Las cuatro puertas de la ciudad

Toda ciudad tiene sus puertas, que no es necesario que sean de piedra. Tampoco es necesario que haya soldados ni centinelas apostados ante ellas. Al principio, cuando las ciudades eran joyas en un mundo oscuro y misterioso, solían ser redondas y tenían muros protectores. Para entrar había que cruzar puertas, y la recompensa era un lugar donde refugiarse de los bosques y mares abrumadores, de la cruel y agotadora extensión de verdes, blancos y azules —salvajes y libres— que se detenían en los muros de la ciudad.

Con el tiempo las murallas aumentaron de altura y las puertas de tamaño, hasta que sencillamente desaparecieron y fueron reemplazadas por barreras, más sutiles que la piedra, las cuales rodeaban las ciudades como coronas y contenían su espíritu. Algunos afirman que las barreras no existen y las menosprecian. Aunque pueden penetrar sin esfuerzo los nuevos muros, sus espíritus (que, según afirman también, no existen) no pueden atravesarlos y se quedan como huérfanos en su periferia.

Para entrar ileso en una ciudad es preciso atravesar una de las puertas nuevas. Son mucho más difíciles de encontrar que sus sólidas predecesoras, porque son pruebas, dispositivos, mecanismos o aplicaciones de la justicia. En otro tiempo hubo un mapa, una de esas cartas antiguas sobre las que duermen o se enfurecen animales de colores, pero hace mucho que desapareció. Quienes lo vieron decían que en sus iluminaciones había figuras y símbolos de las puertas. La puerta del este era la de la aceptación de la responsabilidad; la del sur, la del deseo de explorar; la del oeste, la de la devoción a la belleza, y la del norte, la del amor desinteresado. Pero no les creyeron. Decían que una ciudad con entradas como esas no podía existir, porque sería demasiado maravillosa. Los que deciden tales cosas decidieron que quienes aseguraban haber visto el mapa se lo habían imaginado, y el asunto quedó olvidado, se trató como si fuera un sueño y se dejó de lado. Eso, por supuesto, lo dejó libre para vivir eternamente.