12.29 p.m.
—¡Agáchate! —ordenó Jason a su compañero con un hilo voz, que era todo cuanto podía gritar.
Los dos hombres necesitaron menos de un segundo para retirarse tras un recodo del pasillo principal y ocultarse detrás de dos estanterías. Era imposible que los vieran desde la puerta del despacho del doctor Athanasius Antoun.
Deseaba con toda el alma increpar a su compañero, gritarle: «¿Qué diablos ha pasado?, ¿qué has hecho?». Pero las circunstancias no permitían nada de eso. Jason respiró hondo para controlar la rabia. Luego, poco a poco, se acercó a la esquina para mirar hacia la puerta del despacho. Vio en el suelo del pequeño vestíbulo un libro que había caído desde lo alto de una balda donde los libros se apilaban de forma bastante insegura. El inesperado ruido no había sido culpa de su compañero, sino una simple casualidad. Un accidente, por usar la expresión del Secretario cuando no se debía hablar de algo.
Jason se retiró a toda prisa cuando la puerta del despacho se entreabrió ligeramente. Se volvió hacia su compañero y se llevó un dedo a los labios. Los dos hombres contuvieron la respiración, temerosos de que el eco de los pasillos la amplificara y delatara su presencia.
El erudito egipcio se asomó y miró a derecha e izquierda. No advirtió indicio alguno de que allí hubiera intrusos ni visitantes inesperados.
Athanasius bajó la mirada al suelo, donde descubrió un libro abierto sobre el suelo. Entonces miró hacia arriba y reparó en la pila de libros y papeles donde había estado, en medio de una estantería. Se tranquilizó al verlo y soltó un suspiro de alivio audible en todos los pasillos. Echó un último vistazo alrededor antes de meter otra vez la cabeza en su oficina y cerrar la puerta.
Jason y el otro Amigo solo respiraron con suavidad y en silencio cuando el pestillo hizo clic al volver a su posición habitual.
«Qué poco ha faltado», pensó Jason antes de ponerse de pie y echar otro vistazo por la esquina. En la oscuridad apenas era visible el pequeño micrófono transmisor que había fijado a la puerta. Ahora solo había que esperar que Antoun no lo viera.