Chicago, 2 p.m. CST (8 p.m. GMT)
Michael Torrance estaba sentado en un banco de la zona ajardinada que había en el patio exterior de su apartamento cuando sonó el teléfono. Se protegía del aire frío de un despejado día otoñal con una gruesa cazadora de cuero. Saltaron a la pantalla del móvil el nombre de Emily y la foto hecha dos años antes, unos instantes antes de que despertara en una acampada con un peinado que solo podía gustarle a un novio. Su actual periodo de aprendizaje en Chicago implicaba que pasaran mucho tiempo separados y el pequeño fogonazo visual de su rostro en la pantalla hacía la distancia más tolerable.
Aunque la distancia había crecido exponencialmente en las últimas veinticuatro horas.
—¡Emily! —exclamó jubiloso al ver el número, y se llevó el móvil al oído—. No esperaba tu llamada hasta más tarde.
—Hola, cielo, ¿te interrumpo?
—En absoluto, estaba disfrutando de un rato a solas para almorzar. —Michael hizo una pausa, sabedor de que sus siguientes palabras iban a despertar una oleada de nostalgia—. Feliz día de Acción de Gracias, cielo.
—Ya era el día de Acción de Gracias cuando te llamé hace unas horas —respondió en broma. Su voz era toda calidez.
—¿No puede un hombre felicitar a su mujer dos veces? El regreso a la vieja patria está volviéndote una minimalista, Em. No vas a tardar en decirme que voy a tener que conformarme para todo nuestro matrimonio con el «Te quiero» que espero oír alto y claro el día de nuestra boda.
—Pensaba que eso ya lo habías entendido. Los dos somos personas muy ocupadas, no tenemos tiempo para repeticiones innecesarias. —Ella rompió a reír al otro lado del teléfono, y de pronto fue consciente de la distancia que los separaba, del día que era y del significado del mismo, y deseó con renovado vigor que no se hubieran puesto de acuerdo en que él se quedara en Estados Unidos—. Feliz día de Acción de Gracias también para ti, Mikey. Lamento no estar allí, pero te lo compensaré.
—Puedes apostar a que sí —replicó con él con una nota de humor en la voz.
—Pero por el momento —prosiguió ella— hay una cosa que puedes hacer por mí.
—¿Esperas que me deje mangonear por ti desde el otro lado del globo?
—Yo no te mangoneo —protestó ella, fingiendo inocencia—. Solo sugiero con énfasis.
Él se echó a reír.
—¿Qué necesitas?
Emily pasó los siguientes minutos poniéndole al día sobre cuanto había acaecido desde su llegada a Oxford. Michael escuchó con asombro las descripciones de edificios destrozados, antiguas iglesias, inscripciones en la madera de una capilla y, por último, la nueva obra maestra levantada por el Gobierno egipcio como monumento histórico e intelectual.
—¿La nueva Biblioteca de Alejandría? ¡Emily! Es uno de los edificios más apabullantes que se han construido en los últimos treinta años. Es el sueño de todo arquitecto.
—Vosotros, los arquitectos, siempre pensáis en lo mismo —replicó ella en broma. Entre las explosiones, el hundimiento de la iglesia, la irrupción en la escena del atentado y todos los demás detalles que tanto habían entusiasmado a la doctora, lo que atraía la atención de su prometido era la arquitectura.
—No te preocupes, Em. Todavía sigo convenientemente impresionado por tu perspicacia deductiva y tu brillantez intelectual, pero ese edificio… ¡Estamos hablando de la perfección arquitectónica!
—¿Y no te gustaría que yo pudiera darte una explicación de primera mano? —preguntó.
—¿Vas a ir…? —Michael comprendió de pronto que no estaba mencionando el edificio, sino que planeaba una segunda etapa en su precipitado viaje—. ¿Te vas a Egipto?
—Si puedes ayudarme a ir, sí. No puedo encontrar semejante pista y dejarlo correr, ¿no te parece? —Se trataba de una pregunta retórica, ni que decir tiene, hecha con el propósito de captar su interés. Ella era consciente de que había un peligro, y a tenor de lo visto aquel día, probablemente aumentaría si se acercaba a la biblioteca.
Michael dejó escapar un largo suspiro donde materializaba su nerviosismo a la luz de las nuevas noticias. Pero ella estaba decidida y él lo sabía. Emily percibió todo esa preocupación en su silencio.
—Te ayudaré en todo lo que necesites siempre que me prometas actuar con mucho cuidado —acabó por decir él.
—Tengo toda la intención de regresar a casa contigo. Y ahora, ¿puedes comprarme un billete? Si lo haces tú, será más seguro y rápido que encargarlo a través del BlackBerry.
—Claro. De hecho, me distraerá bastante. Las páginas web de venta de billetes deben de ser los únicos lugares de la red que no están llenos de escándalos. No he conseguido dejar de darle al botón de actualizar en la página de la CNN desde que esta tarde han puesto a funcionar el ventilador de mierda.
—No te sigo.
—Bueno, bueno, cielo, pues sí que has estado ocupada si no has tenido tiempo para enterarte de lo que ha sucedido por aquí. Hazte un favor y échale un vistazo a las noticias antes de subir a ese avión. Es como si todo el país fuera a hacer implosión con un escándalo presidencial y unos terroristas asesinando a los más cercanos al presidente. Es como un apocalipsis político. —Y le hizo un breve resumen de la situación de Washington.
—Al menos, no soy la única rodeada por la intriga —dijo Emily cuando hubo terminado—. ¿Ves? Al final, después de todo, sí hemos tenido una experiencia común hoy.