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Sesenta minutos después, 1.45 p.m., hora local, Alejandría

Jason se sentaba con aire despreocupado en la mesita redonda de un quiosco de la cafetería del aeropuerto. Era un día normal. Los viajeros iban de aquí para allá en todas las direcciones. El otro Amigo se había instalado lejos de su compañero y pasaba desapercibido al otro lado del patio.

Sin embargo, bajo esa apariencia de calma y normalidad, Jason era un hervidero de emociones enfrentadas. Por un lado, acababa de enterarse de que todo estaba preparado para que la doctora se convirtiera en el nuevo Custodio y, por tanto, de que estaría en condiciones de llevarles hasta la biblioteca. Pero por otra parte había una posibilidad teórica, y en aquel momento nueva, de una amenaza real e inmediata contra la misión en Washington DC. Demasiada gente sabía demasiado y el Consejo había ido demasiado lejos como para echarse atrás ahora. Todo estaba en peligro si Wess o Antoun hablaban.

Encendió el móvil y llamó al primer número de la lista de «Favoritos», señalado con el nombre de «Secretario». Al cabo de unos segundos obtuvo línea con las oficinas neoyorquinas de Ewan Westerberg y, sin malgastar el tiempo en preámbulos, soltó:

—¿Has oído la conversación?

Solo un número muy reducido de personas tenían el teléfono privado del Secretario y los dos ya sabían la razón de la llamada.

—Hasta la última palabra —respondió Westerberg con tono tenso pero profesional. Su capacidad para guardar la compostura en cualquier circunstancia, ya fuera saludar a un colega u ordenar una ejecución, era lo que le había granjeado una reputación—. Estábamos en lo cierto. Holmstrand ha guiado a Emily Wess directamente hasta el Bibliotecario de Alejandría.

—No es un simple Bibliotecario, se trata del futuro Ayudante del Custodio. Ni en sueños hubiéramos esperado encontrar algo así.

—Sabíamos que Alejandría iba a ser importante —replicó el Secretario, aunque también él se había llevado una sorpresa al enterarse del alto rango de Athanasius Antoun en la Sociedad—. Ahora tenemos un enlace capital.

Aquellas nuevas eran magníficas, cierto, pero ambos eran conscientes de que esa conversación había revelado otros hechos turbadores, y no solo con respecto a la misión en Washington.

—Saben mucho sobre nosotros —observó Jason con voz tensa.

—Saben más sobre nuestra organización de lo que creíamos —admitió Ewan. Tampoco había previsto que la Sociedad estuviera al tanto de las actividades del Consejo con el grado de detalle revelado en la descripción de Antoun—. Aun así, lo que saben no es nada en comparación con lo que ignoran.

La ansiedad de Jason no remitió.

—Pero saben quién eres, padre. —Jason se quedó helado cuando se le escapó aquella última palabra. Era un desliz excesivo. Las reglas para dirigirse al Secretario eran firmes, inflexibles; nunca antes las había vulnerado.

La respuesta de Ewan fue glacial, con un desafecto rudo más terrible aún que su habitual contención:

—¿Qué te he dicho sobre referirte a mí de esa manera? —La frase no era una pregunta, en realidad, sino un recordatorio. Un recordatorio amenazante.

Jason Westerberg se había abierto camino hasta lo más alto del brazo armado del Consejo y se había garantizado un lugar en el grupo selecto de ayudantes cercanos y Amigos del Secretario precisamente gracias a que no había pensado en él como su padre, sino solo su empleador. La conexión de sangre importaba poco, pero su rendimiento sí. Los dos hombres tenían una relación exclusivamente profesional y ambos, sobre todo Ewan, preferían esa opción. Esa había sido la naturaleza de la relación desde que Jason era un crío y él sabía que así sería hasta la muerte.

—Lo siento, señor. —Jason intentó recobrar la compostura—. Pero la observación sigue siendo cierta. La Sociedad sabe quién es usted y ahora también está al corriente Emily Wess, la mujer a la que están adiestrando para convertirse en Custodio.

—Que eso no te quite el sueño, Jason —contestó el Secretario. Su hijo se quedó sorprendido al oír su nombre. Suponía un cambio con respecto al tono helado de hacía unos segundos. Eso era lo más cerca que Ewan Westerberg estaba de mostrar afecto, y lo hacía para calmar a un joven agitado—. Quizá sepan algunas cosas sobre nosotros, pero nosotros nos hemos enterado de cosas mucho más vitales para ellos. Ahora mismo estamos reconstruyendo el perfil biográfico de Antoun. La información preliminar sobre él como posible Bibliotecario era poco concluyente, pero confío en que podremos saltarnos su disfraz y averiguar mucho más sobre él con todo lo que hemos sabido gracias a esta conversación. —Hizo una pausa—. ¿Te ha visto ese hombre?

—No.

—Que la cosa siga así. Conviene que no sea consciente de que sabemos algo sobre él hasta que contemos con una biografía más detallada. Entonces, podrás invitarle… —Ewan hizo una pausa para dar énfasis al doble significado de su siguiente frase—. Podrás invitarle a compartir con nosotros el resto de lo que sabe. Ha usado un tono demasiado comedido en su entrevista con Wess. Sabe más. Y puede guiarnos hasta el resto de sus colegas de la Sociedad. Que los demás equipos de El Cairo no le pierdan de vista mientras reunimos información sobre ese hombre. Te llevaremos allí otra vez cuando llegue la hora de convencerle para que coopere.

—¿Y mientras tanto? —Jason miró al otro lado de la placita, donde estaba sentado su compañero. Sabía que no iban a estar de brazos cruzados mientras se llevaba a cabo la búsqueda.

—Os quedaréis con nuestro objetivo principal. La doctora Wess ya ha indicado dónde va a realizar el siguiente paso de su iniciación. No la perdáis de vista.

—Su vuelo a Estambul sale en menos de una hora —observó Jason—. Nuestro avión despegará veinte minutos antes. Ya he dispuesto que acudan a nuestro encuentro cuando lleguemos. Hay cuatro hombres a mi disposición si llegara a ser necesario.

—Usa a los que necesites —replicó el Secretario—. No puede haber más tropiezos en este jueguecito que el Custodio ha dispuesto para su aventajada discípula.

Jason captó la idea y estuvo encantado con ella. Cuanto antes acabara la partida, antes retirarían de la circulación a Emily Wess. Más que una nueva amenaza, la doctora venía a ser un doble regalo para el Consejo. Les guiaría hasta la Biblioteca de Alejandría y con su muerte garantizaría que no se iba a saber nada de su tarea en Washington. Acabarían tomando el control de la colección más antigua y de la última superpotencia mundial.

El joven tuvo un subidón de adrenalina al pensar en el poder que les aguardaba. El Secretario percibió por dónde iban los pensamientos de su hijo desde el otro lado del Atlántico, y por eso le instó:

—Céntrate, Jason. Un poco más de paciencia. Emily Wess nos llevará a la puerta del que ha sido nuestro objetivo durante trece siglos. En cuanto llegue allí, entonces, hijo mío, podrás hacer lo que sea necesario para asegurar que seamos nosotros, y no ella, quienes la crucemos.