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2.45 p.m. GMT

Eso era más fácil decirlo que hacerlo.

—La zona está acordonada —había protestado Kyle después de que Emily hiciera su declaración— y la iglesia es un hervidero de policías, así que no veo cómo vamos a colarnos.

—Querer es poder, muchacho —zanjó el oxoniense en medio de las dudas y la vacilación, e hizo ademán de levantarse. Esa afirmación era algo definitivo tratándose de Peter Wexler. No hacía falta discutir más el asunto. Sabía qué quería hacer y tenía intención de hacerlo, por muchos obstáculos que se le pusieran por delante. Su rostro exudaba esa confianza que hacía pensar a los estudiantes que podrían aprender un par de cosas si tomaban ejemplo.

Le imitaron y se pusieron de pie cuando Wexler cogió una gorra plana y un paraguas. En el firmamento brillaba un cielo azul huérfano de nubes, pero ese hecho irrelevante no iba a determinar el atuendo del profesor a la hora de pasear por las calles.

Emily esbozó una sonrisa. El entusiasmo de Wexler era contagioso. Metió las cartas de Holmstrand en el bolso, cruzó la puerta detrás de Kyle, bajó las escaleras y se adentró en la ciudad de las agujas soñadoras[6].