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11 a.m.

Emily se sintió cada vez más segura conforme descendía un tramo tras otro de escaleras. De vez en cuando se demoraba junto a las estanterías para evitar que la determinación de su paso atrajera la atención de algún conservador o de los guardias de servicio. Luego seguía bajando. Las tres palabras de su fotografía eran un mapa, le indicaban que descendiera a la parte de la estructura que estuviera bajo la arena, por debajo de la planta baja. Allí estaba segura de encontrar la «luz» que estaba bajo las otras dos palabras de la pista. La luz era, como cualquier historiador sabía, un símbolo de la verdad en casi cualquier cultura.

«La verdad está debajo de estas paredes».

Aceleró el paso a medida que se acercaba al último piso. Era muy parecido a los otros: grupos de escritorios y mesas con ordenadores colocados allí donde daba el sol, y en la parte de detrás, con iluminación eléctrica, hileras e hileras de estanterías. Emily fue de las escaleras a las hileras de estanterías, y de ahí, a la parte de atrás. Aquel entorno estaba menos iluminado. En la penumbra propia de tener once pisos de diseño moderno por encima no había más luz que la de los artísticos focos de las estanterías.

Llegó a la pared opuesta, encalada y limpia. Algunos retratos y pósteres rompían la larga y plana superficie, que, según Emily se dio cuenta, estaba solo adornada con tres puertas de madera: una en cada extremo y otra en el medio. Se dirigió intuitivamente hacia la de la izquierda y probó el picaporte. «Cerrada».

Un momento después se plantó delante de la puerta central. Parecía idéntica a la primera y también estaba bien cerrada. Sin embargo, su certeza no flaqueó. A pesar de dos fallos, estaba convencida de que estaba en la buena pista.

Al aproximarse a la tercera puerta, el corazón de Emily se aceleró.

Allí estaba el signo que buscaba, expectante.

En el rincón superior de la puerta, grabado con trazos rudimentarios en el esmalte y la madera, se hallaba un símbolo que había llegado a conocer demasiado bien, con sus dos letras griegas rodeadas por su ornado marco. El emblema de la biblioteca. Se concedió un brevísimo momento para esbozar una sonrisa de confianza, y luego puso la mano en la tercera de las puertas.

Y esta vez, se abrió.