51

Washington DC, 5.45 p.m. EST (10.45 p.m. GMT)

El grupo convocado por el secretario de Defensa para afrontar la creciente crisis de la administración se reunió de nuevo en la discreta sala del Pentágono. Ashton Davis había hecho acudir a ese pequeño equipo porque pronto iban a tener que realizar una tarea sin precedentes en la historia norteamericana: la destitución forzosa del presidente de Estados Unidos.

—El impeachment, por el cual se procesa a un alto cargo público, no es una opción —informó con voz monocorde—. Es un procedimiento que requiere tiempo y solo en una ocasión se ha conseguido destituir a un presidente investido. No disponemos de tanto tiempo. Las acciones de este hombre han provocado una amenaza manifiesta a la seguridad nacional y han sido asesinados consejeros presidenciales, e incluso algún miembro del personal que trabajaba en el Ala Oeste. El causante de tales actividades debe ser retirado del cargo donde puede seguir ocasionándolas, sea o no el presidente de Estados Unidos.

El razonamiento era claro, pero la perspectiva pareció poner nervioso al director del Servicio Secreto.

—En la historia de este país, nadie, salvo los votantes, ha destituido por la fuerza a un presidente en activo.

—Y nunca habían venido asesinos al corazón de este país para llevar a cabo una vendetta por las actividades ilegales en el extranjero de un presidente, director Whitley —replicó el general Mark Huskins.

—Esa es la razón por la que debemos orquestar una reacción militar —añadió el secretario de Defensa—. No estamos hablando de unos negocios más o menos ilegales o de unos movimientos políticos equivocados. Hablamos de un hombre que se ha convertido en un peligro para la seguridad nacional y ha traído el conflicto del Oriente Próximo al mismísimo corazón de nuestra democrática capital.

Whitley se removió incómodo en la silla. Todo cuanto decían sus interlocutores era exacto, pero, aun así, la decisión no tenía precedentes.

—¿Existe en la constitución algún formalismo que ampare una destitución militar de un presidente en ejercicio?

—No de forma explícita —respondió Davis—. El presidente es el comandante en jefe de las fuerzas armadas, pero no es un rango militar en sí mismo y no puede hacérsele comparecer ante un consejo de guerra ni un tribunal militar.

—Pero ¿cómo vamos a proceder si no hay un elemento militar en juego? El ejército norteamericano no arresta civiles en suelo nacional a menos que lo recoja expresamente la ley militar.

El general Huskins se inclinó sobre la mesa.

—Podemos en caso de que ese civil propicie o apoye las operaciones de fuerzas militares enemigas en tiempos de guerra.

Whitley puso unos ojos como platos.

—¿Sugiere que arrestemos al presidente de Estados Unidos como un combatiente enemigo en la guerra contra el terrorismo?

—Hemos arrestado a otros ciudadanos americanos por mucho menos. Por Dios, ¡hay asesinos sueltos en Washington por culpa de las actividades ilegales del presidente Tratham! Tal vez hayan venido a suelo americano en represalia y no por invitación presidencial, pero el hecho cierto es que se encuentran aquí, y no lo estarían si Tratham hubiera obedecido las leyes que juró proteger. ¡Debemos detener a ese hombre! —dijo el general con energía y convicción.

El director Whitley sabía que protestar tenía poco sentido. Su interlocutor estaba en lo cierto: había que detener al presidente antes de que la situación se les fuera de las manos.

—¿Y qué hay del vicepresidente? —quiso saber el secretario de Defensa—. ¿Tiene alguna conexión con todo esto?

Whitley se volvió hacia Davis con rostro esperanzado.

—Mis agentes han estado trabajando con el FBI para explorar todas las posibilidades desde nuestra última reunión. La buena noticia es que parece limpio. Sus principales apoyos cuando se trata de asuntos extranjeros son Alhauser, Krefft y la Fundación Westerberg. Todos ellos tienen una reputación considerable a la hora de promover negocios en el extranjero y, de hecho, los dos últimos han presionado en el Congreso a favor de la transparencia contable en la reconstrucción de Afganistán e Irak. El vicepresidente parece estar relacionado con el tipo adecuado de grupos: los que no van a provocar respuestas militares por conductas ilícitas.

—Seguid investigando —ordenó el secretario de Defensa—. Ha de estar inmaculado… o caerá con el presidente. —Davis se puso de pie, dando una nota de gravedad al fin de la reunión—. Caballeros, el Gobierno de este país no se verá arrastrado por la conducta criminal de su líder. Les debemos eso a todos los norteamericanos. Ahora, vayan y asegúrense de que el vicepresidente está preparado para lo que se avecina. Va a ocupar un papel muy diferente al actual antes de que acabe la semana.