1.55 p.m. GMT
A tres calles de allí, dos hombres vestidos con elegantes trajes de chaqueta se pusieron en las solapas tarjetas de identificación falsificadas de forma apresurada. En los cinturones portaban réplicas de gran calidad: si alguien hubiera sospechado algo y hubiera tomado nota de sus números, los habría encontrado debidamente registrados en todas las bases de datos inglesas y de Interpol. En un almacén de Londres sin identificar tenían un equipo técnico trabajando con equipo informático casi futurista para monitorizar las comunicaciones por radio y teléfono. En caso de que alguien les detuviera y contactara con sus superiores a fin de verificar la validez de sus identificaciones, los técnicos interceptarían sin problema dicha llamada y la reenviarían hacia una voz que confirmaría estatus, cargo y derecho a estar allí.
Pero era de lo más improbable que se llegara a eso. Jason y su compañero eran verdaderos expertos en ese cometido y deseaban investigar la escena de un crimen atestada de oficiales de policía. Su aspecto exterior estaba tan conseguido que lo más probable era que pasaran desapercibidos.
Se alisaron las chaquetas y se concentraron en hablar únicamente con acento británico en cuanto doblaran la esquina. La montaña de escombros era considerable y la destrucción, vasta, pero tenían su objetivo en el punto de mira y un desafío no iba a hacerles errar el disparo.
El secreto del Custodio se hallaba allí y no iban a cejar en su empeño hasta haberse apoderado de él.