69

12.45 p.m.

La situación tenía tantas implicaciones y alcanzaba tales dimensiones que no podía desmandarse más, pero eso era lo que había ocurrido.

—¿Que el Custodio Holmstrand me estaba entrenando para ser su sustituta?

—La eligió a usted —le confirmó Athanasius—. Su entrada en el puesto no iba a ser tan dramática ni tan… rápida, pero el Custodio tuvo que acelerar sus planes cuando el Consejo inició el ataque.

Emily siguió resistiéndose a las palabras del Bibliotecario.

—Pero… ¿Y por qué no usted? —le espetó con absoluta sinceridad—. Estaba ya preparado para ser el Asistente del Custodio, y claramente está más formado. ¿Por qué no se convierte en el Custodio y forma a un nuevo Ayudante?

—Resulta difícil de comprender —convino Athanasius—, pero hay un orden y una razón para que operemos como lo hacemos. He sido entrenado y he adquirido unas habilidades concretas para desempeñar un papel específico. Es un rol importante y activo, pero también juego un papel de apoyo. El Custodio vio en usted algo diferente, algo importante y crítico a su modo de ver, algo más relacionado con el liderazgo y no con la asistencia, algo que compensa su inexperiencia, doctora. Uno siempre puede ganar experiencia y aprender lo que ignora. Pero el Custodio confió en usted. A su modo de ver, usted tenía la personalidad y el carácter adecuados para este papel.

Emily había buscado el reconocimiento durante la mayor parte de su vida académica, deseaba que le reconocieran la inteligencia, la creatividad, el rigor. Pero aquellas alabanzas en semejante contexto la llenaron de miedo. No estaba segura de poder seguir adelante con el peso de las expectativas que habían depositado en ella, máxime cuando lo que había en juego era mucho más que una mala crítica en una revista o una pobre valoración de su docencia por parte de los alumnos.

Y al mismo tiempo, tenía una veta intelectual que le hacía sentirse inquieta por los detalles sobre la historia de la biblioteca y las operaciones llevadas a cabo por la Sociedad. Tenían un enemigo poderoso, sin duda, pero eso no era óbice para que los encargados de la biblioteca no hubieran andado muy cerca de la censura y hubieran difuminado un tanto la frontera entre compartir información y la simple manipulación de los hechos de un modo que no era tan diferente de conspiraciones como la que ahora estaba llevando a cabo el Consejo. Se sentía entre una posición moral negra y otra más luminosa, pero con sombras grises.

«¿Qué es lo correcto? Exactamente, ¿para qué me han pedido que me una a ellos? ¿Para mandar?».

Sin embargo, era consciente de que no podía abandonar la tarea impuesta por Holmstrand. Se arriesgaba a perder para siempre algo de valor incalculable. La Sociedad estaba a cargo de un objeto sin parangón en la historia de la humanidad. Si tenía unas dimensiones tan enormes y completas como las indicadas por el egipcio, entonces, incluso en la actualidad, seguía siendo un recurso sin igual. No podía perderse. Iba a tener que afrontar la inquietante perspectiva de que a lo mejor la perseguía el Consejo.

La joven adoptó una firme resolución con la rapidez de siempre. Tenía un trabajo pendiente, lo hubiera pedido o no, e iba a hacer de tripas corazón para seguir adelante.

Se había hecho un silencio espeso entre ellos dos y Emily lo rompió preguntando:

—¿Cómo se supone que voy a encontrarla?

Athanasius alzó la vista. La narración de la historia de la biblioteca había entristecido su ánimo, pero la resolución de la mujer le insufló ánimos.

—Obrar como hasta ahora la ha llevado muy lejos. Siga las pistas que le ha dejado el Custodio.

Emily dudó.

—He conseguido llegar hasta aquí gracias a que Holmstrand me dejó dos cartas y una serie de pistas en Estados Unidos. Eso me condujo hasta unas inscripciones en Inglaterra y estas me han traído a Alejandría. Pero mi última pista era la que me trajo hasta aquí. Se me han acabado. No tengo nada con lo que continuar.

Athanasius se irguió.

—Ese no es el caso.

Volvió al armario archivador del que había tomado la carta de Arno donde se le ordenaba que aguardase la llegada de Emily. Cogió un sobre y se lo entregó a Emily.

—Este es mi consejo: siga el rumbo marcado por el Custodio.

Emily contempló el sobre.

—Venía dentro del sobre enviado a mi atención —aclaró Athanasius. El Custodio siempre iba un par de pasos por delante.

Emily encontró en el sobre la misma caligrafía y la misma tinta marrón que en las primeras misivas de Arno. El mensaje consistía en una sola frase escrita con extrema pulcritud: «Para la doctora Emily Wess. Entrega a su llegada». Era obvio que Holmstrand tenía más confianza que ella misma en que iba a llegar tan lejos.

Dio la vuelta al sobre y lo rasgó. Dentro solo había una cuartilla plegada donde estaba escrita una única línea, que leyó en voz alta.

Entre dos continentes: la casa del rey, tocando el agua.

—Nuestro Custodio era único para hacerte pensar —comentó el Bibliotecario, y dejó que una sonrisa le curvara los pliegues de los labios.

Emily le sonrió con complicidad por vez primera en la conversación.

—Tal vez sí, pero esta vez no va a ser el caso. Arno debía de saber que la respuesta iba a ser evidente para mí, y más aún después de nuestra conversación.

El Bibliotecario permaneció a la espera. Emily se puso de pie y empezó a pasear por la pequeña oficina en estado de creciente entusiasmo a medida que desentrañaba el significado del críptico mensaje de Arno.

—Solo hay una ciudad cuyos palacios reales están entre dos continentes. Y una parte del pasado de la biblioteca figura allí, según acaba de decirme. Se trata de Constantinopla, la actual Estambul. La ciudad descansa en una pequeña prominencia de tierra en el Bósforo, entre los continentes de Europa y Asia. Ha sufrido muchos terremotos a lo largo de la historia. —Emily había visitado Estambul dos veces en su época de estudiante, y la recordaba muy bien.

De pronto, dejó de pasear y se dio media vuelta para encararse con Athanasius.

—Ya sé a qué se refiere exactamente con eso de «la casa del rey».