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9.10 p.m.

Emily regresó al centro de la plaza del zoco y continuó su camino, tomando todas las calles laterales y callejones posibles. Poco a poco se alejó de las zonas más transitadas y avanzó hacia otras menos frecuentadas, ya en el área periférica del barrio. Estaba empapada: tenía el cuerpo bañado en sudor a causa del esfuerzo y del miedo. No había visto a sus perseguidores desde que se escondiera en la iglesia armenia, pero no se hacía demasiadas ilusiones. No estaba a salvo. Debía salir de Estambul, y deprisa.

Su táctica de evasión era un cambio constante de rumbo, lo cual la llevaba a elegir las calles menos transitadas, y eso determinaba la lentitud de su avance por la larga colina de Gálata en dirección al puente que iba a llevarla de regreso a la zona central de la ciudad y a las calles principales desde las que podría ir al aeropuerto y salir del país. No obstante, el retraso servía para un propósito útil: cuanto más andaba, más minutos transcurrían y menor era su miedo. Al final, una vez pasado el punto álgido de la adrenalina, su paso enfebrecido se convirtió en uno más moderado.

Emily estaba fatigada de cuerpo, mas no de mente. No dejaba de darle vueltas a la cabeza, y no pensaba solo en la persecución. La inquietante desazón causada por la última pista de Holmstrand centró toda su atención en cuanto remitió la sensación de pánico.

Una parte de ese mensaje no encajaba.

Ella no había malinterpretado la pista en sí misma. Quizá se había equivocado al identificar el palacio en suelo turco, pero estaba absolutamente segura del mensaje hallado. La presencia del nuevo símbolo y el texto desterraban cualquier duda posible. La pista identificaba la Divinity School de Oxford y un símbolo específico esculpido en su techumbre.

El problema radicaba en que ese mensaje señalaba a la School, a Oxford de nuevo. «Otra vez». Otra vez al lugar donde se había iniciado de verdad la búsqueda de la biblioteca. Ese último indicio hacía que todo el viaje en que se había visto involucrada acabara convertido en algo muy parecido a correr en círculos. El mensaje de Arno hacía hincapié precisamente en eso hasta el punto de que parecía burlarse del asunto. «Un círculo completo: celestial techo de Oxford y hogar de la biblioteca». Un círculo completo, un circuito que terminaba justo donde ella había empezado.

Había algo erróneo en aquella pista.

Sin embargo, su capacidad para demorarse en esa inquietud y cavilar sobre ella se vio interrumpida de forma brusca por un clic nítido y pausado. Se detuvo en seco entre los altos edificios que se alineaban en el angosto callejón de servicio. Nunca antes en la vida real había oído ese sonido, pero había visto suficientes películas de acción como para saber que era el sonido de un arma al ser amartillada. Levantó la vista del empedrado del callejón con extremada lentitud.

Delante de ella se hallaba el más pequeño y fornido de los dos hombres de traje gris y la encañonaba con una pistola a la altura de la cabeza.