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Oxford, 9.35 p.m. GMT

A diferencia de la mayoría de los hombres, cuya perspectiva se ha formado viendo películas hollywoodienses y leyendo novelas negras baratas, Jason sabía que rastrear un objetivo en el mundo moderno tenía muy poco de seguirlo por los caminos a pie o en un coche y bastante de sentarse delante de un ordenador bien equipado y actuar con sagacidad. No se trataba de que perseguir y rastrear no diera sus frutos, pero eso solía suceder al final de una operación, cuando la víctima iba a ser capturada… o eliminada. El rastreo moderno resultaba mucho más eficaz si se llevaba a cabo con tecnología y recursos modernos.

La búsqueda de Emily Wess era uno de esos casos. El número de teléfono de su BlackBerry les había permitido llegar hasta su tarjeta SIM, gracias a la cual habían podido localizarla en un tercio de la ciudad. Eso también había posibilitado la confección de un listado de sus llamadas telefónicas, lo cual les había permitido tener noticia de sus comunicaciones con un académico local, Peter Wexler, y su prometido, un tal Michael Torrance, residente en Chicago. Los antecedentes de Wexler, una eminencia en la historia del Antiguo Egipto, confirmaban una relación que venía de antiguo con la doctora Wess.

La llamada de la profesora a su prometido había revelado su intención de viajar y un rápido rastreo por las bases de datos de las aerolíneas, ahora que ya conocía todos los detalles necesarios, reveló los detalles del vuelo a Alejandría, desde el número de asiento hasta las preferencias culinarias. A partir de ese momento había vigilado todas las tarjetas de crédito de Emily Wess y había intervenido los diez teléfonos a los que solía llamar más a menudo. Adondequiera que fuera, con quienquiera que hablase e hiciera lo que hiciera, los Amigos iban a estar al tanto.

El grueso de su trabajo durante los últimos veinte minutos había estado centrado en Alejandría. Deseaba tener fresca toda la información antes de telefonear al Secretario.

Abrió el móvil y marcó.

—Ponme al día —exigió el Secretario unos segundos después.

—Emily Wess ha reservado un asiento en el vuelo TA1986 de las líneas aéreas turcas. Sale de Heathrow a las 10.55 p.m., hora local. La reserva se efectuó por Internet desde un ordenador en un apartamento de Chicago, propiedad de su prometido. Enseguida tendremos hombres allí.

—Alejandría —repuso el Secretario, repitiendo una palabra tan significativa.

—Ya he alertado a nuestro equipo principal de allí —continuó el Amigo—. Tomaré un avión en cuanto hayamos terminado aquí.

—Ve en cuanto puedas. Deja el seguimiento de lo de Oxford en manos de otros.

—Por supuesto. —Jason hizo una pausa y miró la pantalla durante unos segundos—. Hemos vigilado durante meses nuestros cuatro objetivos de Alejandría. Sabemos que hay un Bibliotecario en la ciudad, lógico, dada su relevancia, y nuestro mejor agente asegura que es uno de esos cuatro. Todos ellos trabajan en la Bibliotheca Alexandrina, que es el destino de la doctora Wess. —La vigilancia en Alejandría era una operación de larga duración y el Secretario conocía los detalles, pero de todos modos le envió los datos sintetizados a través del móvil—. He ordenado a nuestros hombres que durante las próximas cuarenta y ocho horas no pierdan de vista a ninguno de los cuatro. Hay muchas posibilidades de que la doctora vaya a reunirse con uno de ellos, y si acude allí guiada por el Custodio, lo más probable es que contacte con el que importa.

—¿Y tú?

—Vamos a pegarnos a la doctora —respondió Jason, mirando por el rabillo del ojo a su compañero—. Estaremos allí cuando ella aterrice y ya no nos apartaremos de su lado, solo por si no contacta con ninguno de nuestros candidatos.

El Secretario se permitió el lujo de reclinarse sobre el respaldo de la silla. Los Amigos eran de lo mejor en su negocio.

—Una cosa más —agregó el Amigo—. Wess está de camino al aeropuerto. Está aprovechando la conexión de su BlackBerry para visitar diferentes páginas web de noticias, y en todas ellas no se habla de otra cosa que no sea el lío de Washington.

«Maldita sea», pensó el Secretario, y estuvo a punto de soltarlo en voz alta. Estaba claro que Emily Wess estaba relacionada con la biblioteca, pero ahora resultaba que a lo mejor estaba informada de su trabajo en Washington DC y quizá la filtración de la lista del Consejo no estaba tan cerrada como habían pensado.

—De modo que le han pasado información sobre la misión en curso. Holmstrand la soltó antes de que nos encargáramos de él.

—Eso parece —replicó Jason.

El Secretario ponderó sus palabras durante un buen rato antes de pronunciarlas por teléfono:

—Vas a tener que vigilar muy de cerca a Wess. Tal vez sea nuestro único lazo vivo con el paradero de la biblioteca, así que la necesitamos viva y ajena a nuestra presencia el mayor tiempo posible. Encárgate de ella si hace cualquier cosa que ponga en riesgo la misión de Washington, pero considéralo como el último recurso.

—Comprendido.

Se hizo otro silencio antes de que el Secretario diera por concluida la conversación.

—Ve a Egipto ahora mismo y averigua qué es lo que realmente sabe Emily Wess.