba que la decidida inclinación de cabeza con la que respondió ocultara su creciente inquietud. «Doscientos metros… muy cerca».

—Y usted que creía que sólo podía encontrar grandes emociones en alta mar.

Tolland se rio por lo bajo, hablando mientras se ponía sus propios crampones.

—He decidido que me gusta mucho más el agua líquida que esta sustancia helada.

—Yo nunca he sido una gran fan de ninguna de las dos —dijo Rachel—. De niña me caí en el hielo. Desde entonces el agua me pone nerviosa.

Tolland la miró con ojos compasivos.

—Lo siento. Cuando esto termine tiene que venir a verme al Goya. Haré que cambie de parecer sobre el agua. Se lo prometo.

La invitación la sorprendió. El Goya era el barco de investigación de Tolland, famoso tanto por su papel en Mares asombrosos como por su reputación como una de las embarcaciones más extrañas del océano. Aunque a Rachel una visita al Goya le resultaba inquietante, sabía que le sería difícil desaprovechar una oportunidad así.

—En este momento está anclado a treinta kilómetros de la costa de Nueva Jersey —dijo Tolland, peleándose con los cierres de sus crampones.

—Parece un lugar inverosímil.

—En absoluto. El litoral Atlántico es un lugar increíble. Estábamos preparándonos para grabar un nuevo documental cuando recibí una llamada de lo más inoportuna del Presidente.

Rachel se echó a reír.

—Grabando un documental sobre qué.

—Sphyrna mokarran y megaplumas.

Rachel frunció el ceño.

—Me alegro de haber preguntado.

Tolland terminó de fijar sus crampones y levantó la mirada.

—En serio, estaré grabando ahí fuera un par de semanas. Washington no está tan lejos de la costa de Jersey. Venga cuando regrese a casa. No tiene sentido pasar el resto de su vida teniéndole miedo al agua. Mi tripulación la recibirá con una alfombra roja.

La voz de Norah Mangor tronó.

—¿Salimos o queréis que os traiga unas velas y champán?