1.50 p.m. GMT
Una hora después de haber abandonado el aeropuerto de Heathrow, el Jaguar de Peter Wexler rodó sobre una calzada de adoquines y se detuvo en una plaza de aparcamiento ya reservada en el Oriel College, cerca del centro de Oxford. El resto del trayecto lo habían realizado bastante más callados que al principio, mientras Wexler y Emily digerían toda la información que Kyle les había facilitado con tanto entusiasmo.
La leyenda acerca de la Sociedad era, en esencia, como todas las paranoias conspirativas, pero había algo escalofriante en la conexión entre los nombres y los títulos con las referencias mencionadas por Holmstrand en sus cartas, y ese algo confería a las especulaciones de Kyle una sustancia que ningún estudioso podía ignorar por completo. Lo bastante como para espolear una curiosidad ya bastante despierta.
En cuanto bajó del coche, Emily se quedó helada y sintió cómo se le colaba por la nariz el ambiente cargado de Oxford, saturado por la humedad de los ríos Isis (que es el nombre que toma el Támesis a su paso por esta ciudad) y Cherwell —ambos confluían en la ciudad—. Se alegraba de haber regresado a pesar de los hechos determinantes de su viaje y los extraños derroteros que había tomado la conversación durante los sesenta minutos anteriores. No había otro lugar como Oxford en la faz de la tierra.
Se volvió hacia Wexler mientras ambos estiraban las piernas:
—Debo telefonear a Michael. Allí ahora es la madrugada, pero aun así, querrá saber que estoy bien.
—Puedes usar el del piso de arriba —respondió él, indicando con un gesto la ventana de su oficina. Emily, sin embargo, sacó su BlackBerry y dio un golpecito en la pantalla por toda respuesta.
—Creo que esto va a funcionar desde aquí. Sé de buena tinta que ese nuevo invento llamado teléfono móvil por fin empieza a ser conocido en Inglaterra. —Lo encendió, saboreando la ocasión de poder devolverle sus mofas al viejo profesor. Este soltó un gruñido por toda réplica y recorrió el trecho que les separaba hasta el antiguo edificio con una sonrisa de conformidad.
—Cuando termine, tenga la bondad de reunirse con nosotros —pidió Kyle mientras Emily estaba a la espera de encontrar una red y poder conectarse—. Quiero hablar con usted acerca de la tercera página. —Y sostuvo en alto la lista fotocopiada de Arno, la página que parecía ser una colección de pistas.
—De acuerdo. Te veo en un minuto.
Kyle Emory se metió las páginas en el bolsillo. Entonces, recogió la bolsa de Emily y siguió a Peter Wexler al interior del ornamentado edificio en cuanto ella se conectó. Al cabo de unos momentos contestó una voz familiar. Michael la saludó con entusiasmo e intercambiaron los comentarios de rigor sobre el vuelo y la llegada.
—Michael, las cosas ya eran raras antes, pero no vas a creerte lo que ha sucedido ahora.