57

Al mismo tiempo, en Northfield (Minnesota), 3 a.m. CST

Los tres hombres no dejaron nada sin mirar en la casita residencial que la doctora Emily Wess había alquilado muy cerca del campus del Carleton College. Habían rajado los cojines de los sofás y descuartizado el colchón hasta los muelles. Las alfombras habían sido levantadas del suelo e incluso habían arrancado el papel de las paredes en busca de agujeros cubiertos o espacios ocultos escondidos. Todas las búsquedas que los Amigos habían llevado a cabo habían sido concienzudas, así que, cuando el Secretario ordenó un registro «completo», quería decir que el lugar debía ser desmontado hasta la estructura si llegara a ser necesario.

Los Amigos lo habían probado todo, pero la búsqueda había sido infructuosa. No había nada, absolutamente nada en la residencia de Emily Wess que tuviera alguna conexión evidente con la biblioteca, con la Sociedad o con el Custodio. Solo estaba la típica biblioteca personal de un profesor universitario, determinada por el claro amor que Emily Wess sentía por su alma máter de posgrado, la Universidad de Oxford. Libros sobre la historia, arquitectura y cultura de la misma ocupaban casi tres baldas de la librería de su cuarto de estar.

Los asaltantes cumplieron las órdenes: se llevaron el disco duro del ordenador y metieron en bolsas todos los libros de los estantes. Si algo estaba escondido en alguno de ellos, sería descubierto bajo la luz azul de su estación satélite en Minneapolis.

Los tres al unísono deseaban que ese examen revelase algo. La ausencia de noticias no eran buenas noticias, no para el Secretario.

Uno de los hombres abrió su teléfono y marcó. Un momento después, alguien respondió. Ninguno de los dos se identificó.

—¿Has acabado? —llegó la pregunta a lo lejos del otro lado de la línea.

—Sí. No hemos encontrado nada. La casa está limpia. Sus libros y el ordenador estarán en un laboratorio en una hora. —Echó un vistazo sobre los restos revueltos de lo que una vez había sido la casa de Emily Wess, convencido de que no se habían dejado nada. Volvió a prestar atención al móvil.

—¿Y usted?, ¿está usted en el sitio? —preguntó.

—Acabamos de llegar a la casa —se oyó la respuesta.

—Bien —respondió—. Cuando haya conseguido lo que necesite del novio, infórmeme inmediatamente.

—Por supuesto.

Y con eso ambos hombres finalizaron la llamada.

En Chicago, los dos Amigos adoptaron un comportamiento profesional cuando las puertas de metal del ascensor se abrieron en el cuarto piso de un bloque de apartamentos de nivel medio.

Unos pocos escalones después, estaban de pie frente a la puerta señalada con el 401. El Amigo que llevaba la voz cantante llamó a la puerta.

—¿Su apellido? —preguntó su compañero entre dientes. En la «entrevista» subsiguiente iban a tener que mantener unas formas profesionales—. Recuérdame su apellido.

—Torrance —respondió el otro hombre—. El objetivo se llama Michael Torrance.